Crónica de una virtualidad anunciada

Estamos viviendo un tiempo inédito en nuestras vidas, nadie puede dudarlo. La llegada del COVID-19 ha transformado radicalmente nuestro modo de vida exigiéndonos conductas y modos de encarar la realidad de una forma totalmente ajena a nuestras experiencias previas. Nunca habíamos sido interpelados de esta manera. 

Esta especie de tsunami que recorre el mundo instaló en la conciencia de cada uno un sentimiento de precariedad y de peligro inminente que amenaza nuestra existencia sin permitirnos aún tener totalmente en claro, ni siquiera, las características del “enemigo” que produjo tal situación.

Es por ello que dudamos continuamente ante cada acción a emprender y solemos resistirnos a llevarla a cabo porque contradice nuestras experiencias previas, sin advertir que ellas no tienen nada que ver ya con lo que la nueva situación requiere.

Tampoco, nunca como ahora, habíamos aceptado unánimemente, casi sin dudar, que “vivir es navegar en un mar de incertidumbres”. Solo que ahora no estamos seguros de encontrar los islotes y archipiélagos de certezas a los que Edgar Morín hacía referencia. Por eso, tal vez, estamos empezando a aceptar que habría que reinventar el mundo tal como planteaba Chomsky.

En este aparente fin de ciclo y con estos sentimientos encontrados, la universidad está afrontando su propia crisis que le plantea nuevos desafíos. La halla dando cuenta de su falta de respuesta o de convergencia con las características de la sociedad de la información y el conocimiento que le viene exigiendo, entre otras cosas, la necesidad de trabajar en red, de desarrollar la cultura de la virtualidad y de incorporar tecnología en sus propuestas académicas. 

A esta deuda no siempre asumida por la institución universitaria, debe sumarse su obligación de sostener permanentemente una política de inclusión que la ha llevado en innumerables situaciones a la instalación de cohortes masivas con estrategias de abordaje docente propias de la sociedad industrial.

Es claro que la universidad no terminará de insertarse plenamente en esta nueva sociedad en la medida en que no realice una profunda reflexión e instale, en consecuencia, cambios de envergadura para estar en consonancia con sus principios.

Mas allá de esos aspectos pendientes, que se instalaron hace ya veinte años, el mundo le acaba de recordar a la universidad que no se detendrá a esperar su reconfiguración. Cual tormenta perfecta, esta pandemia invadió al mundo y recluyó en cuarentena a casi la totalidad de los habitantes del planeta, suspendiendo las clases presenciales en las instituciones educativas en todo el mundo.

Fue entonces cuando las universidades presenciales, que raramente clamaron por la implantación de una modalidad de enseñanza mediada por tecnología, de pronto decidieron instalar, casi por decreto, esta forma de encarar la imposibilidad de sostener la presencialidad en sus campus.

En realidad, ante el problema planteado, la búsqueda de solución en un primer momento se centró en virtualizar la presencialidad más que en establecer una modalidad definida, por lo que el desafío resultó ser entonces cómo apropiarse de la tecnología para ponerla al servicio de la solución del problema. 

Lo interesante a destacar en este análisis es que, en casi todos los casos, se hablaba de trabajar a distancia y much@s lo confundieron con la educación a distancia, que es una modalidad educativa que viene desarrollándose formalmente en las universidades de todo el mundo desde el siglo pasado y que hoy se da en su modo virtual.

La situación se complicó aún más al advertirse que esta modalidad educativa requiere para desarrollarse en cada institución de la existencia de un sistema tecnopedagógico diseñado y aprobado previamente y de un equipo especializado en la modalidad. 

Por todo ello, los primeros intentos en las universidades sin tradición en educación a distancia produjeron no pocos desajustes, desorientación y, en algunos casos, disgustos de los docentes que argumentaban no haber sido convocados para enseñar a distancia, un sistema que no conocían y para el que la institución no estaba preparada. 

Sin embargo, ante el innegable “apagón” de la presencialidad sin fecha de vencimiento a la vista, fue presentándose en las distintas unidades académicas un muestrario de diferentes formas de encarar la tarea a abordar, tales como:

– Clases expositivas sincrónicas conservando el mismo horario que tenían las clases presenciales.

