Entrevista a Álvaro García Linera: “La lucha por la igualdad tiene un alto costo social y alguien te lo va a cobrar tarde o temprano.”

Por Guillermo Levy y Julián Rebón

Después del golpe al gobierno de Evo Morales, el presidente boliviano y su vicepresidente, el sociólogo Alvaro García Linera, se refugiaron en México en una salida de su país en la que estuvo en riesgo su vida. Hace pocos meses que se encuentran viviendo en la Argentina. A mediados de enero de este año, Linera habló con Espoiler del devenir de los ciclos y oleadas progresistas y conservadoras en el continente, de los límites de la experiencia Boliviana y sus errores, de los nuevos formatos que asumen las derechas continentales, de las transformaciones que produce la irrupción de nuevos sectores medios y del rol de las iglesias evangélicas y católicas en el Golpe de estado.

En 2016 en un encuentro en nuestra Facultad, en la conferencia ¿Fin de ciclo progresista o proceso por oleadas revolucionarias?,  planteabas que estábamos ante el cierre de una oleada, más que en el fin de un ciclo. En estos dos años encontramos nuevas crisis de los gobiernos progresistas y al mismo tiempo un cuestionamiento a aquellos gobiernos neoliberales que los reemplazan. ¿Cómo pensamos esta etapa que no parece con la misma nitidez que la primera parte del siglo, sino que parece más bien un momento en disputa, en transición, en el que no solo se discute neoliberalismo/posneoliberalismo sino también democracia/autoritarismo? 

Lo que sucedió a principios del siglo fue un primer esfuerzo para encontrar salidas y buscar alternativas posneoliberales en un momento en que había un consenso planetario de que el neoliberalismo era el fin de la historia, el momento cumbre de realización económica y social del mundo. La novedad en América Latina radicaba en el hecho de que rompía el consenso: no estaba muy en claro por dónde se iba a ir, pero se buscaba algo distinto y de hecho esa emergencia continental sorprendió a todos a los poderes mundiales, que quedaron atónitos porque pensaban que los grandes problemas del destino de la humanidad ya estaban resueltos y que solo había que administrar o ajustar las clavijas. Se innovaron discursos y formas de organización planteando vías alternativas y opciones económicas de algo “post”. Esa primera oleada fue entrando en agotamiento, ya sea por limitaciones internas como por un asedio externo. Entonces, el debate en las ciencias políticas es si se acabó ese ciclo de experiencias populistas y si ahora regresamos nuevamente a un ciclo neoconservador, en una mirada teleológica de la historia donde la curva está predefinida por encima de los actores. Ese decir, el destino ya está predefinido por encima de la voluntad, las acciones o las opciones de las personas. A eso le llamaban fin de ciclo. Y resulta que no era así. Lo que emergió como respuesta a la sustitución de la experiencia progresista resultó ser algo que no representaba una superación sino una contención de lo anterior. Las oleadas conservadoras que estuvimos viviendo estos años, no representaron una esperanza que pueda articular a la totalidad de la sociedad en torno a un destino más o menos compartido, económicamente solo refritaron el aceite sucio: unos viejos brebajes que ya habían mostrado su fracaso. 

La fuerza de la reacción conservadora radica en una apelación al odio, el resentimiento y la venganza. No es una apelación heroica sino vergonzosa a las emotividades más básicas de la gente. Se vio en Brasil y también acá en la Argentina.  Este tipo de contraofensiva conservadora no podía presentarse como el inicio de un nuevo ciclo, porque cuando estaba comenzando a ascender, no traía la fuerza, el empuje social ni el ímpetu histórico como para pensarse de largo aliento. Su propuesta económica era un refrito de lo anterior y su propuesta ideológica estaba fundada en emotividades negativas como el revanchismo. Eso siempre tiene pies cortos. La ofensiva neoliberal de los años 80 triunfó porque había conquistado la expectativa y la esperanza de la gente como una manera de conocer el mundo, de ubicarse. Esta oleada conservadora es solo una forma de cobrar venganza de los agravios que crees que has tenido, pero no despierta entusiasmo ni pasiones duraderas. De ahí que dijimos que la teoría de los ciclos es una falsa teoría, no resiste una contrastación con lo empírico con la realidad verificable. Entonces hay que ir a buscar otra explicación gráfica para lo que estaba sucediendo y propusimos la teoría de las oleadas. Son ciclos más cortos y menos sustentables, pero donde las fuerzas de la renovación son de corta duración. Cada nueva oleada tiene una cualidad distinta a la que la precedió porque aprendes lo que has pasado, lo que has fracasado y vuelves nuevamente en plazos relativamente cortos.

