La renovación de la renovación

Durante el cierre de campaña del PJ en 1983, Herminio Iglesias, candidato a gobernador de la Provincia, prendía fuego un ataúd con las siglas de la UCR. La sociedad ya no toleraba esos modos. La derrota del peronismo había sido preanunciada.

Pero a la hora de contar los votos, en el municipio de Lomas de Zamora hubo una sorpresa.

—Duhalde, 102.041; Devoy, 101.286.

El Cabezón volvía a ser intendente de Lomas y se coronaba como el principal dirigente anti-herminista de la Provincia. Acabar con el viejo peronismo no era fácil, había que renovar, y Antonio Cafiero venía armando el Frente Renovador.

Otro que se acercó fue el cordobés José Manuel De la Sota. Enfrentando en su provincia con el ortodoxo Raúl Bercovich Rodríguez, el Gallego quería mostrar otro perfil —de saco y corbata—, bien alejado del pacto militar-sindical que denunciaba Alfonsín. En las elecciones de 1985, De la Sota entró como diputado nacional, convocando como asesor a un joven abogado porteño: Alberto Ángel Fernández.

En 1986, se dio a conocer el libro La renovación fundacional, con la intención de promocionar al espacio renovador.

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“El tremendo desgaste de los ortodoxos, obligó a los renovadores a recomponer en mejor forma sus filas”, advertía Alberto.

Para las internas del PJ de 1988, la dirigencia le pide a Duhalde que acompañe a Cafiero. Pero las encuestas le indicaron que la “gente” estaba con el gobernador de La Rioja, Carlos Saúl Menem, que no tenía una estructura bonaerense.

—Carlos, quiero que sepa que cuenta con todo mi apoyo en su carrera a la presidencia.

—¿Sabe una cosa, Eduardo? Yo sabía que usted iba a venir, yo siempre sé lo que va a ocurrir, y por eso lo estaba esperando.

El Movimiento sale a la búsqueda

Un día de 1998 Duhalde lo citó a Alberto a sus oficinas de Corrientes y Junín. Alberto ya había renunciado a la Superintendencia de Seguros y estaba trabajando en el Grupo Banco Provincia (Bapro). Duhalde lo invitó a colaborar en su carrera a la presidencia.

—Estamos perdiendo mucha gente que originalmente nos votaba. Se están yendo detrás de “Chacho” Álvarez y su Alianza con la UCR. Necesitamos recuperar el voto progre. 

Contradiciendo la conocida expresión de Menem, “Estamos mal pero vamos bien”, el Cabezón solía decir: “Estamos bien pero vamos mal”. Se hacía evidente el agotamiento de la Convertibilidad.

El gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner, tenía una idea similar. Un amigo en común, Eduardo Valdés, organizó una cena entre Néstor y Alberto en un restaurante de la Recoleta para que se conocieran.

Con varios cafés para Alberto y otras tantas tazas de té para Néstor, bien pasada la medianoche, dieron por concluida la cena acordando que había que ayudar a Duhalde, que podía ser una alternativa de cambio dentro del PJ.

—Che, en ese grupo que estás armando…¿Por qué no la sumás a Cristina? —le dijo el sureño Lupín. 

Duhalde no quería incorporar a la diputada nacional por Santa Cruz, pensaba que Cristina era muy liera. Pero eso era lo que le gustaba a Alberto de Cristina, que era muy liera con el menemismo.

—Para mí sería buenísmo.

—Bueno. Sumala —le dijo Kirchner.

Y Cristina propuso:

—Che, nosotros tenemos un lugar muy lindo, en El Calafate… Podemos ocuparnos del traslado.

Un punto de encuentro

Para llegar a El Calafate no había vuelos directos. Primero, era condición volar hasta Río Gallegos y después tomar unos aviones muy pequeños que convirtieron aquel viaje en una travesía difícil de olvidar.

Duhalde cerró el encuentro anunciando: “Ha concluido el shock liberal en la Argentina”. Pero el Cabezón no transmitía suficientes signos de renovación.

Después del encuentro en El Calafate, hubo un nuevo encuentro en Tanti, Córdoba. Cuando el gobernador de Buenos Aires empezó a hablar, Lupín se levantó y se fue. Alberto lo vio y fue a buscarlo.

—¿Qué estás haciendo?

