10 por el 10

1) Entre los aires fríos del mediodía del viernes en París, un amigo que dedica sus mediodías, sus amaneceres y sus desvelos a la investigación médica le pide permiso a las células y a los microscopios y frena la labor. Llama a otro amigo que hace nada amaneció en las brisas húmedas de Buenos Aires. Casi no le dice ni buen día ni buena nada y, aunque conserva enfrente la tapa de L’Equipe con la estampa del capitán Diego y el título «Dios ha muerto», pregunta, pide, ruega, implora:

-Decime que no murió.

2) Tomás estudió sociología de los mitos. Y se leyó lo más clásico de la literatura sobre los ídolos. Y recorrió unas cuantas de las muchas páginas que desmenuzan cuál es la relación de las sociedades con la muerte. Y lo apasiona debatir por qué lo popular se vuelve popular. Pero ahora no le importa nada de aquello porque respira una tristeza del tamaño del mundo. Una tristeza que se llama Maradona. Por eso pone el cuerpo en el primer velorio de su historia. No fue ni al de sus abuelos ni al de un compañero que se le murió en la secundaria. Y no conoce del todo por qué no estuvo aquellas veces, pero conoce sin duda por qué acude ahora, en un jueves sin fotocopias en la historia argentina entera: «Sabía hacía mucho que cuando este día llegara, yo iba a entrar y a estar ahí. Siempre dije: ‘Todos nos tenemos que dar la oportunidad de querer a Maradona’. Yo lo quiero porque me hace feliz, porque me saca una sonrisa y eso vale la pena, vale un abrazo, vale la vida». Entre las yemas no se le cuelan las obras completas de ninguno de los teóricos que desde hace mucho le llenan los ojos y la conciencia. Tiene, clara, luminosa, una foto del Diego.

3) Ese jueves, lejos o cerca de Tomás, con cuatro zapatillas desatadas como las de Maradona en cada práctica, un padre que se va volviendo canoso y un hijo que se va volviendo adulto ni se dicen ni se oyen: se abrazan. En la Plaza de Mayo, uno se enfunda con la de Vélez, el otro se roza las ropas celestes del Nápoli. La existencia, en edades recientes, los puso en colisión. Alguien ya les habrá susurrado que en eso, entre otras cuestiones, consiste ser padre y ser hijo. Todavía no avizoran cuándo lograrán contarse la trama completa de los conflictos que los tensaron. Tampoco calculan cuándo terminarán de revelarse la dimensión del amor que los ata. Solo los abarca la confirmación de que no pueden dejar de abrazarse. Ellos. «Nosotros y Diego», soplará uno de los dos en un tercer oído más tarde. También le soplará a ese oído una certeza como pocas, casi tan extraordinaria como el propio Maradona: «Cuando pasen los años y más cosas que los años, por ahí se borra todo lo malo y todo lo bueno. Lo que nos va a quedar es que estuvimos ahí, por el Diego, abrazados».

4) El coche que lleva a ese que fue Maradona no gambetea a ningún afecto mientras acelera como puede, flotando sobre una autopista que, cosa de no creer o de no querer creer, es parte del trayecto a un cementerio. En un balcón, una señora alza la única flor de su jardín y la sostiene con el compromiso y con la conmoción de la mañana vieja en la que fue abanderada en la escuela. En otro balcón, un señor besa al viento o a algo parecido al viento y se le entrampa la garganta en la mitad de la palabra «crack». Abajo de la autopista, en una plaza de excesivos cementos, Olivia, al borde de su segundo cumpleaños, se desentiende de los ruidos desusados que habitan el atardecer. No le importan. Lo que importa es patear mil y diez mil veces una pelota. Nora, su abuela, un poco la cuida y otro poco se estremece. Y anota en las teclas módicas de su teléfono celular: «La pelota no se detuvo. La pelota no se detendrá. Gracias Diego».

5) Laura indaga en el chat de sus amistades entrañables. «¿Por qué estamos así de tristes, tan tristes, imposible que más tristes?», interroga mientras un cacho tipea, un cacho lagrimea, un cacho busca textos que le contesten, un cacho enfoca a la tele porque en la tele Diego aún patea tiros libres. «Diego es la patria», le replica alguien. «Diego es lo que nos une», le aporta otra integrante del chat. «Diego fue nuestro superhéroe», agrega una amiga más que añade una estampita con Maradona palpando la copa del mundo. «Yo no sé si somos como Diego o si no podemos ser como Diego pero quisiéramos ser como Diego», plantea un amigo que también envía la postal de Maradona palpando la copa del mundo. «Con los pies y con las manos, Diego les abollaba la cara a los poderosos», sentencia otro amigo que, desde luego, manda la postal de Maradona palpando la copa del mundo. «No sé qué decirles. Pensar que a mí no me gusta el fútbol», confidencia Laura. Enseguida, de nuevo, lagrimea un cacho.

