La subjetividad en el trabajo frente a la pandemia

La pandemia y el aislamiento determinado por ella suspende las formas habituales de hacer y relacionarse por un plazo indeterminado. Introduce un corte hacia atrás en el tiempo y una especie de pantalla poco transparente hacia el futuro. La sobreestimación del tiempo de aislamiento es una experiencia general que nos hace vivir lo que pasó hace dos o tres meses casi como remoto en el tiempo.

Tampoco hay certidumbre de que podamos recuperar nuestros modos de actividad y relación en todos los aspectos ni de que todos puedan hacerlo. Esto solamente podría ocurrir después de la derrota final de la enfermedad, que no parece estar a la vista para nadie.

Esta situación impacta tanto en el trabajo como medio de vida, como al que atiende al cuidado de nosotros y de los nuestros; trabajo de mercado y trabajo de cuidado, se suele decir en psicología.

¿Cómo vivimos todo esto? Incertidumbre frente a lo nuevo. Dolor por la pérdida de lo conocido y por los proyectos frustrados. Temor, angustia. Certeza de que va a haber cambios, sin que podamos saber cuáles podrán ser.

Nuestras formas de comunicarnos con los demás pero, sobre todo, con nosotros mismos, son lo que se pone en suspenso cuando se interrumpe lo conocido. El saber hacer se funda en lo que cada uno se dice a sí mismo sobre lo que hace: desde un punto de vista psicológico el trabajo no empieza cuando el carpintero corta una tabla, sino cuando se dice a sí mismo qué va a hacer (y quién es), con todas las ramificaciones conscientes e inconscientes que estos mensajes traen consigo. Cuando esos mensajes e intercambios son puestos en suspenso se crea un vacío.

Afrontamos ese vacío de múltiples formas. Por una parte, respondiendo a las nuevas expectativas que ponen nuestros empleadores o clientes para nuestro desempeño, como el trabajo por medios virtuales o las nuevas normas de higiene en el trabajo. O nuestras familias, en cuanto a las actividades de cuidado, como los cambios emergentes en relación con la atención de los hijos o de los padres. Esto, cuando la adecuación de las actividades a la emergencia es más o menos directa; en otros casos, la posibilidad de adaptación es más incierta, y mayor aún, la incertidumbre.

Por otra parte, el vacío llama también a otras reacciones: despierta un conjunto de sentimientos negativos, y gatilla las disposiciones neuróticas que a nadie le faltan, cada uno a su manera, y que se despliegan de modo automático y repetitivo, como preocupaciones o conductas alteradas. Esas disposiciones pueden alterar también la adaptación efectiva a los cambios.

En un registro potencialmente positivo, sentimos la necesidad de reponer energías en lo psicológico, buscando “recrearnos” en actividades de distracción, sean las ofrecidas por la industria del entretenimiento, o las que nos permiten expresiones más libres, como hacer música o jugar.

Desde las repeticiones estereotipadas frente a sentimientos negativos (“siempre lo mismo…”), pasando por adaptaciones más o menos flexibles a las nuevas demandas que recibimos, el consumo de distracciones, el hacer lo que nos gusta en forma más libre, hasta crear nuevas formas de actuar, en el trabajo profesional, en la crianza de los hijos o en la cocina. Se trata de una escala de oportunidades de creatividad que resultan en formas y grados variables de satisfacción. 

La pandemia y el aislamiento dan lugar a una gama de respuestas con un grado decreciente de dependencia de lo conocido.

Aprovechar las oportunidades de creatividad presentes en la crisis actual depende, a su vez, de lograr un estado particular que podemos caracterizar como de descanso; el cual tiene como condiciones cierto nivel general de bienestar y sentirse acompañado por otra persona, aunque no, en ese momento, en comunicación con ella.

Creo que podemos afirmar que, aun con las carencias significativas que sufre parte importante de la población, la mayoría se las arregla para experimentar momentos de bienestar subjetivo y tiene, por ello, oportunidades de creatividad.

Masud Khan, un psicoanalista cercano a Winnicott, bastante controversial en otros aspectos, aplicó a este estado de descanso la curiosa metáfora de “estar en barbecho”, la práctica agrícola de dejar sin sembrar por un tiempo una parcela arada, a fin de que recupere materia orgánica y humedad para una posterior siembra. En lo psicológico, implica hacer más lento el nivel de actividad, estar receptivo y alerta a ideas o imágenes, aunque con menor conexión con el ambiente, más un sentimiento de aceptación de sí mismo. Esta vivencia se puede imaginar como el estado de un bebé que acaba de ser alimentado. 

¿Por qué hacer “descansar” la tierra mejora su fertilidad? Porque cambia el equilibrio de sus componentes: se reducen las plagas porque no tienen su alimento usual, las malezas cortadas aportan materia orgánica, se retiene la humedad al no ser empleada por el cultivo, y los distintos microorganismos interactúan de otro modo y producen otros nutrientes. Lo que permite el “descanso” psicológico es análogo: recuperar y recombinar posibilidades personales, mayormente inconscientes, disponibles en ausencia del contexto que las canaliza en las formas habituales, a veces para mal.

No estoy proponiendo una receta para ser felices, ni aún creativos. Solamente estoy señalando uno de los cursos que puede tomar la situación subjetiva de las personas, en particular con referencia al trabajo.

El nuevo episodio que atravesamos da oportunidades para cambiar, en casos lo exige.

Ver este tipo de contextos como demandas de elección es menos conveniente que tomarlos como exigencia y oportunidad de diseño.

Con menor peso de lo conocido, suspendido o anulado, podemos volver a pensar el despliegue de nuestras posibilidades personales y proponernos nuevos caminos.

Esto es particularmente así en el caso de los estudiantes universitarios y los que están terminando el secundario. La pausa obligada en el camino tomado les da una oportunidad extra para volver a examinar el recorrido que se propusieron, a partir de revisar el diseño del futuro hacia el que están avanzando. Vale pensar que quien no intenta diseñar su futuro, si, por ejemplo, se contenta con elegir una carrera, verá su futuro diseñado por el azar.

Los universitarios que aún no están ocupados establemente en la línea de trabajo para la que se preparan, lo mismo que quienes están completando la enseñanza media, se beneficiarían de tomar la situación presente como anticipación de la que atravesarán cuando se dispongan a entrar al mundo profesional. Ambas se caracterizan por la incertidumbre ante lo poco previsible o imprevisible y frente a ambas se precisan cambios en la relación con uno mismo.

La pandemia va a demandar cambios en nuestra relación con nosotros mismos, aun va a imponer algunos, como los relativos a actividades que se van a desmantelar, como ciertas industrias. Todos sabemos que, en este mundo, los finales no son felices, pero hay un “mientras tanto” que, incluso, puede ser mejor, dependiendo de nuestra creatividad.

Ernesto M. Aguirre

Licenciado en Psicología. Profesor de Psicología del Trabajo en la Carrera de Relaciones del Trabajo (1987-2019). Director de dos Proyectos de Investigación con Reconocimiento Institucional y dos proyectos UBANEX, uno actualmente en desarrollo, relacionados con la transición del secundario a los estudios superiores y el trabajo.