¡Multipliquemos las Alciras!

Facundo Solanas

Cuando me enteré de la noticia del fallecimiento de Alcira Argumedo, me costó mucho asimilarlo. Unos días antes intercambiamos mensajes, donde me contaba que seguía encerrada (no me mencionó dónde) con una dosis de la vacuna, pero como era ella: batalladora incansable, con sus ochenta años no dejaba nunca de participar de los grandes debates. Su última aparición pública fue nada menos que en defensa de la estatización de la hidrovía, como “la oportunidad para cerrar el ciclo diabólico de saqueo iniciado con la dictadura y promovido por Cavallo y el poder eco-financiero”. Alcira no andaba con chiquitas, ni en el poroteo.

Cuando hablaba Alcira era difícil no escucharla, dormirse o distraerse, su pasión encadenaba sus razonamientos que fluían para colocar el debate siempre sobre los grandes ejes centrales. Recoger el legado de Alcira son las grandes causas estratégicas de nuestro país: la recuperación de los recursos naturales, la justa distribución del ingreso, la reforma tributaria y financiera, la deuda, la pluralidad informativa, etcétera. Que se traducen en las tres banderas de Forja y del peronismo histórico (por más que les pese a muchos peronistas aggiornados): independencia económica, justicia social y soberanía política.

Alcira era una extraordinaria docente, pero no sólo en las aulas universitarias: daba charlas y participaba de cuanto encuentro fuera posible.

Era un placer escucharla porque era impredecible, podía recurrir a la historia más remota o reciente para explicar el presente y diagnosticar las posibles soluciones a los problemas actuales. 

Son muchas las charlas y momentos que recuerdo con ella, sabia consejera, pero me viene a la mente uno que la describe como era. A principios de los años 90, cuando casi todo el peronismo mutó hacia el saqueo neoliberal y hasta los “progresistas” se arrepentían de no haber votado la convertibilidad cavallo-menemista, sintonizando con el electorado derechizado -más por espanto que por convicción-, “la política” era mala palabra. Convencidos de que la respuesta tenía que venir desde los más jóvenes y urgidos con esas imperiosas ganas de querer cambiar el mundo pronto, con un compañero decidimos organizar una charla con algunos adolescentes con ciertas inquietudes, para la que convocamos a Alcira. Nuestra expectativa se centraba en su extraordinario talento intelectual y militante y en la empatía que podía producir su maravillosa oratoria para, de alguna manera, intentar despertar a los jóvenes de esa antipatía hacia el compromiso político. Ella, siempre dispuesta, vino a la reunión que llegaba apenas a las diez personas. Contrariamente a lo que pretendíamos, Alcira empezó preguntándole a cada uno de los concurrentes qué hacían o qué querían hacer y cada uno a su turno contaba lo que hacía y lo que quería hacer. Escuchando con toda atención, Alcira preguntaba y repreguntaba interesándose en cada uno de estos chicos, los orientaba y les daba distintos consejos. Es decir, la experiencia se asemejaba más a una suerte de terapia de grupo que a un encuentro político. Si bien para nosotros había sido frustrante, tanto por nuestro escaso poder de convocatoria como por la falta de continuidad y contención que podíamos ofrecerles nosotros a esos jóvenes, salieron todos exultantes. Luego de unos meses, nos enteramos que muchos de esos jóvenes habían seguidos los consejos de Alcira y se habían inscripto en la Universidad para seguir distintas carreras. Cuando se fueron todos y nos quedamos con ella para hacer un pequeño balance, como percibió nuestra frustración, inmediatamente nos consoló diciendo que teníamos los tiempos políticos en contra y esto era un proceso lento de construcción, pero “lamentablemente la historia nos iba a dar la razón”. Y así fue, la debacle neoliberal se terminó llevando casi todo, el modelo no resistiría eternamente y la política volvería a revalorizarse. 

Así era ella, de convicciones profundas y lealtad inquebrantable, su vida da testimonio de una militancia sumamente activa y comprometida.

Junto con Pino, su “hermano loco” como le decía, participaron de la fundación de diferentes espacios y frentes políticos en las últimas décadas: el Frente del Sur en 1992, el Frente Grande en 1993, la Alianza Sur en 1995, el MORENO en el 2001, Proyecto Sur en 2007, para finalmente, contribuir a forjar el Frente Patriótico en 2019, como espacio amplio de convocatoria para lo que luego electoralmente sería traducido en el Frente de Todos. Su entrañable compañero de batallas partió seis meses antes, lo que la había movilizado mucho, dado que compartieron cincuenta años de luchas, solidaridad mutua, peleándose, divirtiéndose e inventando distintas patriadas.

Alcira fue una persona íntegra y entrañable: no transaba, iba de frente, contagiaba alegría y empatía con su sonrisa y su buen sentido del humor. Sin lugar a dudas, ya la estamos extrañando. Su partida deja un enorme vacío difícil de llenar en un mundo y en un contexto de “Bolsonaros” en donde hacen falta más que nunca muchas Alciras.

En su memoria no podemos no honrar su legado: ¡Multipliquemos las Alciras!

Facundo Solanas

Licenciado en Ciencia Política (Facultad de Ciencias Sociales de la UBA). Investigador independiente del CONICET y del Instituto de Investigaciones Gino Germani. Profesor de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata.