Patricia Chaina
La marca indeleble con la que un hacedor de medios construye la arquitectura de un estilo periodístico y se impone, como expresión de su época, se singulariza hoy en la figura de Mauro Viale: tanto por su trayectoria profesional, como por su impactante y abrupto final. Hay un antes y después de Mauro Viale en el periodismo televisivo en la Argentina. Y, tristemente, hay una percepción de la pandemia, en su fatídica segunda ola, antes y después de la muerte de Mauro Viale, por contraer coronavirus.
Viale, el periodista temerario que forjó sobre ese valor, un giro narrativo en la televisión desde los años 90 –en pleno auge de influencia de la pantalla electrónica–, le tenía temor al virus. Lo expresaba públicamente. En la última entrevista con su hijo Jonatan, contó que estaba “aterrado” por la pandemia. Él, que había logrado atravesar la instantaneidad de la presencia mediática, consolidar un estilo frontal que inició al ingresar, muy joven, a los planteles profesionales del periodismo deportivo; él, que del relato futbolero pasó a informar la actualidad, y rompió los cánones del momento al refugiar lo ético detrás del armado del “show televisivo”, contrajo coronavirus.
Viale amaba la puesta en escena. La “representación” de un caso era usual en sus programas. Poner el cuerpo era parte del show. Podía “llegar a las piñas”. Se comprometía con el lugar del enunciador, él era su mensaje. Así lo concebía.
El transcurso de la enfermedad y su muerte repentina se presentan despojados, son parte de un acto privado que se convierte en evento público: su último acting. El rictus de una tragedia que no distingue al hombre común del personaje construido a conciencia. Expresa lo devastador de la muerte. Y lo impredecible de la pandemia.
Mauro Viale era el seudónimo de Mauricio Goldfarb. Tenía 73 años. Se había criado en un conventillo del barrio porteño de La Paternal, donde nació en 1947. Murió el domingo 11 de abril de 2021. El jueves anterior había recibido la primera dosis de la vacuna contra el Covid–19, pero el viernes presentó síntomas, y el sábado fue internado. Se habría contagiado antes del momento de la vacunación, confirman fuentes médicas, vinculadas al caso. Quizá le hubiera gustado saber que incluso en su muerte, seguía provocando polémicas, su marca en el orillo. Su estilo, su forma de contar.
Al cementerio de La Tablada solo pudo asistir su hijo Jonatan. Su esposa Leonor y su hija Ivana estaban aisladas por ser sus contactos estrechos. Ambas son psicólogas. Viale lo recordaba en público, en los momentos de reflexión de su rutina periodística. “Mi señora me hizo pensar en esto”, solía decir. Al contrario del determinismo que lucía al aire, Viale expresaba una voz amable en lo cotidiano. Como armador periodístico, o sea: productor de programas, conocía el impacto de un grito y la dimensión de urgencia de una puteada. También las puertas que abren las palabras consideradas. Así formó en el vértigo del “aire” a generaciones de periodistas. Era de los conductores que “llaman personalmente” a un invitado. Era “el productor”. También fue el hombre que llamaba para ofrecer una mano, o una escucha, cuando veía que alguien necesitaba de esa humanidad, la que despojan el rating, la premura, la frialdad de la televisión.
Decidió cambiar su nombre cuando se presentó ante José María Muñoz para reportar a sus filas en el relato deportivo, en radio Rivadavia. “Por la cuestión antijudía”, decía. Sus padres habían escapado del nazismo en Polonia. Así ingresó a los medios y debutó como relator en 1977. Su llegada al team de Fútbol de Primera –hasta 1989 en ATC– le permitió afilar un estilo acético y sobrio. Siguió a la selección nacional en los mundiales del 78, 82 y 86. Y su célebre muletilla: “¿Quién mueve?”, se transformó en argot.
El programa dejó el canal estatal y Viale dejó el deporte. Se incorporó al noticiero de ATC. Adquirió celebridad y avanzó al programa propio: Anochecer con Mauro Viale (1993 y 1995) y La tarde con Mauro Viale (1994) fueron las previas de su gran marca de época: Mediodía con Mauro (ATC y luego América), donde reconvirtió el género periodístico. Los invitados discutían al aire, violentamente. El cocoliche asumía la pregnancia de la TV, se llamaba talk show. “Telebasura”, “sensacionalismo”, fueron los epítetos más suaves con los que la crítica lo definía. “Digan de mí lo que quieran, yo le digo a cualquiera lo que se me canta”, respondía Viale.
Fue en ese programa, donde ya era popularmente “Mauro”, que convirtió al profuso caso de narcotráfico que involucró a Guillermo Coppola, mánager entonces de Diego Maradona, en un sainete televisivo. “Las chicas” involucradas, Samantha Farjat, Natalia Denegri y Julieta Lavalle formaban parte del “elenco estable” del programa. Y accedían a representaciones que pasaban de castaño a oscuro, logrando 30 puntos de rating, algo impensado para ese formato en horas del mediodía.
En esos años, el talk show desplazó a los programas políticos, como la práctica neoliberal del menemismo a la política de justicia social del peronismo. Viale encontró en ese abismo un espacio para provocar desde las paradojas de la realidad. Como buen amante de la literatura, los casos policiales eran su debilidad. Los imponía en contexto. No rehuía la definición política. La exponía en el entorno de la discusión. Su autoridad mediática le daba impunidad, era un atributo de su popularidad. Y lo jugó al límite.
Cuando “se agarró a piñas” al aire con Alberto Samid en el verano de 2002, tras la discusión por evasión impositiva, el empresario de la carne lo increpó para que dijera su apellido real. El atentando a la AMIA y las políticas antijudías determinaron la escena. Lo que quedó fueron los golpes. Su definición de la televisión. La representación que difumina lo real en excesos mediáticos. El show.
En la primavera de ese año hizo su pase a Canal 9. Y utilizó la representación para simular un llamado telefónico que, por la inflexión de su voz, anticipaba un fatal desenlace para el caso del momento: el secuestro del padre del actor Pablo Echarri. Comenzaba el ocaso del talk show. Pero su firma ya estaba historizada en entrevistas emblemáticas como la que realizó con su “amigo personal” Carlos Menem sobre “los indultos”, o la que años más tarde protagonizó en radio con Patricia Bullrich, al indagar en la visión política tras “la doctrina Chocobar”.
El hombre detrás del personaje se posicionaba desde sus inicios. Viale quiso ser escritor. Dicen que había escrito algunos cuentos, y eran buenos. Participó de los talleres literarios de Abelardo Castillo. Hizo su paso por la gráfica en la redacción del diario La Opinión. Pero en su biografía se impone la facultad de dirigir el vivo de un estudio, conduciendo programas de actualidad, donde lo real puede parecer una ficción, y la representación de un caso, forzar al posicionamiento del espectador. Esto le valió enemistades, pero también el reconocimiento de sus pares y de sus entrevistados.
Las condolencias recibidas por su familia muestran un arco afectivo que supera la grieta política. Van desde Cristina Fernández de Kirchner a Mirtha Legrand. «Fue un hombre que ejerció el periodismo con su propia impronta. Pierdo a alguien por quien sentí un profundo afecto y a quien siempre le reconocí el don de respetar la pluralidad”, manifestó el presidente Alberto Fernández, al conocer la noticia de su muerte.
La televisión le agradece su osadía. El periodismo de actualidad, su capacidad para hacer de la palabra, un valor. Condimentado, sí, pero a favor de una verdad. Los amantes del género lo vamos a extrañar.
Patricia Chaina
Periodista. Licenciada en Ciencias de la Comunicación y docente en la Universidad de Buenos Aires.
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