La experiencia argentina es la demostración: lo que se pensaba que iba a ser al menos un ciclo conservador de diez a quince años,  se detiene al quinto año y no está claro que la nueva ofensiva popular vaya a durar nuevamente ocho o diez años. 

¿Esa contraofensiva conservadora también sienta las bases para una nueva oleada progresista al dejar secuelas importantes en la sociedad? 

Lo interesante de eso es que el adversario también ha aprendido mucho y quizás mejor que nosotros. El caso de Argentina pero también el de Bolivia y el de Ecuador demuestran que las fuerzas reactivas conservadoras son capaces de mutar de lenguaje, de simbolismos, de recoger habilidades discursivas y formas de acción que tú has implementado inicialmente. 

Estas mutaciones que ponen distancia de las derechas actuales con las viejas derechas de las élites golpistas, ¿expresan algo nuevo? ¿O estamos más bien frente a un aprendizaje con  cambios estéticos de los mismos sectores y nada más? 

Tienen que adecuarse a la confusión del mundo porque no hay un mundo ordenado al cual uno puede aferrarse. En los 80 uno sabía quiénes eran los de un lado y los del otro. También en los 2000, quiénes son de libre mercado y democracia representativa y quiénes los de economía cerrada. Ahora los que estaban con el libre mercado ya no lo están y los que estaban con una economía centralizada te hablan de globalización. Las luchas y las élites regionales conservadoras tampoco tienen un discurso modélico al cual aferrarse y en torno del cual construir un ideario convincente frente al mundo. Ellos agarran retazos porque en el fondo son tipos que quieren concentrar la riqueza en pocas manos, pero saben que no funciona bien y que para lograr eso hay que tener un discurso también dirigido a los pobres, y hay que hablar de proteger a tu país, que no es simplemente firmar tratados de libre comercio como si fueran papas fritas para vender en el estadio. Las derechas regionales han aprendido eso y son también capaces de movilizar socialmente. No son solamente proyectos autoritarios fundados en la fuerza y en el  voto individual sino también en lo colectivo. Para ser corporativos inventan discursos populistas para atraer sectores sociales subalternos. 

Aprenden, reaprenden y construyen una cultura propia de la protesta. 

La derecha sale a la calle, se moviliza y también tiene una forma de acción colectiva que no era común en la etapa que nos antecedió. Ellos mismos fomentan la movilización. Lo han hecho en Venezuela, Nicaragua, Bolivia y seguramente siga en muchos países.

La teoría de las oleadas ayuda pero no es suficiente porque lo que tú tienes son oleadas del lado progresista y reflujos muy cortos, ya que una década es un tiempo muy corto. A la vez tienes oleadas y contrarreflujos de los sectores de la derecha, y todo ocurre en un mismo momento. En un mismo espacio geográfico tienes oleadas y contraoleadas. Se gana en Argentina y en México al tiempo que se pierde en Bolivia. 

Entonces hablar de oleadas en vez de ciclos también tiene sus límites… 

Quizás haya que buscar alguna otra figura que pueda resumirlo. Hoy simplemente apelo a mi vieja idea de oleadas por lo que he vivido. No hay un movimiento ordenado de las acciones colectivas sino más bien un momento de mucha confusión donde simultáneamente ganas y pierdes. Avanzas y retrocedes simultáneamente de un país al otro. 

