El 20 de marzo se desdibujaron los contornos de la vida cotidiana. La sensación inmediata estuvo asociada a la rigidez de los límites que implican el cumplimiento del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO). Pocos días después, sin embargo, todo comenzó a ser más endeble. Aquello que solíamos hacer de forma parcelada pasó a integrar un único y gran momento, la cuarentena, en el cual las tareas y actividades se repiten en loop dando forma a una continuidad que, insolente y repentina, explicitó todas y cada una de las contradicciones que atraviesan las condiciones en las que producimos.
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Coronavirus
Estamos viviendo un tiempo inédito en nuestras vidas, nadie puede dudarlo. La llegada del COVID-19 ha transformado radicalmente nuestro modo de vida exigiéndonos conductas y modos de encarar la realidad de una forma totalmente ajena a nuestras experiencias previas. Nunca habíamos sido interpelados de esta manera.
Las modificaciones rápidas de nuestras condiciones de existencia suelen ponernos en crisis, en tanto requieren transformaciones de nuestro comportamiento para las que no estamos preparados. Ante ello, muchas veces se activan sistemas de defensa que buscan proteger a nuestra estructura psíquica de la conmoción, aunque en algunos casos pueden resultar profundamente disfuncionales, en tanto no se ajustan a los requerimientos que la realidad nos impone para actuar.
La del COVID-19 es una crisis previsible, muy importante, pero previsible, de una época que comenzó hace ya tiempo. La fase de la globalización digital de la era eléctrica, que empezó allá por las dos últimas décadas del siglo XIX.
Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, resumió alguna vez con lucidez Fredric Jameson. En este contexto atípico marcado por el paso intempestivo del COVID-19, algunos se apresuran por dar certezas sobre el día después
El duelo nos iguala como sujetos. Sin embargo, las desigualdades en los procesos de salud-enfermedad-atención-cuidados nos posiciona de maneras muy...