El salto estudiantil: etnografía de un despertar anunciado

Camila I. Cataldo, Camila Maulen, Laura Panizo, Nicolás Valenzuela, Nicolás Riquelme, Matías Resteli, Paloma Vargas, Paulo Cuadra 

Viernes 18 de octubre del 2019. Los estudiantes secundarios evadieron los molinetes del metro en protesta del alza de tarifas y a ese gesto le siguió una toma masiva de los accesos para que los ciudadanos usaran el servicio de manera gratuita. “A evadir, no pagar, otra forma de luchar” cantan masivamente y el sonido de cada canto acompañaba el vaivén de las piernas que elevaban con entusiasmo los cuerpos y con el mismo énfasis los dejaban caer. El salto estudiantil. 

Ese mismo 18 de octubre en la estación de Santa Ana, los usuarios que traspasaron la línea de los molinetes fueron recibidos con aplausos por los estudiantes que los cuidaban con aprehensión.

Así, los usuarios entraron al acceso al metro por la alfombra roja de la lucha popular. La toma duró lo que tardaron los carabineros en llegar y esa juventud se esfumó de la mirada de los teléfonos celulares con la misma rapidez con que se esparcieron los gases lacrimógenos en el aire habitado. Pero algo se percibía en aquel aire que escapaba de los sentires cotidianos del santiaguino. Algo estaba por venir.

La acción evasiva se comienza a replicar casi sin control por varias estaciones más del metro. Fueron cientos de jóvenes los que adhirieron al llamado, muchos de ellos menospreciados y apartados del tejido social. Pero, esta vez no se les apartaría, quizás nunca más se les aparte en el devenir como sociedad. Ese día el estudiantado chileno da cuenta de su capacidad organizativa y vinculante. Entró en movimiento una fuerza no comandada por sus dirigentes, una fuerza mucho más amplia surgida desde la injusticia social. Una fuerza imparable.

«Quien madrugue puede ser ayudado a través de una tarifa más baja», había expresado el ministro de economía en una rueda de prensa el 8 de octubre. Así también, en un restaurante de los barrios de clase alta del Gran Santiago, Sebastián Piñera celebra una cena familiar totalmente ajena a la realidad de millones el 18 de octubre. “Chile se quema y él está comiendo pizza”, indicaban los comentarios de ciber activistas.

Tan sólo es cosa de tiempo para que las escenas de acción y reacción represiva se esparcieran ferozmente por la ciudad. Mientras, a primera hora, los programas de la TV abierta chilena cuestionan las acciones de los estudiantes por perjudicar la locomoción de los trabajadores santiaguinos, los mismos trabajadores no dejan de repetir: “Felices caminando, porque Chile está despertando”. Y entonces, la imagen de los niños del metro se propagó en cada rincón apremiado por una historia de injusticia, violencia sistémica y represión. Y en esa imaginación de cada lucha, se expande también la imagen del kvri trewa (perro negro) Matapacos. Símbolo de la precarización y el abandono, que había ladrado a un Estado violento y represivo durante las primeras movilizaciones estudiantiles del año 2011, ahora vuelve a las calles con su pañuelo rojo: “Todos somos unos quiltros de la calle, que vuelve a renacer” repetía un estudiante universitario, una y otra vez.

Al tiempo que el Estado militarizó prácticamente toda la red de metro de Santiago y reprimió brutalmente con palos, detenciones, bombas lacrimógenas y gases sobre el conjunto de la población, se gestó una nueva lucha escoltada por el perro callejero. Escoltada por kvri trewa, pero impulsada también por el eco del salto del estudiante. El pueblo va creciendo sobre ese salto inicial con tanta velocidad, que parece ir empujando las agujas del reloj para reescribir la historia. Empieza a transformar su angustia en una lucha colectiva que no deja de acontecer. Se reproduce en sí misma porque el aumento del metro fue sólo un símbolo, que condensó millones de dolores cotidianos. Fueron los carteles en la plaza los que liberaban cada dolor. Dolores en el cuerpo del trabajador oprimido, dolores de muertes injustas y derechos históricamente denegados. Dolores por la educación, las pensiones, la salud. En la mercantilización y la privatización de autopistas. Dolores en la luz. Dolor del agua. 

