Volvimos a sentir que un país mejor es posible

Hace diez años atrás se realizaba el Censo Nacional, el que todavía no podemos hacer (hubiera tocado este año) por la pandemia.

Ese día, al bajar a abrir a la censista, que vino temprano, me crucé con ella y con una vecina. Las dos, con cara demudada –y ninguna de las dos era kirchnerista– me dijeron: “¿Te enteraste? Se murió Kirchner”.

Así comenzó un día que no pude olvidar en estos años y cuyo recuerdo lo siento tan vivo como si fuera hoy.

Por ese entonces escribí algo que releyendo hoy tiene total actualidad.

Muchas veces decir que el peronismo es un sentimiento, que es parte de su “naturaleza” –como si tal cosa existiera– esconde un desprecio o una crítica a una forma de expresión política que no parecería basarse en la racionalidad, en las “verdades” históricas; en síntesis, en lo que la democracia liberal en sus vertientes de izquierda y de derecha nos intentó convencer que era “la” política. 

Pero cuando, como en aquellos días, el sentimiento está a flor de piel –impactando a una censista, a una vecina que desconfiaba del kirchnerismo desde la izquierda– y todo un pueblo llora un líder como a alguien cercano, como un ser querido, el sentimiento nos habla de política mucho más que cualquier análisis frío.

No se trata de glorificar los sentimientos sobre la razón, pero sí se trata de decir que es imposible ser popular, considerarse de izquierda y no ser sensible o conmoverse hasta las lágrimas con la tristeza y las alegrías del pueblo, de los que sufren, de los “grasitas” de la compañera Evita, de los locos, de los desheredados del mundo.

Porque de eso se trataba y se trata: los oligarcas reales y de corazón son profundamente insensibles.

Son los que se alegran con las tristezas del pueblo, no solamente con la muerte de los grandes líderes populares, sino en cada ocasión en que las mayorías están tristes o vencidas. 

Lo vivimos en los años posteriores de “periodismo de guerra”, que recién comenzaban cuando murió Néstor, lo vivimos en los cuatro años del gobierno más gorila y reaccionario con el que nos tocó vivir en democracia y lo seguimos viviendo hoy, cuando se alegran porque la pandemia se expande en Argentina y eso demostraría, para esos “profetas del odio” –como los denominara Don Arturo–, que el pueblo argentino se merece las peores cosas por votar gobiernos populares y ser insumisos.

Pero esa no es una alegría sentida, nada pueden sentir quienes disfrutan con el dolor ajeno, con la explotación de los otros, con la miseria de las mayorías; nada pueden sentir quienes sólo se preocupan por la “inseguridad” que amenaza sus supuestas fortalezas amuralladas sitiadas por hordas de “negros”, vagos y mal entretenidos de todas las épocas, que los amenaza en cada pibe que pide limosna, en cada “trapito”, en cada esquina donde un pobre pretende limpiarle el parabrisas; nada pueden sentir quienes dicen ser buena gente y sólo se preocupan por sus narices.

En cambio, aquellos que sintieron en carne propia que lo importante de una Argentina grande era que hubiera un pueblo feliz, aquellos que por primera vez se sintieron dignos, con derechos, con posibilidades reales, no sintieron una “alegría” individual ni creyeron que su mejora estaba ligada sólo a su “propio esfuerzo”.

Los que no toleramos la injusticia ni el dolor ajeno no lo hacemos porque nos moleste o porque pensemos en las causas objetivas y decidamos racionalmente que un sistema que causa infelicidad es poco conveniente. Sabemos que lo es.  

Sentimos que un mundo mejor es posible, porque hemos visto esbozos de cómo podría ser; porque nos rebela el dolor, la injusticia, la insolidaridad; porque estamos tristes cuando uno de los nuestros se va, como se fue Néstor aquel 27 de octubre de 2010.

¿Cómo no va a ser una categoría política y de las más relevantes el sentimiento? 

¿Cómo no vamos a reivindicar la importancia de la sensibilidad para comprometerse activa y cotidianamente con la construcción de una una América Latina unida y de pie, como le tocó a Néstor, acompañado de Chávez, Lula, Evo, Correa, Lugo, el Pepe? 

Néstor nos demostró que era posible volver a creer.

Tan sólo cuatro años de su gobierno torcieron la historia de desastre que nos legara la dictadura y se profundizara con Menem y De la Rúa. Los ocho años de Cristina que siguieron profundizaron ese camino y dejaron muchas cosas sin resolver, como era esperable.

Diez años después, el camino abierto en 2003 tiene aún mucho por recorrer. El desafío sigue siendo que el pueblo sea feliz en una Argentina grande, por allí va el sendero de la esperanza que se expresó en el voto popular del año pasado. Quien fuera Jefe de Gabinete de Néstor en esos primeros cuatro años, el presidente o Alberto a secas, lo sabe bien.

Javier Pablo Hermo

Sociólogo. Profesor de la Carrera de Sociología y Secretario de Gestión Institucional de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Secretario general del Partido Frente Grande de la Ciudad de Buenos Aires.