El asomo del fascismo en Chile

“El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.

 Antonio Gramsci

Cuando las cosas están complejas las burguesías saben encontrar los caminos, los subterfugios y las claves de la hechura de la política actual. El candidato Kast se eleva como el triunfador de la primera vuelta, un resultado sorpresivo, por la historicidad reciente, Estallido social mediante (18 de octubre de 2019), y apertura del proceso constituyente, a través de la Convención Constitucional. 

Decide Chile. Plataforma de big data electoral e inteligencia electoral.

Desde esa historicidad parece un resultado bipolar, pero las claves de la política tienen complejidades en las variables de fondo que concurren al proceso. Entre ellos, una izquierda que lee las fracturas del país en una mirada monolítica, creyendo que los sucesos remiten a variables descifradas en su propio repertorio, y no están más allá, en claves que se debe esforzar por entender, por mejorar su músculo intelectual para interpretarlas. Preocupación de fondo por la cual la izquierda ha mostrado errores en los diagnósticos, en especial, no apreciar con la suficiente sustancialidad la llamada “crisis de la política”, que en definitiva tiene que ver con un alto grado de licuación de la política a manos del neoliberalismo, que la limitó a la “real política”. Y ese límite ha producido un quiebre insalvable: la notación de Lechner, que es a mi juicio central para entender los fenómenos de subjetivación de la política en Chile. La “política se despolitizó y hubo un proceso creciente de politización de la sociedad civil”, esto tiene razones multicausales. Lo primordial es que esa es una de las bases para entender el Estallido social.

La política se complicó en su reproducibilidad y confianza desde los propios partidos políticos y eso abrió paso a una politización creciente de la sociedad civil. Se trata de la aparición de muchos movimientos emergentes que operaban como la pulsión de la sociedad que no tenía un espacio creíble en una política carcomida por el lobby y los escándalos de corrupción a todo nivel.

Por eso, el Estallido social se manifiesta como irrupción atípica, un fenómeno envolvente, pero que va por fuera de los partidos políticos. Esta crisis, que es de legitimidad de la política, y de sus formas de entenderla y aplicarla, no termina por ser leída, y, por tanto, los sectores progresistas creen que no deben hacerse cargo, fundamentalmente porque no entienden lo que pasó. 

Fue la hegemonía neoliberal la que capturó formas de reproducción cultural de la política y la transformó en un subsistema del mercado. Eso operó en dichos de Bauman, como una licuación de la política, las cuestiones sólidas de la política se desvanecieron por 30 años. Tanto el binominalismo, que nunca cambió nada sustancial, como el dinero en la política desvanecieron su capacidad de construcción de relatos y dibujo de horizontes. Esta crisis fue insoslayable, y si bien no se llegó como en Argentina a decir “que se vayan todos”, el léxico tenía un sentido de profundidad muy parecido y fustigaba sobre la imposibilidad de caminar con los partidos políticos tradicionales, sobre sus límites para construir una política por abajo, y dejar de mostrar la idea de que los procesos de cambio se pueden operar solo desde la representatividad del mercado de la política, sino de manera de construir un proceso de participación real, un proceso que incluya los territorios. Y aquí, claro, esa base social, por más de 30 años fue interpelada para entregar sus votos y recibir de vuelta un sistema y orden de cosas que no los acomodaba. Esta fórmula perdió credibilidad, y requiere de otros inputs, de otras formas de construir los procesos. Hay un agotamiento con las formas de representación comunes, y con la identidad de los procesos políticos. La subjetividad central es ser incluido, no solo representado, sino representado e integrado en dignidad.  En este caso particular, los emprendimientos políticos por fuera de los partidos políticos tradicionales son un reflejo patente de esta constatación. 

Entender que el Estallido social es un fenómeno que obedece a razones en desigualdades estructurales, absolutamente contempladas en el discurso de izquierda, pero cuyas claves de apropiación subjetiva vehiculan sentidos distintos. En esta perspectiva, estamos hablando de “estadillos distintos”, que no son solo interpretables desde una dimensión de valoración política específica. Así como hay ciudadanos que protestaron con claridad por sus demandas, también hubo consumidores que reclamaron mejores accesos. No es posible creer que el símbolo del Estallido social solo puede ser leído desde un progresismo rampante, ese es un fenómeno más bien de la incapacidad de la izquierda, de leer el escenario real de los procesos sociales en curso. Es no entender la clave de cultura política que implica la inflexión de la hegemonía neoliberal. Los fenómenos son dicotómicos y no unívocos.