De ahí en más, acontecen las 24 horas más extrañas de los últimos años para los santiaguinos. Circular por las calles céntricas de la ciudad era como estar en una zona de guerra.

El caos comenzó a incrustarse en la retina. Humo, fuego, barricadas, lacrimógenas, balines de goma. Se estaba dando una escalada de gestos de acción/reacción entre el pueblo y las autoridades. A mayor represión, mayor respuesta de la gente y viceversa.

Varias estaciones del metro ardieron durante el día. Ataques incendiarios que parecían salidos de un plan de ataque terrorista, con un aparente gran nivel de organización en su ejecución. La ciudadanía sospecha, ¿quién quemó el metro?, es la pregunta que comienza a calar profundo por aquel entonces. El presidente sabía que esta vez era distinto, no era una marcha estudiantil cualquiera, no era una marcha NO+AFP exigiendo el fin de las pensiones burdas. Irónicamente era algo más simple, hasta simbólico, como lo fue el alza en los pasajes. Muchos piensan “Pero si son sólo 30 pesos”. Pero la respuesta represiva fue brutal y, por consecuencia, fue la chispa perfecta para encender la revuelta popular contra los 30 años de una cuestionada democracia que heredó la dictadura y la Constitución de Augusto Pinochet. 

Al tiempo que se piensa que las movilizaciones y la represión se concentraban en la capital de Santiago, éstas se expandieron a lo largo del país, expresándose en menos de 24 horas en regiones como Valparaíso, La Serena, Concepción, Iquique y Punta Arenas. Paralizaron las jornadas laborales, se suspendieron los vuelos internacionales y se reprogramaron viajes nacionales por casi 24 horas. Cada sector se hizo parte del ambiente de injusticias que ha socavado en todos los rincones de las periferias y, con ello, sumado a las demandas sociales a nivel país del estallido social, también se hizo presente la exposición de sus propias problemáticas. De manera ascendente, las asambleas y los conversatorios, conformaron el resurgimiento de la organización local por medio de las diferentes convocatorias en las plazas de las provincias y comunas. 

Los días posteriores a la revuelta del 18 de octubre pasaron, pero la resistencia en las calles y poblaciones de la periferia no cesaban. El discurso subversivo de los territorios más empobrecidos y marginados del país se posicionaban con rebeldía ante el estallido de descontentos: ¡Abajo el capital, el macho, el estado y los privilegios! Las emergentes concentraciones se levantaban como respuestas frente a las situaciones de injusticia y violencia sistemática. Las poblaciones más desahuciadas con coraje y valentía salieron a las calles a hacer frente a un mandato de orden a la quietud, al olvidar y a callar.

Sábado 19 de octubre. A la catarsis social, responde el gobierno con Estado de Emergencia primero y Estado de Sitio, después. Los militares en las calles clavan sus alfileres en cada herida abierta de la dictadura militar. Heridas que por largos años trataron de ser cerradas a la fuerza en base a la impunidad y el negacionismo de tantos chilenos y chilenas. Y nuevos dolores empiezan a sangrar.

Los militares rondan las calles y para la sociedad chilena eso no resulta indiferente, es doloroso. La población contesta de inmediato con cacerolazos en varias ciudades del país. “Una invasión extranjera, alienígena”, calificó asustada la primera dama, Cecilia Morel, en un audio filtrado hacia una desconocida amiga de las altas esferas de la sociedad. Entonces el presidente decreta: “Estamos en Guerra. La Guerra contra las cacerolas”.

Comienzan a circular los rumores de acuartelamiento militar. El gobierno chileno puso en marcha su plan de defensa y activó a las Fuerzas Armadas. No fue algo de una sola noche el ver a los militares en la calle. No. El acuartelamiento tuvo propósitos mucho mayores: toque de queda y acciones militares en plena ciudad.

Y, así, aconteció la primera semana de ese Octubre Chileno, con un despertar del pueblo unido por el dolor. El foco de cada madrugada congela la imagen de metros destruidos, supermercados incendiados y cuerpos lastimados en el marco de un gobierno con aires de Dictadura. Y como si fuese el inicio del eterno retorno, los jóvenes y trabajadores se incorporaban de las caídas por la violenta represión, para mantenerse de pie. En las imágenes retenidas en los celulares se difundió que volvieron las torturas y la violencia sexual. Se abrieron las heridas, nuevamente, a punta de fusil y volvió el dolor que tanto se buscó enterrar.

