De Quino con Mafalda, con el papá…

La ¿gran conversación? que siguió a la ida de Quino habla de su lugar de referencia en relación con los grandes temas de cada día, esos que pueden entrar en todas las obras de arte sin agotar, nunca, los de ninguna cotidianeidad. Pero puede pensarse que los diálogos de Mafalda no hubieran sido posibles unas pocas décadas atrás de su momento de circulación: esos padres que muestran haber perdido toda ambición de seguridad con lo que debe enseñarse a aprender o desaprender acerca de la articulación entre las conversaciones del día; y esos chicos a los que cada día se les aparece el problema de no poder modificar la relación con los padres, de modo de poder ayudarlos un poquito a redefinir esas articulaciones… Cuando a este problema se suma el del acceso –natural, en buena parte obligado– a espacios también cotidianamente diversos, amplios, amplísimos… en que los personajes conocidos de la tira se encuentran con situaciones sociales siempre conocidas y siempre difíciles de procesar. Antes, durante y después de los tiempos de Mafalda aparecían unos dibujos grandes de Quino (los de página entera) en que un señor, podría decirse, de indudable emplazamiento social de clase media-media, debía soportar alguna respuesta de funcionario o de comerciante o de profesor o de médico, socialmente imposible de cumplir, por la vigencia de situaciones o mandatos generales opuestos al cumplimiento práctico de la indicación. Podría decirse que en las apariciones de Mafalda ocurrían o se mostraban dificultades parecidas, sólo que protagonizadas por esa nena de una omnilucidez que le permitía percibir esas dificultades de procesamiento de las fallas sociales en los problematizados adultos cercanos y, muy precisamente, en su hablar o su callar.

Trascendía que Quino se había propuesto interrumpir la producción de las tiras de Mafalda bastante tiempo antes de que eso finalmente ocurriera. Y que una de las razones era, dicho aproximadamente, la de que quería que los episodios y sus ambientaciones crecieran en imprevisibilidad, y que se acortaran las distancias entre planteo y desenlace. Es seguro que Quino quería mucho a Mafalda, nunca una nena solamente inteligente. Pero es probable también que quisiera probar apuestas de humor y dibujo distintas, nada más que para avanzar en la experimentación con la búsqueda o la prueba. Como también se sabe, en el humor, para que no se agote en la comicidad, hay reflexión de la humorada sobre el enunciador; como en los grandes dibujos de humor de cuadro único de Quino a página completa.

Lo que no tiene porqué, claro, haberle quitado valor alguno a la Mafalda de cualquiera de sus momentos, ni para el público ni para el autor.

Claro, lo bueno hubiera sido que Quino siguiera, con Mafalda o los señores de traje gris.

Oscar Steimberg

Semiólogo y escritor. Profesor emérito de la UBA y secretario de posgrado de Crítica de Artes en la Universidad Nacional de las Artes (UNA).