Coaching filosófico en una escuela del siglo XXI

Ernesto Meccia

Merlí es una serie de televisión que tuvo tres temporadas (2015-2018), que sumaron cuarenta episodios. Fue emitida por la televisión catalana y posteriormente Netflix compró los derechos de comercialización internacional.

Merlí Bergeron es un profesor de filosofía que llega a un instituto de enseñanza y despliega su pedagogía: presentar la obra de filósofos ilustres para que lxs alumnxs aprendan a ver de nuevo y las apliquen en la vida cotidiana. Las resonancias con el profesor John Keating, el protagonista de la película La sociedad de los poetas muertos (Peter Weir, EE.UU., 1989) no tardan en aparecer. Esta película termina cuando las autoridades del colegio echan al profesor y sus discípulos aplican la enseñanza: se suben a los pupitres para poder ver ese acto desde otro lugar, con perspectiva propia, contraria a la institucional, que sólo veía desde el llano. Desde arriba lo que se puede ver es, en realidad, la injusticia y la opresión.

La filosofía (y la poesía, en aquella película) son los propulsores de la libertad. Ninguna institución podrá contra ella. Un profesor desafía: “Muéstrame un corazón libre de sueños necios y yo te mostraré a un hombre feliz”; y Keating responde: “Sólo al soñar tenemos libertad. Siempre fue así y siempre será”. Pero se trata de una semejanza demasiado estructural que pronto se disipa. Merlí debe operar en un medio educativo muy distinto y con un público difícil de comparar. Las diferencias entre una academia de elite de los Estados Unidos a fines de los años 50 y una escuela pública sita en el llano de la Barcelona de la segunda década del siglo XXI acaso sean incontables.

Merlí intenta dar la palabra filosófica en un medio social estallado, implosionado; una sociedad “post-post”, por así decir. 

Allí reside uno de los mayores atractivos de la serie: es interesante observar cómo se puede transmitir un saber y bajar una línea ética (es decir, puntos de referencia que deben tener algún grado de fijeza) en una sociedad donde todo lo sólido se desvanece en el aire. Y valdría aclarar que se desvaneció para las madres y los padres de los protagonistas de la historia; estos últimos son peces del océano hecho con el agua del derrite de la modernidad. Son nativos del estallido más que espectadores del mismo.

Así, aparece una primera serie de entidades y/o motivos narrativos que refieren a la des-regulación de antiguos entramados de relaciones de la primera modernidad: familias monoparentales (aparecen muchas mujeres), hijos sesentones que vuelven a vivir con la madre sin que se piensen fracasados, noviazgos o relaciones con derecho a roce a cualquier edad, gays en proceso doloroso de salida del armario, gays que siempre estuvieron afuera orgullosos, transgénerxs bien paradxs, muchachas con conciencia de las desigualdades de género y de la asimetría en las relaciones de pareja. Estos elementos narrativos aparecen junto a la otra cara de la des-regulación, ésta, característica del neoliberalismo: flexibilización laboral, falta de trabajo, estrategias de generación de ingresos que llevan a la ilegalidad, discriminación basada en la desigualdad de clase, nuevas patologías psíquicas de raigambre social, y crisis de autoridad de las instituciones.

A lo largo de cuarenta capítulos, la narración coloca a Merlí en ese caos, un complejo tablero de ajedrez en el cual el movimiento de las piezas está lejos de demostrar que alguien va ganando la partida o conquistando una posición. Al contrario, si algo deja el visionado de Merlí es que todxs lxs personajes se ven instadxs a jugar el juego, pero que las consecuencias de la participación de cada cual siempre tienen mucho de condicionalidad y provisoriedad, como si las condiciones de riesgo sistémico ya las llevaran como tatuajes, a flor de piel. 

Los logros ya no son adquisiciones porque el tiempo no es más el aliado de la gente, menos aún de esxs muchachxs. Los fracasos no son cuestión de vida o muerte. Nadie está exento de tener que volver a empezar. 

El tiempo no le asegura recursos a nadie, sólo les puede aportar “filosofía de vida”. Merlí fue, entonces, el coach filosófico del curso del instituto -lo cual no es poca cosa- en un mundo que obliga a ser uno mismo, y produce fatiga y perplejidad.

A colaborar con la cláusula narrativa de la provisoriedad propuesta por la serie llega, ni más ni menos, que la inesperada inesperada muerte del protagonista, la representación máxima de que lo que hoy está, mañana puede desvanecerse. Creo, justamente, que la notoria brevedad del tratamiento narrativo de la muerte de Merlí, y la ausencia de una subnarrativa de duelo, son seguros indicadores de la provisoriedad de la existencia que la serie reconoce en la sociedad contemporánea como el azul en el cielo. Es difícil sustraerse a esta lectura sociológica que la serie aporta al presente. En este plano, Merlí es casi un manual de sociología.

En cambio, nos daremos cuenta de que no llega a ese estatus a poco que observemos las narrativas que involucran cuestiones de género y de inmigración y diversidad cultural.

Los cuestionamientos a las jerarquías entre los géneros están bien representados y son un tópico recurrente en la serie. Como dijimos, las jóvenes tienen esa conciencia y, si no, aparece algún personja cuya función dramática es que aparezca. Lo que llama la atención en la serie es que, el universo que retrata sea, en su conjunto, un universo dinamizado por los deseos, los conflictos y los dramas de los varones. El punto de partida cronológico de los mayores tramos argumentales de la serie es masculino, empezando por el protagonista pero siguiendo por la vida de los alumnxs del Instituto. De esta manera, las historias de Merlí, Pol, Gerard, Joan, Bruno, Iván y Marc (todos menos Oliver) son las que encienden argumentalmente los deseos, conflictos y dramas de las mujeres, que, así, quedan como coprotagonistas. No quiero ser taxativo en este punto (vi la serie sólo una vez), pero me parece que del visionado no emerge un universo femenino con la misma función argumental (activar el mundo) que el masculino. Observaría, mas bien, funciones de apoyo de las acciones disparadas por los varones. De hecho, llama la atención el papel de Tania en el ménage à trois: finalmente es quien arregla la situación a Bruno y Pol para que cojan tranquilos en el futuro; les destraba un conflicto, casi como ofreciendo un “servicio”.

Pero -y aquí soy taxativo- donde Merlí es un manual de anti-sociología es en el (no) tratamiento de la migración y la diversidad cultural. Sociológicamente es un sinsentido y éticamente una barbaridad no incluir en una trama que se desarrolla entre 2015 y 2018 en Barcelona a lxs migrantes y a sus hijxs. Y resulta inexplicable que la serie muestre con insistencia a una alumna negra, de quien no podamos conocer ni el nombre, ni qué anhela, ni qué conflictos tiene porque nunca se la hace hablar, la trama la “incorpora” como adorno sin voz. Aquí, la serie se perdió una de las variables centrales para comprender el mundo contemporáneo. Menos mal que no me pidieron una calificación: le hubiera sacado varios puntos.

Ernesto Meccia

Sociólogo, Magíster en Investigación y Doctor en Ciencias Sociales. Profesor regular en la UBA y la UNL. Investiga homosexualidad, cambio social y discriminación.