Tras la derrota del oficialismo en las PASO, varios periodistas que hasta ese momento habían simpatizado o apoyado explícitamente al gobierno se volvieron momentáneamente voces críticas. Mientras el resultado modificó de un revés la coyuntura política, este reacomodamiento de algunos periodistas no pasó inadvertido y fue objeto de críticas e ironías. Para entender este cambio, cabe preguntarse: ¿cuál es el costo de quedar asociados a un poder político en retirada?
El apoyo de un periodista a una fuerza política no se traduce necesariamente en una señal de descrédito. Aunque la prensa partidaria no constituyó una tendencia dominante en nuestro país, distintas experiencias vinculadas a corrientes ideológicas o a organizaciones políticas gozaron de buena reputación. Así, por ejemplo, Rodolfo Walsh, en quien convergen la figura del periodista-literato y la del militante, se convirtió en un ícono de la profesión.
La relación del periodismo con la política no es estática y los modelos dominantes del oficio se redefinen históricamente en un juego de fuerzas en el que participan los propios periodistas y en el que también influyen las reconfiguraciones del campo político. La definición de aquello que es un “buen periodista” constituye siempre un campo de disputas. Frente al modelo del compromiso se erigió también, a veces presentado como antagónico, el de un periodismo “independiente”, que se concibe distanciado de la política.
La encrucijada en la que se encontraron ciertos periodistas es la de pretender sostener su credibilidad desde el ideario del periodismo “independiente” y a la vez haber mostrado su apoyo al oficialismo.
Habían podido sortear esta contradicción confiados en que esa coalición política contaba con el apoyo mayoritario de la ciudadanía. Los resultados de las elecciones desmintieron esta suposición y se hizo evidente que el posible costo de tal posicionamiento era la pérdida de la principal fuente de su poder: su público.
La centralidad del público para estas figuras se vincula con su posición en el campo mediático. Se trata de periodistas reconocidos a título personal más que por el medio en el que trabajan y que ejercen múltiples posiciones: conducen programas televisivos o radiales, son columnistas de prensa y, en la mayoría de los casos, publican libros y cuentan con vastos seguidores en las redes. A su vez, son aquellos autorizados a emitir opiniones en nombre propio.
Estas “estrellas” de la profesión tuvieron su momento de esplendor durante los noventa. Con programas políticos emitidos en los prime-time y con alto rating, alcanzaron una visibilidad inusitada e incrementaron su poder de constituir opinión y de configurar los escenarios mediático-políticos. La particularidad de estas figuras es que pueden devenir tanto modelos, que los nuevos aspirantes intentan imitar, como íconos de los que intentan diferenciarse quienes compiten por ocupar su posición.
En tiempos en que el periodismo político tenía su centro de gravitación en la prensa gráfica, Bernardo Neustadt fue un pionero del ámbito televisivo. Tras haberse iniciado en la prensa, en los sesenta inició su programa Tiempo Nuevo. Todavía único en su género, con la vuelta de la democracia en los ochenta, el programa se convirtió en una de las arenas privilegiadas en las que el revitalizado debate político se traducía al formato televisivo.
Para entonces, Neustadt se había convertido, como lo definió uno de sus colegas, en un “multimedios ambulante”. Dirigía una revista política y otra de economía. Era columnista del diario Ámbito Financiero y conducía un emisión matutina en radio y un ciclo en la señal de Cablevisión. Con ello, inauguró, como señala Carlos Ulanovsky, el modelo del periodista-empresario, que produce sus propios espacios y que depende financieramente de sus anunciantes.
Tras la derrota del alfonsinismo en las elecciones legislativas de 1987, Neustadt reformuló sus estrategias de interpelación a su audiencia. Si hasta entonces, decía, les había hablado a los dirigentes, ahora le hablaba “al colectivero, al taxista, a Doña Rosa”. Así, buscaba captar al gran público, al que identificaba con una clase media desilusionada con la política y que sufría los embates de la inflación. Promotor de las recetas neoliberales, se ubicaba como un traductor que podía explicar en un lenguaje llano lo que políticos y economistas expresaban de modo complejo. “Soy un simplificador”, decía.