¿Sería pertinente utilizar el concepto de empate que había acuñado el sociólogo argentino Juan Carlos Portantiero para pensar la Argentina de los años 60 y 70? Esto es, fuerzas sociales en paridad que no pueden construir hegemonía? 

Podría ser. Es una buena propuesta: en ciertos lugares, en medio de esta confusión de ideas, de aglomeramiento de oleajes y contraoleajes, habría momentos de empate en el que las fuerzas progresistas tienen fuerza aunque no un liderazgo predominante y las fuerzas conservadoras pierden, como lo hacen históricamente, pero se repliegan y mantienen espacios de poder.

Ni las fuerzas progresistas ni las conservadoras tienen una ruta definida de lo que debe ser el destino de sus sociedades.

Ninguna de las dos. La sociedad progresista mostró sus límites internos, que puedes corregir, pero quién sabe cómo va a resultar. Las fuerzas conservadoras tuvieron opción para poner a prueba su proyecto neoconservador y también generaron problemas. De hecho, acentuó las conflictividades. Quién sabe qué irá a pasar en Brasil… Entonces ni la una ni la otra tienen la suficiente fuerza para decir “por aquí va el camino de la sociedad”. Eso también tiene que ver con lo que está pasando en el mundo. ¿Quién tiene el destino de lo que va a ser el mundo en los siguientes veinte o treinta años? ¿Políticas de libre mercado, políticas de fuerte intervención del Estado, un regreso verde a la socialdemocracia, un apuntalamiento de experiencias autónomas más fragmentadas? Ni los poderes planetarios más grandes saben para dónde va el mundo.

¿Quién iba a pensar que los Estados Unidos iba a imponer políticas proteccionistas que apelen a su base trabajadora en detrimento de una mirada universalista, planetaria, que imponía la globalización donde supuestamente todos salimos ganando? Era impensable hace una década. Lo mismo, ver a Xi Jinping diciendo “que viva el libre comercio y la globalización” o pidiéndole a Trump que no ponga frenos. En esta confusión, las ubicaciones y las fronteras discursivas están variando a cada rato de acuerdo a circunstancias específicas.

Lo mismo se refleja en nuestro debate: nuestra experiencia progresista emergió como una propuesta posneoliberal pero no logró descontar la totalidad de las estructuras neoliberales. Hizo esfuerzos, algunos más radicales que otros, pero mostró también limitaciones y problemas. Las experiencias latinoamericanas han mostrado que en democracia representativa puedes jugar a dos bandas: a la democracia institucional con el parlamento y también a la acción colectiva. Y que no son contradictorias: no es una o la otra. Entonces, ¿hasta dónde puedes jalar? Creo que la democracia representativa, para estas fuerzas conservadoras, resulta una incomodidad. De ahí surgió la necesidad de apuntalar gobiernos autoritarios.

Una combinación de acción colectiva con fuerza comunal asambleísta directa o radical combinada con formas de democracia representativa te abren un espacio muy amplio de opciones para potenciar lo popular y la ampliación de derechos. 

La década progresista en América Latina demuestra la cantidad de cosas que se pueden conseguir en esta doble vía, pero también los límites, ya que sin bombardeos ni grandes masacres pudieron desalojarlos. 

Bolivia es un ejemplo de eso. Claro, la democracia representativa abre espacios pero también las fuerzas conservadoras pueden tumbarte y recurrir al golpe. Y darle a este una cobertura pseudodemocrática. La coerción no es una temática cerrada. Por eso creo que es un momento de mucha ambigüedad y donde las cosas fijas no son útiles. No es cierto que no te sirve la democracia representativa porque has logrado un conjunto de derechos para la gente, pero no has llegado al comunismo. Bolivia no tuvo la capacidad para defender los logros de su conquista. Si no tomas en cuenta las formas de defensa también vas a pecar de ingenuidad y puedes ser objeto de una reacción violenta por parte de las fuerzas. Era posible organizar estructuras de defensa sin necesidad de que sea una construcción estatal, sino como algo orgánico. Los llamados ponchos rojos, un denominativo de una forma militarizada del sindicato campesino. Este es un tema que a nosotros se nos pasó y fue un gran error.

