Y un día Bolsonaro llegó. Si bien tiene casi 30 años como Diputado Federal, el paulistano diputado carioca Jair Messias Bolsonaro sólo comenzó a aparecer seriamente en el radar recientemente, primero con un discurso contra supuestos libros de educación sexual, luego durante el impeachment a Dilma y hoy con la banda presidencial al alcance de la mano. Si bien se esperaba su triunfo, el coqueteo inicial con una definición en primera vuelta colocó ese 46,23% mucho más cerca que los similares resultados que otrora alcanzaran Lula y Dilma.

Vivo en São Paulo. Días después de la elección me junté con vecinos a jugar al fútbol, como todos los martes. Política no es un tema de conversación normalmente, pero corro con ventaja de ser “el argentino”, conmigo hay mayor confianza de confesar lo que entre locales no. Evitar el conflicto formalmente innecesario es un culto, por más que en la última década, en particular tras el segundo gobierno Lula, se haya solidificado un claro votante petista y antipetista. Así como uno me confiesa que no piensa como el resto y votó por Ciro. Mis sospechas sobre “el resto” se aclaran camino a casa,

–No voté por Bolsonaro, voté contra el PT.

–¿Aunque eso signifique votar a Bolsonaro? –pregunto.

–(Pausa) Y… sí.

En los últimos tres años en São Paulo asistí a las grandes movilizaciones contra y a favor del impeachment de Dilma, esta última la mayor movilización popular en la historia de la ciudad según Folha, superando a las “Diretas Já” de 1984. También pude ver como la cadena Globo explicó durante una jornada de forma incesante cómo era el mecanismo de sucesión presidencial en caso de que se produjera la inminente renuncia de Michel Temer. Sumado a una economía estancada desde hace cuatro años, según una reciente encuesta, las elecciones generan ansiedad y angustia en los brasileros. Hastío y decepción. La ilusión de haber estado a la vuelta de la esquina de estar codo a codo con las potencias globales, sentados en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y ver todo inalcanzable.

Una clase política desprestigiada, un antipetismo huérfano y las mismas caras perfilándose a la elección. Si “Haddad é Lula”, las caras de esta elección terminaron siendo los mismos protagonistas desde el retorno a la democracia, con excepción de Marina Silva y Bolsonaro.

En 2016, durante las elecciones por la alcaldía de São Paulo un outsider como João Doria se alzó con la victoria en primer turno, inédito desde que funciona el sistema de doble vuelta. Segundo quedó el entonces alcalde Fernando Haddad, con algo menos de 17%. Los paulistas elegían a alguien de fuera de la política. No lo hacían por el PSDB, al que el empresario usaba como plataforma, sino por su promesa de no usar el puesto como escalón de sus ambiciones, su promesa de no desilusionarlos. Hoy, peleando la segunda vuelta por la gobernación paulista, abandonando la ciudad, procura el voto de quienes se inclinaron por Bolsonaro

Gentileza de Adão Iturrusgarai, publicado en el diario Folha de São Paulo.

El resultado de esta primera vuelta electoral, si bien anunciado por las encuestas que se iban acumulando a lo largo de las semanas previas, terminó más abultado que las predicciones, aunque no así del boca de urna. La sucesión de resultados estatales con sorpresas y cambios agudos con respecto a las principales encuestadoras sembraron alguna duda que pronto sería abandonada por virtud de la velocidad del sistema electrónico de votación por categorías con identificación biométrica que existe en el país continental. Así, pronto supimos que Dilma y Suplicy quedaban fuera del Senado y Romario fuera de la carrera a gobernador en Río, por citar ejemplos, y que la minúscula bancada del PSL crecía a mano, en su mayoría, de miembros de las distintas fuerzas del orden. Hubo que esperar algunas horas más, husos horarios mediante, para conocer que los bocas de urna fueron casi exactos, dejando a Jair Messias Bolsonaro a un paso de la presidencia.

Cuándo fenómenos surgen de forma capilar, desde múltiples frentes, ciertas conversaciones resuenan al enfrentar los números y las realidades. Para tratar de entender estos avances se hacen focus groups, compensando de alguna manera la imagen estática que proveen las encuestas cuantitativas. En mayo de 2017 participé observando algunos. Eran tiempos de escuchas a Temer, prisión a Cunha, departamentos en Guarujá de Lula y sobornos a Aécio Neves. Una clase política desprestigiada, un antipetismo huérfano y las mismas caras perfilándose a la elección. Si “Haddad é Lula”, las caras de esta elección terminaron siendo los mismos protagonistas desde el retorno a la democracia, con excepción de Marina Silva y Bolsonaro.

Gentileza de Adão Iturrusgarai, publicado en el diario Folha de São Paulo.

Este último, como en parte antes Marina, supo aglutinar el enojo frente a un sistema vetusto pese a sus jóvenes treinta años. La fallida renovación del PSDB con el conductor de TV Luciano Huck cayó en vía muerta por sus intereses políticos personales, su fondo a candidatos nuevos “Renova” y la poca flexibilidad de un partido que ya se había visto herido por Doria.

Las elecciones en Brasil se recalientan a base de encuestas y propaganda muy cerca del día de la elección. Así, lo que parece anomia y desinterés se cruza con la inevitabilidad. Una dinámica de decisión cambiante que se lleva con naturalidad, incluso en la última semana. En un sistema que limita el arrastre, casi exclusivo del voto ideológico, la buena performance de candidatos conservadores, muchos cercanos a Bolsonaro, indican que, más allá de la emoción, hubo racionalidad. En el mar de siglas y nombres que llegarán al Palacio Nereu Ramos, hubo una clara intención de dar fuerza a la bancada BBB (biblia, buey y bala); antipetismo y/o castigo al sistema.

Distinto que Trump, que es sostenido por un ala, aquí hay una centro derecha diezmada que ha visto su electorado fluir a Bolsonaro, pero también un importante porcentaje de la centro izquierda que lo estaría eligiendo.

En la panadería del barrio suelo charlar con su dueño. En septiembre de 2016, fue la primera persona en hacer un caso para votar por Bolsonaro. Coado com leite de por medio, entonces le señalé que Michel Temer, recién investido presidente, nunca había ocupado un puesto ejecutivo. Con el peso de cuatro años de una economía sin crecer, me dijo, “ladrones son todos, ¿pero qué pensás de éste?”, para comenzar a hablarme del excapitán que prometía mano dura y conservadurismo transversal, para coronar con que la dictadura no había sido tan mala para la economía del país. Esto último, parte del mito del milagro brasileño, el push industrial de los 60 y 70, mano que tapa el sol del ideal democrático verdeamarelo.

Ya sea por los mitos fundantes, los del país post racial que fue el último en abolir la esclavitud de la región, los del Vargas laborista y censor, los de “dictablandas” industrialistas o los del ingreso al concierto de las potencias en el siglo XXI, por las fallas de un antipetismo sin renovación y oxigenación o un petismo/lulismo sin autocrítica, Brasil se encuentra con un candidato antisistema fortalecido por esa cualidad. Distinto que Trump, que es sostenido por un ala, aquí hay una centro derecha diezmada que ha visto su electorado fluir a Bolsonaro, pero también un importante porcentaje de la centro izquierda que lo estaría eligiendo. En sus segundas vueltas triunfantes, el PT supo encontrar un techo cercano al 60% del electorado, hoy lucha por acercarse al 40%, culpando por la ausencia del tercio faltante exclusivamente a Moro, los medios y las redes; se sabe, las virtudes son propias y los errores ajenos.