Entrevista a Adolfo Pérez Esquivel

Se cumplen cuarenta años de la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a la Argentina. La CIDH llegó al país en medio de la dictadura militar mientras la Argentina se consagraba campeón mundial juvenil de fútbol, con Maradona como capitán. Repasamos junto al Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, profesor de nuestra casa, sus vivencias de esos meses. También conversamos para conocer su mirada acerca de los dilemas actuales de los Derechos Humanos en la región.

¿Cómo era tu situación cuando llegó la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a la Argentina en 1979? 

Después del Mundial juvenil de fútbol, me liberaron por la fuerte presión. Unos días antes había salido en libertad el maestro Alfredo Bravo. Yo estaba en libertad vigilada, pero igual fui a la entrevista con la Comisión en Avenida de Mayo, fui como uno más. Quiero rescatar a Emilio Mignone: una de sus hijas vivía en Washington y en un viaje él había tomado contacto con la Comisión Interamericana, fue uno de los pilares para que llegara a la Argentina. En ese momento estaba el Campeonato mundial juvenil en Japón, que gana la Argentina. José María Muñoz volvía diciendo que “los argentinos somos derechos y humanos”, tratando de mostrar las maravillas del país. A mí me impresionó cuando voy a testimoniar la cantidad de gente que había en Avenida de Mayo: colas y colas. Algunos no se querían presentar porque veían que los servicios de seguridad fotografiaban las columnas. Mucha gente se atemorizaba o no quería presentarse. Había muchos familiares de víctimas de desaparición. En realidad, cuando la Comisión llega ya tenía mucha información. Nosotros habíamos trabajado con mimeógrafos para repartir volantes. La situación era muy precaria pero hacíamos lo que se podía. Cuando llegan aquí simplemente lo que hacen es verificar que toda esa información que tenían era real a través de los testigos directos. Yo soy un sobreviviente no solamente de la prisión, sino también de los vuelos de la muerte. 

El 4 de abril de 1977 me apresaron y pasé 32 días en la Superintendencia de Seguridad Federal. Permanecí en un calabozo muy pequeño y maloliente. Era un centro de tortura. Detenían a muchas mujeres que largaban después de la medianoche para volver a chuparlas por el estado de sitio, era maquiavélico. Me detuvieron en el Departamento de Policía y me llevaron a una cuadra de ahí, en la calle Moreno al 1500, en donde había una pared muy grande en el tercer piso donde habían dibujado una cruz esvástica con los rodillos con los que tomaban las huellas digitales, el famoso pianito. Estaba escrito “Nazionalismo”, con zeta, y abajo decía “Comando Chancleta”. Durante la noche salían los Ford Falcon. Lo que más me impresionó del calabozo era una frase escrita con sangre que decía «Dios no mata». 

El 5 de mayo me sacaron del calabozo, me llevaron a una oficina y es ahí donde veo que hay gente con ropa de fajina, oficiales, suboficiales y otros guardias. Me esposaron para trasladarme Luego de una hora y media de viaje llegamos al aeródromo de San Justo, vi que un avión pequeño carreteaba en la pista, me bajaron y me subieron al avión. Me encadenaron en el asiento de atrás, no podía moverme.

El avión remontó vuelo y enfiló hacia el Río de la Plata. Como en mi familia eran bichos de agua, mi viejo era pescador, yo me daba cuenta por dónde andaba el avión. Vi que comenzaron a manipular una caja: iban a inyectarme pentotal para adormecerme y que no opusiera resistencia al momento de tirarme. En Ginebra, en la Asociación Internacional de Juristas, había conocido a un uruguayo que me había mostrado una foto de los microfilmes con los cuerpos que la corriente llevaba a la costa uruguaya. Pensé en ese momento: «Soy uno más». A los dos días era el cumpleaños de uno de mis hijos y pensaba que nunca más lo iba a poder festejar. Cuando el oficial comenzó a manejar esa caja, el piloto le dijo que tenía orden de llevar al prisionero a la base aérea del Palomar. Guardó la caja y el avión pegó la vuelta hacia Morón.

No me dejaron bajar ni siquiera para ir al baño. Me dijeron: “Póngase contento que lo llevamos a la U9”, en La Plata. Lo que me salvó fue la fuerte presión internacional. La familia Kennedy pedía por mi libertad, también muchas Iglesias. Comencé a respirar otra vez. Ya era más conocido fuera del país que aquí dentro. Con los años me enteré de que el cardenal Marty de Notre Dame de París se negó a hacer un Tedeum para la Embajada Argentina. Que haya venido la Comisión era algo muy importante, antes había estado la Cruz Roja Internacional. Pero la Cruz Roja no podía publicar nada de lo que pasaba, solo hacían recomendaciones a los gobiernos. La Comisión Interamericana en realidad vino a verificar lo que ya sabía.

¿Cómo evalúas las tareas de la Comisión? ¿Significó una derrota para la dictadura? 

La dictadura quiso esconder todo eso a través del campeonato de fútbol. “Los argentinos somos derechos y humanos”, una campaña anticomunista internacional. Pero con la Comisión Interamericana no lo pudieron decir. 

