Lavagna es lo suficientemente técnico para ingresar al reino de los que saben de economía: tiene en su currículum haber sido, además, un buen piloto de tormenta. Fue protagonista de la salida de la segunda gran crisis de estos más de 35 años de democracia. Técnico que sabe, pero político a la vez. Al mismo tiempo, no tan político para entrar en el mundo de la sospecha y del desprecio. Apenas político. Lo suficiente para ser hombre de compañía y de respuestas acertadas en momentos claves. Político rodeado del halo de posiciones que son mayoritarias en términos de opinión pública y/o de convicciones más o menos aceptadas por una parte importante de la población y que él representó 15 años atrás: el Estado tiene que intervenir, no mucho; la producción tiene que ser prioridad; el consumo tiene que ser base de cualquier estrategia de crecimiento. Además el Estado tiene que garantizar el cuidado de las mayorías laboriosas y de los que no acceden al mercado de trabajo. El peronismo nos dejó esas cuatro o cinco determinaciones cuya defensa rompe por mucho la barrera del 50% para ganar un balotaje si fuese solo eso lo que se juega.

Lavagna circula, entonces, entre el técnico y el político. Técnico -pero no tan alejado del hombre y la mujer de a pie- y político -pero por suerte no tanto.

Lavagna puede crecer no por su presente, sino por su pasado. De presente dice muy poco y, lo que es peor, del futuro inminente cargado de deuda, condicionamientos estructurales y expectativas de haber un cambio de gobierno. Lavagna es pasado reciente y ahí radica su épica. Épica todavìa fresca y tan bien cimentada en la memoria popular.

Es actor central y protagonista de la salida del derrumbe del 2001. Título que podría y debería tener también Duhalde, pero lo tiene más él. Lavagna es la salida de la crisis, el aumento del consumo, los superávits gemelos, la salida del corralito.

La imagen de Lavagna se construye de la mano de Duhalde pero sin Kosteky-Santillán; de la mano de Néstor sin denuncias de corrupción ni Chávez.

En ese sentido se presenta como la combinación perfecta para la supuesta mayoría no intensa. Es crecimiento sin entrega del país o timba como fue el crecimiento de Menem, que se llevó el premio del peor luego de tantos aplausos en los primeros años de crecimiento y consumo. Es peronismo sin peronismo. No espanta, tampoco entusiasma mucho.

Lavagna es grande para la biología de la política, que pudo tener un Fidel hasta casi los 90 años pero que en general te mata antes de los 80. Lavagna garantiza a sus largos setenta que, de ser presidente, será solo por 4 años. Alguien con cuerda corta es más fácil de colonizar y condicionar. Ideal para un establishment que necesita garantías y que cada vez le suelta más la mano a su héroe de hace tan poco.

El Lavagna de hoy parecería flexible, más moderado que en el 2005. Sus pocas posiciones actuales que se conocen parecerían más friendly con las corporaciones. Aun así puede ser el candidato de la oposición sin Cristina, a quien terminen votando con entusiasmo moderado la ancha avenida del medio y, con los dientes apretados, el kirchnerismo y el progresismo para sacar al gobierno de los CEOs. Él querrá ser el candidato que aglutine peronismo anti Cristina, socialismo santafesino y parte del radicalismo en una unidad nacional anti grieta que termine siendo la preferencia del círculo rojo. Un Cambiemos menos fallado.

Varios escenarios son posibles solo para él. Los demás tienen sus propios encorsetamientos que no les permiten la flexibilidad que puede tener el exministro de Duhalde y Kirchner.

Ahí radica su potencia electoral que igual se viene desdibujando con el crecimiento diario de la ex presidenta.

Su espacio es el que dice que no gane Cristina pero que tampoco gane Macri. Si se amplía ese espacio, Lavagna crece; si se achica su efecto, por ahora publicitario, se irá desvaneciendo.

La Argentina nacional, popular y progresista fue dañada en parte por sus mismos actores y a partir de diciembre de 2015 por una guerra psicológica que logró recortar la adhesión a un programa progresista en más o menos diez puntos. El kirchnerismo en ese sentido deja un legado que estaba desperdigado desde la recuperación democrática: hay un 30% de la Argentina que está sólida en la oposición al relato neoliberal y se opone a una forma de democracia que se achica cada vez más frente a las corporaciones. También, hay un 30%, o quizás un poco menos, que es firmemente de derecha en su mirada de la Argentina y del mundo, en su mirada de la economía y de los problemas de la Argentina y, sobre todo, en su mirada de los otros.

Lavagna, su potencia electoral, no navega solo en ese 40% restante en la contabilidad de opinión pública. Puede recortar a ambos lados de los núcleos duros pero también tiene que lograr la sumisión de los otros candidatos de la “ancha avenida del medio”.

Lavagna puede ganar aunque en una transición turbulenta sus posibilidades decrecen. Puede convocar con su currículum embellecido por los medios, ya limpio del contacto de unos y otros. Es esperanza tibia y por cuatro años. Lo demás, lo que vendría después del 10 de diciembre, incertidumbre total.

Guillermo Levy
Sociólogo, docente e investigador de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.