“Hace 30 años que tenemos 30% de pobres” es un latiguillo que con sutiles variaciones se repite diariamente en los medios de comunicación masiva. La frase no se circunscribe a las contadísimas entrevistas con especialistas, ni a los canales o programas de noticia. Atraviesa las columnas de opinión y la esgrimen con tono indignado panelistas, artistas y políticos. A fuerza de repetición “el 30% de pobreza hace 30 años” se transformó en sentido común, en verdad absoluta. Los datos se frivolizan y vacían de contenido, pero un debate profundo sobre la pobreza es complejo y multidimensional. Algunas de las preguntas que necesariamente se deberían incluir: ¿qué es la pobreza? ¿Cómo se mide? ¿Cuáles son los factores que influyen y los que determinan que una persona o un hogar sean pobres? ¿Existe una relación causal entre la cantidad de pobres y el signo político del gobierno de turno?

Sin pretender exponer aquí un ensayo ni un tratado intentaremos desarrollar algunos puntos centrales que están muy oscuros en el debate público. Si bien se puede entender de múltiples formas, socialmente por pobreza se entiende la privación material. Ahora bien, la privación puede entenderse tanto en términos relativos como absolutos. En concreto, si hablamos de pobreza relativa, una persona es pobre porque tiene menos recursos materiales que el promedio o la mayoría de la sociedad en la que vive. Si hablamos de pobreza absoluta, nos referimos a parámetros normativos como que una persona es pobre porque gana menos de uno o dos dólares diarios, porque no puede consumir una cantidad de calorías mínima ni acceder a un conjunto de bienes y servicios determinados.

El método de medición utilizado para medir la pobreza (o más bien el porcentaje de población pobre) está íntimamente relacionado a una u otra definición. En este caso, como en muchos otros, la herramienta de medición define el fenómeno de estudio, el alcance y sus límites. El consenso actual entre los especialistas es que la mejor manera de definir pobreza es mediante indicadores de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI). En la Argentina el Instituto de Estadísticas y Censos define en esta metodología1 que un hogar es pobre si reúne al menos una de estas condiciones: vivienda inconveniente, carencias sanitarias, condiciones de hacinamiento, inasistencia escolar o baja capacidad de subsistencia. El indicador de NBI es considerado una medición directa en el sentido en el que mide privaciones y da cuenta del fenómeno conocido como pobreza estructural.

Junto con las Necesidades Básicas Insatisfechas, un indicador ampliamente difundido es el porcentaje de la población que no cuenta con ingresos suficientes para cubrir una canasta básica que incluye alimentos y otros bienes y servicios, casi todos de primera necesidad. A esta medición se refieren los medios cuando se remarca que el 30% de la población es pobre. La metodología de medición por ingreso constituye una medida indirecta porque justamente no mide el nivel de privación material -como sí lo hace el método de las necesidades insatisfechas-, sino que lo hace a través del nivel de ingresos que sirve para satisfacerlas. Un primer problema de esta medición es que no toma en cuenta el patrimonio, la riqueza, redes de contactos ni estrategias de los hogares para hacer frente a una merma en sus ingresos. Tomemos como ejemplo un hogar cuyo único sostén económico pierde su ingreso, por ejemplo, por ser despedidx del trabajo. Según el método de la línea de pobreza automáticamente pasa a ser pobre. Pero este hogar podría tener ahorros (que no son ingresos, entonces no se contabilizan) o podría acudir a financiarse con tarjeta de crédito mientras dura el proceso de búsqueda de empleo sin necesidad de cambiar dramáticamente su estilo de vida si el mismo no se extiende demasiado en el tiempo. También podría ser apoyado por amigxs o familiares. Pero mientras que el apoyo es monetario se contabilizaría como ingresos, el que se realiza mediante bienes o servicios es invisibilizado por la metodología.

Desde la economía feminista se observa especialmente que los hogares monoparentales no cuentan, a diferencia de los hogares con dos adultos, con el trabajo gratuito de uno de los cónyuges (casi siempre una mujer que realiza un promedio de seis horas de tareas de cuidado al interior del hogar) y están obligados a contratarlos en el mercado.

