La disyuntiva de Chile

Lo de Boric en Chile es la contraposición de un proceso de desarrollo de la hegemonía neoliberal en nuestro país. Abre un camino muy significativo en lo simbólico, un gobierno feminista, con pleno reconocimiento de los derechos de los pueblos originarios, y de la identidad y demandas de los movimientos sociales. Por tanto, con un programa en lo práctico marcado por una agenda social intensiva. 

Esta posibilidad se establece como una inflexión significativa después del “estallido social 2019”. Es como se sintetiza la gobernanza del proceso, después de una disputa abierta y reñida con el fascismo.

Este gobierno debuta con amplias y anheladas reivindicaciones para el pueblo de Chile y su derrotero no será fácil con un Congreso empatado con la derecha.

Lo que se vislumbra es una necesaria performance de negociaciones para avanzar. Cuestión que no tendrá una resolución por el ambiente hostil que implica una derecha derrotada y sin visión de proyectualidad más que el obstruccionismo de clase.

En paralelo, gatillado por la misma inflexión histórica, avanza el “proceso constituyente”, que ha sido claramente torpedeado por los sectores más reaccionarios del país. La discusión de la nueva carta fundamental es una salida que se articula por la presión manifiesta de miles en las calles en 2019, durante el segundo gobierno de Sebastián Piñera (2018-2022). Los actores políticos, en la escena de un gobierno debilitado y perdido en los radares de lo verosímil, buscaron una salida política a un problema social de amplias repercusiones. La jaula insoslayable del neoliberalismo se transformó en una arquitectura jurídica, social, económica, cultural, y política, la que incluso se quiso instalar como un paradigma en la región, un ejemplo a seguir, un bendito ejemplo. 

El oasis, como era presentado el modelo, se forjó a sangre y fuego en la genealogía de la dictadura cívico militar y fue ratificado y santificado por las autoridades de la Concertación de Partidos por la Democracia que triunfó en el plebiscito de 1988. Claro que no se registra, muy pocos reparan, que quien derrocó a la “dictadura” fueron las movilizaciones sociales que se articularon para hacer caer al dictador: fue ese actor social el que generó un país ingobernable para los militares, tanto así que USA recomendó el viraje. 

En los noventa concurrimos al transformismo, y gatopardismo que se explica en la frase “que todo cambie para que nada cambie”, magistralmente diagnosticada por Moulian en su “best seller” Anatomía de un Mito de la “transición fallida” que tuvo como primera víctima su “programa abandonado”. Tanto así, que nunca se volvió a hablar de él y fue nublado por una luz que cubrió toda la performance de un neoliberalismo new age, no el originario autoritario, sino el pactado y concertado por arriba.

En esos tiempos los diagnósticos de la sociología vigilante no ubicaban en los anales de los PNUDs un actor capaz de poner en jaque al orden establecido. Lo que no sabían los análisis es que topográficamente, así como lo vaticinaría el bate, las contradicciones intrínsecas abrirían zanjas en la tierra. Y así fue. 

El 2011 se hizo sentir como un año telúrico que movió la estantería de la política tradicional. Entre los “estudiantes” y los conflictos “socioambientales” se esgrimieron los visos de una fase nueva, donde el binominalismo cultural fue reemplazado por una recomposición de las fuerzas políticas en su estructura de alianzas, y se abrió paso al gobierno de la “Nueva Mayoría” (2014-2018) con inclusión del Partido Comunista. Las vicisitudes de dicha gobernanza no permitieron avances estructurales y esto posibilitó la segunda administración del presidente actualmente saliente.

Transcurridos ocho años, bajo el segundo periodo de Sebastián Piñera, las cosas se salieron de control. Algo estalló en la sociedad y una serie de revueltas en octubre de 2019 hicieron tambalear las posibilidades de lo posible y se tuvieron que dibujar otras, para darles opciones al presente y al futuro. 

Lo cierto es que un actor social enorme telurizó todo significado. Y lo volvió todo calle y multitudes. Otra vez el topo de la historia escribiendo las posibilidades de su camino.   