—No quiero escuchar más esto, es una vergüenza. Vamos a caminar… 

—Alberto, mirá todo el esfuerzo que hicimos para creer otra vez en el peronismo. Mirá con quienes terminamos: con “Chiche” Araóz como jefe de campaña, con Ruckauf para la Provincia y con “Palito” Ortega para vicepresidente… Si no nos animamos vamos a seguir siendo el ala progresista de los conservadores. Llegó la hora de ponernos a trabajar por nosotros.

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Todavía falta más

En las elecciones presidenciales de 1999, la fórmula de la Alianza De la Rúa-“Chacho” Álavrez le ganó por más de 10 a la propuesta del PJ Duhalde-Ortega. 

A medida que la Alianza defraudaba cada vez más las expectativas sociales, Alberto se convencía de que su proyecto con Kirchner era posible. El Grupo Calafate siguió trabajando, pero con un núcleo más reducido: Carlos Tomada, Esteban Righi, Jorge Argüello y Julio Bárbaro. Algunas veces, se sumaba Cristina. 

Julio Bárbaro sintetizaba irónicamente ante la posibilidad de dejar el PJ y pactar con la Alianza: “Dejar al peronismo para irse con De la Rúa es como divorciarse de la mujer para casarse con la suegra”.

Para las elecciones de 2000 en la Capital, muchos simpatizantes kirchneristas quedaron cubiertos bajo el paraguas que brindó el “Encuentro por la Ciudad”.

—Vos no podés ir en esa lista.

—Néstor, si no logramos presencia legislativa, el peronismo desaparece del mapa —le advirtió Alberto.

La “rosca” como la dinámica política para abrir nuevos espacios. Coerción más seducción. Alberto es un incansable buscador, no es un oportunista.

Por ese entonces, el ex-pejotista Cavallo tenía un 70% de imagen positiva. El “mago” que le había puesto un freno a décadas de inflación. Y, junto con Gustavo Béliz asomaron como los competidores de Aníbal Ibarra, candidato de la Alianza.

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Cuando Mingo entró como funcionario de De la Rúa, Alberto dejó “Encuentro por la Ciudad” para formar el bloque “11 de marzo” en la Legislatura. 

La crisis de diciembre de 2001 precipitó el plan para impulsar la candidatura de Kirchner para 2003. Néstor y Alberto plantearon el siguiente panorama:

—Si acordamos con Rodríguez Saá, muchos votos nuestros se van porque es un candidato del viejo peronismo y vos Néstor asomas como algo más moderno.

—Queda “Lilita” Carrió.

—Si la fórmula es Kirchner-Carrió, nosotros retenemos nuestros votos pero a Carrió no le cambia mucho. Pero si es Carrió-Kirchner, nosotros perdemos todos nuestros votos.

—Entonces no tenemos salida…

—¡Sí, tenemos una salida! Necesitamos el aparato de Duhalde. Después de todo, vos fuiste el único gobernador que lo apoyaste en su candidatura, ahora nos tiene que dar una mano. 

El miércoles 1º de enero de 2003, al atardecer, Kirchner lo llamó a Alberto. Se lo escuchaba ansioso. Se reía mientras hablaba.

—Alberto, ¿a qué no sabés quién me llamó?

—No sé, le respondió confundido.

—Me llamó Duhalde. Me dijo que está en Chapadmalal con Felipe Solá y que largamos. Que ya está todo listo para empezar. Que en la semana nos vemos en Olivos y largamos.

Mi papá, el juez

Para ser un gran jurista hay que creer en el Derecho. El juicio a las Juntas Militares fue un ejemplo a nivel mundial. Sentar en el banquillo a los acusados de la dictadura rozó lo inverosímil. 

“En el derecho penal no existe la responsabilidad objetiva. Esto quiere decir que cada uno es responsable de sus propios actos. Los jueces y los fiscales tienen que hacer valer eso”, apuntaba el joven Alberto en Juicio a la impunidad, libro escrito en coautoría con los periodistas Mona Moncalvillo y Manuel Martín. 

Fue un momento de enorme felicidad para Alberto cuando su amigo y maestro, Esteban Righi, leyó un artículo suyo y lo convocó a dar clases en la UBA tras la vuelta de la democracia. El Bebe era un reconocido jurista y famoso por haber sido el ministro del Interior durante los míticos 49 días del gobierno de Cámpora.

