¿Mauricio Macri movilizó su millón de amigos? ¿Alcanzó la cifra, o los datos suministrados por las matemáticas marcan significativa distancia? Veamos. El ancho de la Avenida 9 de julio, de pared a pared, es de 90 metros. El tramo ocupado por las calles que delimitan el rectángulo asciende a 900. De modo que se trata de 81.000 metros cuadrados cubiertos por simpatizantes PRO. Si se contabilizan 3 manifestantes por metro cuadrado arroja un total de 241.000; si se eleva la cifra a 4 ronda los 324.000. Este es el número que calcula y publica La Nación en su tapa del 20 de octubre de 2019. Es mucha gente, aunque no raspe el millón. 

Es preciso entender que se está midiendo… políticamente. Están los que creen que si tantos centenares de miles fueron convocados, más los que los vieron por televisión (se añaden a los que hojean la prensa “seria” con las fotografías en tapa), dar vuelta la elección es posible. Por tanto, una parte de los que todavía no concurrieron a las urnas, y un segmento de los que consideraron otras opciones electorales, sabiendo que la primera ronda decide, cambiarán su voto. La brecha cuantitativa se acortará, y el horizonte del ballotage ingresaría como nuevo problema de la sociedad argentina. Esa es la estrategia discursiva del “Sí se puede”. En esa dirección organiza La Nación su tapa. ¿Es esta una lectura realista?

La respuesta es simple y no por eso menos contundente. No lo es. Aun sucediendo el tan deseado “cambio”, los números gritan: no. 

Si todos los votantes de Roberto Lavagna votaran a Macri, cosa que obviamente no sucederá, tampoco alcanzaría. Y es más probable que parte de los votantes del PRO, al anoticiarse de la derrota, redireccionen su voto hacia José Luis Espert, y que un fragmento de los que dudaban entre los Fernández y otras opciones terminen votando al Frente de Todos. Se llama efecto demostración, como bien saben los profesionales de la sociología.

Conocer el resultado cambia el comportamiento de los votantes; es decir, cambia una vez más el resultado.

Por eso se pagan y publican encuestas “inexactas”, para empujar en esa dirección. Pero una muestra tan contundente como las PASO, con una distancia tan abrumadora entre primera fuerza (48,25 %) y segunda fuerza (32,49), produce efecto irreversible. 

El argumento más fuerte, sin embargo, a favor del “Sí se puede” reza así: en las PASO vota menos gente que en la elección nacional. Entonces, si se alcanzara el récord de participación de 1983, cuando votó el 85,61 por ciento de los empadronados, ingresarían unos 2,5 millones de flamantes votantes; si la mitad de los recién llegados votara a Macri y la otra mitad no votara a los Fernández; si los votos del Frente permanecieran estancados y los del PRO crecieran ininterrumpidamente, la distancia para el ballotage resultaría recorrible. Admitido. Esto resulta estadísticamente posible. ¿Pero políticamente?

La concurrencia del 83 se explica por el fin del régimen militar. Desde esa fecha la participación descendió ininterrumpidamente hasta 2007, para recuperarse en 2011. En las elecciones de 2015 volvió a crecer. Macri gana en base a ese crecimiento. Claro que la distancia a recorrer entonces era inferior a los 3 puntos porcentuales.

¿Existen los milagros en política? No, existen las malas lecturas. Problemas que los analistas no son capaces de capturar. No parecería ser este el caso. Por eso, más allá de cuántos centenares de miles se hayan movilizado al Obelisco no habrá ballotage, Macri no resistirá la primera vuelta. 

Los motivos son obvios, pero es preciso admitir que la mayor parte de las discusiones relevantes se sostienen sobre idéntica asimetría. Que resulte preciso argumentar por qué las mujeres pueden/deben ejercer el derecho a votar, o que el voto no sea censitario, o que los varones no tienen derecho a decidir sobre el cuerpo de las mujeres, ofende cualquier versión de la inteligencia. Salvo, el “a mí no me parece”, porque mi sistema de creencias entra en crisis. Esto es en definitiva lo que transparenta este “debate”: los sentimientos de la Argentina gorila, creencias que no soportan el principio de realidad. 

Así como las encuestas permitieron antes de las PASO jugar con las cifras, explicar que la imagen presidencial mejoraba en las mediciones, el principio de realidad del 27 de agosto impuso los términos; el conteo material arrinconó el discurso pago de los “especialistas”, las operaciones de prensa y las tapas de los diarios registraron su huraño límite comunicacional, y la derrota electoral organizó el nuevo-viejo curso. Cuando el presidente furioso responsabilizó a los votantes, al día siguiente por la situación del gobierno, no solo cometió una gafe discursiva. Hizo algo mas grave. Mostró que no hay dos ideologías. Que la primera víctima de la operación de prensa era su propio gabinete, y que esperaba ganar o al menos que la diferencia –al igual que en 2015– resultara descontable. Es decir, comunicó un notable error de cálculo. Una pésima evaluación de la percepción colectiva del principio de realidad. Hay que ser voluntariamente iluso para caer dos veces en el mismo bache conceptual, dado que esa percepción –que se modifica de continuo– fue fogoneada por la marcha de una crisis que nadie ignora. 

La cara oculta de la crisis política 

Como un boxeador groggy la sociedad argentina marcha hacia una elección cantada en medio de una crisis descomunal. Nadie ignora que el default es la luz que brilla al fondo del túnel. Basta hojear la información del Wall Street Journal, leer los balances diarios del Banco Central o las sentencias de una calificadora de riesgo como Moody’s, para registrar la permanente sangría de reservas. Nadie ignora que ese es el talón de Aquiles de la economía nacional. Y si bien las reservas de libre disponibilidad son un secreto guardado bajo siete llaves, los expertos las ubican en las proximidades de los 10.000 millones de dólares. Es decir, difícil calcular los días que faltan para el default, imposible ignorar que se marcha en esa dirección a paso de ganso. 

Desde mayo de 2018, hace 17 meses, una brutal corrida cambiaria –que en ningún momento se detuvo– hace saber que los mercados desconfían del gobierno. ¿La prueba? No le prestan plata; esto es, dólares. Por eso, para evitar el default el Fondo Monetario Internacional organizó una calesita financiera. Los tramos del stand by que ingresan por una ventanilla salen inmediatamente por la otra.

Si se compara la cifra de la fuga con el incremento de la deuda pública se entiende: 150.000 millones de dólares provenientes de la Argentina ingresaron al sistema financiero internacional. Salen 100 millones de dólares diarios desde 2015. Una gigantesca operación de saqueo financiero, perfectamente previsible desde el inicio, sigue su curso.

La sociedad argentina lo sabe, y sin embargo permanece impávida como si el próximo resultado electoral lo cambiara todo. 

Alejandro Horowicz

Profesor titular de Los cambios en el sistema político mundial en la Carrera de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales, UBA.