En el cielo como en la tierra

Diego y la pelota, Diego y los ingleses que se caen, Diego y los compañeros, Diego y el pueblo, Diego y el cansancio, Diego y la sonrisa por haberlo dejado todo. Siempre Diego.

Es muy particular y agranda esa carrera de un puñado de segundos que llevó construir el mejor gol de todos los tiempos el hecho doloroso, contundente e inapelable. La ausencia física del jugador de fútbol más grande del planeta.

No hay amanecer que no despertemos con una foto o con un video de Maradona. Sonriendo apretado con un montón de desconocidos. Regalando una camiseta. Metiendo opinión a fondo sobre distintos temas como pases entre líneas certeros. No hay mañana que las mil vidas de Diego se cuelen por las ventanas. Se agranda entonces el amor y se agiganta la pena. Por ese que pensábamos que no se iba a morir nunca pero que sin embargo parece haber ingresado a una nueva vida. Y en esa nueva vida, todos, todas nos seguimos encontrando, en esa forma única e irrepetible de fabricar frases, de pararse frente a los poderosos y decir lo que a todas y todos se nos pasó alguna vez por la mente. 

Decir, jugar, hacer y gambetear ingleses…

Argentina contra Inglaterra es un enfrentamiento futbolístico que adquirió carácter de clásico conforme fue avanzando la historia del fútbol profesional. Se enfrentaron estilos, despertó admiración en aquellos que habían inventado el deporte de la pelota, los ingleses. Había respeto del lado argentino por eso de haber sido los primeros. Se escribió entonces la historia de esos enfrentamientos. La actuación sublime del arquero Miguel Rugilo, quien recibiera para siempre y sellado en sus manos que lo abarcaron todo, el apodo de León de Wembley por su enorme actuación contra la selección inglesa una recordada tarde de mayo de 1951.

Inmediatamente la moviola memoriosa futbolera se detuvo en el Mundial de 1966 y otra vez la Argentina jugando de visitante frente a Inglaterra, que organizaba el torneo máximo del fútbol ese año. El partido se perdió bajo un arbitraje polémico y se recuerda la expulsión de Antonio Rattin, que cobró carácter de leyenda por hechos que no sucedieron tal cual se fueron contando posteriormente. La famosa sentada del volante central argentino en la alfombra roja de la Reina, entre otros detalles que no ocurrieron. 

Llegó el Mundial de México 1986 y con un equipo que ganaba confianza en su propuesta futbolística y con un Diego Maradona exultante que enfrentaba a Inglaterra en cuartos de final. Una derrota era volver a casa. El partido cobró ribetes sociales y políticos. Muy frescos en los recuerdos de los jugadores, la guerra de Malvinas perdida frente al Reino Unido. Muchos de los soldados que perdieron absurdamente la vida en esa farsa con pretensiones de gloria que apenas había tenido lugar cuatro años antes, tenían la edad o pertenecían generacionalmente a la camada de esos jugadores argentinos. Inevitable lo que se sentía al calzarse la celeste y blanca en los vestuarios antes de que se levantara el telón. Y hay que usar términos teatrales para comprender y ponerse en escena de la maravilla que iba a ocurrir en ese escenario. El Estadio Azteca de la Ciudad de México iba a ser la casa de la mejor jugada, del mejor gol jamás convertido en un torneo mundial. 

Las y los que estaban en las tribunas no sabían…

Y en dónde estaba cada uno, cada una en esa tarde mágica del 22 de junio de 1986. Es una pregunta reiterada. Entró esa tarde en la lista de preguntas de grandes momentos históricos argentinos. La muerte de Perón, cuando Estela de Carlotto supo que había encontrado a su nieto Ignacio, cuando Cristina anunció la fórmula presidencial para las elecciones 2019 y, claro por supuesto, qué estabas haciendo y en dónde cuando Diego dejó el tendal de ingleses y estampó el 2 a 0 después, tan solo unos minutos después, del atrevido gol con la mano que los desequilibró y los dejó a todos protestando en la mitad de la cancha. 