El Bebe y Alberto teorizaron acerca de un Derecho penal que oficie como el límite al poder y como una garantía a los ciudadanos. Pensaron al delito como falta de oportunidades de quien comete el ilícito. La acumulación de detenidos sólo desnuda el fracaso del Estado de derecho.   

Con Néstor presidente, el Bebe ingresó como Procurador General de la Nación. Cargo que ocupó hasta 2012, dejando el gobierno en malos términos, denunciando al vicepresidente Amado Boudou . 

Un meses antes de su muerte, Alberto acordó una reunión entre Righi y Cristina, para que se puedan reencontrar y dejar atrás los malentendidos.

    —Vos tenés que venir, Alberto.

    —No hace falta, Esteban, ustedes pueden reencontrarse sin que yo esté presente.

El juego de las diferencias

Casi que se había llegado a un acuerdo para las elecciones de 2005. Duhalde lo llamó a Alberto para contarle que tenía un serio problema: “Chiche” Duhalde quería ser candidata. Alberto no encontraba el modo de hacerle entender, la candidata era Cristina. Entonces el Cabezón redobló la apuesta.

—Dice Duhalde que si no tiene más diputados nacionales en las listas, no hay acuerdo.

—Bueno, no hay acuerdo. Decile que de boludo no me tome.

—Ya los mandé a la mierda.

—Hiciste bien, ponente a armar las listas vos…

Alberto sintió que en ese momento nació el principio de lo que hicieron después, en las elecciones de 2007. Cambiar viejas figuras del peronismo por otras más jóvenes. Apostar a una Concertación Plural con referentes de otros espacios. La renovación de la renovación. 

Cuando Cristina le dijo “El Padrino” a Duhalde, al ministro de Economía, Roberto Lavagna, le pareció una indignidad. Para Lavagna, el Cabezón era un tipo que había hecho un gran esfuerzo, que había entregado un gobierno ordenado.

“Quiero cambiar la política”, le dijo Néstor a Lavagna y puso a disposición su renuncia. 

Tocar fondo y volver a arrancar

“No dormí bien aquella noche. Un malestar persistente perturbó mi sueño. Se estaba cerrando un capítulo de mi vida sin tener certezas aún de lo que se avecinaba. Néstor y Cristina tenían una mirada y una interpretación distintas y los enojaba mi vocación de revisar lo hecho y de hacer autocrítica”, reflexiona Alberto en su libro Políticamente incorrecto. Razones y pasiones de Néstor Kirchner. La razón para mandar todo al demonio y la pasión para dar vuelta el escenario, con vocación de poder.

 Acerca de la reunión en la que Néstor y Cristina hablaron de su renuncia a la Jefatura de Gabinete, Alberto prefiere callar. Alberto cree que el fracaso de la 125 se debió, entre otras cosas, a la culpa de ellos tres: los fundadores del kirchnerismo. ¿Acaso mucha intransigencia y poca moderación?

Cristina se comunicó con Alberto para transmitirle su dolor y su sorpresa por enterarse de su renuncia por los medios.

—¿Por qué hiciste eso?

—Porque no hay posibilidad de hablarlo, es una discusión de nunca acabar.

Alberto volvió a conversar un par de veces con Néstor, no así con Cristina. Se volvieron a reunir en Olivos, pero el trato entre ellos ya no era el mismo. 

En el Salón Blanco, Sergio Massa prestó juramento. Saludó a la presidenta y le dijo a Alberto al oído: 

—Ayudame.

—Contá conmigo, Sergio.

Cristina se acercó hasta Alberto y lo saludó con un beso, pero sin palabras. Alberto llevaba en su saco una carta a Cristina, que nunca se la pudo entregar: “Sólo con al ánimo de ayudarte, me he permitido acercarte esta nota llena de reflexiones y adjuntarte mi renuncia. No hace falta que te diga que podés contar conmigo para todo lo que necesites. Con mi incondicional afecto de siempre, sinceramente… Alberto”.

Tiempo después Alberto le alcanzó la carta a Olivos. Kirchner la leyó de mala gana y la rompió con envidiable cuidado. Había en Néstor un lado protector que sólo se explicaba por su condición de hombre enamorado. 