Es imposible que las culturizaciones del viejo régimen desaparezcan por el plumazo de una “revuelta”, sobre todo, cuando el relato de la izquierda no deja de repetir lugares comunes.

La subjetividad de la política posee claves que están más allá de un léxico aprendido, están en la gestación de sociedades cuyas transversalidades y especificidades se integran en categorías de sentido y dan forma “contrapuesta” a las tipologías en curso.

La base social de los partidos políticos es una cuestión que se apareja a esta crisis, y es una cuestión fundamental porque deviene en la idea de los cambios por arriba. Su debilitamiento en las bases refleja su incapacidad de construir un imaginario más sólido. Aquí se erigen posicionamientos que hablan de una política sin política, de emprendimientos (Franco Parisi, con un 12,8% que equivale a 899.403 votos, estaría en el tercer lugar; y un 7,6% de Marco Enríquez Ominami que equivale a 534.485 votos, estaría en el sexto lugar), que se basan en discutir unas posibilidades nuevas de la política. Aunque al final sean solo “populismo”, hacen gala de las dimensiones emocionales de esta problemática y reditúan un posicionamiento electoral significativo. 

Junto con lo anterior, hay una expresión de caída de los viejos referentes de la Concertación de Partidos por la Democracia, representada en Provoste (11,6%, equivalente a 815.558 votos, en quinto lugar), y la derecha tradicional, representada en Sichel (12,8% que equivale a 898.510 votos, en un empate técnico con Sichel queda en cuarto lugar). Aquí asistimos a un fenómeno que ha dejado espacio a estas otras expresiones menos tradicionales, de fuerte componente populista, y que además aprovechan el espacio para intentar construir alternativas basadas en una supuesta nueva manera de entender y hacer la política, y golpean tanto a izquierdas como derechas: son un híbrido que tienen muchas mezclas e interjecciones. 

El hecho de que Kast tenga la primera opción es un descalabro respecto a la coherencia del proceso constituyente.

De alguna forma se manifiesta una posibilidad real desde el punto de vista de las hegemonías políticas de ahogar el proceso. El texto de Sofía Correa, Con las riendas del poder, la derecha chilena en el siglo XX, nos trae a colación un viejo adagio: la derecha siempre se las arregla para mantener las riendas del poder, su papel como burguesía lo juega en todos los niveles tácticos. El fascismo como composición burguesa tradicional tiene el dejo macabro de la ignorancia y la mentalidad patronal de la “seguridad”, que supone una “gobernabilidad” capaz de conducir los cauces. Traer “la paz”, dirán los más normativos. Lo cierto es que sabemos en qué terminan los discursos de la “seguridad”. Aquí opera un fascismo tectónico en la sociedad chilena que siempre ha sido significativo. Lo que pasa que el símbolo del Estallido social muchas veces no haría visible de manera manifiesta estas dicotomías, y esto tiene que ver con los movimientos tectónicos de la sociedad chilena.  

Las posibilidades de crecer de Kast están en un enfoque lineal en el 12,8% de Sichel, como en un porcentaje no dimensionable de manera clara de Parisi con su 12,8%, pero es indudable que habrá un traspaso en el entendido de que el discurso madre de golpear al establishment de la política es algo con lo que también irrumpió Kast. Un protofascismo galopante con las mezclas ya consabidas de este tipo de combinaciones en la región.

Ese es otro de los elementos que arroja esta elección: Chile discurre en un proceso dicotómico y aparece una figura cuya semiótica política tiene mucho que ver con Trump y Bolsonaro. Son fenómenos parecidos, solo que en Chile emerge en el claroscuro de un Estallido social que propone un cambio constitucional, y eso deja un interludio ineludible sobre la frase de Gramsci. Están las fuerzas que pulsionan por otro tipo de sociedad y aquellas fuerzas conservadoras que resisten dicha pulsión, y entre eso surgen rostros tectónicos de monstruos conocidos que aparecen con un lenguaje retocado. 