Boric representa esperanzas populares muy sentidas y conducirá seguramente el “gobierno del proceso constituyente”.

Su imbricación es probablemente una clave de contexto, para tanta demanda vitoreada, ya que una administración con esta agenda requiere de una carta fundamental que reordene las prioridades del esquema sociopolítico. 

El Estado debería transformarse en un eje articulador de derechos sociales que están a la base del reclamo consustancial al “estallido social”. Y, a su vez, los movimientos sociales con un repertorio histórico evaluador de las experiencias anteriores harán valer la intensidad del reclamo y sus rasgos estructurales.

El engranaje extractivista, y dependiente del capital transnacional, es un orden estructural que no avizora cambios en los ejes decisivos. Se harán intermediaciones para desarrollar procesos de explotación donde se involucre más el Estado, como en el caso del litio, pero esto es ir modulando una dinámica más participativa y directiva, pero no habrá un golpe de timón, sino más bien nuevos emprendimientos público-privados que en el caso del agua serán vertebrales para sacar adelante proyectos de innovación.

No es posible definir una fórmula perfecta ni algo que lo explique en un manual. Lo cierto es que esta gobernanza esperanzadora tendrá posibilidades ciertas si no descompone su conexión con su origen y necesidad. 

Todo avizora que los actores sociales están muy atentos y maduros como para permitir una ruta sin avances sustanciales. El proceso constituyente sedimentará una ruta que cambiará dimensiones del orden sociopolítico, pero tendrá límites en una realidad de intereses que no propenderán a su obsolescencia. ¿Cuánto límite extenderán las posibilidades de la realidad? Pueden ser más elásticas, dependiendo de las áreas. 

La voluntad política sobre las condiciones objetivas depende también de una creatividad e inteligencia políticas capaces de desplegar una estrategia que integre las fuerzas de los movimientos sociales en una agenda que contraponga al poder de los “actores fuertes”, el poder de la soberanía popular articulada en dimensiones de una participación política y cultural de tal intensidad.

Se trata de construir puentes que se comuniquen en la praxis: lo cultural es un espacio a crear pos estallido social. La culturización de las demandas es la necesidad de la recreación de un habla en otro recinto del “estallido social”, en su conquista democrática, en su capacidad de establecer una ruta histórica.

El espacio de lo político logra hacer posible lo imposible, la articulación del sentido social en la evidencia de las grietas de las junturas del neoliberalismo. Es evidente que las fuerzas restauradoras intentarán todo tipo de artimañas, integradas permanentemente por los medios de comunicación. Un bosquejo de desestabilización se irá solidificando en la medida en que las políticas sociales generen avances. Mientras más avances, el boicot será más agresivo.

La única clave para no quedar en espejismos populistas y transcender con reformas sustantivas es entender que los símbolos se agotan y que existe una demanda constitutiva a la base de esta demanda histórica llamada “estallido social”.

Desmantelar el flujo de recursos desde el Estado a los privados es una necesidad para rearticular un modelo donde esos flujos vayan hacia los sectores populares. Aquí hay cuestiones jurídico-políticas que son insoslayables de modificar y el curso del proceso constituyente ayuda a catalizar la necesidad de estas transformaciones.

En términos ético-culturales habrá avances muy importantes. En términos de reconocimiento de la soberanía popular sobre los recursos estratégicos deberían consagrarse reconocimientos asociados a los intereses públicos, esto es, una lógica de subsistencia nacional en el caso del agua, por ejemplo. Las transferencias económicas estarán graduadas por la situación de contexto económico y se abrirán nuevas aristas de focalización en la entrega de recursos.

Todo orden se resiste a morir, solo está en la voluntad de avanzar en una clave política que supere la idea de una gobernanza tecnocrática. La clave de lo que viene tiene un carácter profundamente político, y su valoración y cooperación con los actores sociales será central. 

Eddie Arias

Doctor en Procesos Políticos y Sociales en América Latina (Universidad Arcis). Post Doctorante en Ciencias Sociales (UBA).