De la experiencia del tiempo y el espacio en la civilización del virus

“Suprimen las separaciones espaciales mediante aproximaciones 

en el tiempo (…)

Pues todos los espacios son para nosotros 

distancias solo a causa del tiempo que necesitamos para recorrerlo: 

si aceleramos este tiempo, se reduce, en lo concerniente

a su influencia sobre la vida y el tráfico, el espacio mismo.”

De una Enciclopedia de 1840, cit. por R. Koselleck en 

Aceleración, prognosis y secularización (2000). 

Cuestión de tiempo

La del COVID-19 es una crisis previsible, muy importante, pero previsible, de una época que comenzó hace ya tiempo. La fase de la globalización digital de la era eléctrica, que empezó allá por las dos últimas décadas del siglo XIX.

El inicio de la era eléctrica (medios eléctricos) coincidió con la época de la urbanización y la masificación de la fase anterior de la globalización. ¿A quién se le ocurriría hoy pensar que el paso del siglo XIX al XX, con todas sus transformaciones sociales, económicas y culturales, no traería guerras, pestes, crisis económicas, transformación hegemónica global (de la Inglaterra liberal a los Estados Unidos corporativos), millones de muertes? 

El medio de comunicación que selló la transformación «urbana», en tándem con el cine y la radio, fue la televisión. 

Marshall McLuhan, filósofo canadiense, habló del pasaje de los medios calientes (civilizados, seriales, de baja participación, previsibles, en consonancia con la era mecánica de la imprenta) a los medios fríos (holísticos, de alta participación, orales). Dentro de la era eléctrico-televisiva, apareció el ordenador, la predominancia creciente de la información binaria de unos y ceros y finalmente internet, toda su red de comunicación, las redes sociales. En síntesis, esos medios, todos conectados, inauguraron la fase digital de la era eléctrica. Recordemos: en 1981 el fabricante de ordenadores IBM creó la máquina IBM PC con el microprocesador Intel 8088 y con el sistema operativo DOS 1.0 preparado por Microsoft. 

En el paso del siglo XIX al XX se desarrolló el urbanismo, se extendió la migración campo-ciudad, las masas se instalaron en las ciudades y todo ese proceso de transformación, se sabe, produjo enormes consecuencias en el mundo y en la especie humana. En el paso del XX al XXI se organizó el mundo digital, con todas sus consecuencias, algunas de las cuales nos está tocando vivir. Así, el virus es un medio de nuestra época, por no decir, EL medio de nuestra época.

Si la electricidad fue, por antonomasia, el medio sin mensaje; el virus es, por antonomasia, el medio de contagio de información de un cuerpo a otro. El virus es un modo de circulación/distribución de información. Uno de los varios medios de la digitalización. 

Hoy los medios son eso: tanques al servicio de la transmisión masiva de datos, de máquina a máquina, máquina-persona-máquina, persona-persona y otras variaciones. Nadie puede sorprenderse. En los últimos 30 o 40 años, como si hubiera surgido de la nada, se organizó otro mundo dentro del mundo; en un proceso mucho más veloz, entonces más traumático, que el de la urbanización-masificación. La evolución hacia el medio virtual genera, ya era sabido, consecuencias del tipo de las «catastróficas»: enfermedades, violencia, muertes en masa, ustedes saben.

La aceleración del tiempo, de la que hablaba Reinhart Koselleck, expone a nuestras generaciones a mayor cantidad de cambios que a las generaciones de nuestros abuelos y a las de más atrás.

Es cuestión de tiempo, de ritmo, de velocidades, de aceleración. Nuestro pasado reciente, la evolución del mundo hacia la digitalización global y lo virtual, ya mostraba lo evidente. Hay y habrá cosas nuevas, tanto o más traumáticas que las dos guerras mundiales, el crack del 29 y las permanentes guerras y crisis migratorias del siglo pasado. De todo ello la tecnología evolucionó hacia la digitalización, la extensión de toda la información de nuestro sistema nervioso central en gigantescos depósitos de datos. En esos depósitos, en nuestra época, germinan los virus, y muchos otros medios absolutos de circulación. 

Virus-circulación-contagio, enfermedades, muertes y todo lo demás. Cuestión de tiempo. Como la evolución hacia nuevos medios-nuevos mundos. Cuestión de aceleración o retardo. La aceleración, como dice Koselleck, se ha convertido en el modelo de experiencia de los tiempos históricos.

Hoy la aglomeración urbana, marca del período anterior, es amenaza, es crisis. La nueva ciudad o la ciudad nueva será, de aquí en adelante, uno de los contenidos centrales de los combates de la política.