Hubo demasiada confianza en dos cosas: en que lo económico te blindaba y en que los vínculos con las fuerzas armadas te garantizaban cierta neutralidad. El problema es que las fuerzas armadas no mantuvieron la neutralidad como otras veces. En 2008 ganamos sin policías y con las fuerzas armadas neutralizadas, pero en 2019 no teníamos policía y las fuerzas armadas se dieron la vuelta. Entonces, o impulsas una guerra civil o te repliegas, y eso fue lo que al final decidimos hacer. 

¿Qué hizo cambiar la posición de las fuerzas armadas?

Dos elementos. El primero es una sintonía de clase, un encuadramiento entre la élite y los cuadros militares con la rebelión de las clases medias. Hicieron acción colectiva. La derecha puede hacer acción colectiva, no es un patrimonio de la izquierda. No tenemos que perder de vista que lo hicieron sistemáticamente y también discursivamente. Tuvieron un elemento común: “la defensa de la democracia y el voto”. Y la capacidad de movilizarse todos los días: todos los dias movilizaron en La Paz entre 5000 y 13000 personas. No es poca cosa hacerlo durante un mes. Nosotros estábamos contraponiendo una acción colectiva a otra acción colectiva y sabíamos que la policía podía darse la vuelta. Ya algo olía mal y por eso no lo usamos más que simbólicamente, de manera ornamental.

Lo que pasa es que no solamente le dicen a Evo que debe renunciar sino que sacan aviones de guerra, sobrevuelan y disparan por encima de las cabezas de los campesinos que están bloqueando las carreteras y que lo que tenían era fusiles viejos de las comunidades de la guerra del Chaco.

Entonces la pregunta es qué haces. ¿Que se enfrenten? Volvamos al interrogante inicial, cómo caracterizar este momento. A falta de una figura distinta me anclo en la mirada de un escenario de oleadas y contraoleadas, simultáneamente progresistas y conservadoras. El progresismo no tiene la capacidad de irradiar un proyecto definitivo de transformación social por eso va y viene, experimenta prueba y error. Las fuerzas conservadoras también carecen de un proyecto sólido de articulación y convencimiento de la sociedad. Tienen una idea de una economía donde lo que te dicen cuando están en campaña es distinto a lo que luego ejecutan. Todos los gobiernos de derecha se están viendo también obligados a hacer políticas calificadas de populistas para poder lograr cierto nivel de legitimidad. Esto antes hubiera sido un escándalo. 

Desde lo sociológico, ¿qué rol juega la economía en esta etapa a la hora de explicar los fenómenos políticos? Por un lado Bolivia, conducida por el MAS fue el ejemplo de desarrollo económico e inclusión más exitoso de América Latina y eso no garantizó la estabilidad política. Por otro lado, el macrismo en Argentina pierde las elecciones fundamentalmente por el fracaso económico.

Lenin decía que la política es economía condensada y tenía mucha razón. En el doble sentido: no descuides la economía porque al fin y al cabo ahí se reduce el debate final de todas las decisiones de unos y de otros, las formas de acceso o distribución de los bienes de una sociedad, sus recursos naturales, sus propiedades, sus impuestos, los prestigios; pero a la vez la política con su dimensión más tradicional de discurso, organización, movilización, iniciativas, acuerdos, tácticas y estrategias de convencimiento. Yo creo que la economía pesa pero no es suficiente, así como que con solamente lo político no vas a lograr cosas duraderas. En el caso de Bolivia una derrota en la economía hubiera pesado por muchas décadas la posibilidad de la experiencia boliviana, porque son las peores derrotas. Es lo que le pasó a la izquierda cuando gobernó en los años ochenta, que generó una hiperinflación y manejó muy mal el dólar paralelo, con mucha corrupción. Eso generó la posibilidad de que el discurso conservador ganara durante 20 años las elecciones consecutivamente, intercambiando partidos como si no hubiera más opciones.

