Los hijos del caos

No me acuerdo del 2001 pero me lo contaron, me lo contaron cada vez que anotaba mi fecha de cumpleaños: 21/12/2001, a la vista de otros venía siempre seguido de un “uhh” o alguna que otra mirada de impresión, observando a un punto ciego, como si la memoria fotográfica estuviera tan latente en sus mentes que enviasen todas las imágenes de una pesadilla al mismo tiempo. No me acuerdo del 2001 pero me lo contaron. Cada año que pasa, después de soplar mis velitas llena de orgullo, mi abuela me abrazaba con un pesar en su voz. “Ay, muy feliz cumpleaños, nenita. Qué locura y qué loquita”, algo confundida abracé ese saludo. No me acuerdo del 2001 pero mi vecino Pedro me contó una vez que entre sus amigos se repartieron armas para defenderse de “los de afuera”. No me acuerdo del 2001 pero me lo contaron. En las horas de historia en el colegio, había llegado mi gran momento. Con toda emoción de encontrar mi fecha de cumpleaños en sus páginas, siguiendo la lectura, levanté la mano para contarle mi protagonismo a mi profesora, quien agachando su frente para mirarme por sobre los anteojos, meció su cabeza y lanzó “Pobre tu madre…”. En un principio ofendida me incorporé a mis apuntes, hasta que de escuchar comencé a oír realmente lo que estaban narrando. 

Aquel 2 de diciembre marcó un antes y un después en la historia argentina. Un domingo tranquilo como cualquier otro, sonaba por la tele en Cadena Nacional el ministro de Economía Cavallo: “Hemos tenido que adoptar una medida de limitación a la extracción de dinero en efectivo, solo se podrá hacer por cifras de $250 semanales” (TVP, 2001). Disparando a todos los argentinos a las calles, gente muy bien vestida y gente humilde con cacerolas vacías, entre golpes enfurecidos y gritos desesperados.

Un frío corrió por la espalda de mis padres al corroborar que en medio de la construcción de su casa, con dos niñas y una tercera por venir, con todo su dinero ahorrado en el banco, confiados en una caja de ahorros, no podían pagar ni siquiera el alquiler donde residían.

Sin casa terminada, ni alquiler pago, terminaron en lo de mi abuela. Ocho personas en un monoambiente. Nos encontrábamos bajo la crisis más grande por la que iba a atravesar nuestro país, crisis política, económica, institucional y social. Pero aún no lo sabíamos. Fuertes represiones policiales acompañaron la huelga general, llevándose la vida de al menos treinta manifestantes. El 13 de diciembre los animales del corralito se organizaron, comenzaron los saqueos a supermercados y almacenes. La impotencia en sus pasos, el rechinar de dientes en sus actos. Tras lágrimas de rabia, calles repletas de caos y miedo por una economía despedazada, el 19 de diciembre De la Rúa anunciaba la suspensión de las garantías constitucionales: “Decidí poner límite a los violentos (…) por eso declaro el Estado de sitio para asegurar la ley y el orden” (TVP, 2001). El Estado se desplomaba en nuestras narices. Un dolor infinito. Una incertidumbre gigantesca. Situaciones distintas pero enlazadas por el caos. La ciudad de la furia en pleno acto. Un día más tarde, mientras mi madre comenzaba con contracciones, el mismo presidente nos sellaba la imagen más memoriosa de los argentinos, su renuncia y huida en helicóptero desde la Casa Rosada. La Argentina, ocupando la unanimidad de los medios. Todo bajo un sol fuerte del primer día más largo del año. El 21/12/2001 nacía yo, mientras el Congreso de la Nación elegía como presidente provisional al titular del Senado, Ramón Puerta. Para el 23 de diciembre, cuando tocó externarme, volviendo a casa con mi familia para las fiestas, se proclama presidente interino Adolfo Rodríguez Saá. Con solo días de vida ya había vivido 3 presidencias distintas. Recolectando cada una de estas miradas concebí mi historia, un engendro del mayor caos de la Argentina. En mis álbumes hay menos fotos que en los de mis hermanas, en el registro de mis primeros años de vida están los recuerdos más tristes de mi familia. “¿Cómo vas a darle vida a alguien en un mundo como este?”. 

Como boquete que dejó el caos, de segundo nombre me bautizaron Paz. Si bien el mundo podía caerse a pedazos a nuestro alrededor, mi familia se aferraba a la esperanza de un nuevo renacer. Comprendiendo que el caos era momentáneo, viendo un futuro de oportunidades en una nueva generación, en mis ojos, dándole un sentido a mi nacimiento oportunamente prematuro.

Valentina Paz Posatti

Estudiante de Sociología