El Instituto Interamericano de Derechos Humanos (IIDH) presentó al Vaticano los resultados preliminares de una investigación sobre la criminalización del colectivo LGTBIQ+ en la región del Caribe. A tal fin, se organizó una audiencia con Jorge Bergoglio (Francisco) en la que el IIDH exhortaría a la Iglesia a hacer un fuerte llamamiento en contra de estas leyes. El IIDH anticipó que Bergoglio leería un documento «histórico» sobre la posición de la Iglesia frente a nuestro colectivo.

A la audiencia fuimos invitades activistas, autoridades del Instituto Latinoamericano de las Naciones Unidas para la Prevención del Delito y la Justicia Penal, jueces de Cortes Supremas de Sudáfrica y del Caribe, autoridades de la International Bar Association (Reino Unido, Australia, Alemania, Estados Unidos, Singapur, Brasil, Argentina, Nueva Zelandia y Costa Rica), representantes del Parlamento Británico, el Primer Ministro de Irlanda, el canciller británico, la Secretaría General de la Mancomunidad de Naciones, embajadores y otres dignataries.

A pocas horas de la audiencia, el IIDH informó por correo que «debido a otros compromisos» Bergoglio no nos recibiría y que, en su lugar, encontraríamos al Secretario de Estado del Vaticano, cardenal Pietro Parolin. El cambio de interlocutor pudo haberse debido a que el polémico Frédéric Martel hizo pública la carta de invitación del IIDH. Al mismo tiempo, el Director de la Sala de Prensa del Vaticano desmintió «absolutamente» que Bergoglio pronunciaría un «discurso histórico» sobre el tema de la homosexualidad. La reprogramación y contradicciones no auguraban un paseo sencillo.

¿Tiene sentido dialogar con el Vaticano?

Un activista comparó la oportunidad de diálogo con la disyuntiva sobre matrimonio igualitario: ¿tenía sentido apoyar la extensión de una institución heteronormativa y burguesa a nuestro colectivo? Sentarnos a dialogar con el Vaticano no implica abandonar horizontes más radicales, sino que es una forma de avanzar en esas direcciones. No apoyar la inicativa de la audiencia entrañaba el riesgo de caer en un principismo que de tan radical no es capaz de generar conciencia ni construir los consensos necesarios para combatir las opresiones que produce el heterocapitalismo a una escala que trascienda los grupos de activistas e intelectuales iluminades de clase media universitaria.

¿Sería posible poner en práctica a escala masiva los reclamos más radicales de los feminismos trans/queer en materia identitaria mientras exista un apartheid que considera que los vínculos sexo-afectivos entre personas del mismo sexo son diferentes a, y menos valiosos que, los del binomio bíblico? 

No estoy insinuando, continuó mi compañero, que una declaración del Vaticano sobre la no criminalización del colectivo LGTBIQ+ vaya a acabar con la homofobia, pero es una verdad de perogrullo que una declaración de ese tenor alteraría el valor y el sentido que se les atribuye a las personas no heterosexuales en el imaginario y orden social, muy especialmente en poblaciones pequeñas y alejadas de las grandes capitales.

Una vez dirimida la disyuntiva, el siguiente obstáculo era la naturaleza del diálogo con una institución que toma decisiones que afectan a toda la humanidad basadas en un relato sobre el que se arroga el monopolio interpretativo. Rebatir esos argumentos no produce efectos porque, aunque la Iglesia aparenta dar una discusión racional, opera a nivel de las emociones, la fe y el sentido de pertenencia. No olvidemos que Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) le dijo al científico Stephen Hawking que no hay oposición entre el entendimiento de la creación según la doctrina cristiana y la evidencia empírica aportada por la ciencia.

En base a todo ello concluímos que tenía sentido dialogar con el Vaticano, pero que debíamos prepararnos para enfrentar escollos dogmáticos extraordinarios.

¿Qué opina el Vaticano de las personas LGBTIQ+?

