¿Hermano vota Bolsonaro? Observaciones sobre la participación política de evangélicos en Brasil

A contrapelo del sentido común instalado en los últimos tiempos, la participación política de los evangélicos en Brasil -y en toda América Latina- no es un fenómeno novedoso y, mucho menos, homogéneo.

Desde la constitución de los Estados nación en la región pueden rastrearse vasos comunicantes entre mundo protestante y mundo político. Y desde hace más de 40 años, los grupos evangélicos tienen participación activa en la política partidaria latinoamericana. Participación que por supuesto presenta líneas de continuidad y, también, texturas diversas en cada momento histórico y en cada país.

Trazando una mirada panorámica podríamos considerar dos fenómenos de relevancia que habilitaron la incumbencia activa de los evangélicos en la política electoral de América Latina a partir de los años 1980: a) el crecimiento constante de las feligresías evangélicas -especialmente, pentecostales- desde la década del 70; y b) el giro cosmológico de las iglesias respecto a su vínculo con el “mundo” y a su lugar en la política.

Sobre el primer punto, estadísticas recientes muestran que América Latina concentra cerca de un 65% de católicos, un 20% de evangélicos y un 8% de indiferentes. Estos estudios también señalan que en las últimas cuatro décadas el catolicismo perdió un tercio de su feligresía, mientras que los grupos evangélicos crecieron vertiginosamente convirtiéndose en la primera minoría religiosa de la región, alcanzando incluso al 40% de la población en países como Honduras y Guatemala

Gentileza de Adão Iturrusgarai, publicado en el diario Folha de São Paulo.

Este crecimiento de la feligresía evangélica fue dinamizado por el auge del movimiento pentecostal primero entre los sectores más desfavorecidos de áreas rurales y periferias urbanas (campesinos, migrantes, obreros no calificados) y luego entre las tramas más bajas de la clase media. El pentecostalismo surgió a comienzos del siglo XX y su énfasis teológico recae en la figura del Espíritu Santo y la actualidad de sus manifestaciones sobrenaturales en la vida cotidiana. Sus máximas son: Jesucristo -aquí y ahora- salva, sana, santifica y vuelve como Rey. Estas características teológicas le imprimieron gran dinamismo y flexibilidad tanto discursiva como organizativa convirtiéndolo en el movimiento más importante del universo evangélico. En efecto, hoy el 70% de la población evangélica latinoamericana es pentecostal.

En sentido opuesto a la tendencia regional, en Brasil sí funcionan los partidos políticos confesionales, los principales pastores manifiestan públicamente sus posicionamientos políticos y, lo más destacado, se constituyó una bancada parlamentaria evangélica que cuenta actualmente con 3 senadores y 87 diputados.

Junto con esta expansión, al interior de las comunidades evangélicas, se fue gestando un giro cosmológico en torno al vínculo iglesia-mundo que habilitó su intervención en terreno político. Este cambio se dio en el contexto de tres procesos: a) reconfiguración del escenario político regional-global con la caída del muro de Berlín, la apertura del ciclo democrático latinoamericano y la emergencia de nuevos actores políticos; b) estabilización de los liderazgos y feligresías evangélicas luego del vigoroso período de crecimiento que habilitó debates internos sobre el rol social y ciudadano que debían desplegar las iglesias; y c) reelaboración de la escatología de la “segunda venida de Jesús” que implica el paso del premilenarismo al posmilenarismo.

Durante décadas, los grupos evangélicos predicaron que la Segunda Venida del Salvador era inminente y, por ello, el creyente debía tener una actitud de “espera aislada” y rechazo por las cosas mundanas. Participar en política, en la cultura o en cualquier actividad social que intentara mejorar el “mundo” era considerado contraproducente para el retorno de Jesucristo. En el nuevo contexto posmilenial, se instaura la teología del “Reino presente” que propone contrariamente la necesidad de un trabajo activo por parte del creyente y la iglesia para la construcción del Reino de Dios en este tiempo y este mundo con el fin de “acelerar” el regreso de Cristo. De este modo, el mundo en todas sus fases -incluida la política- se reconfigura cosmológicamente como un espacio a ser redimido y conquistado para Dios.

Gentileza de Adão Iturrusgarai, publicado en el diario Folha de São Paulo.

Estos procesos sociales, políticos y teológicos, en conjunto, funcionaron como telón de fondo del desembarco evangélico en arena política. Como podemos observar, es un fenómeno complejo, procesual y multicausal que si bien se desplegó panorámicamente en la región, también adquirió ribetes específicos en cada país.