Su acercamiento a Carlos Menem también estuvo mediado por los resultados electorales. Su relación se selló el martes siguiente a las elecciones presidenciales de 1989, cuando el mandatario acudió a su programa. Desde entonces, Menem se convirtió en un asiduo invitado de Tiempo Nuevo y Neustadt no dejó de dar muestras de apoyo. En 1990, fue uno de los principales promotores de la llamada “Plaza del Sí”: una movilización a favor de las políticas de reforma y privatizaciones. En 1993, confiado en la popularidad del presidente, tras sufrir un problema de salud, le cedió a Menem la conducción de su programa.
Como sostiene Gabriel Vommaro, aunque en un comienzo su carácter de periodista oficialista no repercutió en su audiencia, ésta comenzó a erosionarse a medida que el ideario de la independencia se tornó dominante en el campo profesional. Primero sufrió el alejamiento de su compañero, Mariano Grondona, quien emprendió un programa propio, Hora Clave. Además, tras la emisión conducida por Menem, el columnista del programa, Joaquín Morales Solá, se retiró aduciendo que “no podía aceptarse tan fácilmente un cambio de roles en la sociedad”.
En el marco de una creciente competencia profesional, Neustadt se convirtió en una contrafigura para sus pares, quienes lo definían más como un empresario o un apologista del poder que como un periodista.
Tras las críticas, Neustadt hizo intentos por desmarcarse del oficialismo. Con ello, buscaba retener a ese público al que al cierre de cada emisión le pedía: “No me dejen solo”. No obstante, sus nuevas apuestas no resultaron creíbles y Tiempo Nuevo llegó a su fin en 1997 debido a su bajo rating.
Desde los noventa hasta nuestros días, los programas políticos se multiplicaron y el género se diversificó con la incorporación de formatos del espectáculo. Frente a la creciente segmentación de los públicos, buena parte de estas producciones se desarrollaron en las señales de cable. Asimismo, las repercusiones en las redes sociales se volvieron un indicador de la performance de los programas y de sus conductores.
Lo ocurrido en los días siguientes a los comicios mostró la vitalidad de estos espacios político-televisivos y su incidencia en los debates públicos. Lejos de volverse anacrónica, la figura del periodista notorio se profundizó con el desarrollo de formas de comunicación más personalizadas. Aunque estas “estrellas” ya no pretenden alcanzar los índices de audiencia de los años noventa, siguen dependiendo de la constitución de un público que no sólo ve sus programas, sino que también los escucha en la radio, los sigue en las redes, lee sus columnas y, en varios casos, sus libros.
Para muchos de los profesionales que se formaron o consagraron en aquellos años, Neustadt representa un fantasma que les recuerda los riesgos de quedar asociado al gobierno de turno. No sorprende que aquellos que con mayor rapidez revisaron sus posiciones sean quienes habían mostrado con mayor afán su apoyo o, incluso, su admiración por el presidente.
Así, el lunes posterior a las PASO, algunos periodistas sostuvieron la necesidad de una autocrítica, e incluso se disculparon por haberse ubicado en un lugar “cómodo” y no haber “investigado lo suficiente”.
Acostumbrados a tomar como indicadores del humor social formas mediatizadas como las encuestas o las percepciones de sus fuentes, la expresión ciudadana de las urnas que contrarió esas lecturas llegó a sus platós como una bocanada de aire frío. La práctica de un “periodismo de trincheras”, en el que como señala Martín Becerra las fuentes se circunscriben a alguno de los campos en disputa, redujo su posibilidad de percibir los cambios sociales. Frente al peligro de perder la credibilidad de ese amplio sector del público que no mantiene lazos estables con una fuerza partidaria, estos periodistas intentaron reposicionarse recurriendo a la retórica de un “periodismo independiente”. Al costo de verse cuestionados, estos notorios de la profesión saben que el mayor riesgo para su posición es que su público los deje solos.
Micaela Baldoni
Socióloga (UBA). Doctoranda en Ciencias Sociales (UNGS-IDES) y en Sociología (EHESS). Investigadora del Instituto de Investigaciones Gino Germani y docente de la Carrera de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales, UBA.
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