«¡¡Alerta, alerta, alerta santiaguinos!! Están matando a nuestros vecinos» fue el grito que articularon los manifestantes de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, en su vuelta 152 por la moneda. «El ministro Chadwick, es un cara dura, sigue reprimiendo igual que dictadura». Los familiares de los desaparecidos se ensamblan, así, con la lucha popular y comparten su duelo colectivamente, pero adoptando otros duelos también. ¿Cómo no adherir al dolor latente en esta lucha? ¿Cómo no hacerlo si para muchos es el mismo dolor que hace 40 años? 

Empezaron a llegar entonces las noticias de los primeros muertos. Y en diferentes rincones del mundo, proliferaron los videos que evidencian la brutal violencia del Estado chileno hacia la población.

“Los milicos están torturando, difundan”, fue un comentario viral de una periodista por la tortura de Nicolás Laur y otros detenidos en el metro Baquedano durante la madrugada del miércoles 23 de octubre. El miedo y terror se expresan de noche mientras que, en el día, la rabia motorizaba a centenares de miles desde la periferia de Santiago hacia la Plaza de la Dignidad, ex plaza Italia. 

El ex gerente del metro había respaldado al gobierno de mantener el alza y con tono burlón opinó sobre los llamados a evadir y dijo en televisión a los estudiantes secundarios: “Cabros, esto no prendió”. Pero tuvo que tragarse sus palabras al ver la marcha más grande de Chile un 25 de octubre, con más de dos millones de personas movilizándose en el territorio nacional para terminar con la represión y por la renuncia de Sebastián Piñera. “No se preocuparon de nuestra salud mental, ahora aguanten la catarsis colectiva”, señalaban los lienzos de estudiantes y trabajadores de la salud en los frontis de universidades y en las plazas.

Pero Chile ha despertado y sigue de pie. Los estudiantes dicen “no tenemos miedo”. Pero “Claro que tienen miedo”, dijo una académica en la Universidad. Lo tienen pero cargan con la responsabilidad de la lucha que sus padres no supieron ni pudieron emprender. “No hablemos del miedo”, le responde una historiadora, en la misma universidad. Hablemos de la rabia acumulada: la detonante precarización de las vidas. 

Las violentas respuestas de un Estado genocida, que solo protege sus intereses evidenciaban los abusos y las múltiples opresiones de la persistencia de un modelo económico dominante. Aquel que dispone a su ciudadanía un tipo de desarrollo antisustentable y absolutamente dañino que repercute desarmoniosamente en la vida de los ecosistemas y, por supuesto, también de las personas. 

Este modelo se siente en cada cuerpo, en cada alma, en todos los espacios en los que la vulnerabilidad se presenta por medio de cada centímetro de tierra maquinada por las lógicas de los extractivismos exacerbados y depredadores. 

Contaminación de los ecosistemas, de los cuerpos fluyentes de agua, los bosques nativos, la flora y la fauna. “¡No es sequía, es saqueo!”, se sembró como otra de las consignas de las marchas tanto de Santiago como también de las diferentes periferias que se ven olvidadas por el ojo mediático de la prensa nacional. 

La resistencia y la lucha por las reivindicaciones territoriales y populares se encaminan a conformar un escenario imprescindible de recuperación popular en todos los sentidos. Cayeron, entonces, estatuas, símbolos del orden y la patria. El dominio colonialista parece caer en los pavimentos. 

Con miedo, rabia y dolor, en casi todas las comunas de Santiago, los vecinos se juntaban en cabildos para discutir propuestas y pensar en la nueva constitución. Los murales y diversas expresiones de arte, las ollas comunes y cánticos dieron lugar al resguardo y autocuidado barrial. Así, también se expresó en el paro nacional del 12 de noviembre, donde portuarios, profesores, sindicatos mineros, trabajadores de la salud y educadores llamaron a una Asamblea Constituyente y la renuncia de Sebastián Piñera, mediante jornadas de brazos caídos y paralizaciones de faenas.

Otros sectores temerosos no discutían sobre la crisis social. Se sintieron amenazados por mensajes que hacen sus propias revueltas en los grupos de WhatsApp: “Vamos a robar lo que ellos tienen, que tienen todo lo que los pobres no podemos tener”.

