Las fotografías de Julio Menajovsky recorrieron primero el camino de los medios de comunicación para luego instalarse en la memoria colectiva. Conversamos a partir de la exposición fotográfica “Veinticinco”, inaugurada por la AMIA en el Consulado General Argentino en Nueva York, con el apoyo del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la Nación y el Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos. La muestra será exhibida en agosto en la sede del CCK en Buenos Aires y en noviembre en París. En la exposición dialogan las imágenes capturadas el 18 de julio de 1994 con retratos de estudio actuales que muestran el encuentro de personas que se vincularon a partir del atentado a través de diversas circunstancias.

¿Cómo llegaste a ser uno de los primeros reporteros gráficos en acercarse a la AMIA la mañana del atentado?

Estaba cubriendo una nota en Av. Corrientes, entre Boulogne Sur Mer y Ecuador, para el Ombudsman, el Defensor de la Ciudad, sobre el desempleo: 1994, había mucha gente en la calle haciendo fila por un puesto de trabajo. Eran las 9.53 cuando todo tembló. Fue una explosión prolongada. Hacía dos años había escuchado el estallido de la Embajada, pero esto fue mucho más grande. Fui caminando por mi cuenta, el instinto me llevó con la cámara colgada al hombro. Cuando llegué a Viamonte y Pueyrredón me crucé con una mujer que gritaba: «¡Explotó la AMIA!». Fue entonces que el ruido adquirió otra identidad. Yo soy judío aunque no ejerzo, pero la AMIA significaba el lugar donde enterramos a nuestros viejos. Me pregunté qué hacer y supe que debía sacar fotos. A su vez, no tenía un lugar inmediato donde colocarlas. Al llegar, el cerco todavía no estaba organizado. Esto permitía entrar y salir. Fue como atravesar los círculos del infierno: gente tirada en el piso, vidrios rotos, vecinos que salían de sus casas para ayudar, todos en shock, la ambulancia que llegaba. Comencé a sacar fotos sin detenerme en ninguna escena. Era algo inconmensurable. No era posible hacer un plan de trabajo ya que no tenía la suficiente distancia, ni afectiva ni profesional, como para proponerme seguir una historia. Hice lo que no se debe hacer. 

Cada foto era una pregunta. Tomé muchos planos generales, porque cuando uno no sabe qué decir saca fotos de todo el conjunto. 

Luego, al ampliar las fotos y ver las caras de la gente, se observa algo increíble: no son escenas de desesperación o angustia, sino de perplejidad. En ese momento se hablaba de centenares de muertos. Me quedé sacando fotos hasta que llegaron mis colegas. Fue entonces que me crucé con Eduardo Longoni, de Clarín, a quien le compartí el material.

Hubo mucha gente que se acercaba con baldes para juntar las piedras de los escombros, algo completamente irracional.

Tiempo después se supo que la gente que caminaba sobre los escombros probablemente agravó la situación de las víctimas. Cuando llegué a casa prendí el televisor y me vi a mí mismo en esas primeras escenas tan angustiantes, el caos inicial. Ahora, repasando las fotos noto que los escombros son muy grandes y ocupan mucho espacio. Los cuerpos se ven muy chiquitos. Son fotos fuertes, como la de los tres cartones que tapan a tres personas muertas, o la del cuerpo que se asoma inerte desde una ventana.

La hermana del muchacho retratado en la foto de la tapa de Clarín menciona en una entrevista que la foto le dio la sensación de que no estuvo solo en ese momento, y que eso le dio paz.

Yo sentía que no había hecho nada importante ni trascendente. Simplemente conservé las fotos hasta que Elio Kapszuk, el director del Espacio de Arte de la AMIA, quiso verlas para hacer una muestra en 2006 con 85 fotos por los 85 muertos. Allí él me dijo que mis fotos eran distintas a otras. Este año me propusieron hacer nuevas fotos con historias de vidas cruzadas: alguien perdió un hijo, otra persona perdió a su madre. La pregunta era cómo retratar la impunidad en el paso de estos 25 años. Se abrió una caja cerrada y me dio una celebridad que no merezco. Acepté la nueva invitación que significó una sorpresa: reencontrarme con gente que estuvo hace 25 años en el mismo lugar, volviendo a contar el atentado como si hubiera sido el día anterior. Tras una charla, les pedí que lo relataran otra vez pero ya sin palabras, solo con la mirada. Se trataba de expresar un crimen del que todavía no conocemos a ciencia cierta quiénes fueron los responsables, aunque sí sabemos que fue muy eficazmente encubierto. Les pedí que se pusieran frente a la lente y el resultado fue como si yo los hubiera pintado. Para ellos, fue una descarga, una especie de acto performático: hacer algo más con el dolor, dar un mensaje. Participó gente que en 25 años nunca había dado una nota ni había sido fotografiada. Antes de la muestra presenté estas fotos a algunas personas que se ponían a llorar con solo ver los retratos. 

¿Cómo cambió tu vida profesional como fotógrafo?

Todavía en el presente esta muestra me cambia. Esa mañana fotografié el cuerpo de un hombre que trasladaban en una camilla. Él vivía en un cuarto piso enfrente de la AMIA y lo mató la onda expansiva. Esa fue la tapa de Clarín. Hoy, 25 años más tarde, le pude preguntar a la hermana: “Flaca, ¿mi foto te hizo mal? Quiero saber qué fue para vos esta foto en tu vida”. Ella me respondió que esa foto la ayudó porque, aunque su hermano ya estaba muerto, supo que no lo dejaron ahí tirado y que si hubiera estado vivo, le habrían salvado la vida.

