Una manifestante, con una pantalla facial y una mascarilla para protegerse del coronavirus, durante una protesta por el Primero de Mayo en Estambul, Turquía, el 1 de mayo de 2020. (AP Foto/Emrah Gurel)

Repensar las fronteras de lo posible

Nuestros días más hermosos aún no los hemos vivido. 

Y lo mejor de todo aquello que tengo que decirte todavía no lo he dicho.

Nazim Hikmet

El 20 de marzo se desdibujaron los contornos de la vida cotidiana. La sensación inmediata estuvo asociada a la rigidez de los límites que implican el cumplimiento del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO). Pocos días después, sin embargo, todo comenzó a ser más endeble. Aquello que solíamos hacer de forma parcelada pasó a integrar un único y gran momento, la cuarentena, en el cual las tareas y actividades se repiten en loop dando forma a una continuidad que, insolente y repentina, explicitó todas y cada una de las contradicciones que atraviesan las condiciones en las que producimos. Así, de la noche a la mañana, comenzamos a transitar un otoño a destiempo: por un lado, el letargo del quedare en casa; por otro, el ritmo y el ruido constante de la rueda que pretende seguir girando como si no estuviéramos en medio de una pandemia mundial. 

Las cosas que siempre estuvieron ahí

Hace unos días estaba haciendo una clase de danza a través de una plataforma virtual con las que intentamos recuperar al menos algo del contacto con el afuera. Al finalizar, la profesora que estaba guiando la clase nos preguntó qué habíamos sentido, si nos habíamos animado a bailar. Una de las chicas dijo “bailé por toda la casa… y vi la mugre que hay debajo del sillón” (risas).  

Sí, definitivamente la cuarentena nos muestra aquello que no veíamos tanto o que hacíamos de cuenta que no estaba, un catálogo de cosas que siempre estuvieron ahí pero que ahora incomodan más: los platos que se acumulan si nadie los lava; el niño o la niña que se aburre y necesita ayuda con la tarea; la precariedad y la informalidad laboral que afecta incluso a aquellos que desempeñan tareas definidas como esenciales; las exigencias, el disciplinamiento y la exclusión que impone el cambio tecnológico. 

Las tendencias enumeradas son puntos neurálgicos del complejo entramado que hace a nuestra vida social y laboral. Lo singular del contexto actual reside en que la crisis impacta en un mismo momento en las condiciones de trabajo y de vida del conjunto de la clase trabajadora a nivel mundial. En nuestro país, desde el inicio del ASPO han tenido lugar despidos, suspensiones y reducciones de salarios1 en el sector formal cuyos efectos se han intentado menguar a través del Programa de Asistencia al Trabajo y la Producción. 

Los trabajadores y las trabajadoras informales, que según datos del INDEC representan el 34,5% de la Población Económicamente Activa (PEA), no han quedado al margen de las políticas laborales pese a que el monto de las asignaciones e ingresos decretados no son suficientes para cubrir las necesidades básicas.

Asimismo, un elemento que reviste importancia es que la implementación de políticas tales como el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) permitió poner en relieve una cuestión controvertida y que ha sido campo de intensos debates en el ámbito académico y político: el creciente número de trabajadores y trabajadoras que llevan a cabo sus labores en la informalidad laboral y la heterogeneidad de su composición, que puede abarcar un vendedor ambulante, una trabajadora de Rappi o un diseñador gráfico. Todos ellos/as afectados por la pandemia, pero de diferentes modos y con posibilidades diversas.

Originalmente, el IFE estuvo planificado para 3,6 millones de hogares. Sin embargo, a las pocas horas de que se habilitara la solicitud, se inscribieron 10 millones de personas y, finalmente, lo recibieron 7,8 millones2. Los números dan cuenta que la informalidad, la precarización y la exclusión no son elementos nuevos sino problemas estructurales del mercado de trabajo. No obstante, la crisis los vuelve aún más evidentes porque se ven obstaculizadas o, en el peor de los casos, coartadas aquellas estrategias cotidianas que llevan a cabo los trabajadores y las trabajadoras del sector informal para generar ingresos. 