Ellos tienen miedo, pero no de los militares, sino de sus co-residentes, que los acusaban de su “abundancia” material. Las expresiones por whatsapp son el resultado directo del sistema social que habitamos. Fueron sólo rumores, no se llevaron a la práctica. Pero los vecinos se organizaron para defenderse del sector de la sociedad más silenciado y vulnerado por los derechos que los estudiantes habían empezado a reclamar. 

Entonces, mientras una juventud llevaba a sus padres pacíficamente a la calle, por un Santiago de pie, una proporción pequeña de jóvenes se arma, también reproduciendo los temores de sus progenitores: “debemos unirnos si ocurre algo y salir con lo que tengamos”. En alguno de esos barrios, de vecinos con chalecos amarillos para diferenciarse de sus vecinos enemigos, una vecina dejó a mano un palo de golf. Un palo de golf que no pertenece a los barrios populares. Un palo de golf que representa la enajenación de los vecinos. Entonces también proliferaron en ciertas zonas los vecinos acuartelados. No los de las juntas, no los de las cacerolas. Los vecinos de los palos de golf. Vecinos fluorescentes en las noches custodiadas también por el ejército militar. 

Pero mucho más puede la asamblea barrial que el palo de golf. Porque Chile, que había empezado a ponerse de pie un viernes 18 de octubre, una semana después fue protagonista de la manifestación más masiva de su historia. “Mas de un millón de personas”, decían los medios de comunicación. Manifestantes bailando, recreando, cantando, compartiendo. La bandera wenufoye y la chilena colorean toda la manifestación. Rendir también honores al pueblo mapuche por su resistencia a formas parecidas de represión.

La marcha busca sacar a los militares de las calles, sacar el estado de guerra de cualquier posibilidad e imaginación. Chile despierta. Lo hizo a través de un colectivo multireferencial. Variedad nunca vista desde del plebiscito del 89.

Entonces los estudiantes siguen de pie, en las calles, en las universidades y en las escuelas. Y esas piernas saltando en el metro, quedaron paralizadas posteriormente en un liceo por los perdigones de carabineros. Y, luego de tres semanas, en un viernes, como aquel de la propuesta inicial, a Gustavo le arrebataron los ojos. Fue mutilado por los carabineros que pelean su propia guerra. Una guerra con un pueblo cuya arma más poderosa es la inquebrantable voluntad. 

Entonces, al aplauso del metro, del mito de origen, le siguieron las velas en el hospital. Compañeros, docentes, vecinos y familiares acompañan a Gustavo que había perdido por completo la visión. Las denuncias sobre las mutilaciones se sumaron a las de detenciones, torturas, violaciones sexuales y muertes recogidas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. 

La performance “Un violador en tu camino” del Colectivo Las Tesis pasó de ser una denuncia contra la represión a un himno mundial contra la violencia estructural. Fue rápidamente replicada en las marchas internacionales contra la violencia hacia las mujeres.

Denunciando el terrorismo de Estado, la represión estatal y la violencia sexual. “Ahora somos más, juntas nadie nos detiene”, gritaron las mujeres junto a los hinchas de las barras bravas en Plaza de la Dignidad. 

Una vez más el ladrido del Matapacos viene a hablarles de solidaridad. Y una vez más, el eco de ese aplauso juvenil resiste a la violencia estatal. Chile sigue de pie, a la espera del reconocimiento de la lucha y, no menos importante, también a la espera de que vuelva el salto del estudiante y entierre definitivamente, el último palo de golf.

Camila I. Cataldo, Camila Maulen, Laura Panizo, Nicolás Valenzuela, Nicolás Riquelme, Matías Resteli, Paloma Vargas, Paulo Cuadra

Proyecto de Investigación “Cuerpos ausentes, cuerpos presentes”, Escuela de Antropología Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Laura Panizo, la directora del proyecto es también docente de la Universidad Alberto Hurtado e investigadora del CONICET.

Página del proyecto: https://lamuerteyelmorir.com/

El original del texto fue publicado el 17-10-2020 en Radio Universidad de Chile: https://radio.uchile.cl/2020/10/17/el-salto-estudiantil-etnografia-de-un-despertar-anunciado/