—Tenés que llamarla a Cristina y reunirte con ella en persona, pero no tenés que contarle tus quejas ni volcarle tu visión negativa de este momento, esas cosas conversalas conmigo.

 Pero esa reunión nunca ocurrió… hasta diciembre de 2017.

Los años de locura

Tras su renuncia, Alberto volvió a dar clases, a escribir, a asesorar a empresarios e inversores… volvió a rosquear desde los márgenes de la política.

Los años en los que Alberto estuvo alejado de Cristina no fueron años felices. Fueron los “años de locura”, como recordará después. Había que parar la pelota y levantar la cabeza, una sana recomendación en medio de tanta confusión.

“Con Mauricio Macri asoma en la Argentina la idea de una derecha moderna y democrática. Se mostró, antes, como una expresión novedosa en la política. Sin embargo, poco a poco, fue dejando al descubierto que su pensamiento no tenía nada de original y mucho de la vieja derecha”, considera Alberto en su libro Pensado y escrito. Parece que sólo ve en el peronismo un potencial renovador.

Hoooy en 678

678 denunció. El exfuncionario fue contratado como lobbista por Repsol. Cobraba 25 mil pesos mensuales.

“Me preocupa el modo y la forma cómo el gobierno toma la decisión de expropiar YPF. La medida fue vista casi como confiscatoria y aquí sucede algo parecido…”, sentenció Alberto a Joaquín Morales Solá en los estudios de TN.

Había que renovar y crear algo distinto. Alberto apostó —por segunda vez— a conformar un Frente Renovador. Ahora de la mano del joven dirigente de Tigre.

 —Viste que te ayudé, Sergio.

Cuando parece que el peronismo está en el peor momento, las búsquedas políticas permiten evocar aquel dicho del fundador…no están peleando, se están reproduciendo.

El jardín de senderos que se bifurcan 

Cuando Duhalde se enteró del anuncio de la fórmula Fernández-Fernández, le pareció una mala jugada. Dijo que le recordaba a la quema del cajón de Herminio.

“No sabía que Macri me iba a llamar”, confesó Miguel Ángel Pichetto. “Antes del anuncio público, me tomé el trabajo de hablar con muchos de mi partido. Y también lo consulté con los expresidentes Duhalde y Menem”. La vieja guardia peronista (no renovada)…

“Con De la Sota veníamos trabajando para unir partes del peronismo para consolidar una alternativa”, dijo su antiguo asesor —ahora candidato— Alberto Fernández. El Gallego había tenido un encuentro con Máximo Kirchner, tramitado por la diputada nacional por Córdoba Gabriela Estévez, a modo de eliminar las rispideces. De la Sota sabía que si quería ser presidente necesitaba los votos del kirchnerismo, pero mostrándole a los cordobeses que se formaba un espacio distinto.

A la hora de dar definiciones nacionales, el gobernador peronista Juan Schiaretti fue más precavido. Parece que guarda con los Macri una histórica relación, de cuando el Gringo trabajó para don Franco en la FIAT. Y aloja un cierto rencor con Alberto, de cuando Luis Juez —entonces aliado del kirchnerismo— perdió contra Schiaretti las elecciones a gobernador de 2007 y denunció fraude.

Alberto apareció sorpresivamente en la misa-aniversario del fallecimiento del Gallego. El abrazó que le robó a Schiaretti fue quizás la mayor intervención de un peronista (no cordobés) en la política provincial. Los votos que Macri obtuvo en Córdoba fueron cruciales para su victoria en 2015. Había que convocar al viejo espíritu renovador y unir al Movimiento. Dejar de lado viejas diferencias y aunar esfuerzos. Todos unidos triunfaremos.

Paredón y después

“Quiero agradecerle a quien me dio la idea de escribir un libro, que está ahí sentado en primera fila, que es Alberto Fernández”. Cristina dedicó su libro, que operó como un balance histórico. Se cierra una etapa y se abre otra. Sinceramente, la misma palabra con la que Alberto terminaba su carta de renuncia a Cristina. El peronismo se ha renovado una vez más. No será la última. 

Fabrizio Sanguinetti

Licenciado en Ciencia Política (UBA), maestreando en Historia (IDAES-UNSAM). Docente e investigador de la Facultad de Ciencias Sociales, UBA.