Cuando pierdes con la economía tienes que esperar una nueva generación para retomar con nuevos rostros y discursos la posibilidad de un proyecto social progresista, de izquierda revolucionaria. En cambio, cuando pierdes por malas decisiones políticas, puedes recuperarte más rápido. Entonces evidentemente las dos cuentan pero al perder por la economía cierras una época. Si pierdes por la política, tienes posibilidad de reorganizarse porque tu proyecto no se ha agotado.

La experiencia demuestra que hay que dedicarle la misma atención a ambos, no solamente con políticas que garanticen la estabilidad sino también generando una satisfacción económica básica de la sociedad. Pero tampoco solamente con eso vas poder mantener el proyecto. 

Siempre te gusta retomar una metáfora de Pierre Bourdieu sobre la relación entre el vaso y la piedra: si una piedra rompe un vaso no se debe tanto a las propiedades de la piedra sino a que el vaso es rompible. En el proceso de Bolivia, ¿qué balance hacés de los cambios que se lograron y cuáles fueron las debilidades que de algún modo fueron incubando? Esto es, ¿en que consistió la fragilidad del vaso? 

La cosa es cómo haces que el vaso esté protegido y blindado. Nosotros le dimos mucha importancia a blindar el vaso en una parte, pero está claro que una parte quedó más débil.

Una hipótesis que escribí en un artículo que se llama “Curva de elefante y clase media” es que los sectores populares mejoran sus condiciones de vida en los países emergentes, China e India, la clase media declina un poco en Estados Unidos y Europa, y un 1% de las clases altas se va hasta el cielo. Por eso, la curva de elefante. ¿Y entonces quién nos tumba? La clase media.

Lo que sucedió en estos últimos 14 años es que promovimos a las clases plebeyas. El salario mínimo en Bolivia, que es el que recibe más del 50% de la gente asalariada, se incrementó un 450% durante nuestro gobierno, en tanto que la inflación fue de 70%. Tienes un 380% arriba. Las clases profesionales incrementaron su salario un 110%. Si a eso le quitas la inflación y le colocas un tope, que estableció que nadie podía ganar más que el presidente en el sector estatal, que controla el 40% de la economía y sirve de base para la negociación del sector privado, hay un límite a las posibilidades de ascenso de las clases medias profesionales tradicionales.

Para un hijo de campesino que por primera vez tiene un salario que había subido tanto era una fiesta. Pero para el que ya tenía un buen salario, ver que el país crecía un 5% cada año, que había bonanza y ver que subiera apenas un 40% de su salario real mientras el de los pobres estaban subiendo 300%… ahí va a pasar algo. 

Hablamos de las fronteras simbólicas y materiales entre las clases. 

Las clases populares dieron lugar al surgimiento de una clase media popular que tenía otro tipo de estética, que quería llevar a su hijo a la universidad y al colegio privado, que ahorraba para comprarse una casa en donde las clases medias tenían sus casas. Para ellos, el cholaje, o la indiada, invadió sus lugares y sus oportunidades.

Encima, para tener acceso a un contrato, un acuerdo o una beca, era más fácil con nosotros a través de los sindicatos. Evo se reunía con los sindicalistas tres o cuatro veces al día. Entonces quienes habían vivido hasta ahora de su blanquitud o de su apellido, ¿cómo hacían ahora para acceder cuando eso ya no cuenta, porque lo que importa es si eres del sindicato? 

Se pone en crisis lo estamental. 