– Videos con profesores desarrollando un tema para una visualización asincrónica.

– Archivos PDF elaborados por las cátedras que desarrollaban un tema y se subían a alguna plataforma tecnológica. 

– Archivos o links con bibliografía indicada al alumno enviados a través de correo electrónico o de WhatsApp.

– Links a videos de You Tube con cuestionarios para que el alumno los analice y/o actividades varias para desarrollar posteriormente.

En fin, se podrían enumerar muchas otras formas que asumieron los intentos de apropiación de la tecnología para mantener en funcionamiento las clases en la universidad. 

Paralelamente a esos intentos, en muchos casos creativos y exitosos, se podía escuchar a los docentes que debieron asumir el reto de enseñar en estas circunstancias, clamar por volver cuanto antes a la “normalidad”. Ante ello podríamos preguntarnos como Naomi Klein, ¿a qué normalidad? Recordemos que la normalidad era la crisis.

Esta claro y es comprensible que esta “tormenta perfecta” haya sacudido fuertemente a la comunidad universitaria, pero creo que ella también empezó a entender que luego de esta experiencia será difícil volver al mismo lugar en el que estábamos. Se debería considerar esta situación como una oportunidad para rever la forma de interpretar las características y requerimientos del nuevo mundo que estamos alumbrando y repensar la forma de encararlo.

Los cambios que en tiempos normales nos llevan años de deliberación, en ocasiones como esta, pueden darse en muy cortos tiempos.

Estamos viendo y empezando a aceptar que, en prácticamente tres meses, la naturaleza renace sin nosotros, que parece posible detener el cambio climático, que la ciencia es vital para la salvación humana, que la mitad de los trabajos se pueden hacer desde casa, entre otros cambios sorprendentes que nos recuerdan que las crisis pueden ser prerrequisitos de las revoluciones, como afirmaba Kuhn.

También hemos podido apreciar cómo la virtualidad y las redes han tenido un papel fundamental a nivel global para el análisis conjunto de científicos y gobernantes acerca del virus y su comportamiento y para el diseño de las posibles soluciones que enfrenten la pandemia. 

Sin embargo, no se había advertido aún en la universidad una actitud proactiva y generalizada hacia el inicio de este camino a la virtualización que sigue viéndose muy lejano respecto de las tradiciones académicas vigentes. Sabemos que, en términos generales, ni los docentes ni los estudiantes universitarios tienen hábitos instalados de trabajo virtual ni de uso de estrategias de enseñanza mediada por tecnología, salvo en algunas pocas excepciones. 

Todo ello nos lleva a pensar que habrá que encarar muchos debates prontamente para analizar en profundidad esta realidad que hoy estamos viviendo, en relación con la elección de las estrategias de enseñanza que permitan resolver el problema de su continuidad sin presencialidad. 

Me animo a afirmar que el objetivo central de estos debates debería ser reforzar el liderazgo social de las instituciones de educación superior para asegurar, en este tiempo demandante que nos toca vivir, la continuidad de los estudios además de proteger en todo momento el vínculo con los estudiantes y garantizar la calidad académica.

En este contexto, es claro que la virtualidad no es el objetivo ni lo central en el debate a encarar, pero sí se evidencia como la solución mas pertinente para alcanzar los objetivos planteados. ya que a través de ella las universidades de todo el mundo han permanecido abiertas funcionando de una forma diferente y han podido continuar con su labor académica en medio de la emergencia. De esta manera han podido hacer compatible la preservación de la salud con la continuidad del trayecto académico.

En fin, esta crónica incompleta quiere finalizar mirando hacia adelante con la convicción de que es tiempo de echar mano a la oportunidad generada por esta crisis para emprender las transformaciones pendientes que permitan a la universidad no solo una plena integración al nuevo mundo que estamos alumbrando, sino también sostener el liderazgo social que siempre tuvo.

Marta Mena

Directora del Programa Formación Virtual de Investigadores y de la Maestría en Docencia universitaria de la Universidad Tecnológica Nacional. Miembro del Consejo Internacional de Educación Abierta y a Distancia-ICDE y exvicepresidenta para América Latina y el Caribe. Profesora de posgrado en el Master en Tecnología de la Educación en la Facultad de Educación de la Universidad de Salamanca.