8M: Apuesta a las luchas y las esperanzas

Dora Barrancos
Socióloga, historiadora y directora del CONICET por Ciencias Sociales y Humanidades.

Una práctica de cooptación del sistema patriarcal es edulcorar el 8 de marzo. La maniobra de opacar el tránsito insurreccional de las subjetividades femeninas ha sido crecientemente expresiva en nuestras sociedades. Es una treta reiterada convertir el día de las mujeres en una muestra de reconocimientos epidérmicos que se traducen en diversas clases de arrumacos, el más trivial, probablemente, el obsequio del ramo de flores que se prodiga en muy diversos ambientes de trabajo. Algo así como una suerte de tregua patriarcal, de armisticio unilateral que a no dudar tiene cierta eficacia. Pero estamos en un país que involuciona en derechos y que ha lesionado más aun los de las mujeres, basta observar las tasas de desempleo diferencial que ya pasan los dos dígitos y que significan algunos puntos más para las trabajadoras. Basta asomarse a los estragos que produce la pérdida de ingresos en tantísimos hogares para ver cómo se han multiplicado las exigencias que pesan sobre los cuerpos femeninos. Y pese a todos los retrocesos, estamos en un país donde las mujeres ya no vuelven al lugar del azoramiento por los homenajes comedidos, ni sucumben a la crisis energúmena. Por favor que conste que nada tenemos contra el ramo de rosas, solo contra el pretendido cierre del anatema por el hechizo patriarcal.

Estamos a un año de que en medio de la marejada el gobierno manoteó una iniciativa en la que no creía pero que resultaba muy interesante para distraer, y sorprendió con el debate parlamentario del aborto. Fue un cálculo tacaño, pero los apostadores quedaron asombrados por los vientos que desatamos. A menudo me he referido a las condiciones caviladas por el gobierno para permitirse lo que creía que era un entretenimiento pasajero. A fines de 2017 “habían pasado cosas” –según la esmirriada argumentación presidencial– y el monoplan gubernamental derrapaba. Mientras tanto se había producido una serie de denuncias sobre acosos y violaciones que constituyeron el tsunami “me too” y que terminó llegando a nuestras playas porque aquí también muchas afectadas se animaron. Parece incontestable que los productores y analizadores de fenómenos comunicacionales que posee el gobierno –un verdadero aparato de Estado– advirtieron que la recepción de las denuncias encontraba amplia simpatía en diversas franjas de nuestra sociedad. Recuerdo que a inicios de 2018 se habían registrado pronunciamientos de algunos varones de ambientes mediáticos disconformes con la ola –fue especialmente patético el que provino de uno de ellos, quien preguntó con enorme indecencia “¿qué vestían la acosadas?”, con ánimo de esparcir la certeza de que las víctimas se lo habían buscado. Lo notable fue que mientras se lanzaba esta especie insidiosa, en Bruselas había una exposición de vestimentas que usaban las mujeres cuando fueron agredidas sexualmente y ninguna se compadecía con la presunta semiología de la “alta exposición”. En todo caso, ¿qué importa la semiótica de un cuerpo femenino más expuesto? La gestión ofensiva machirula tuvo muchas menos adhesiones y las contestaciones a su pobre alharaca se hicieron sentir en redes y más allá de estas. El balance recogido por la sociedad, y por los calculistas gubernamentales, fue el de la carga positiva, se ampliaron las muestras de simpatía por las acosadas y entonces se elaboró la estrategia de habilitar el tratamiento del aborto. Y ya se sabe lo que ocurrió y seguirá ocurriendo porque el despertar de millones de mujeres y de adolescentes bajo los pañuelos verdes transformó el paisaje de modo inexpugnable: ya no hay vuelta atrás. De ahí que este 8 de marzo contenga signos incrementados. Las rosas no impedirán los retos ni atrasarán las luchas. “Pan y rosas” resulta finalmente una fusión de vertederos desde las gestas femeninas de hace más de un siglo. Las feministas que hoy suman legiones multicolores saben que se imponen muchas luchas, que conquistaremos en poco tiempo el aborto y que serán necesarias muchas más movilizaciones ardorosas para desmontar el sistema patriarcal. Las nuevas mujeres –más allá de las edades– saben que su desarticulación comienza en las microrrevoluciones domésticas y que sin estas no será posible la equidad en todas las dimensiones de la vida. Pero las nuevas mujeres también saben bien que en el mientras tanto es fundamental conseguir gobernanzas que pacten entrañablemente a favor de los derechos de las mayorías. Las prerrogativas que esperan no pueden disociarse de contextos sociales más justos, más distributivos, más inclusivos. Este 8 de marzo las feministas de todos los colores saldremos esperanzadas a las calles y plazas para afirmar la imperiosa necesidad de abatir el patriarcado y sus violencias, y también la cruel concentración de riqueza que muestra toda su insolencia en este tiempo.