Quizás ese gol con la mano fue la correcta manera de desestabilizar al rival para comenzar a ganar ese partido que había que ganar por todo. Por la guerra, por tantos hermanos muertos, contra el colonialismo, contra nosotros mismos y por la gloria deportiva también.

Es el fútbol este juego maravilloso que resignifica y llena de metáforas y simbolismos cada pase bien hecho, cada cabeza levantada, cada pelota que al decir de los relatores besa la red. Es un juego nada más. Pero genera todo eso.   

No era Malvinas, era el Azteca. No era la guerra, era un partido de fútbol, pero….

Y ahí estaba ese jugador, mitad humano, mitad duende, arlequín, acróbata. Con apenas 1,65 m de estatura. Le alcanzaron 10.6 segundos para recorrer 52 metros apilando ingleses que hicieron todo lo posible por sacarle la pelota o derribarlo. 

Fue una magistral demostración individual apoyada en una construcción colectiva. Amagó a pasar la pelota y no lo hizo. Anunció algo que iba a hacer pero no era eso. Le alcanzaron esos segundos de magia para notar quiénes iban corriendo a la par suya ofreciéndose como pase o descarga. Avanzó con las ganas de millones. Avanzó con su forma de gambetear aprendida en los potreros de Fiorito. Tiró toda la historia de nuestro juego sobre la espalda de los inventores del juego. Con esas armas. Un diez brillante en una camiseta que curiosamente era resplandeciente. Y nos dejó ciegos y locos de amor para siempre.

Recuerdo estar rodeada de amigos esa tarde de junio de 1986. Había cumplido 21 años cuatro días atrás. Nos incorporamos de nuestras sillas cuando Diego avanzaba con la pelota como si un rayo de luz lo protegiera de las patadas inglesas que le caían como sablazos para bajarlo. Empezamos a trotar cerca de la tele en un intento de acompañar esa carrera que parecía una de esas competencias atléticas con vallas. Gritamos el gol en la puerta de la casa de mis viejos prácticamente. Quedamos en medio de una montaña humana. Tardamos unos minutos en recuperar las posiciones frente a la tele. Ahí no sabíamos muy bien lo que había pasado. La suerte inmensa de ser contemporáneos a la hechura de una obra de arte. Simplemente gritamos, nos abrazamos, teníamos una sensación de inmensa justicia. 

Diego lo había hecho de nuevo, nuestro Dios con pantaloncitos cortos y medias bajas…

Ese día se selló un pacto de amor entre el Diez y su pueblo. Y otros pueblos también. 35 años después el gol del siglo cobra más belleza, se lo ve desde distintos ángulos, suena en la voz de Víctor Hugo como esos vinilos de la música que guardamos y que de tanto en tanto queremos volver a escuchar porque nos recupera. En alegría, en dignidad, en justicia. 

Cada día que pasa es mejor gol, como Gardel que canta bárbaro. Se pone más lindo de compartir con amigos, amigas, hijos e hijas. Como el buen vino que el tiempo no lo destruye. Lo guarda para saborear un tiempo en el que el fútbol nos hizo felices.

Primer aniversario sin Diego en este mundo. Pero Diego son miles. Los que viven y aman el fútbol como él lo amaba. Y los que se plantan. En la cancha como en la vida para seguir peleando por un mundo mucho mejor que este. Por los que sueñan, por los que quieren vivir porque saben que solo cuesta vida. 

Mónica Santino: Exjugadora de fútbol femenino y directora técnica de fútbol femenino del Club La Nuestra del Barrio Padre Carlos Mugica. La Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires la nombró «personalidad destacada del deporte en la Ciudad de Buenos Aires por su trayectoria en el mundo del fútbol femenino», siendo la primera mujer del mundo del fútbol que recibe esa distinción.