Sabotear e interrumpir la violencia de las imágenes

La reciente intervención del grupo de (autodenominados) Jóvenes Republicanos en Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada, con la instalación de un conjunto de bolsas negras rellenas semejando cuerpos, con carteles consignando los nombres de personas y organizaciones supuestamente vinculadas a listas de privilegio en la campaña de vacunación contra la COVID-19, nos retrotrae a las imágenes más ominosas del terror social durante los años 70, de la mano de la Triple A y las patotas de la dictadura. La violencia que anida en esta acción y en las imágenes que se producen en torno a ella es innegable. 

Esas imágenes también evocan el modo en que los medios de comunicación difundían hasta no hace mucho los femicidios. Como parte de los marcos sociales que nos permiten (o impiden) interpretar el sufrimiento ajeno y reconocer las vidas dignas de duelo, las imágenes de mujeres asesinadas envueltas en bolsas de basura muestran la negación del valor de sus vidas al punto que sus cuerpos parecen no merecer ningún respeto, ningún pudor de fotógrafos o editores de medios.

Como señaló María Moreno a raíz de la primera manifestación bajo la consigna “Ni una menos” en 2015, “hay una historia política de la bolsa” que, desde una mirada feminista, permite leer el horror semiótico” de la circulación morbosa de imágenes y discursos sobre los femicidios y la violencia sexista que convierte a las mujeres en desechos.

Desde su expansión en los años 60, los feminismos han revisado críticamente los discursos sociales sobre “la mujer”, “lo femenino” y “la diferencia entre los sexos” sustentados desde diferentes ámbitos –las artes, las ciencias, las políticas públicas, el pensamiento y acción políticas, entre otras–, mostrando los condicionamientos sociohistóricos que sobredeterminan desigualdades, formas de subordinación y violencia específicas. Una de las cuestiones que las perspectivas feministas han visibilizado desde su inicio es la violencia marcada por las jerarquías sexuales y/o de género, y en particular, el modo en que en sus diferentes manifestaciones articulan lo estructural (social, histórico, cultural) con la experiencia (lo personal y subjetivo).

Los discursos sociales sobre la violencia sexual y/o de género cristalizan representaciones del “cuerpo femenino sexualizado” que expresan un estado de las estructuras de poder y dominación de género en nuestras sociedades, muestran la desigual distribución de la vulnerabilidad y del riesgo, así como también de formas de protección y regulación estatal de las asimetrías de género, económicas y raciales. La naturalización del odio y el desprecio por las vidas de mujeres, trans y travestis justifica la indiferencia social hacia la multiplicidad de formas de violencia sexistas, tanto interpersonales como institucionales.

Los feminicidios y travesticidios exponen la intersección de la violencia de género con estructuras de racialización y de colonialidad de larga duración que someten a ciertas poblaciones a formas de violencia extrema y cruenta. 

Desde las ciencias sociales y los feminismos en nuestro continente se ha señalado que estas formas de violencia se superponen y entrecruzan con fenómenos como la violencia política, los conflictos armados, guerras étnicas y genocidios, y adquieren nuevas configuraciones en el marco contemporáneo de transformaciones socioeconómicas profundas que arrasan los territorios para la explotación capitalista desregulada. Como apunta Nora Domínguez, “¿hace falta reiterar que el capitalismo siempre se apropió del cuerpo de las mujeres y que, adoptando diferentes atuendos y disfraces, forjó una alianza maciza y tenaz con el patriarcado en todas las épocas y regiones?”. 

En la cultura contemporánea, la circulación de imágenes visuales y discursivas que tensan la relación entre espacio público y cuerpos femeninos es magnificada por los medios de comunicación que se sirven del morbo y la espectacularización de la violencia en general. Los femicidios son una de las formas en que se expresa esta verdadera pedagogía de la crueldad que, como ha señalado Rita Segato de manera recurrente, permanece como amenaza latente hacia el resto de las mujeres y su comunidad.

En Argentina, la lucha contra los feminicidios se tradujo en la consigna #NiUnaMenos y recorrió todo el arco social desde la primera manifestación el 3 de junio de 2015. Estas protestas buscaron no solo visibilizar los femicidios como problema político, sino también cuestionaron el modo en que las imágenes morbosas de las mujeres asesinadas eran puestas en circulación de forma obscena por los medios de comunicación (periódicos, TV, portales web). Sin embargo, en las primeras manifestaciones también se produjeron imágenes, instalaciones y performances en el espacio público que retomaban las escenas morbosas de los femicidios difundidas por los medios.

Para los feminismos este es un problema acuciante: ¿cómo se representan estas violencias para interrumpirlas y fortalecer su visibilización? ¿Con qué lenguajes e imágenes se transmiten el sufrimiento y también las luchas? ¿Visibilizar la violencia sexual y de género requiere necesariamente exponer a quienes la sufren? ¿Qué formas del discurso del daño y qué imágenes veremos convalidadas y cuáles resultarán así desoídas?

A días de un nuevo aniversario del golpe de Estado del 24 de marzo y de la primera acción por Ni Una Menos –el 26 de marzo de 2015 en el Museo del Libro y de la Lengua–, podemos reconocer esta preocupación por las formas de intervenir en el espacio público y por la crítica de las propias prácticas como parte del legado del movimiento de derechos humanos, explorado muy tempranamente en el movimiento de mujeres y los feminismos en nuestro país. Basta recordar que entre quienes participaron de los primeros Encuentros Nacionales de Mujeres de 1986 y 1987 se encontraban familiares de detenidxs-desaparecidxs y militantes de organizaciones político-militares y feministas durante los 70, como Laura Bonaparte, Magui Bellotti, Ángela “Lita” Boitano, Nora Cortiñas y Mirta Henault, entre tantas otras. La visibilización de las formas de la violencia sexista se articulaba ya entonces a la denuncia y a las memorias sobre la violencia de la dictadura bajo la consigna “la violación es tortura”.

Contestar, interrumpir y revertir los guiones sociales de la violencia sexista se convierte en una tarea política central para el movimiento de mujeres y los feminismos que integran una perspectiva de derechos humanos. En este sentido, el desafío es colectivo, recorre y trastoca el orden de las relaciones íntimas y la escena pública, atraviesa necesariamente nuestras prácticas a todo nivel, incluidos nuestros proyectos políticos. Contra las imágenes morbosas que acompañan esa “pedagogía de la crueldad” necesitamos considerar, en cambio, estrategias que ayuden a sabotear e interrumpir estas formas de violencia, donde las imágenes no sean puestas en circulación para acallar el dolor y la pérdida, sino que nos permitan reconocernos en el daño sin replicar la crueldad. 

Claudia Bacci

Socióloga, docente en la cátedra “Identidades, discursos sociales y tecnologías de género” en la Carrera de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Investigadora en temas de memorias, feminismos y derechos humanos (IEALC-UBA).