La construcción del (anti)relato. Acerca del libro de Jorge Fernández Díaz

Escribir una historia argentina en tiempo real supone inventar un relato histórico al calor de la coyuntura. Una intención de sentar posición en el debate político de la época. Por supuesto que este estilo no es nuevo. Lo que se conoce en la historia de la historiografía con el nombre de “revisionismo histórico”, reconoce allí un elemento constitutivo. Si había una historia “oficial”, era el momento de contar otra historia. 

El último libro de Jorge Fernández Díaz, Una historia argentina en tiempo real. Apuntes de la colonización populista y la resistencia republicana, editado por Planeta, es relato del (anti)relato. Una apuesta política. Un deber. Un asunto personal. Una lucha en la que su adversario podría ser derrotado a través de la palabra escrita. 

Foto de tapa intervenida por Diego Sztajn

Fernádez Díaz usa a su favor haber militado en su juventud en el peronismo. Ese es su activo diferencial que le permite sentarse como gerente en la mesa chica del diario La Nación. Su paso por el Movimiento le permitió revelarse contra su padre y adquirir un genuino certificado de argentinidad, ya que es hijo de inmigrantes asturianos. 

La vida del escritor y periodista estuvo marcada por la influencia de aquella prosa que se le presentaba como poderosa. Así, sus modelos a seguir fueron los escritores Jorge Abelardo Ramos y Juan José Sebreli. Coincidiendo ideológicamente con el primero e inclinándose más tarde por el segundo. No es casual, entonces, que tanto Ramos como Sebreli hayan buscado imponer sus propios (anti)relatos en dos momentos claves de la historia argentina. Revolución y contrarrevolución, de Ramos, salió al poco tiempo de instaurarse la Revolución Libertadora y Los deseos imaginarios del peronismo, de Sebreli, salió unos meses antes de la elección que estableció el retorno a la democracia. 

Para desmitificar una visión del pasado (y del presente) hay que situarse desde el lugar de la “verdad”. Una verdad que no está al alcance de aquellos ingenuos, que no quieren o no pueden verla. Con el paso del tiempo, los velos que revestían el encanto de Fernández Díaz por el peronismo se le fueron cayendo a pedazos, acumulándose en una paulatina decantación que alcanzó su cénit con el kirchnerismo. 

En su libro hay un hilo interno que une a múltiples imágenes que pueden provenir de cualquier lado. Desde un trabajo politológico, una anécdota, una investigación periodística, un cuento de Borges o Bioy, una crónica de Arturo Pérez Reverte o de Javier Marías, un relato policial Hammet, de Chandler o Carver, una película de John Ford o Billy Wilder, una serie de Suar o Campanella, en la que todas —pero absolutamente todas— las imágenes que invocan retoman al mismo al mismo lugar: la colonización populista. Un germen que avanza a paso firme. Un virus que no sabemos cuándo ni dónde terminará. Pero sí sabemos dónde comenzó. El peronismo (en su versión clásica, setentista, menemista, kirchnerista) solo acentuó el carácter de las “dos Argentinas”. 

Una, abierta al mundo, cosmopolita, culta y democrática, que cree en el ascenso social y en el mérito. Otra, cerrada, autoritaria, pobrista, estatista, adepta a “vivir con lo nuestro”, que no acepta al otro y que quiere quedarse con todo. El peronismo está enquistado en el sentido común de los argentinos. Incluso, en aquellos que quieren combatirlo. 

Para desarmar aquel sentido común, el articulista apela a un interlocutor ideal: el “progre” de Palermo Hollywood. Un estereotipo forzado que se escabulle entre su universo conceptual. Hay una inmigración (de los barcos) buena, honesta, heredera de la cultura del trabajo, que se enfrenta a la otra inmigración (del interior), que vive del amparo del Estado y se ubica en el Conurbano; territorio que cobija al germen populista que avanza y desafía con devorar a los “valores republicanos”.

Pero el palermer progre sabe lo que hace pero lo hace igual (diría Žižek). Tiene la posibilidad de estudiar, de leer, de trabajar y de vivir a unas pocas cuadras de Férnandez Díaz. 

