¿Tiene Lavagna un lugar en la política argentina de hoy? Lo que sabemos con certeza es que tiene un lugar en las encuestas, en el interés de un sector del establishment en promover su candidatura, en la expectativa que despierta en algunos ciudadanos que se sienten lejos de “la grieta” y en el moderado apoyo que ha recibido por parte de los grandes medios. Pero, ¿tiene un lugar en la política? Porque para tener un lugar en la política su nombre debería ser un referente ineludible de dirigentes con peso territorial (gobernadores, intendentes, etcétera), de sindicalistas con peso en los gremios y de movimientos sociales que estén cerca de la gente. Todos ellos deberían reconocerlo como un referente ineludible para las elecciones de octubre y considerar que es el “candidato natural” de ese espacio. Nada menos “natural” que las candidaturas políticas, pero así suelen presentarse.

Hasta el momento, nada de esto ocurre. Tal vez pueda resultar un candidato potable para algunos sectores del poder económico y mediático que le darían su respaldo porque ven peligrar el triunfo de Mauricio Macri (o porque también están decepcionados de su desempeño en estos cuatro años) y consideran a Lavagna un candidato confiable y ganador. Tampoco ocurre exactamente esto, pero digamos que es de lo poco que hay a su favor. A esto sí le podemos sumar una preocupación que tiene ese mismo establishment, que consiste en tener una figura de recambio frente al derrumbe del presidente Macri. Y en este sentido, Lavagna sí puede aparecer como una alternativa porque una de sus pocas definiciones electorales ha sido que jamás entraría en un espacio kirchnerista, lo que tranquiliza a buena parte del oficialismo.


Impedir a Cristina Kirchner llegar nuevamente a la presidencia es hoy el principal objetivo del bloque de poder que gobierna la Argentina y que le ha entregado al FMI la conducción de la economía.


Sin embargo, Roberto Lavagna aún no es candidato a Presidente, no tiene un espacio político definido, no ha recibido apoyo de gobernadores importantes ni tiene un partido que esté trabajando en su candidatura. Por ahora, es un fenómeno mediático y los encuestadores no dejan de incluirlo en todas las mediciones de escenarios para octubre. Lo cierto es que también aparece como una novedad en un contexto preelectoral polarizado en el que su figura podría aparecer como el que “destraba” la grieta que hace años domina la escena política argentina. Es cierto que Lavagna está transitando esta etapa –que se caracteriza por las indefiniciones dentro del amplio espectro opositor– como un posible candidato para octubre en busca de un espacio que lo reconozca como tal. Su estrategia no es ni puede ser la de construir ese espacio, sino de ocuparlo. Por lo que alguien deberá cederle ese lugar. Insisto, todo esto ocurre tal vez solo porque estamos en un año electoral pero todavía no se ha constituido un escenario electoral en el que hayan decantado las candidaturas. En su caso, lo que aparece como la condición de posibilidad es que Sergio Massa renuncie a su precandidatura presidencial y le ceda este lugar.

Pero el exministro de Economía y excandidato presidencial del radicalismo tiene problemas en varios frentes. Tal vez el más complejo resulte su antipática estrategia de negarse a una competencia en las PASO: solamente acepta el clamor de los dirigentes de distintos espacios con los que dialoga (poco, pero dialoga…) para que lo reconozcan como el único candidato a presidente de ese espacio que hoy tiene bordes muy poco definidos. Esta postura ya la practicó en 2007 cuando fue candidato presidencial formando la Concertación UNA (Una Nación Avanzada) que estuvo integrada por peronistas, radicales, desarrollistas y un puñado de partidos provinciales o locales de todo el país. Además contó con algunas redes juveniles que agitaron su candidatura. Hoy quiere repetir una experiencia así.


Lavagna busca sumar a un grupo heterogéneo de dirigentes que se coloquen por encima de la grieta para llevarlo como único candidato a presidente. Pero a diferencia de 2007, hoy se mueve en un territorio político donde ya hay varios candidatos que deberían declinar sus aspiraciones para reconocerlo como el único conductor.


Entre ellos, como dijimos, está Sergio Massa, quien encabezó el Frente Renovador en 2015, obtuvo en ese momento el 21% de los votos y que anunció –en aquella oportunidad– que Roberto Lavagna sería su ministro de Economía. Hoy debería reconocerlo como el único líder de ese espacio al que llevarían como candidato a presidente sin competir en las PASO. Es, por lo menos, una estrategia ambiciosa. Lavagna no tiene territorio propio ni gobernadores que le respondan, ni partidos provinciales que lo apoyen, ni camina el país sumando voluntades, ni dirigentes sindicales, barriales o de los movimientos sociales que lo reconozcan como su único referente.
Por ahora, Lavagna propone un frente de unidad nacional y dialoga con quienes lo reciben dentro de la “ancha avenida del medio”, como la definió alguna vez Massa.


Dialoga con el antikirchnerismo de distintos colores y aspira a recibir votos de los macristas desilusionados. Pero de cara a octubre, su única estrategia es que lo elijan los dirigentes políticos que sí tienen territorio y algunos votos.


¿De quienes se trata? De todos aquellos a los que les envió hace unos días su documento Lineamientos para un gobierno de unidad nacional. Los destinatarios fueron dirigentes radicales no cambiemistas, peronistas no kirchneristas, socialistas, integrantes del GEN y algunos dirigentes sindicales. El documento contiene diez puntos de acuerdo que nadie conoce aún. Tampoco hay escenarios claros donde se produzca este debate y –en algunos casos, como en Santa Fe– este diálogo puede ser un problema para las elecciones provinciales.

No parece sencillo el camino que deberá recorrer la pretensión de Lavagna. Todos los espacios políticos que se pueden reconocer en el panorama nacional están ocupados, tienen aspirantes a liderarlos y a ser elegidos para encabezar las fórmulas presidenciales del mes de octubre. Y Lavagna no se propone crear uno nuevo, sino que aspira a que lo reconozcan como el único presidenciable con posibilidades de ganarles a Mauricio Macri y a Cristina Kirchner, que por el momento aparecen como los que concentran mayor intención de votos en un hipotético escenario. Las encuestas tampoco lo muestran como el candidato esperado por la ciudadanía: solo recoge los votos de Alternativa Federal a los que se suman algunos que provienen del radicalismo y del macrismo desencantado. No parece ser suficiente para que quienes lo escuchan renuncien a sus pretensiones. Su destino futuro no está aún definido, como todo en la política, siempre hay un lugar para la sorpresa, pero el presente de Roberto Lavagna sigue siendo apenas un fenómeno de las encuestas, no de la política.

Luis Alberto Quevedo

Sociólogo, profesor titular de Sociología Política en la UBA. Director de FLACSO Argentina.