El Vaticano determinó que las «personas homosexuales» que llevamos adelante relaciones sexo-afectivas somos pecadores. Redactó la «Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la Atención Pastoral a las Personas Homosexuales» de 1986, donde expande selectivamente la Epístola de San Pablo a los Efesios que no nombra la sodomía, pero que una interpretación de teólogos medievales resolvió que refería a ella en el pasaje «la fornicación, y toda impureza o codicia, ni siquiera se mencione entre vosotros, como conviene a los santos». Recordemos que la bisexualidad era normal en la Antigüedad greco-romana y se convirtió en un crimen abominable recién en la Edad Media.

La mencionada «Carta a los Obispos» establece que la «actividad homosexual no expresa una unión complementaria capaz de transmitir la vida, y por lo tanto contradice la vocación a una existencia vivida en esa forma de auto-donación que, según el Evangelio, es la esencia misma de la vida cristiana». Sostiene que «el propósito del deseo sexual es juntar al hombre y la mujer en el lazo del matrimonio y que éste es el orden de la naturaleza, un orden cuya fuente es, en último término, la sabiduría de Dios».

El Vaticano habla de «inclinación» y no de «orientación» sexual. Considera que la inclinación homosexual es «objetivamente un desorden,” lo que implica que la inclinación sería evitable: «Como en toda conversión del mal, gracias a esta libertad, el esfuerzo humano, iluminado y sostenido por la gracia de Dios, podrá permitirles evitar la actividad homosexual». A pesar de reconocer que las «personas homosexuales pueden ser a menudo generosas y donarse a sí mismas», sentencia que «cuando se empeñan en una actividad homosexual refuerzan dentro de ellas una inclinación sexual desordenada, en sí misma caracterizada por la auto-complacencia». ¿Qué debe hacer entonces «una persona homosexual que busca seguir al Señor?» La recomendación es «buscar la orientación de un confesor y director espiritual que apoye su anhelo por vivir una vida casta«.

El pecado no es sentir la «inclinación,» sino actuar bajo su efecto. Bajo esta lógica, el pecado de las personas LGBTIQ+ es amar. La Biblia delinea conductas buenas y malas.

El ejemplo clásico es «Si una joven se casa sin ser virgen, morirá apedreada» (Deuteronomio 22: 20, 21), claramente considerado arcaico e irrelevante. La Biblia trae también abundantes condenas a la hipocresía y la codicia y sin embargo ni el Vaticano ni los estados cristianos crearon ningún tabú contra la hipocresía, no afirmaron que los hipócritas fueran «antinaturales,» no se los segregó en una minoría oprimida, no se aprobaron leyes para castigar su pecado con la castración o la muerte. Tampoco ningún Estado medieval quemó codiciosos en la hoguera. Como señala John Boswell, las escrituras bíblicas han sido empleadas con mucha selectividad por los estados cristianos, y en un contexto histórico la cuestión principal es qué determina la selección.

Leonor Silvestri explica que nuestra cultura entroniza la idea de la existencia de «Una Verdad,» que existe como una «Unidad» y se extiende por propiedad transitiva a toda la producción cultural y humana, solo bajo el argumento de que es la manera en la que es «La Realidad.» Por medio de sus verdades, que considera «naturales,» la religión da licencia para discriminar. Hace que adolescentes LGBTIQ+ en familias fundamentalistas agonicen sin ninguna necesidad. En este sentido, David P. Gushee afirma que la religión cristiana conservadora es el último baluarte contra la aceptación plena de la comunidad LGBTIQ+.

¿Qué gana el Vaticano?

El Vaticano se encuentra en una crisis que no cesa de agravarse desde el siglo XVI. La intempestiva renuncia de Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) fue un signo claro de la seriedad de esta crisis. Uno de los temas más graves que enfrenta la Iglesia son los abusos sexuales cometidos por sacerdotes y el encubrimiento generalizado por parte de los obispos de esos hechos aberrantes, que permitió que los sacerdotes continuaran con el abuso por décadas. Enojados y desilusionados, miles de católicos abandonaron la Iglesia. Solo en Estados Unidos el diez por ciento de la población adulta dejó de considerarse católica.

