La pobreza de las mediciones para medir la pobreza

Medir la pobreza siempre ha sido un dolor de cabeza para quienes trazan los parámetros en los cuáles se determina cuán lejos o cerca están las personas a un límite paradigmático y relativamente arbitrario, para definir recién ahí, como una condición técnica, si se es o no pobre.

Si nos atrevemos a preguntar a cualquier persona qué significa la pobreza, las respuestas pueden ser admirables: desde la falta de alimentos, hasta las condiciones de la vivienda, la forma de vestir, los tonos de la manera de hablar, la educación, y así podemos seguir discurriendo tinta en diversas aproximaciones.

En la construcción analítica se requiere que el concepto “pobreza” adquiera la capacidad de tornarse observable a partir de instrumentos, partiendo de la constatación de un atributo dado. ¿Qué atributo? Podemos encontrar cierto consenso en que el atributo definitorio de “pobreza” es la noción de “carencia”. Este consenso trasciende el ámbito científico ya que para la Real Academia Española, pobreza se define como “carencia de lo necesario para el sustento de la vida”. “Carencia” que para el diccionario significa “privación de una cosa”, entendiendo “privación” como la “acción de despojar”. Este atributo entonces nos remite a dos problemas: al objeto de carencia y al sujeto que produce esa carencia/despojo.

La pobreza entendida como carencia de algo nos remite inmediatamente a un sistema de distribuciones (ingreso, acceso a vivienda, salud, empleo digno, justicia, etcétera) en el que se estipula un determinado umbral de aceptabilidad social a determinadas condiciones de vida. El problema metodológico es que este umbral de aceptabilidad es en sí mismo una línea móvil; tanto por dispersión geográfica, como por historicidad o por características idiosincráticas del consumo. La definición más rústica de lo que es necesario para la vida entraña dificultades de distinto orden.

Por Sergio Langer

Ahora bien, frente a tal diversidad de posibles definiciones de la necesariedad mínima, han prosperado dos formatos de medición a partir de: 1) la definición de un umbral de aceptabilidad en arreglo a los ingresos monetarios (Método indirecto); 2) la definición de un conjunto de elementos basado en la construcción de índices compuestos por un grupo de indicadores que reflejan lo que es necesario para la vida, como ser determinadas condiciones de vivienda, educación, consumo, etcétera (Método directo). Actualmente, así mismo, cada vez son más frecuentes las mediciones multidimensionales que combinan tantos las aproximaciones directas e indirectas.

La medición oficial de la pobreza en Argentina comenzó a realizarse a partir de los años 80 bajo el enfoque directo de las necesidades básicas insatisfechas. La medición por ingresos (por línea de pobreza e indigencia), que es la que ocupa centralidad hoy en día, comenzó a realizarse a nivel de los principales aglomerados del país, a inicio de los años 90 a través de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), más allá de algunas experiencias puntuales realizadas en años previos a nivel de Gran Buenos Aires.

Sin embargo, aunque las cifras de pobreza son ampliamente difundidas por distintos medios y tienen su peso específico en la arena política, poco se sabe sobre la trastienda de su construcción como variable compleja. Resumidamente, podemos decir que son necesarios tres insumos para identificar si los ingresos de un hogar lo posicionan o no en una situación de pobreza. En primer lugar, es necesario establecer una línea de indigencia que se construye a partir del valor de una canasta básica alimentaria y una línea de pobreza que se define a partir de una canasta básica total. Los elementos que son valorizados en dichas canastas se basan en los hábitos de consumo relevados por la Encuesta de Gastos de Hogares (ENGHo), realizada aproximadamente cada diez años. En segundo lugar, a partir de estandarizaciones por edad y sexo, de las necesidades kilocalóricas y proteicas, se estima el valor de las canastas para cada hogar. Finalmente, si bien con estos datos es posible obtener una estimación de la pobreza y la indigencia en un momento determinado, para realizar un seguimiento a través del tiempo, se hace necesario deflactar el valor de las canastas de acuerdo al nivel inflacionario de cada período. Esto se realiza a partir del índice de precios al consumidor (IPC) que mide oficialmente el INDEC.