Es que “la izquierda da fueros”, dice el articulista que le dijeron a Néstor Kirchner (uno se pregunta quién se lo dijo, o si acaso existe algún tipo de fuente que sustente lo que escribe o si son meras herramientas de su ficción). Fernández Díaz sostiene que los Kirchner simularon un interés por los derechos humanos para revestir su verdadero plan: transformar al país en un feudo, de la misma manera que hicieron en Santa Cruz. 

Y por eso necesitaron un “brazo literario” que disimule su verdadero poder, sustentado en los Moyano y los Insfrán. Gente que Fernández Díaz admira, bien pensante, culta, con quienes compartió tertulias, redacciones, pero que terminaron apoyando al proyecto Nac & Pop. 

Fue cuando Néstor le dijo a Máximo que con el Bicentenario habían ganado la batalla cultural que Fernández Díaz decidió que tenía el deber de emprender su propia (contra)batalla cultural. Tomar la columna dominical que dejaba vacante Mariano Grondona —al ladito no más de la de Morales Solá— y llevar adelante el rol del (anti)Gramsci en el diario centenario.

Porque la radicalización que lideró la Pasionaria del Calafate (irónico nombre para aludir a Cristina Fernández de Kirchner) supuso un cambio de la bibliografía. Dejar atrás a un peronismo con el que el articulista se sentía cómodo, que Néstor buscó (¿o simuló?) impulsar al principio y luego canceló.

Aquel peronismo “republicano”, de Cafiero, de Bordón, de “Chacho” Álvarez y de Alberto Fernández —con quien Fernández Díaz supo cultivar una amistad y cita en su libro Pensado y escrito— se diluye en el verdadero peronismo, puro, salvaje.

Enterrar a Di Tella para desempolvar a Laclau, acusado de ser el teórico de la “grieta”, sin preocuparse demasiado en adentrarse un su teoría, nada sencilla, que describe al populismo como una construcción de la retórica, que engloba a una multiplicidad de particularidades y conforma una nueva identidad que se enfrenta a un “otro”. Teoría que le valió a Laclau ser uno de los grandes intelectuales contemporáneos a nivel mundial, junto a Judith Butler y Slavoj Žižek.   

Un curioso periplo que une a Laclau con John William Cooke. Aquel gordo de sangre irlandesa, el delegado para presidir a las fuerzas peronistas durante la Resistencia, que quiso sacar a Perón del amparo del Generalísimo Franco para llevarlo a la Cuba de Fidel; iniciativa vetada por el propio Perón, que no quería doblegarse ante el vencedor de Batista. 

El socialismo del siglo XXI es para Fernadez Diaz la encarnación del ideal de Cooke que en su momento no se pudo consumar. Una gesta de liberación nacional que deviene en socialismo. Y que conecta a los Montoneros con La Cámpora. 

Así, para el articulista, Alberto Fernández solo es un instrumento —un empleado— de la Arquitecta Egipcia para llevar adelante el plan inconcluso de los setenta.

Una mixtura de nacionalismo y socialismo, de marxismo y peronismo, de peronismo revolucionario y de izquierda nacional. Un ideario que recorre los preceptos de Hernández Arregui, Puiggrós y Ramos, y que Horacio González procuró no olvidar durante el kirchnerismo. Un plan ideológico que circula a través de los libros y que opera en la cabeza del articulista. Un debate imaginario que Fernádez Diaz tiene con Cristina Fernández; ambos de origen asturiano y con padres gorilas. 

Fernádez Díaz cree que el kirchnerismo le hace al país lo mismo que los franquistas le hicieron a su madre, protagonista de su libro más famoso Mamá. Quien luchó del bando republicano durante la Guerra Civil Española y que de alguna manera esa lucha (¿republicana?) continúa en la Argentina. 

“No estamos solos”, le dice su compañera, por eso tenemos que seguir luchando. Luchando a través de los artículos, que conforman las 1036 páginas del libro y que corrige disfrutando la vista del hotel Llao Llao en Bariloche, mientras construye el relato del (anti)relato. 

Fabrizio Sanguinetti

Licenciado en Ciencia Política (UBA), maestreando en Historia (IDAES-UNSAM). Docente e investigador de la Facultad de Ciencias Sociales, UBA.