La igualación social genera un proceso de devaluación social y eso es irreversible. Todo proceso de igualación social hacia arriba genera la mejora de las condiciones de vida de la gente pero lleva a que las clases medias sufran una devaluación de sus posibilidades y oportunidades, a no ser que busquen mecanismos para fusionarse mediante estrategias de patrimonio. Pero, ¿qué hizo esta clase media? Se atrincheró en el odio racial: “los indios son sucios, cochinos, de mala familia, no tienen estética ni hábito; nosotros somos los refinados, los de buena familia, los notables”. 

Todas estas imágenes que trasmitís conectan con la reacción que generó en vastos sectores medios el primer peronismo en la Argentina. Un gran psicoanalista Argentino habla del “odio al goce del otro”, como cuando en la ciudad de Mar del Plata, historico punto de vacaciones de los sectores medios y medios altos comenzaron a veranear los obreros sindicalizados. La cuestión indígena, supongo, la agrega un plus el caso boliviano en comparación con la Argentina. 

Sí, porque la diversidad es un capital en cualquier sociedad colonial. Argentina también lo es, pero su presencia indígena casi se ha extinguido. Pero en un lugar donde la etnicidad es tan palpable y visible, eso cuenta. Es un plus, un capital.

Puedes no tener dinero físicamente, pero si tienes el apellido y la fisonomía de la blanquitud legítima cuenta para que se te dé un crédito o para que entres a un ministerio para hablar con algún funcionario. Esta etnicididad en Bolivia se invirtió: lo que antes era un estigma para devaluarte socialmente, ahora se convirtió en un plus. El sospechoso pasó a ser el otro: el rubio, el alto, porque lo que cuenta ahora es tu sindicato o si sabes aymara. Por ejemplo, en las convocatorias para los máximos tribunales es obligatoriedad hablar un idioma indígena. El 55% de nuestros diputados son indígenas o de procedencia indígena, cuando hace 20 años había una sola.

Entonces, lo que te devaluaba se convierte en algo que te da prestigio, mejores opciones de negociación y reconocimiento del Estado. La lucha por la igualdad tiene un alto costo social y alguien te lo va a cobrar tarde o temprano.

No estoy hablando de las élites, sino de las clases con ingresos medios que representaban en Bolivia, cuando nosotros llegamos nosotros, un 30%. Hoy es el 70%. Hay un gran salto. Donde había tres para optar por la contratación de una pequeña obra para hacer un colegio, conseguir una beca para estudiar en el extranjero o un puesto en la administración pública, ahora hay siete. Así, lo que tú tenías antes como posibilidad disminuyó un 50%. Esa es una devaluación de tu capital. Nosotros como gobierno logramos entender eso muy a destiempo y no logramos implementar políticas que permitan atenuar esta conflictividad que se genera por una nueva clase media popular ascendente con una clase media tradicional golpeada.

¿Qué papel jugó la Central Obrera Boliviana (COB) en este proceso?

Tiene que ver con los temas de igualdad. El mundo obrero campesino jamás había sido tenido en cuenta en las estructuras de toma de decisiones. Hay que pensar qué significa en los hechos que te reconozcan. Lo que se decide en las movilizaciones tiene un impacto inmediato y real en la administración pública. Surgió una especie de carrera sindical que culminaba en el Estado. Si eras dirigente de un sindicato agrario obrero y tenías un buen desempeño, tu siguiente paso era convertirse en concejal de la alcaldía y luego asambleísta del departamento para finalmente ser asambleísta nacional. Y si se puede, estar en algún ministerio. Es un hecho de justicia porque personas que habían sido arrinconadas sin ninguna presencia hace 50 o 60 años, que no podían caminar por la plaza, ahora entraban al palacio del gobierno. Hicimos una encuesta en 2016: el 45% de todos los puestos públicos en Bolivia procedían del sector indígena campesino, ya sea urbano o rural. En una sociedad tan estamental que no solamente tenía el componente de clases sino de la etnicidad, se rompen esos diques:

Evo es un campesino vuelto presidente. Era un hecho social que estaba sucediendo. Entonces muchos dirigentes sindicales comenzaron a usar la carrera sindical como mecanismo de ascenso político. A la distancia es un hecho de justicia e igualdad en la vida interna, pero también terrible si la pertenencia a la dirección sindical es meramente un paso más para convertirse en alcalde o diputado. Se produce un debilitamiento de la organización social. Se nos acusa de que el Estado ha cooptado, pero cuando es una revolución verdadera hay compañeros que dicen “es mi gobierno, he peleado y tengo derecho a que mi comunidad o mi hijo estén sentados en el escritorio”. La idea de cooptación de un Estado que viene como pulpo es una mirada infantilizada de lo popular. Ha sido al revés. Hemos sido discriminados durante 500 años, ¿por qué mi hijo no puede entrar a la administración pública?

¿Qué haces? Estableces un mecanismo para evitar que cada sindicato venga a pedir un puesto de trabajo: “Compañeros, vamos a ir elaborando una lista de puestos laborales y cuando haya opción para estos cinco puestos les vamos a avisar a ustedes para que manden a los compañeros y a sus hijos con los currículums para hacer un pequeño examen”. Es un mecanismo medio institucional para regular esta entrada plebeya. Más que una cooptación del Estado es una toma de la sociedad civil por El estado y esto es parte de tu dimensión plebeya. Ahora resurge el discurso de la meritocracia. Han elegido al órgano electoral en función de los apellidos notables, dónde han estudiado y su buena presencia. Es justamente la contraparte de todo lo que nosotros hicimos.

La forma en que nosotros reclutábamos al personal del Estado era muy plebeya. Justicia, sí; transformación del contenido de clase del Estado, sí; pero simultáneamente con eso hubo un debilitamiento de las estructuras de la sociedad civil. La COB y la Federación Campesina estaban más preocupados por su futura candidatura como senadores y diputados que por la propia organización.

Encima hay una alta rotación del personal del Estado. El 98% del parlamento se renueva y queda solo el 2%. Si no has tenido una buena gestión, que es lo más probable porque muchos compañeros ingresan al parlamento creyendo que pueden hacer colegios y carreteras como si fueran alcaldes de su provincia barrio y no es eso eso lo hace el legislativo, muchos pasan por el parlamento y se van. Y viene otro grupo de dirigentes. Es más importante ser un buen dirigente social o un buen profesor universitario que un mal senador.

Ese es uno de nuestros errores. Este proceso de igualación plebeya ha llevado a un debilitamiento de la relación entre el dirigente social y la base de la sociedad. De hecho se dio un distanciamiento. No es un proceso de burocratización. El Estado tritura dirigentes porque la mayor parte de ellos pasan por una mala gestión y ya no vuelven a su organización.

Los que sí lo hacen bien, se destacan y pasan a convertirse en candidatos a senadores, pero el 90% de la gente va siendo renovado. 

¿Esto no lo vieron en su momento? 

Lo vimos y, por eso, nuestra desesperación. Cada vez que Evo se reunía con 500 compañeros, les decía: “Tú tienes más poder, hermano, como dirigente en la Federación de Mineros que como senador, se te va a oír más aquí. Allí solo haces leyes y el mejor es el más bravucón, el que grita más, el que va a la tele. Sí tú crees que vienes acá para hacer obras para tu barrio o tu distrito, no lo vas a hacer. Quédate donde estás compañero”. Eso debilita mucho la propia eficacia del Estado. Y genera una distancia muy elevada entre la base cuya demanda era luego directamente canalizada a través de Evo porque la una dirigencia estaba más preocupada por el ascenso social administrativo. Eso es un error. 

Siempre que el Estado se abre a las demandas sociales la movilización baja. 