El sistema económico y político dominante que integra la Iglesia abre válvulas de escape que buscan la cooptación o asimilación del movimiento LGBTIQ+, no para reconocer derechos sino para obtener rédito político o económico. Bergoglio no parece especialmente interesado en modificar el dogma y la enseñanza secular de la Iglesia, pero estaría dispuesto a hacerla más inclusiva. En América Latina, donde vive casi la mitad de los bautizados del mundo, ello implica un esfuerzo por contener la hemorragia de apostasías y conversiones a una variedad de iglesias milagreras, propensas al happening cristológico. Al darnos audiencia, el Vaticano aparentó el inicio de un diálogo sobre la discriminación de las personas LGBTIQ+ que para parte de la sociedad no admite dilaciones, con la esperanza de que este diálogo seduzca al bautizado a punto de apostatar o de convertirse a otro credo.

¿Qué opina Bergoglio?

Éste podría ser el motivo del juego de Bergoglio, que alterna entre preguntarse quién es él para juzgar a alguien que es gay, pero denuncia el lobby gay dentro de la curia romana; reemplaza arzobispos fundamentalistas por otros moderados pero encubre a cardenales involucrados en casos de abuso sexual. Apoyó el referendo contra el matrimonio gay en Eslovaquia, pero llamó a «no condenar sino dialogar» en caso de gays en la familia. Recientemente indicó que «quien rechaza a los homosexuales no tiene corazón humano» pero pocas semanas antes ordenó que «las personas con esa tendencia arraigada no sean aceptadas al ministerio ni a la vida consagrada».

Una interpretación benévola es que le gustaría cambiar las normas discriminatorias pero la resistencia conservadora es demasiado fuerte. Sin embargo, dicha resistencia no fue obstáculo para cambiar otras reglas como la comunión para católicos divorciados. 

A modo de justificación, un allegado lo definió como «un anciano campechano que nunca leyó a Judith Butler», en línea con Frédéric Martel cuya definición es «un viejo peronista de 82 años» de quien «no podés esperar que vaya a un Gay Pride.» La alternancia entre la condena y el paternalismo puede ser una forma de contener a las fuerzas internas opositoras, al tiempo que genera expectativas entre las decenas de miles de bautizados que cuestionan su permanencia en una institución que ya no los representa. Podemos concluir que Bergoglio tiene un pensamiento errático, oportunista o ignorante, respecto del colectivo LGBTIQ+.

¿De qué sirve una declaración del Vaticano contra la criminalización?

En 2009, en ocasión de votar contra la declaración de Naciones Unidas de no criminalizar al colectivo LGBTIQ+, el Vaticano aclaró que el motivo de su voto negativo fue que el texto también refería a orientación sexual e identidad de género, conceptos que el Vaticano aún no reconoce. En efecto, el Magisterio de la Iglesia afirmó que la dignidad de las «personas homosexuales» debe siempre ser respetada en palabra, acciones y legislación; y que el sexo consentido entre adultos no debe ser tratado como delito ni punible por las autoridades (sin perjuicio de que constituya pecado).

Sin embargo, el Vaticano se reserva el derecho a la «discriminación justa» al establecer que «es consciente de que la opinión según la cual la actividad homosexual sería equivalente, o por lo menos igualmente aceptable, cuanto la expresión sexual del amor conyugal tiene una incidencia directa sobre la concepción que la sociedad tiene acerca de la naturaleza y de los derechos de la familia, poniéndolos seriamente en peligro». Respeta la dignidad humana, pero condena nuestras relaciones sexo-afectivas, no debemos ingresar al sacerdocio e interfiere agresivamente para evitar la sanción de leyes sobre identidad de género, matrimonio y adopción.

Volviendo a la analogía con matrimonio, se ha comprobado que, luego de que los tribunales establecen que las parejas del mismo sexo tiene derecho a casarse, la opinión favorable de la población sobre el matrimonio igualitario aumenta.

Una declaración formal de Bergoglio de no criminalizar a las personas LGBTIQ+ reforzaría lo ya sostenido por el Vaticano en 2009, y lo redimensionaría con el enorme valor simbólico que tiene para los creyentes una sentencia emanada del Papa. 

En efecto, un católico que somete a un familiar, vecine o compañere de escuela LGBTIQ+ a condena moral o castigo físico, puede repensar o moderar su ataque al escuchar una declaración de no criminalización de labios de Bergoglio. Debíamos luchar por una forma de no discriminación que no fuera meramente simbólica.

¿Cómo seguimos?

