La revancha de William Graham Sumner, el sociólogo “protolibertario”

El pensamiento libertario en la actualidad argentina se ampara en la tradición liberal y en la Escuela Austríaca de Economía. Es poco conocida, sin embargo, su base sociológica otorgada por los escritos de William Graham Sumner (1840-1910). En efecto, una porción considerable de su talante y sus fundamentos, en especial en la versión porteña, encuentra allí sus orígenes.

Este autor, uno de los pioneros de la sociología norteamericana, alardeaba con desparpajo de haber sido el primero en enseñar sociología en todo el mundo. Tenía razón. Debutó frente a la cátedra de esta disciplina en 1876 y tiempo más tarde sería presidente de la Asociación Estadounidense de Sociología. Debido a su proceder, colisionó en reiteradas ocasiones con las autoridades de la Universidad de Yale, lugar donde desarrolló su actividad académica. No por casualidad varias opiniones coinciden en afirmar que la mayor virtud que exhibía era hacer enemigos con gran facilidad. Recibió críticas por decirles “malditos tontos” a sus alumnos y por detentar un discurso ácido contra todo oponente. Fue reñido por su apego a Herbert Spencer, pues decían que fomentaba el ateísmo. En una famosa querella defendió la libertad académica de cara a una impugnación del rector. Incomodó por liderar la modernización de los planes de estudios. Resultó cuestionado por integrar el movimiento Young Yale, que repelía la recitación tradicional como método en la enseñanza. Por sus modos y sus prédicas pasó a la historia como “el cascarrabias de Yale”.

Estas discordias, no obstante, quedaron pequeñas ante los derivados de su teoría sociológica, moldeada por premisas liberales y una “teoría realista del conflicto social” de aires darwinistas. En la explicación que acuñó acerca de la evolución histórica de la humanidad, Sumner arguyó que la cruel competencia vital tornaba forzosos el conflicto y la guerra como corolario de la búsqueda de máximo beneficio que procuran los humanos en un contexto de escasez y recursos limitados. Entendió que, en ese marco, las acciones contenciosas resultan inevitables y solo admiten la victoria de algunos, desenlace que promueve la desigualdad de clases como un fenómeno normal y esperable. Aducía que los millonarios y los pobres surgen como el producto de un proceso de selección que concede a cada cual aquello que merece.

En el despliegue de esas pugnas signadas por el saqueo, reflexionaba Sumner, algunas bandas de ladrones descubrieron un procedimiento para robar sin grandes peligros. La fórmula era sencilla y eficaz: debían convertirse en gobernantes y, desde esta posición, acaparar el patrimonio ajeno sin riesgos y de modo legal.

Sumner asoció la personificación del político al ladrón, ligazón que acrecentó la heredada desconfianza liberal sobre el Estado, al que veía como un enemigo de los productores, pues los cargaba de impuestos para apropiarse de la fortuna de los individuos hacendosos e innovadores que movían la rueda del progreso.

Los asaltantes devenidos en políticos, para colmo, no se contentaban con rapiñar las ganancias de terceros, además con leyes endilgaban a los emprendedores el deber de asistir a la clase incompetente, frenando la creación de riqueza y la prosperidad económica. De esta manera delineó la tensión entre los delincuentes que gobiernan, quienes acrecientan el capital y aquellos desfavorecidos por la competencia. Sumner aseveraba que el Estado “no puede obtener un céntimo de ningún hombre sin quitárselo a otro, y este último es quien lo ha producido y ahorrado: el Hombre Olvidado” a quien solo se tiene en cuenta para pagar gastos ajenos.

Como puede apreciarse, la sociología de Sumner se preocupa por quienes reciben la carga de mantener a los maleantes y a la población poco útil. A esto se debe que se declarara enemigo del socialismo, el reformismo y de toda intromisión del Estado en el orden social, al punto que, de manera conceptual, soñaba con un país sin Banco Central ni instituciones semejantes. Renegaba de los planteos filantrópicos o humanitarios ya que, según su parecer, proponen una transferencia de capital de aquellos en mejor situación hacia los que están en peor condición, omitiendo que el capital es la fuerza que sostiene e impulsa la civilización. Sumner supone que auxiliar un miembro ineficiente de la sociedad implica apartar al capital de la utilidad reproductiva. Como conclusión, rechazaba la idea de malgastar capital para proteger a los “inservibles”.

Consecuente con sus prédicas antiestatales y diatribas contra la “casta política”, Sumner se manifestó contrario al imperialismo norteamericano luego de la guerra contra España. Esta oposición generó una ola de reclamos exigiendo su renuncia a la universidad. Sumner no cesó en su carácter provocador, y el 16 de enero de 1899, cuando se respiraba una atmósfera triunfalista por la victoria en el conflicto armado, brindó una conferencia titulada “La conquista de los Estados Unidos por España”, en la que argumentó que la guerra invirtió la esencia de las naciones implicadas, ya que los Estados Unidos se había transformado en imperialista, rasgo hasta entonces propio de España. Contra la opinión generalizada, sentenció que España había conquistado la mente norteamericana y, por ende, había vencido en la guerra.

Reprobó, entonces, toda política expansiva desde su cargo como vicepresidente de la Liga Antiimperialista Norteamericana. La ambición territorial, dejó en claro, requería un aumento de los impuestos para solventar el armamentismo, y esto significaba un avasallamiento intolerable al trabajador diligente. Precisó que el imperialismo, en verdad, era fomentado por los ladrones desde el gobierno para seguir expoliando a los que se sustentan con recursos propios, dentro y fuera del país.

Las controversias que desató con el establishment académico y político eclipsaron la proyección de Sumner, situación que se agravó al ser tipificado como el sociólogo más conservador de la sociología norteamericana. Por cierto, su posición de perfil antisistema fue cincelada por “derecha” e hizo que su obra quedara eclipsada luego de fallecer. Sin embargo, muchos investigadores usan nociones tales como “etnocentrismo”, “endogrupo” y “exogrupo” sin saber que son de su autoría.

La historia le brindaría una revancha, y Sumner volvería a la consideración teórica y pública al ser caracterizado como un sociólogo “protolibertario”, citado por Murray Rothbard seis veces en el Manifiesto Libertario Por una nueva libertad.

El desquite que Sumner recibe en los últimos tiempos lo entrevera en los debates electorales de la Argentina, situación que seguramente nunca debió imaginar, a pesar de compartir algo con una enorme porción del electorado local: la gran devoción por los millonarios.

Su regreso a la escena, empero, no debe ser tomada como una curiosidad del derrotero o los vericuetos que sigue la teoría sociológica. Debe interpelarnos de forma más profunda, ya que probablemente hable de nuestros fracasos.

Pablo Bonavena

Licenciado y Profesor de Sociología (UBA). Docente Investigador del Área de Conflicto Social del Instituto de Investigaciones Gino Germani. Docente de las materias «Teorías del conflicto social» y «Sociología de la Guerra» en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).