Volvimos

Alguien entra corriendo a la Plaza de Mayo. Grita: “No hay más rejas”. Son las dos de la mañana del 10 de diciembre y la Plaza está plagada de grupitos que brindan, cantan y saltan. Las canciones se inician con la marcha, enlazan los setenta y llegan hasta el kirchnerismo. Porque si la primera le canta en presente a un general “qué grande sos”, la última narra que de bebé había una foto de Perón en la cocina. Generaciones. Todas mezcladas, igualadas, en esa Plaza y en la del todo día siguiente. El peronismo es la identidad política de una fuerza plebeya y aunque a veces parezca dormitar, siempre es insomne. Por eso, anduvimos nocturneando, saltimbanquis de la espera, apremiadas por los abrazos que queríamos dar. En 2008 la escena era parecida aunque su sentido era inverso: la noche era invernal y éramos pura preocupación en esa Plaza porque había una sublevación campestre. En algún momento llegó Néstor, expresidente, con los ministros del gabinete de Cristina. Tuve la impresión de que todo pendía de un hilo y que ese hilo era el hálito de nuestro compromiso. La madrugada del 10 el verano caía sobre el césped, las pantallas se preparaban, la cerveza alegraba, y éramos pocos porque era víspera y no riesgo o despedida. Pura fuerza, aunque nuestra fuerza, la fuerza popular, surge también de la íntima convicción de la fragilidad. Nos sabemos vulnerables y de ahí, la tenacidad de nuestros tejidos.

El presidente electo da un discurso excepcional, articula cordialidad política, llamado a deponer los odios y un profundo programa de transformaciones. Dice, entre otras cosas, que no sobra nadie.

Nora Cortiñas cerró con esa frase el discurso del 8 de marzo de 2018 en la Plaza de los Dos Congresos. “No sobra nadie” es grito de guerra contra el neoliberalismo. Ese grito que vienen dando los paros feministas y que ahora se convierte en discurso presidencial y en mandato: primero lxs últimxs. Si la lógica neoliberal es la de producir el trazo entre vidas desechables y vidas con mérito para ser vividas, se la combate con la idea de que en la mesa tenemos que entrar todos. Termina una época de humillación y de oprobio. Estos cuatro años caminé por las calles con vergüenza. Cada vez que veía a alguien durmiendo a la intemperie me avergonzaba de ser parte de una sociedad que no puede resolver colectivamente la desdicha. Alberto nombró a lxs que deambulan buscando un banco donde dormir. En esa mención continúa la conversación y la foto con Brian. Llamar a deponer el odio es menos una concesión a la cordialidad cívica que el llamado a una parte de la ciudadanía que justifica la privación de otras y otros en argumentos de odio.

Luego vendría la calle y ese trayecto precioso entre el Congreso y la Plaza de Mayo. Un canto: “Cristina volvió…” retumbaba en los edificios, en cada cuerpo. Volvió, volvimos. Esa vuelta es lo que abre e interroga. Volvió la injuriada y la perseguida. Volvió la que nos presidió y armó la más precisa estrategia electoral. Volvió la amada y la iracunda. Aquella que cuando comienza a hablar, otra vez, en la Plaza que nos pertenece, genera el mayor de los silencios. Somos centenares de miles en silencio. Escuchando. Cristina construye el rito y la escena ritual. Hay un pueblo que inviste, que funda, que decide sobre sus líderes. Le dice al presidente: “Usted no se guíe por las tapas de los diarios sino por este pueblo”. Y nosotrxs sabemos que ese pacto es más de fondo que el que pueden establecer las representaciones sociales, es el pacto en el que se funda la vida en común. Estábamos ahí y estábamos en el corazón de la historia. Temblando. Y las lágrimas caían. 

Más temprano, llegamos a la Plaza mientras Sudor Marika reclamaba un amor planero. En las fuentes no solo se remojaban las patas, se bailaba cumbia y cuarteto. La fiesta plebeya es la de las remeras ajustadas y mojadas, el cuerpo que se expone en su lejanía con la belleza hegemónica, el tirarse agua como en carnaval. Verano tan verano, tan de goce, tan ansiado.

Las redes estallaban con la foto de Estanislao y el pañuelo de la diversidad. A la noche, Alberto cerraba con el mejor de los fallidos: “Volvimos para ser mujeres”.

En esa fiesta, las desobediencias feministas que hicieron calle mostraron que ya eran carne, que eran carne en la distancia contra todos los moldes, en la felicidad pública de los amores diversos, en la libertad respirada y compartida. Volvimos pero no volvimos iguales. El presidente dijo: “Ni una menos debe ser consigna de todxs”. Cuatro años no fueron solo pérdida: hubo aprendizajes y descubrimientos y es en esa apertura de la historia, aún en el desconcierto, que hoy nos podemos reconocer y volver a fundarnos. Volvimos mujeres, mejores. 

María Pia López

Socióloga, ensayista, docente e investigadora de la UBA. Fue directora del Museo del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional.