El acontecimiento Sanders

Bernie Sanders no es solamente el nombre de un candidato y dirigente político estadounidense. Bernie Sanders es el nombre de un acontecimiento —y ese acontecimiento es, además, el reverso del anverso de otro acontecimiento, uno que también tiene nombre propio y se llama Donald Trump. Ambos acontecimientos irrumpieron en la vida política norteamericana en las elecciones primarias de los partidos demócrata y republicano de 2016 y aún no han cesado de generar consecuencias de relevancia.

Las imágenes fijadas por los respectivos lanzamientos de las candidaturas de Trump y Sanders en 2015 y que todavía circulan por las pantallas de televisión y las redes sociales sugieren en parte el sentido irradiado por ambos acontecimientos. A Trump, se lo ve bajando las escaleras mecánicas de uno de sus lujosos y desagradables hoteles, tan arrogante en su fortuna, cuando todavía no había logrado nada políticamente, como sin duda lo siguió siendo, pero ahora con algo más de argumento, luego de derrotar en múltiples pulseadas políticas a gran parte de la elite económica y cultural norteamericana. A Sanders, por otro lado, aquellas imágenes tempranas lo muestran anunciando su insolente candidatura en los jardines del Congreso de los Estados Unidos, diciéndole, al puñado de periodistas reunidos delante de una pequeña e improvisada tarima, que no iba a contestar demasiadas preguntas luego del anuncio porque estaba muy ocupado y tenía que volverse a su despacho de senador.

Lo que esas imágenes sugirieron desde un primer momento fue el agotamiento de un régimen, el agotamiento de un entramado de prácticas y posiciones ideológicas, de una matriz de sobreentendidos y de modos de hacer y de concebir la acción de gobierno que había logrado aceitarse y consolidarse durante las últimas décadas. Permítanme llamar a este régimen “plutocracia liberal”. Paradójicamente ambos candidatos denunciaban al régimen “desde adentro” y, como lo sugieren aquellas imágenes, lo hacían de modo performativo. Por un lado, uno de los candidatos denunciaba la plutocracia liberal sugiriendo, tanto con sus gestos como con sus palabras, que si los representantes electos van a gobernar para los ricos como ya lo hacen, es mejor que sean los ricos mismos quienes gobiernen. Si algo significó Trump para aquellos que acogieron su irrupción en la vida política con entusiasmo, eso fue este gesto: hay que drenar el pantano (sacarse de encima a los políticos corruptos) y dejar que el régimen sea lo que puramente puede y debe ser —el gobierno del dinero, un gobierno que puede ser mucho más eficiente y efectivo para los ciudadanos norteamericanos que aquel ofrecido por los intermediarios incompetentes del régimen de turno. El otro candidato, un outsider en el riñón mismo del poder político —el único senador independiente, ni demócrata ni republicano, y para colmo autodenominado “socialista democrático”, anunciando su candidatura desde el mismísimo Washington— que denunciaba la plutocracia liberal como la raíz de la decadencia de la democracia estadounidense y que prometía una campaña y un ejercicio de la autoridad política completamente desvinculados de, y opuestos al, poder del dinero.

Como puede verse, lo que ambos posicionamientos identificaban, a pesar de sus radicalmente distintas salidas propuestas, era la naturaleza del régimen político que se proponían reemplazar.

El régimen en cuestión, la plutocracia liberal, es un régimen híbrido, uno en que el dinero ocupa o aspira a ocupar plenamente el lugar del poder, pero que sin embargo sigue requiriendo para su legitimación del uso de los mecanismos institucionales establecidos por la democracia liberal contemporánea.

Así, el acontecimiento Trump consiste en sostener que esta dualidad es innecesaria, que el dinero debería aspirar a librarse completamente de los corruptos y burocráticos mecanismos legitimadores de la autoridad política que propone la democracia liberal. El dinero debe ejercer el poder directamente, sin mediaciones. Alternativamente, el acontecimiento Sanders sugiere la perspectiva contraria: puede que el régimen vigente sea liberal, en el sentido de respetar los mecanismos constitucionales surgidos de la tradición del liberalismo político —no son estas mediaciones del gobierno representativo las criticadas por Sanders. Pero lo que la creciente colonización del dinero ha hecho de estos mecanismos liberales fue transformarlos en plenamente plutocráticos, con las consecuencias de creciente desigualdad e injusticia social que han caracterizado a los Estados Unidos de las últimas décadas. Este doble movimiento de gobierno plutocrático y desigualdad social es lo que el acontecimiento Sanders puso en el centro de la discusión política norteamericana.