La audiencia con Parolin fue exitosa. Luego de escuchar las presentaciones que reclamaron un pronunciamiento de Bergoglio sobre la no criminalización, Parolin aseguró encontrar «terreno común» entre este reclamo y la posición de la Iglesia en defensa de la dignidad de la persona humana y contra toda forma de violencia. Se comprometió a dar continuidad al diálogo. La audiencia fue extensamente cubierta por la prensa.                                        

Sería deseable que, en el diálogo futuro, se proponga al Vaticano que «dejen de hablar de nosotros, hablen con nosotros» como plantearon los militantes del Frente de Liberación Gay a la Asociación Americana de Psiquiatría, lo que resultó en la eliminación de la homosexualidad del DSM (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders) en 1973. Es de esperar que, así como se logró explicar la noción de diversidad sexual como diversidad y no como patología; en esta instancia logremos trasladar la noción de diversidad como diversidad y no como «un serio peligro para la naturaleza y los derechos de la familia.»

Una aceptación de estos conceptos implica modificar las relaciones de poder.

Como señala Leonor Silvestri, la división binaria por sexos, cuya construcción depende de la matriz de inteligibilidad que califica a las personas de acuerdo a expresiones de género (masculino, femenino), y el ejercicio de una sexualidad heteronormativa que de allí se desprende como «natural», son algunos de los pilares donde el sistema heterocapitalista se apoya firmemente.

La Iglesia es un agente central en el sostenimiento y reproducción de ese sistema. Advierte que lo que está en juego es redimensionar la idea de familia y del sistema productivo en el que queremos vivir. En su reciente paso por la Argentina, Judith Butler retomó la idea de la familia como unidad productiva capitalista y a la vez espacio de confinamiento para las subjetividades. Butler añadió a esto el entretejido de Iglesias y Estado, incluso de las Iglesias dentro del Estado, como forma de garantizar la producción y reproducción de las subjetividades y del propio capitalismo.

El Estado neoliberal moderno abandona y precariza a gran parte de la población. Cada vez más personas buscan sustento comunal, afectivo y emocional en las Iglesias, donde quedan presas del mensaje reproductivo y binario que ofrece la castidad (y el trabajo) como única alternativa para quienes no nos inscribimos en la heteronorma. Butler propone identificar la fuente de esa precariedad y pensar herramientas para volvernos una comunidad de pertenencia, un movimiento alternativo e inclusivo con el cual identificarnos, en respuesta a la homofobia, el sexismo, el antisemitismo, el racismo y otras formas de marginación social y cultural de la avanzada neoconservadora. En palabras de Silvestri, se trata de crear y defender las condiciones que permitan albergar, resguardar y mantener las vidas que resisten los modelos de asimilación.

Tenía sentido dialogar con el Vaticano, debíamos prepararnos para enfrentar escollos dogmáticos extraordinarios, ser considerados pecadores, ser utilizados para aparentar un diálogo en beneficio del Vaticano, enfrentar un interlocutor errático, oportunista o ignorante, luchar por una forma de no discriminación no meramente simbólica y tejer nuevas comunidades de solidaridad e inclusión a fin de recuperarnos a nosotres mismes como actores eficientes de una revolución sin retrocesos. Una bella tarea.

Quizás un día vuelva al Vaticano

Volver a tomar contacto con la Iglesia luego de 10 años de haber apostatado y de 40 de haberla abandonado me recordó los misterios, contradicciones y silencios que conocí en catecismo. Caminamos de la Plaza San Pedro hacia la calle, donde se ofrecían estampitas y paraguas a los gritos. Parece una broma, pensé, pero para el Vaticano la expresión de nuestra naturaleza a través del amor es un pecado. Los bocinazos y el abrazo de les compañeres me devolvieron al presente. Mientras nos dirigíamos a la conferencia de prensa canturreé «No me arrepiento de este amor.» Quizás un día vuelva al Vaticano para escuchar al Papa de turno declararse contra la criminalización de las personas LGBTIQ+. O para admitir a las mujeres al sacerdocio. O para la beatificación de Gilda.

Omar Beretta

Abogado y escritor. Acompaña el activismo LGBTIQ+ en Argentina y Paraguay. Realiza el podcast #PutoElQueLee sobre formas de expresar la identidad sudaca no-hetenormativa.