En los Estados Unidos y en Europa se movieron muchísimo las iglesias. Esto, en general, no se tiene en cuenta. Me refiero tanto a los católicos como a los evangélicos. Las iglesias metodistas en los Estados Unidos me vinieron a ver, recuerdo una delegación muy grande de la Iglesia de Cristo.

En los Estados Unidos estaba el rabino Marshall Meyer. Él hizo mucho para difundir lo que pasaba en la Argentina, tanto es así que se tuvo que exiliar del país porque estaba amenazado de muerte. La Comisión Interamericana hizo un muy buen trabajo con una publicación que planteaba la desaparición de personas, la situación carcelaria, el sistema represivo, todo lo que vivimos. Su informe llegó a Naciones Unidas. La International Fellowship of Reconciliation, que nació en la Primera Guerra Mundial, con sede en Viena, aquí en la Argentina estaba a cargo de un obispo de la Iglesia Metodista, que hizo un muy buen trabajo. La respuesta de la dictadura a todo esto fue una campaña muy fuerte para contrarrestarla.

¿Qué más rescatás de ese momento? 

Los periodistas deportivos hicieron una campaña bárbara para atacar a la dictadura porque mostraban todo lo que estaba pasando. 

¿Qué hacían mientras tanto los partidos políticos? 

Hubo muy poca participación de los partidos y sindicatos, muchos se borraron. 

¿No hubo ninguna representación de la CGT? 

Sí, pero a nivel individual. Saúl Ubaldini participó en varias marchas de la resistencia. Otra figura extraordinaria fue Alicia Moreau de Justo, que nos acompañaba cuando hacíamos la vigilia en Plaza de Mayo, siempre firme. 

¿El informe de la Comisión llegó a hacerle daño a la dictadura? Porque en el caso de Chile, por ejemplo, el repudio internacional fue casi inmediato.

El presidente de los EEUU, Jimmy Carter junto con Patricia Derian, tenían un compromiso real y genuino. Él fue el primero que trató de bloquear la venta de armas a la Argentina. Nosotros tuvimos que aprender sobre la marcha porque no había antecedentes. Naciones Unidas no tenía la figura jurídica del desaparecido.

Me pidieron presidir el primer coloquio en el senado en París, junto con Julio Cortázar. Allí participaron quinientos juristas de todas partes del mundo, entre ellos estaba presente Arturo Illia. Se conformó con los juristas la característica del delito, que es el secuestro y la desaparición forzada involuntaria de personas. Esa es la figura jurídica del desaparecido. Todo eso lo elevamos a Naciones Unidas y a partir de ahí se formó la Comisión del secuestro y la desaparición hasta el día de hoy. Hay que reconocer que la Argentina sentó bases jurídicas en Derechos Humanos, lo mismo el grupo de antropólogos forenses. Los argentinos todavía no se dan cuenta de todo el aporte que hizo nuestro pueblo a la política de Derechos Humanos en el mundo. 

¿Y los dirigentes políticos de aquel entonces, que luego serían las figuras de la transición democrática, tuvieron participación en la venida de la Comisión en 1979?

No. Alfonsín comenzó a participar un poco en la APDH (Asamblea Permanente por los Derechos Humanos). Con respecto al peronismo, no las grandes figuras, sino más bien cuadros medios. Horacio Ravenna, entre ellos. Luego, ya en el gobierno, Alfonsín me llamó porque quería hacer una comisión de notables pero nosotros queríamos una comisión bicameral. La verdad es que a mí no me convencía su propuesta, por eso él lo llama a Ernesto Sábato. Yo no estaba de acuerdo en las formas, porque esa Comisión, carecía de fuerza parlamentaria. 

¿Tenías en claro que esta comisión, que sería la CONADEP no estaba armada para garantizar  juicios? 

Nosotros peleamos por la comisión parlamentaria pero Alfonsín armó la CONADEP e hizo lo que pudo. Después censuraron muchas cosas dentro del informe, como la cuestión de la apropiación de los niños. Era un caminar muy difícil, cada uno trató de aportar desde su compromiso. Hay algo que poca gente conoce: la formación de Abuelas. En 1981 Chicha Mariani me dijo: «Tenemos que formar un grupo de abuelas». Y hubo mucha resistencia para eso. Armamos entonces una comisión para defender y respaldar la formación de las Abuelas de Plaza de marzo junto con María Elena Walsh, Bernardo Canal Feijóo, Carlos Gattinoni, Aldo Etchegoyen, Jaime de Nevares. 

¿Si tuvieras que hacer una ponderación de las políticas de Derechos Humanos de los gobiernos desde Alfonsín hasta la fecha?

El que mejor trabajó sobre esto fue Néstor Kirchner, con sus luces y sombras. Alfonsín fue muy presionado por los militares, que mantenían una cuota de poder muy fuerte. Por eso, Semana Santa. Pero dentro de todo logró llamar a juicio a las tres primeras Juntas. 

¿Valorás positivamente el Juicio a las Juntas? 

