Espóiler conversó con el periodista de La Nación sobre el mundial que acaba de culminar, su comparación con ediciones anteriores del mismo torneo y las percepciones sociales sobre el fútbol en la Argentina y otras latitudes.

Si tomamos desde el mundial 78, éste sería el mundial número 11. En todos se han construido miradas acerca del vínculo de la pasión y su uso para tapar cuestiones de orden político y social. El mundial 78 quizás es el emblema, y ni hablar del campeonato juvenil en Japón de 1979, en medio de la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos al país. También aparece el del 82 con la derrota de Malvinas, el del 90 apenas salidos de la hiperinflación y el comienzo del menemismo y quizás el último que podemos vincular a un contexto muy conflictivo fue el de 2002, a meses de la explosión de 2001 y en el mismo mes que asesinaron a Kosteki y Santillán. Por otro lado, y en momentos menos críticos, surge la copa del mundo de 1986 en medio de la primavera democrática de Alfonsín y las participaciones en momentos de mucha menos crisis como las de los años 94, 98, 2006, 2010 y 2014. ¿En qué lugar pondrías a este mundial en el cruce de pasión futbolera, el rol que ocupa en la gente y la situación político-social de la Argentina?

Resulta difícil ver en qué lugar situar a este mundial porque estamos en medio de una crisis que no sabemos hacia dónde va a disparar exactamente. Parecería que en nuestra historia última entramos en un ajuste feroz. Porque a diferencia de 2002, la crisis ya había pasado y estábamos empezando a salir, porque había sido previa. Ahora parece que las consecuencias de este ajuste que estamos viviendo todavía no aparecen en su verdadera magnitud. Existe un blindaje mediático. Por ello, mientras ocurre una Argentina, es otra la que se está contando. Cuándo esos puntos se van a encontrar, me cuesta ahora imaginarlo. En comparación con otros mundiales, es verdad que hubo menos euforia previa pero también coincidió con que la selección no jugó bien y se clasificó muy dramáticamente en el último partido… Estamos tan sujetos a un solo jugador, que eso agrava la precariedad.

Llegamos a este mundial en medio de una crisis política y económica sin precedentes en la AFA, con el papelón de la elección de presidente no hace mucho y tres técnicos en la etapa eliminatoria. Junto a esto, la vuelta a la privatización de la televisación. ¿Cómo afecta esto en lo estrictamente futbolístico?

Hace un tiempo escuchaba una frase de Valdano que me gustó mucho: “en el fútbol podés hacer todo bien y te puede ir mal; y podes hacer todo mal y te puede ir bien”. La verdad es que algo de eso hay. Si uno ve lo que pasó en Brasil en 2014, en la previa, recuerdo que un diario brasileño publicaba una página entera contando lo que era el fútbol en Alemania y la otra contando qué era el fútbol en la Argentina. Leías uno y otro informe y te daba un poco de vergüenza, porque te contaba cómo Alemania había decidido reconstruir su fútbol a partir de una doble eliminación en la Eurocopa y cómo había sido esa reestructuración del fútbol. La página que se refería a la Argentina eran los treinta y cinco años de Grondona… El contraste era muy fuerte. Pero después, si Palacio definía por abajo o si no anulaban el gol a Pipita, podía ganar Argentina, ¿entonces, qué hacía yo con esa doble página que había leído antes? El fútbol sigue siendo, entre comillas, el deporte más injusto de todos. Uno puede estar defendiéndose 89 minutos bien y en el último instante apenas tirar una vez al arco, incluso con la mano, y eliminar al otro. Entonces, tiene esas cosas que nos resultan difícil de comprender… es muy tentador plantear paralelismos, que suenan a atajos tentadores pero no siempre terminan bien.

Si tuvieses que hacer una comparación futbolística entre las selecciones que han llegado a una final en estos últimos once mundiales (78, 86, 90 y 2014), ¿qué dirías de esta última con respecto a las anteriores?

A nosotros nos encantaría, en cierto imaginario, parecernos a Brasil, pero la verdad es que nos parecemos más a Italia. A la hora de los bifes, cuando cuentan porotos, cuanto más hay en juego, menos se juega. La Argentina no es que no juega, porque no se puede decir que no juega, pero juega…

Leí una frase que me gustó: “la belleza de la roca”. Por ejemplo, en el mundial del 86 la selección tenía la belleza de la roca, parecía impenetrable, no había por dónde entrarle y ganó de principio a final. ¿Era un fútbol bello? No, no lo era, pero lo tenía a Maradona que embellecía todo.

La del 90, ya con Maradona en una versión más baja, era un rejunte de voluntades y de mal fútbol, por momentos incluso un insulto al fútbol. Cuando tuvo que jugar su mejor partido, que fue contra Italia, no jugó. Si el fútbol argentino tiene un símbolo de su estética es el número 10 y el símbolo de la selección del 78 fue Mario Kempes, que no era un Beto Alonso, un esteta de aquellos tiempos, era un tipo de potencia más europea. En la propuesta de Menotti se veía un equipo más arriesgado que el de Bilardo. Era una selección más audaz, pero que tenía rendimiento físico más que técnico, eso era notable. Le imponía una dinámica a los partidos, un ritmo de juego muy fuerte: “en mi casa mando yo”. La que fue a Brasil, con Messi como figura, su símbolo terminó siendo Mascherano.

¿No te parece que ésta es la selección que menos identidad ha generado en la población en la historia de los mundiales? Y si es así, ¿por qué?

Posiblemente las tres derrotas de las finales influyen en eso. Allí las preocupaciones se hacen todavía más grandes, porque si te colgaste la etiqueta de equipo perdedor, andá a sacártela. Hay una historia que influye y cualquier palabra va a estar de más hasta que no me traigas la copa.

¿Y ese relato de los jugadores millonarios más europeos que argentinos, que no les importa mucho la selección, contrastado contra lo que podría ser la selección del 86 o del 90 tiene para vos algo de realidad?

No, no creo para nada en todas esas cosas. Son tipos súper profesionales que saben lo que es jugar para la Argentina. Un asunto es cómo funciona un vestuario con sus egos, pero eso no tiene que ver con la guita o con que no te importe la Argentina. Cuando tenés una selección de muchas estrellas, a veces eso puede ser un problema, como pudo haberle pasado a Pékerman en 2006, con una selección con demasiadas estrellitas y demasiados caciques que salían de ese vestuario. Yo creo que es una simplificación de la situación. Cuando uno lo ve llorar a Messi en la última Copa América… jamás se lo había visto así ni siquiera habiendo perdido lo máximo con su club. No tuvo ni siquiera el intento de disimularlo, se lo vio llorando como a un nene de dos años.