6) Uno de los que intervienen en el chat de Laura le traslada la inquietud, la perplejidad y el dolor a sus contactos de otro chat. Javier, en ese chat, le sugiere que la respuesta la escribió, hace cuarenta años y medio, el periodista Osvaldo Ardizzone en la revista Goles Match, que había aplastado sus suelas al lado de Diego desandando Fiorito por unas horas. «Me lo pasaron hoy -precisa. Ahí va». Va: «Juan, quería decirte algo muy especial… ¿Por qué? Por todo esto de Maradona. ¿Sabés lo que significa este ruido-Maradona? Como la reivindicación de ‘los comunes’. La trascendencia que puede alcanzar un purrete, como el hijo de Doña Tota y de Don Diego, nada más que por pegarle bien a la pelota, como diría -peyorativamente- el maestro Borges. Fijate vos, Juan, el revuelo nacional y hasta mundial que desencadena este mocoso… Los hombres serios, los intelectuales, los representantes de las fuerzas vivas, los que quieren a la patria, los que defienden la soberanía del país, algunos cantantes, algunos artistas, los que siempre se encaraman al carro donde suenan las trompetas, todos andan con el gesto preocupado, algunos con el ánimo entristecido, otros con el ademán alterado. ¿Te das cuenta, Juan, la dimensión que alcanza este ‘acontecimiento’? El hijo de Doña Tota y de Don Diego, postergando el ‘no va más’ de algunos banqueros, la catástrofe de los pueblos inundados, el diálogo político (…) ¿Y cuál es el motivo, Juan? Un pibe que hasta hace tres o cuatro años vivía oscuramente en una de esas casitas que solo se pueden ver más allá de las zonas urbanas».

7) Sebastián, que es amigo de Tomás, que no pudo arrimarse a los funerales del Diego porque en la oficina no lo dejaron aunque la oficina era un llanto y ese llanto no lo germinaban, en estas tres jornadas, ni los salarios feos ni los abrazos pendientes, procuró descerrajar la pena adentrándose por vez veinte en los autores y en las autoras que también leyó Tomás. Lo acomodan y lo desacomodan preguntas que, intuye, algunas gentes intentarán desentrañar en los meses, en los años, quizás en los siglos siguientes.

¿Alcanza la bibliografía vasta de las ciencias sociales sobre la edificación de los mitos para explicar el mito Maradona? ¿Es suficiente -aunque largamente aceptable- la caracterización de que el Diego fue un prócer plebeyo para que los sacudones por su vida y por su muerte hayan sido y continúen siendo lo que fueron y lo que son?

¿Hasta dónde la condición de Maradona de actor central del espectáculo central de una época que espectaculariza todo o casi todo resulta explicativa de que se transformara en un protagonista central de los días de tantas y de tantos y a través de unas cuantas décadas? ¿Qué legado bíblico restauró -bah, mejor decir restaura: demasiado bravo conjugar a Diego en tiempo pasado- el enfrentamiento de Diego-David con abundantes Goliat, los Goliat poderosos y respetables de la cancha, esos rivales que pretendieron sacarle la pelota y los Goliat poderosos de otras canchas a los que Diego-David, a contramano de muchas comodidades y a favor de unas cuantas coherencias, eligió confrontar desde sus singulares y estentóreas maneras? ¿Qué manifiesta el masivo cariño de las ceremonias del adiós sobre la vaiveneada idea de lo nacional o de la nacionalidad o de lo patriótico, diluida y refrendada por ensayistas diversos y diversas en el curso de la era de Diego? ¿Fue y es ese muchacho que vistió con más identidad que nadie la pilcha celeste y blanca algo así como la argentinidad al palo o es y fue lo que la argentinidad no tiene modo de ser? ¿Qué ocurriría con las despedidas al Diego si hubiera hecho todo lo que hizo en una cultura en la que la muerte no es decodificada como en lo que repetidamente se denomina «Occidente»? Extraordinario Maradona: Sebastián tenazmente se interpela sobre eso durante el miércoles, durante el jueves y durante el viernes y, mientras se interpela y descorre libros, pronuncia una vez por vuelta de reloj algo parecido a «te quiero, Diego».

8) Los hijos, las hijas, la pareja, los nietos, las nietas, las bisnietas y los bisnietos, la vecindad, los pacientes del consultorio y el diariero de León están enterados de que León, 86 años, mirador consecuente del mundo, resolvedor de saludes ajenas, jubilado que no jubila la conciencia, pronunció desde el corazón del hogar en el que reside hace medio siglo apenas tres veces esta expresión: «Estoy muy triste». Las dos anteriores le brotaron por motivos que ya no valen la memoria y ya no lo ponen triste. El tercero le lastima los labios: «Puta madre, tan joven, tantas alegrías: Diego».

Alguien, con aspiración de consuelo, le devuelve esto: «La noticia de su muerte es impresionante».

León contesta:

-La noticia impresionante fue su vida.

9) Treinta minutos después del primer llamado, los aires fríos de París persisten fríos y las brisas húmedas de Buenos Aires se empecinan en ser más húmedas. El amigo de este lado del mar llama al amigo que está del otro lado del mar. Lo encuentra combatiendo contra los secretos de las células y los misterios del microscopio, apasionado porque la vida tenga más vida. Le pone en los oídos a Manu Chao entonando «La vida tómbola». «Si yo fuera Maradona, viviría como él», afina Manu Chao y desafinan ellos, uno en cada wing del mar. Cuando la canción se agota, el de acá le responde al de allá:

-No te creas, no se murió. Nunca se va a morir.

10) No jodan. La 10 tiene dueño.

Ariel Scher

Periodista, narrador y docente. Sus libros: Fútbol, pasión de multitudes y de élites (con Héctor Palomino), La patria deportista, Wing Izquierdo, el Enamorado (y otros cuentos de fútbol), La pasión según Valdano, Fútbol en el Bar de los Sábados, Deporte Nacional. 200 años de historia (con Guillermo Blanco y Jorge Búsico), Deportivo Saer, Todo mientras Diego (y otros cuentos mundiales), El blues de la primera fecha.