Aquellas célebres primarias de 2016 se dieron casi en espejo: ambos candidatos sacaron aproximadamente la misma cantidad de votos en sus respectivos partidos pero, como sabemos, Trump logró vencer a un establishment partidario que no supo unificarse detrás de una sola candidatura “oficialista”, mientras que Sanders perdió las elecciones por un margen inesperadamente estrecho ante una candidata oficial que, a comienzos del proceso, había imaginado una coronación sin sobresaltos. De este modo, tanto el acontecimiento Sanders como el más mundialmente conocido Trump hicieron visible, a su manera, un invisible de su tiempo —la complicidad entre las elites económicas, políticas y culturales con la desigualdad creciente en la sociedad norteamericana— pero ofrecieron interpretaciones diametralmente opuestas de este fenómeno.

La interpretación que impulsa hacia adelante el acontecimiento Trump es bien conocida y ha logrado una solo —aparentemente— paradójica internacionalización: el etnonacionalismo. Ante la creciente desigualdad social, los etnonacionalismos occidentales sostienen que el problema no es el modelo económico sino lo que las elites bienpensantes han hecho con él. No se trata de cuestionar el neoliberalismo de la teoría del goteo —cuanto más ricos sean los ricos más va a rebalsar para que algo llegue a los demás— sino la apertura multicultural que hace que los inmigrantes y las minorías étnicas se piensen con derecho a acceder a algo de aquello que se derrama. Esta interpretación entusiasma a los pobres de las mayorías étnicas occidentales y enciende un fuego que no exageramos al denominar “neofascista”.

Como en los albores del primer fascismo, este fenómeno no lleva a la polarización sino a la partición en tres del sistema político. A la amenaza neofascista no se le opone una gran fuerza democrática sino dos interpretaciones distintas del presente. Por un lado, están las elites de la plutocracia liberal, espantadas tanto por la amenaza social que confrontan como por el escándalo cultural que expresa la llegada de Trump al poder —y, a veces, parece que fuera en realidad solamente esto último lo que los perturba. Estas elites son las que confían en la capacidad del Partido Demócrata estadounidense de vencer a Trump anteponiéndole un candidato “moderado” que simplemente ofrezca a los ciudadanos estadounidenses una vuelta a la normalidad. Pero, por otro lado, el acontecimiento Sanders expresa una forma alternativa de oponerse a la amenaza neofascista. Para la interpretación ofrecida por el acontecimiento Sanders, esta amenaza no es una aberración que, por detalles y errores mayormente de otros, la plutocracia liberal fue incapaz de contener. La amenaza neofascista es resultado de la ya visibilizada complicidad y responsabilidad de las elites culturales y políticas con y por la creciente desigualdad y sus devastadoras consecuencias en la vida de la gente, consecuencias que el acontecimiento Covid-19 no está haciendo más que magnificar.

De este modo, en 2020 el conflicto clave se está dando entre estas dos formas alternativas de oponerse al advenimiento del neofascismo en América, y el terreno de disputa es, una vez más, las primarias del Partido Demócrata. Tanto estas primarias como el Covid-19 han llegado hoy a un impasse. Por un lado, Bernie Sanders ha “suspendido” su campaña, pero también ha insistido en que su nombre seguirá en las boletas electorales de los estados que aún restan votar y que aspira a llegar al fin de las primarias con la mayor cantidad de delegados posible, esto último con el objetivo de incidir sobre el programa de gobierno y sobre “otras decisiones” que el Comité Nacional del Partido Demócrata tenga que tomar. Por otro lado, el Covid-19 ha superado la barrera de los 2000 muertos diarios en los Estados Unidos y, se calcula, se amesetará alrededor de esa cifra por un período indeterminado de tiempo.

El verano del norte promete ser intenso tanto política como epidemiológicamente. Por el lado de la vida política, el candidato que parece encaminado a encabezar la fórmula demócrata muestra, semana tras semana, no estar a la altura de las circunstancias.

Créditos: Enrique Shore

Por el lado de la curva epidemiológica, todavía es imposible predecir qué consecuencias tendrá en el afán reeleccionario de Trump. La incertidumbre generada por ambos impasses indica que el acontecimiento Sanders está todavía lejos de ser en un hecho del pasado.

Martín Plot

Licenciado en Sociología (UBA), magíster en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural (IDAES-UNSAM) y Ph. D por la New School for Social Research.