Sí, era lo posible. No era lo mejor, pero tampoco lo peor, sino lo posible. Los gobernantes no pueden hacer lo que quieren, sino lo que pueden. Alfonsín tenía todas las fuerzas mundiales que lo apoyaban para superar esto, pero no sé por qué carajos va al pie de Aldo Rico. Decía que quería evitar un baño de sangre.

La Obediencia debida era evitable. Kirchner fue el que tuvo más lucidez política. La Argentina es uno de los países que más bases jurídicas en defensa de los Derechos Humanos realizó. Es indiscutible, lo reconocen en todo el mundo aunque no aquí. Ningún país de América Latina logró esto. Yo estuve en Núremberg, varias veces en Tokio, donde los tribunales fueron tribunales ad hoc que se constituyeron solo para eso. Aquí en la Argentina, no: los tribunales federales permanentes juzgan los crímenes de lesa humanidad, además de que se logró que no prescriban en el tiempo. Eso lo tomaron en la legislación internacional. Algún día habría que escribir los aportes del pueblo argentino, nuestros luchadores y abogados que tuvieron la lucidez de ver esto.

No conozco ninguna otra legislación en ningún lado. Inventamos la política del ping pong: les dábamos las cosas para que las publicaran en las agencias internacionales y así venían de rebote. Aprendimos caminando, nadie nos enseñó nada. 

Para ir a la actualidad, ¿cuáles son los desafíos del nuevo gobierno en materia de Derechos Humanos? 

El trabajo es a nivel sudamericano. En este momento podemos sintetizar la situación con la lawfare, que se está aplicando en todo el continente, primero en Honduras, después en Paraguay y en Brasil. Crearon este mecanismo de judicialización para todos los gobernantes progresistas de América Latina. Cuando Dilma Rousseff todavía estaba en la presidencia, la visité en Brasilia y la vi muy tensa. Me ofrecieron dar un saludo en Senadores y fue la peor idea que tuvieron, porque les dije: “Yo sé que ustedes están preparando un golpe de estado contra la presidenta”. ¡Se armó un quilombo! Ahora Temer reconoce que fue un golpe de Estado, pero yo lo dije en aquel entonces. Lula, con quien tengo trato desde hace cuarenta años, me dice que cuando se les cae una causa, al día siguiente abren otra. Si fueran ciertas ya tendría mil años de prisión. Lula está muy bien, fuerte, con una vigilia permanente que lo saluda por parlantes tres veces por día. Lula quiere que reconozcan que es inocente, no va aceptar bajo ningún punto de vista la detención domiciliaria porque no ha cometido ningún delito. Si uno lee la fundamentación jurídica de Sergio Moro, no tiene nada dice. Solo dice que tiene “la convicción”.

¿Cuál es el papel de Sergio Moro?

Cuando Obama era el presidente de los Estados Unidos, me escribió una carta de tres páginas en la que contaba que estaban trabajando en el poder judicial para fortalecerlo. Yo todavía no había caído en esto. Ellos invitaban a jueces argentinos a que vayan a Estados Unidos para ponerlos en conocimiento del lawfare y así controlar a los movimientos sociales progresistas.  Es el Operativo Cóndor 2. 

¿Y cómo lo ves a Alberto Fernández? 

Tuvimos una reunión buena hace pocos días. Le entregué un memo con varias propuestas. Una de ellas es pedirle una auditoría sobre la deuda externa para determinar a dónde fue ese dinero que no llegó al pueblo y que se les quedó pegado a los bolsillos. También le dije que hay que sacar de terapia intensiva al peso argentino y terminar con la dolarización de la economía. Porque tenemos una economía especulativa financiera y no real. Hay que repatriar los capitales que sacaron del país. Porque no puede ser que aquí no queden divisas. Es importante la recuperación del pequeño y mediano productor rural. 

¿Considerás que la mayoría de los presos exfuncionarios del gobierno kirchnerista son presos políticos? 

Los juicios a los que los sometieron no son justos, hay que revisarlos. Es lo que está pasando ahora en Brasil. Todo el trabajo que hizo Milagro Sala fue destruido. Hay que determinar realmente la responsabilidad. No te puedo decir si son presos políticos o no, pero sí que hay un armado que tiene que ver con la delación, ese “sálvese quien pueda” que no es justicia, sino extorsión judicial. Son juicios viciados.

D’Alessio es la punta de un iceberg de una red de espionaje ilegal paralela al Estado que es un verdadero peligro para la democracia. Siempre supe que había malvados, pero nunca pensé que hubiera tantos malvados inteligentes.   

En la Comisión Provincial por la Memoria estamos realizando el análisis técnico de la información de todos los documentos, es decir, no no nos ocupamos de la parte jurídica porque no nos corresponde. Esto es lo que presentamos al juez Ramos Padilla.  Solo voy a decir algo, por una cuestión de reserva: siempre supe que había malvados, pero nunca pensé que hubiera tantos malvados inteligentes. 

Entrevista: Guillermo Levy

Ilustración: Sergio Langer

Agradecimiento a: Sonia Winner