Así, en lo que al trabajo respecta, la sensación es la de estar mirando una película a toda velocidad con la singularidad de que ya conocíamos el final. Porque la pandemia aceleró e intensificó procesos que estaban en curso y, con ellos, sus consecuencias. El interrogante que se abre es cómo seguir ahora, cuando ya todos conocemos hacia dónde tiende el desenlace.

No insistamos con la normalidad

Una amiga escribió una poesía. El único verso que retuve fue el primero: “Si me la contaban, no la creía”. Yo tampoco. Caí en la cuenta de la magnitud del problema cuando vi uno de los tantos gráficos que comparan con curvas de colores el número de enfermos y de muertos entre países. Gráficos de Excel con el mismo formato de aquellos que utilizamos en las investigaciones cuando comparamos, por ejemplo, el crecimiento de la economía y observamos las variaciones del PBI. Fue en este marco de total (a)normalidad que recordé la escritura pendiente de un paper en coautoría con una colega de Brasil. Le escribí pero finalmente me habló sobre el miedo y la incertidumbre que produce a diario la exacerbación del autoritarismo y más aún en un contexto de pandemia… cuando la moralidad económica liberal mata. 

Recientemente, la reconocida investigadora italiana Donatella della Porta esbozaba en una conferencia algunas reflexiones acerca de las posibilidades de organización y acción de los movimientos sociales en la actualidad3. Desde su casa y en un inglés con sotaque italiano nos compartía una conclusión: neoliberalism is dead. Los y las disertantes que hablaron después -académicos/as de India, Francia, Brasil y Estados Unidos- también expresaron la misma conclusión y recurrieron a diversos ejemplos entre los cuales se destacó la crisis de los sistemas de salud que, tras sucesivos ciclos de reformas liberales y privatizaciones, han quedado devastados.    

No es sencillo construir sobre las ruinas. Sin embargo, en medio del caos, también se abren espacios para fortalecer históricas demandas que, para muchos/as, hasta el momento representaban utopías: estatización de empresas públicas, redistribución del ingreso, renta universal, formalización del mercado laboral, rechazo a las políticas de austeridad y sus efectos.

Lo paradójico es que estas demandas circulan en un momento en que el que se ven imposibilitados el encuentro y las formas de organización y acción de los sujetos colectivos que históricamente colocaron estas cuestiones en agenda. 

En este panorama, se abren distintos caminos: resignarnos a volver a una normalidad precarizadora y excluyente o bien, delinear nuevos horizontes y formas de construcción social y política capaces de cuestionar y, por qué no, de transformar las formas de explotación y dominación establecidas.

Notas

 Observatorio de Despidos durante la pandemia: http://www.laizquierdadiario.com/Observatorio-Despidos-durante-la-Pandemia.

2 Dirección Nacional de Economía y Géneros: https://www.argentina.gob.ar/noticias/ingreso-familiar-de-emergencia-analisis-y-desafios-para-la-transferencia-de-ingresos.

3 Conferencia “Changing Solidarities and Collective Action in Times of Pandemic”, organizada por el RC 47 Social Classes and Social Movements de ISA (International Sociological Association). Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=1qBieYRFCIc.

Lucila D’Urso

Doctora en Ciencias Sociales y licenciada en Relaciones del Trabajo (UBA). Docente en las Facultades de Ciencias Sociales de UBA y UNICEN. 

Nota de la autora: Quiero agradecer a Diana Milstein por compartirme la cita de Nazim Hikmet a través de un intercambio poético vía mail durante la cuarentena, a Silvina Fernández, por habernos puesto en contacto, y a Julieta Schatzky, por el estímulo a seguir una cadena virtual que abrió mil ideas.