Todo ascenso social de manera inevitable va a llevar a que los que ascienden socialmente se sientan identificados y atraídos por la forma y estilo de vida de pensar y de actuar de los que ya estaban antes ahí. Es un pedido de reconocimiento: “soy igual que vos”, aunque el otro siempre diga que no, porque tiene que defender su territorio. Eso se ha dado en Bolivia. Explica que el voto de una parte de este nuevo sector medio va al conservador. Añado dos elementos, uno más general y otro más particular.

Cuando tú lo interpelabas como sector popular con muchas carencias, tenías un tipo de lenguaje, de propuestas y ofertas sociales que, cuando esta persona asciende socialmente y si tú sigues manteniendo esa misma propuesta, ya no hay sintonía entre tu formato discursivo y la nueva condición social de las personas. Es también un error repetir los mismos discursos porque ha cambiado por acciones que tú has decidido como gobierno. Esto sucedió en varios lugares de América Latina. Porque tú lo sigues interpelando como antes aunque ya son otros:

“No es que estoy contra ti, pero yo estoy ahora en otro lugar y no me estás reconociendo”. Todo esto se ha acentuado porque para mantenerse y continuar hacia el siguiente escalón aún requería de la estructura de mediación de las formas étnicas y populares de asociatividad. La continuidad de su ascenso social sigue necesariamente acudiendo a las viejas relaciones. La clase media tradicional no tiene la capacidad de absorberlos ni de crear mecanismos más eficientes. De hecho los mecanismos de la clase media tradicional, como el apellido, las logias o la pertenencia a ciertos colegios, no son eficientes para acceder a favores del Estado, como créditos, contrataciones o inversiones. Los favorables son las viejas lógicas. Entonces, la clase media boliviana de origen popular indígena, para continuar ascendiendo socialmente, necesita volver a poner en marcha los viejos mecanismos de sus padres, de origen popular. Eso ha llevado a que esta nueva clase media, si bien quiere imitar a esta otra en sus gustos, para mantener su condición social y mejorarla, necesita seguir reactivando los viejos mecanismos corporativos colectivos y sindicales. Si no hubiera sido por eso, hubiéramos sacado el 25% del electorado, que es el sector más humilde. Hay una parte que se ha distanciado porque quiere imitar otros estilos de vida para que lo reconozcan o bien porque nuestro discurso ya no le decía nada y se sentía distante por ciertas decisiones, como el referéndum. Pero una parte de esa nueva clase media social se vino de nuestro lado y encuentro una explicación lógica: es porque aún tienen que seguir reactivando los viejos mecanismos para estabilizarse y seguir ascendiendo socialmente.

¿Cuál es el papel de los evangelistas?

Están teniendo una importancia cada vez mayor, están en ascenso pero todavía el catolicismo sigue siendo mayoritario: del total de la población religiosa, un 75% sigue siendo católica y un 20, 25% evangélica. En Bolivia y en muchos lugares de América Latina la gente tiene más de una adscripción religiosa: la gente adora al cerro, a la virgen y a la virgen-cerro, que es otro sujeto religioso. Pero este evangelismo ha mostrado su fuerza. Hay una corriente muy conservadora dentro suyo aunque también hay corrientes progresistas que tienen presencia en las zonas rurales. De hecho fueron las primeras en hacer un esfuerzo por intentar subsumir la ideología y la simbología andina para tener adherentes, mucho más que los católicos.

Sin embargo, en este golpe de Estado los protagonistas no han sido los evangélicos, sino una nueva estructura de evangelización católica con fuerte presencia en la juventud en Bolivia, que está de moda especialmente en Santa Cruz, en las clases medias y altas. Son grupos de oración de jóvenes que semanalmente van a la parroquia no a misa, sino que dedican una hora para hablar y rezar. Se ha vuelto así como un viernes de fiesta. Son católicos cerrados y parte de las redes que han sido movilizadas. Hay que prestarle atención a esta nueva evangelización juvenil del catolicismo, que es más importante en estos hechos que el evangelismo.