Foto: Julio Menajovsky

En la historia reciente argentina, la fotografía cumple un papel enorme en la formación de identidades y en la construcción iconográfica de todas las movilizaciones de los derechos humanos desde los años 80. La gente buscando comida en la calle en el 89 o las enormes movilizaciones en el 2001 son imágenes muy claras que remiten a momentos históricos: dónde está el pueblo, cuál es la lucha y quién es el enemigo. La AMIA entra en estos archivos pero hay un lugar ausente: no se sabe quién lo hizo ni por qué. 

Esto se me hizo muy presente a la hora de encarar este trabajo. ¿En qué circuito se iba a presentar? Porque existe un riesgo ante un tema tan tironeado. Maradona dijo alguna vez: “La pelota no se mancha”. Pero yo no me creo omnipotente ni que mis fotos puedan superar cualquier situación. Lo que me motivó fue la historia fotográfica personal y la posibilidad de hacer algo que trascienda y que vaya más allá de la coyuntura. Dentro de 10 años quizás se sepa más o lo mismo que ahora, pero estas fotos van a quedar. 

Son retratos de personas que prestaron su testimonio y cierran una historia fotográfica de 25 años en los que aún no sabemos quién puso la bomba ni cuál fue el móvil. 

Lo único cierto es que un día explotó una bomba en la AMIA y se cargaron a 85 personas que no tenían nada que ver en que las cosas sean como son. Hablamos de víctimas sin ningún poder de decisión en la política. Se cobraron sus vidas y lo que quedaron son solamente escombros y centenares de personas afectadas de manera directa. Si veo una foto de la dictadura o del 2001, sé cómo me posiciono; pero al ver una foto de la AMIA, no. Solo hay muertos. 

¿Las fotos tienen un sentido reparador aunque el signo político aún es un interrogante? 

Exactamente. Trabajé en el archivo fotográfico de Enrique Shore, que relevó 34 centros clandestinos de detención de la última dictadura, tratando de poner una imagen donde había testimonio. Shore sacó las fotos con un arquitecto para hacer el reconocimiento topográfico. Son fotos abstractas: no hay nada. Pero, sin embargo, las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo se quiebran al verlas porque ahí ven a sus hijos. Eso no nos pasa con las fotos de la AMIA: vemos a los muertos pero no sabemos qué pasó. No sé si es un consuelo, pero me hace bien pensar que estas fotos trascienden eso y que la muestra “Veinticinco”, tal como está concebida, con las fotos del atentado y las actuales, reponen la pregunta original, lo único importante y que todavía no se respondió: quién, por qué y qué hacemos con esto. Porque lo que se hizo hasta ahora no sirvió de nada, solo para perpetuar la impunidad. 

Del Comunicado Nº 19 de la Junta Militar, que reprimía “con la pena de reclusión al que difundiera imágenes atribuidas a asociaciones ilícitas o personas o grupos notoriamente dedicados a actividades subversivas con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar la actividad de las FF.AA. de seguridad o policiales”, hasta nuestra actualidad, ¿cómo ves al fotoperiodismo? En una época donde abundan los fotomontajes y las fake news, ¿qué posibilidades se abren y cuáles son las problemáticas?

Hoy sé que los diarios ya no son el lugar adonde vamos a encontrar las fotos que nos interesan, sino las fotos que sirven al discurso prefabricado de la operación en la que el diario se encuentra inscripto. Probablemente antes también fuera así, pero el juego era un poco más abierto. La calidad de las fotografías de los diarios ha disminuido verticalmente. Incluso, las de fútbol, que parecen detenidas en el tiempo y depositadas en la facilidad del autofoco. Hasta me da la impresión de que la foto del partido de mañana ya la vi. No obstante, nunca antes se ha hecho tan buena fotografía de interés público. Son fotos que hablan de hechos reales, con una mirada que nos remite a lo real, en el terreno de la fotografía documental y que circulan por canales donde uno se siente muy cómodo, pero que no se comparten con el tipo que va sentado al lado tuyo en el colectivo ni con quienes no forman parte de tu lista de Facebook o Twitter. En cambio, la foto de Clarín sí se sigue compartiendo aunque no pertenezca a tu universo. La función de construir el pasado inmediato que tiene la fotografía periodística, si se da en un solo canal al que todo el mundo acude, es una mirada construida, compartida y legitimada socialmente. Hoy está muy segmentada. Quizás una foto me llega 20 veces y a su vez yo la comparto con otras 20 personas, pero a otros no les llega porque están en otro canal. Todo esto produce preguntas muy importantes: ¿cómo generar audiencia y dónde canalizar estas imágenes como parte de un discurso? Estamos atravesando una situación nueva y todavía no sabemos cómo actuar.

Entrevista: Guillermo Levy, Ramiro Lehkuniec y Martín Schiappacasse

Julio Menajovsky

Fotógrafo, docente, expreso político durante la dictadura e integrante del Área Audiovisual del Archivo Nacional de la Memoria.

Agradecimientos: Ariel Eichbaum (presidente de la AMIA), Elio Kapszuk (curador), Gabriel Scherman (proyecto general) y Silvio Zuccheri (asesor en estudio e iluminación) de la muestra “Veinticinco”

Foto: Julio Menajovsky
Foto: Julio Menajovsky
Foto: Julio Menajovsky