En el caso de Brasil se observa un crecimiento evangélico sostenido que pasó del 5,2% en 1970 al 22,2% en 2010 y, según proyecciones, terminará la década en el 30%. En sintonía con las tendencias regionales, el 70% de la feligresía es pentecostal. Uno de los fenómenos más salientes del pentecostalismo brasilero es el poderío de sus “megaiglesias”, en especial, de la Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD) fundada en 1977 por Edir Macedo.

La politización evangélica en Brasil irrumpió en la escena electoral en los años 80 y fue delineando un itinerario zigzagueante y complejo con características únicas. En sentido opuesto a la tendencia regional, en Brasil sí funcionan los partidos políticos confesionales, los principales pastores manifiestan públicamente sus posicionamientos políticos y, lo más destacado, se constituyó una bancada parlamentaria evangélica que cuenta actualmente con 3 senadores y 87 diputados.

Contrariamente a lo que plantean muchos discursos circulantes, los pastores más que manipular a sus rebaños para que voten por tal o cual candidato, lo que han desarrollado -por el ejercicio mismo de su profesión- es la capacidad de olfatear, interpretar y adaptarse a las tendencias políticas emergentes en su feligresía. En esa expertise residen sus aciertos.

Dadas estas características, una primera lectura podría considerar muy verosímil la existencia de un voto evangélico homogéneo y unívoco capaz de colocar rápidamente en el poder a un candidato gestado por las iglesias, o bien a cualquier candidato del “mundo” que logre seducirlo. Pero en la práctica, las dinámicas son siempre más complejas. Ciertamente en Brasil existe una constelación de posibilidades que harían más probable que en otros países la traducción de la adhesión religiosa al terreno electoral, incluso uno de los lemas más diseminados en las iglesias interpela al “hermano a votar por el hermano”. Sin embargo, este traspaso religioso-político es fragmentado y volátil. Y esto es así por varias razones.

Primeramente, no existe un único partido capaz de capitalizar la masa votante evangélica. Los partidos confesionales son diversos y, en general, son extensiones de las megaiglesias más influyentes. Tal es el caso, por ejemplo, del Partido Republicano Brasileño (PRB) vinculado a la IURD. Asimismo, otra de las estrategias de incidencia electoral es la formación de una multiplicidad de cuadros políticos propios que luego integran las listas de varios partidos -sean seculares o confesionales. Situación que lógicamente atomiza aún más el voto confesional.

Por otra parte, las comunidades evangélicas ni en Brasil ni en otro país de la región han logrado constituir un programa político sólido y unificado. Esto se debe principalmente a la gran heterogeneidad y dispersión interna característica de este mundo religioso. Tal es la plasticidad del “Reino de Dios” que puede ser ensamblado a la izquierda, al centro y a la derecha del espectro político. Por eso no debe resultar extraño ni contradictorio que en un momento histórico pastores, partidos o feligreses evangélicos tiendan puentes con proyectos socialistas y luego con proyectos neoliberales. Por citar un ejemplo, el PRB apoyó a Lula en 2006, una década después estuvo entre los partidos favorables al impeachment de Dilma Rousseff y hoy apoya la candidatura de Bolsonaro.

Esta falta de proyecto político propio, también, es una de las condiciones de posibilidad que ciertos temas sensibles a la comunidad religiosa -especialmente los vinculados a la moral sexual- constituyan prácticamente la única agenda de la bancada evangélica en Brasil y también de la gran mayoría de las intervenciones políticas evangélicas de la región. Los cientistas sociales deberíamos conocer y comprender con investigaciones empíricas rigurosas los sentidos que subyacen en estas sensibilidades religiosas y sus implicancias políticas en el largo plazo. Ésa es nuestra agenda pendiente.

Finalmente, tampoco debe sobredimensionarse el efecto electoral de los posicionamientos políticos pastorales. Contrariamente a lo que plantean muchos discursos circulantes, los pastores más que manipular a sus rebaños para que voten por tal o cual candidato, lo que han desarrollado -por el ejercicio mismo de su profesión- es la capacidad de olfatear, interpretar y adaptarse a las tendencias políticas emergentes en su feligresía. En esa expertise residen sus aciertos.

Por lo tanto ni las feligresías, ni los partidos y mucho menos los pastores evangélicos pueden convertirse en la única estrategia explicativa del posible triunfo de Bolsonaro en las urnas. Comprender sociológicamente el ascenso de este perfil de candidatos a los más altos espacios de poder en toda la región, requiere menos de “pánico religioso” y mucho más de esquemas complejos, flexibles y multicausales.