Por Sergio Langer

Una segunda crítica a la metodología indirecta es la manera en que se construye la canasta mediante la cual se decide si un hogar es o no es pobre. Primero se define un conjunto de necesidades calóricas -canasta básica alimentaria- que dependen de la cantidad, sexo y edad de los integrantes del hogar y luego, en función de si el hogar tiene o no ingresos para cubrir esta canasta básica alimentaria –línea de indigencia-, se dice que es indigente. La canasta de pobreza o línea de pobreza, por su parte, se calcula como una proporción de la canasta alimentaria partiendo del supuesto que en todos los hogares la relación entre gastos alimentarios y no alimentarios es constante. Desde la economía feminista se observa especialmente que los hogares monoparentales no cuentan, a diferencia de los hogares con dos adultos, con el trabajo gratuito de uno de los cónyuges (casi siempre una mujer que realiza un promedio de seis horas de tareas de cuidado al interior del hogar) y están obligados a contratarlos en el mercado. En definitiva, si se considerara una canasta adaptada para los hogares con menores y una mujer a cargo, el porcentaje de éstos con ingresos insuficientes sería muy superior. Actualmente el 60%2 de los hogares monoparentales tienen ingresos por debajo de la línea de pobreza estándar. Un concepto similar puede aplicarse a los hogares que alquilan la vivienda y deben descontar de sus ingresos un monto relevante. Tampoco los que cuentan con algún miembro del hogar con enfermedades crónicas, discapacidad o en definitiva a todos aquellos que difieren de la pareja unigeneracional, con hijos menores, sanos y propietarios de una vivienda que satisface todas las condiciones para una vida digna. Una realidad mucho más cercana a la de las clases medias urbanas que a los barrios populares.

A la luz de lo expuesto, claramente el indicador de pobreza por ingresos no es útil para evaluar la gestión de un gobierno que prometió pobreza cero, ya que probablemente poco tenga que ver con las reales condiciones materiales de vida de la población. Tampoco tiene mucho sentido repetir hasta el cansancio que “hay un 30% de pobres, o nos dejaron un 30% de pobres”. Sobre todo, cuando el porcentaje de población con necesidades básicas insatisfechas, un indicador mucho menos volátil, era del 12,5% según surge del Censo de Población del año 2010.

Pero a pesar de todo lo expuesto, la pobreza por ingresos sí tiene utilidad como indicador. Aunque no constituye más que una vara arbitraria, sirve para observar cómo evoluciona el poder adquisitivo de los hogares de menores ingresos. Su alto nivel de sensibilidad ante cambios en los precios y en los ingresos sirve de termómetro de las condiciones socioeconómicas. Lo más importante no es el valor absoluto sino la evolución. Un salto positivo en los niveles muestra un problema grave: los ingresos reales de la población más vulnerable se están deteriorando. Por el contrario, una disminución demuestra una mejora en su poder adquisitivo. En el año 2016 cuando se publican los niveles de pobreza e indigencia luego de haberse discontinuado la serie en 2014 se informa que la población por debajo de la línea de pobreza era de 32%. Desde el Centro de Economía Política Argentina (CEPA) hemos realizado el esfuerzo de reconstruir desde noviembre de 2015 una serie de pobreza que sirva para dar cuenta de los efectos tempranos de las medidas tomadas por el gobierno macrista3: obtuvimos mediante una metodología homogénea un incremento en el porcentaje de personas viviendo por debajo de la línea de pobreza de 19,8% en noviembre de 2015 a 33,25% en abril de 2018.

Tampoco tiene mucho sentido repetir hasta el cansancio que “hay un 30% de pobres, o nos dejaron un 30% de pobres”. Sobre todo, cuando el porcentaje de población con necesidades básicas insatisfechas, un indicador mucho menos volátil, era del 12,5% según surge del Censo de Población del año 2010.

En definitiva, el dato del 30% de pobreza fue presentado de manera descontextualizada y desconociendo el punto de partida. La estrategia es complementada por los medios de comunicación con el vaciamiento, frivolización y vertiginosidad de los discursos políticos y mediáticos. Esta frivolización del dato es totalmente funcional a la instalación del 30% de pobreza heredada mediante el empalme con mediciones privadas como las de la Universidad Católica Argentina. Mediciones que diferían sustancialmente en términos metodológicos con la actual medición oficial, tanto en la valorización de la canasta considerada como en la muestra de personas que se consideraba. Pero que coincidía con un valor que convalidaba, al menos en apariencia, el discurso oficial.

Notas
1 http://www2.mecon.gov.ar/hacienda/dinrep/Informes/archivos/NBIAmpliado.pdf.
2 http://centrocepa.com.ar/informes/43-mas-precarizadas-y-con-menores-salarios-la-situacion-economica-de-las-mujeres-argentinas.
3 http://eppa.com.ar/wp-content/uploads/2016/07/Informe-Pobreza-GranBuenosAires-CEPA-INDEP-FINAL.pdf.