Comprender la evolución de la pobreza se encuentra con desafíos necesarios de resolver. Por un lado, su capacidad heurística basada en la democratización y circulación de los datos, la legitimidad de la información y la distribución de los indicadores para la población y los decisores políticos. Por otro lado, la observación de la evolución, que permita comparar los indicadores a través del tiempo basado en la perdurabilidad temporal de sus resultados. Sin embargo, los indicadores de pobreza se debilitan intrínsecamente por el carácter continuo de las dimensiones operativas, debido a la historicidad de la noción de pobreza, y a lo que una sociedad y un territorio conciben como pobreza en un momento determinado del tiempo.

¿Qué ocurrió después de la lamentable intervención del INDEC, basada en el cambio del cálculo muestral del IPC en el año 2007 por la Secretaría de Comercio, y que, a grandes rasgos, no fue corregida en los años posteriores? Tomando como argumento la interpretación de “La medición de la pobreza y la indigencia en la Argentina, Metodología INDEC Nº 22” (noviembre de 2016), se señalan los principales cambios:

  • La construcción de una Canasta Básica de Alimentos ajustada según nuevos parámetros nutricionales a partir de la ENGHo 2004/2005, lo cual imposibilita en primera instancia la comparación con años anteriores (las EPH anteriores a 2015), concentrándose la novedad en ajustar el peso de los perceptores adultos por edad y sexo de las calorías requeridas.
  • Una nueva tabla de equivalencias de acuerdo con la actualización de las pautas kilocalóricas que da mayor peso de representación a los adultos.
  • Utilización de la Inversa del Coeficiente de Engel correspondiente a cada región, para la determinación de las CBT regionales, de modo más exigente que en el período anterior, debido al cambio de proporción de los gastos no alimentarios sobre los alimentarios. Esto implica un aumento cercano al 10% de valoración de la canasta básica total, lo cual hace, además de los cambios expresados más arriba, inviable la comparación con las metodologías anteriores y obliga a una armonización para la comparación.

Ante la pregunta si aumentó la pobreza con el macrismo, por donde se lo mire, como se lo registre, bajo las distintas varas de medición, la respuesta es afirmativa.

PH: Daniel Sbampato

Si nos apoyamos bajo un carácter propedéutico de estas principales señales de cambio, podemos concluir, con algún énfasis, en los límites de la información, en la no claridad de las ponderaciones existentes, en el “cierre” parcial a la comparación y en la interrupción de seguimiento de un indicador cuya potencia es su evolución temporal.

Sobre la base de ello, ante la pregunta si aumentó la pobreza con el macrismo, por donde se lo mire, como se lo registre, bajo las distintas varas de medición, la respuesta es afirmativa. Más allá de la interrupción comparativa dada en el año 2016, como una política institucional del INDEC que no permite adecuadamente realizar un seguimiento sobre la línea de pobreza, si aplicamos tanto el formato anterior para medir la LP, como la metodología oficial actual, encontramos aumentos sustantivos. Estos cambios son rápidos en su evolución, sobre todo de 2015 a 2016, aumentando aproximadamente 5 pp, si replicamos la metodología actual de la medición de la pobreza, para luego morigerar y tener una leve disminución durante 2017. Para el presente año, los valores de la LP seguirán aumentando en consonancia con la devaluación, la inflación, el aumento de los servicios públicos y el congelamiento o disminución de los salarios reales. La misma situación ocurre si usamos la metodología histórica de la LP, aunque en ese caso la pobreza sería de casi 5 pp menos.

Por otro lado, y como lo hemos dicho en estudios e informes anteriores, se da una pauperización de los trabajadores asalariados, sobre todo de trabajadores industriales tanto de grandes como pequeños establecimientos.

En el período comparativo 2015-2017 el aumento de la LP afecta a todas las clases ocupacionales, pero los más perjudicados son los trabajadores industriales, tanto en establecimientos de menos de 10 y de más de 10 ocupados, los cuenta-propia no calificados y los desocupados, principalmente. Asimismo, se percibe un leve aumento de la pobreza de los jubilados/pensionados.

La particularidad de la pobreza estructural, condición que ha sido observada en la Argentina desde antaño, mostró ser sensible a las políticas de transferencia y de redistribución del gobierno anterior, con sus límites propios según la magnitud y condiciones de la transferencia. Pero en la actualidad, cuando se consuman en mayor medida los argumentos clasistas y discriminatorios sobre la población asistida desde los micrófonos gubernamentales, se aprecia su estancamiento monetario y un relativo aumento porcentual de aquel grupo poblacional de mayor vulnerabilidad y principalmente alejado de las estructuras ocupaciones modernas y protegidas.