Cuestión de espacio 

El virus, hecho de nuestros microbios, nos constituye. Nuestra identidad, desde la microbiología, está dada por la específica combinación microbiana dentro de nuestro cuerpo y a nuestro alrededor, incluso a nivel de nuestra piel. A la vez, el virus viene de afuera, nos invade desde otro cuerpo, amenaza. El virus, en su aspecto exterior, como extensión o copia modificada del interno, es el medio. “No viene a nosotros, lo vamos a buscar”, afirman los médicos. En el encuentro de microbios externos e internos, “cuerpo” del virus y anticuerpos, en esa mezcla, al interior de cada animal humano, se define el contenido informativo del virus, sus mutaciones, su resistencia, el contenido con el que saldrá al encuentro de otros microbios alojados en otro cuerpo de animal humano. Pero también nuestro propio contenido informativo. Nosotros como información. La forma del medio es el contagio, su contenido es la enfermedad. Ya sabemos hace tiempo, gracias a McLuhan, que lo importante de un medio es su forma, porque es el estudio de su forma lo que permite conocer la especificidad de sus efectos civilizatorios. 

Hace 18 años Roberto Esposito anotaba en su Immunitas, quizás uno de los textos más clarividentes sobre nuestro presente, que Estados Unidos asignaba a la lucha contra los virus digitales en 2002 un presupuesto cuatro veces mayor al que destinaba a la lucha contra el sida. Epidemias. El sida afuera y adentro de nuestro cuerpo; los virus digitales afuera y adentro de los computadores; los virus microbianos afuera y adentro de nuestro cuerpo. En la era de la globalización digital, virus no es enfermedad sino contagio.

Tan poderosa es la dialéctica espacial del virus que podemos decir, con Esposito, que “el veneno es vencido por el organismo no cuando es expulsado fuera de él, sino cuando de algún modo llega a formar parte de este”. Como entes biológicos individuales, y desde el principio, somos constituidos y habitados por virus, pero, a la vez, el virus es el medio que, como contagio, produce efectos civilizatorios tan profundos que la inmunización exterior debe resultar hoy el motivo de la mayor inversión público-privada de las últimas décadas, tanto en Oriente como en Occidente. Y a pesar del tamaño de esa inversión económica y del esfuerzo científico global, la contagiosidad seguirá vigente como medio, cuyos efectos marcarán la vida de varias generaciones. El contagio verifica el carácter del virus como medio y es un concepto más abarcativo que el propio virus. La ley del contagio vincula al mundo digital con el microbiano; esos mundos solo pueden pensarse en tándem y por ello es tan errónea la mirada médica pura. No es tiempo de purezas, sino de mezclas; solo de pensamientos mezclados, renunciando explícitamente al punto de vista unívoco, en ruptura radical con la perspectiva, cuya lógica nos ha llevado al estado actual de las cosas. 

Podríamos augurar un siglo XXI epidemiológico o médico como neutralización de la política. Por lo tanto, mientras el discurso médico-moral se constituye como dominante en nuestro presente, al mismo tiempo se configuran las fuerzas que formarán el combate político de este siglo. La moral médica intentará, aunque fuera inútil, neutralizar la conflictividad política que siempre desborda a cualquier neutralización.

Quizás la política del siglo XXI se trate de la enemistad de dos tipos de populismos, alrededor de los cuales confluirán una multiplicidad de tribus globales, algunas de las cuales encenderán, en algún momento no demasiado lejano, la mecha de la violencia. Y todo ello en medio de la modificación de la hegemonía global.

Solo faltan 9 años para que se cumpla el siglo exacto del pasaje del orden liberal sostenido en la libra esterlina al orden corporativo sostenido en el dólar. De toda forma de liberalismo, el viejo o el neo, solo quedarán jirones. Y muy probablemente, ese sea uno de los registros iniciales de la política de este siglo.

Para ser eficaz, el pensamiento deberá flotar entre el ambiente mediático (lo digital, el virus, el contagio y las futuras evoluciones) y la civilización humana producida como efecto de aquel ambiente. Viviremos, como siempre ha sido, en la hibridación de lo mediático-maquínico y lo humano. No engañarnos con la neutralización médico-epidemiológica, que será una constante de nuestro tiempo. La política, como siempre ha sido, determinará los caminos del siglo. Y como el propio Koselleck afirma, “en términos políticos, lo importante es saber quién acelera o retarda, a quién o qué, dónde y cuándo”.

Apuntes sobre experiencia (Erfahrung) y pobreza en tiempos de aceleración de contagio

A cada escrito relevante le llega, por lo general sin aviso, la hora de su nueva y actual comprensión. 

En el verano europeo de 1933, durante su segundo exilio en Ibiza, Walter Benjamin escribió un pequeño pero muy significativo texto titulado “Experiencia y pobreza”. Fue publicado el 7 de diciembre de ese mismo año, ya con el escritor de retorno en París, en una revista cultural de la ciudad de Praga, Die Welt im Wort. Así funcionaba el sistema de producción-circulación-consumo de ensayos político-culturales en la Europa de los inicios del nazismo. Autores en fuga, textos publicados donde se pueda. Guerra en ciernes.