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La presencia electoral significativa de la derecha en el Senado implosiona sobre las mismas disputas en juego. Es muy difícil consolidar un camino de reformas estructurales con una configuración de este estilo, no es coherente, y obliga a una negociación constante. Asoma aquella semántica de los acuerdos, vistos como consensos que nos tuvieron dando vuelta por 30 años. Este concepto más el de la “seguridad” y “gobernabilidad” dibujan un horizonte muy complejo para los anhelos de cambio por la vía institucional.

Con todo, ahogar símbolos importantes del Estallido social traerá inestabilidad muy seguramente. Habrá un proceso de movilización. Recordemos que dos umbrales de protestas nacionales han sido gobiernos de derecha en el ejercicio en 2011 y 2019. Y no es de extrañar que un posible gobierno de esa identidad de derecha complicará más las cosas aún. Podríamos entrar a lo contrario de lo que el público más moderado busca, en este sentido, las claves están un poco perdidas en su entendimiento y los mensajes se instalan por su oportunismo mediático.

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Hay analistas que han hablado del desaparecimiento del centro político, así como lo conocimos en buena parte del siglo XX. Lo cierto es que si bien Apruebo dignidad y Nuevo Pacto Social y los otros ecologistas, humanistas e independientes sacan una mayoría importante, la votación de la derecha entrampa las posibilidades con leyes de quórum calificado (2/3). Una vez más, los cambios estructurales tendrán que ser de una difícil viabilización en este contexto.

En el caso de los consejeros regionales, que son cargos distintos, de todos modos, se visualiza un avance significativo de la derecha, lo cual acentúa el cuadro ya descrito en lo grueso del análisis anterior. Esto subraya las posibilidades de un discurso que plantea los cambios con gobernabilidad y en paz, pero cambios que recibirán una evidente tratativa, si es que en la segunda vuelta la derecha consolida su candidato presidencial. Esa fórmula conspiró con la consolidación de los 30 años y obedece a la idea de que “todo cambie, para que nada cambie”. De alguna forma una de las máximas de Marx puede entrar aquí, “la historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia, y la segunda como una miserable farsa”. 

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La administración procedimental de los conflictos sociales tiende a socavar los lineamientos de profundidad y ruptura: lo que existe se niega a morir, los intentos de cambio confrontan los intentos de restauración.

La geopolítica neoliberal del shock puede imponerse como un derrotero sinuoso y complejo.

Es probable que la violencia política tenga gestos inacabados y concurramos a escenarios más complejos. Lo cierto es que la clave de las hegemonías como forma de entender la disputa se instala como una descripción que nos ofrecerá una lucha de posiciones en el debate nacional.

La morfología del sujeto social del Estallido pone una serie de interrogantes cuyas respuestas están en curso de colisión más que en la dimensión de encontrar un significado plausible. La neoliberalización de la vida social no es una cuestión solo a superar desde la gestión de una gobernanza, sino que corresponde a una cuestión también de disputa, de un proyecto político cultural, lo cual es más profundo que las estrategias para ganar elecciones. De la importancia de esta claridad política dependerá los horizontes posibles que se puedan dibujar; de lo contrario, volveremos a repetir historias y revivir monstruos de nuestra historia nacional.

La elección fue convocante, de acuerdo con los bajos niveles históricos. ‘‘Leve alza en participación electoral, la jornada de votación tuvo un 47,19% de concurrencia, un 0,47% más en relación con las presidenciales de 2017”, según La Tercera.

La gran posibilidad de Boric de revertir la situación está en llevar más gente a votar en segunda vuelta, sobre todo, jóvenes.

De todos modos, la segunda vuelta es otra elección: el problema es que el tiempo es muy corto para poder generar movimientos significativos. La clave estará en leer muy bien a dónde dirigirse y cómo ofrecer garantías a los sectores que votaron por otros candidatos sin perder los elementos identitarios Para Kast la primera opción es la inercia de los actuales resultados: es un candidato que viene creciendo y las posibilidades de capturar votos de Sichel y Parisi son significativas. Asistimos a un momento histórico convulso, contradictorio: cuando las crisis son estructurales las palabras se vuelven sordas, los reflejos se vuelven profundos y las fracturas muestran sus raíces. Hablamos de una fractura expuesta, la del Chile del siglo XXI, una herida que se deja ver, abierta, concomitante entre lo superficial y lo profundo.   

Eddie Arias

Doctor en Procesos Políticos y Sociales en América Latina. Universidad Arcis.Post Doctorante en Ciencias Sociales UBA