Erfahrung und Armut”, el título del artículo. Dos sustantivos abstractos unidos por el und, la conjunción expresa con claridad la intención del escritor berlinés de separar los dos términos del título. Si hubiera querido expresar otra cosa, el título podría haber sido “La pobreza de la experiencia en la época…”. ¿Por qué este rodeo? Porque las interpretaciones que circulan sobre el pequeño artículo de Benjamin desde fines del siglo pasado suelen referirse al empobrecimiento de la experiencia en la era de las modernas tecnologías de la comunicación masiva y digital. A tal punto circulan esas interpretaciones que la idea de la pobreza de la experiencia en nuestra época se extendió hacia el sentido común global y a muchísimos autores quejosos de las negativas consecuencias de la técnica en las relaciones sociales, culturales, políticas y de todo tipo entre los habitantes de nuestra aldea global.

Más allá de la profunda devaluación de la experiencia en los últimos 150 años (movilización total, guerras mundiales, hiperinflación, crisis profundas del capitalismo), la caída de su precio llega hasta cero en los días de nuestro virus.

Muy poco de lo aprendido antes del inicio de la digitalización tiene utilidad en nuestra actualidad.

Resulta obvio: no solo la experiencia, en el sentido, debemos decirlo, de saber adquirido sobre diferentes aspectos de la vida práctica y moral, no solo la experiencia disminuye brutalmente su valor. En la crisis del coronavirus, son pocas las excepciones, que las hay las hay, a la pérdida casi absoluta de valor. Excepto algunos pocos, todos los habitantes del mundo somos mucho más pobres en términos económicos que hace seis meses. Pero hay dos sentidos de la palabra pobreza; Benjamin los consideró en su texto de hace casi 90 años. Por un lado, la pobreza económica; por el otro, la casi nula cantidad de recursos experienciales (los acumulados generación tras generación) con los que contamos para afrontar los impresionantes cambios que venimos viviendo hace algunos años. Cambios que se aceleran exponencialmente con la crisis del coronavirus. La del coronavirus es una crisis de aceleración extrema del ritmo de los cambios. La humanidad entera no puede mirar para atrás para encontrar soluciones a los problemas con los que se encuentra hoy. Atrás no hay nada. La humanidad debe comenzar de cero. En 1933, esperanzado todavía a pesar de Hitler en el poder, Benjamin pensó en un nuevo tipo de barbarie: aquella humanidad que sin recursos experienciales, sin la carga del pasado, empieza todo de nuevo. Con su cuerpo ya muy debilitado, y con la penuria económica a cuestas, el exiliado Walter Benjamin aguantó siete años más, hasta el principio de la Segunda Guerra. Murió en 1940 en un pueblito de la frontera franco-española.

Nos hemos quedado pobres de recursos experienciales, por no decir vacíos. Y este proceso de empobrecimiento fue más veloz que el vivido y narrado por Benjamin en su ensayo. En nuestro caso, la digitalización impuso el ritmo.

Quizás este retiro del mundo por el coronavirus, esta hibernación de una parte importante de la población mundial, no sea estéril para la humanidad, quizás estemos recuperando fuerzas para volver a empezar. Austero recomienzo.

Al salir del encierro, la mayor parte de nosotros deberá acelerar su aprendizaje de los elementos básicos para sobrevivir en la Tierra del virus y lo digital. Los animales humanos, como nuevos bárbaros, con muy pocos recursos, pero livianos de carga, debemos recomenzar, una vez más, la aventura de adaptarnos al mundo. Y lo deberemos hacer como lo hizo la generación benjaminiana: en el medio de movimientos traumáticos que se seguirán produciendo y frente a los cuales. Eso sí, deberíamos atesorarlo como animales que somos. El miedo no ayuda. 

Son tiempos difíciles, como todos los reinicios. Pobres, nosotros, en el sentido de livianos de carga o nuevos bárbaros, sin la posibilidad de acudir a los recursos de ninguna tradición, porque no sirven. La actitud esperable es, como siempre, la del estudiante eterno, paciente y voraz; pero sin libros ni preceptos a mano. No solo eso: nuestros cuerpos, el débil cuerpo humano, nuestro aparato perceptivo deberá fortalecerse con nuevas extensiones, nuevas tecnologías, nuevos medios que le permitan adaptarse al nuevo entorno. El virus, paradójicamente, es uno de ellos, quizás el más precario, el más arcaico, el más natural, de los nuevos medios. El virus contagia, mata o fortalece, según el huésped. No menos tecnología, entonces, sino más. 

No hay retorno posible sino, como siempre, caminar hacia adelante y en la intemperie.

¿Quién acelera? ¿Quién retarda? ¿Quién/es es/son objeto de aceleración o retardo? ¿Hacia dónde y cuándo se producirán esa aceleración o o ese retardo? ¿Quiénes mueren? ¿Quiénes pagan la aceleración subsiguiente? El nuevo ordenamiento, o sea la política, tiene el báculo y tiene la espada, una vez más, como siempre. 

Diego Gerzovich

Doctor en Ciencias Sociales (UBA). Profesor en la misma universidad y en la Universidad Nacional de Moreno de Teorías de la Comunicación e Historia de los Medios. Autor de libros y artículos sobre la Escuela de Frankfurt y la obra de Walter Benjamin. Actualmente dirige seminarios y grupos de investigación sobre temas de medios, tecnología y cambios civilizatorios en la Era de la Información.

Los cuadros forman parte de las pruebas de color realizadas por el autor en cuarentena.