Evo en la aldea global

El concepto de aldea global no sirve para pensar la crisis boliviana y la crisis de tantos otros lugares; sino que la crisis boliviana y la de tantos otros lugares sirven para pensar la dinámica de la aldea global.

Dicho esto, comencemos.

Aldea global es un concepto geopolítico. Permite pensar la política en términos geográficos. Como todas las ideas extraordinarias, es un oxímoron. “Aldea” refiere a la pequeña ciudad donde nacimos. “Global” refiere al ancho y ajeno mundo. Pero no hay ajenidad en la aldea global. McLuhan creó este concepto para decir que vivimos todos juntos en el ancho mundo como si compartiéramos nuestro pequeño terruño. Ese es, precisamente y para poner un solo ejemplo entre tantos posibles, el efecto de una red social como Twitter: se arman comunidades virtuales como si fueran barrios privados de ciudadanos afines, o enfrentados. Así percibimos nuestro entorno. Este es nuestro mundo. El mundo es enorme, pero lo percibimos chiquito. O sea: en la era eléctrica, el mundo es una pequeña aldea de amigos/enemigos virtuales. Entonces, agregamos, así como al pasar, un tercer elemento: la historia. El concepto de aldea global solo es comprensible en el marco de una filosofía de la historia. O lo que es lo mismo: en el marco de una historia de los medios como extensiones de nuestros cuerpos. La era eléctrica, iniciada a fines del siglo XIX, constituye la ruptura con la era mecánica, que es la del capitalismo liberal iniciado en el siglo XV. En términos de la historia del mundo y de lo humano, la era mecánica está inscripta en un horizonte más largo: el de una civilización alfabetizada. En este sentido, aunque el término resulta muy impreciso, la era eléctrica, nuestra era, nuestra aldea global, es la de una civilización posalfabética. Dentro de nuestra era eléctrica, vivimos inmersos en la duplicidad o digitalización del mundo. Tal nuestro entorno artificial. La época de la información medida en bits, o en el lenguaje binario unos y ceros. Todos los medios eléctricos, comenzando por la televisión, constituyen extensiones de nuestro sistema nervioso central.

La binarización, identidades cerradas en sí y en sus dobles/otros, conlleva violencia.

Pues bien, dicho todo esto, agregamos ahora: Evo Morales es (o fue) un líder tribal, en una aldea global donde los líderes políticos más exitosos son los tribales. Bolivia es un territorio tribal por donde se lo mire: 60% de su población es indígena, o sea un grupo muy grande de gente cuya brújula en el mundo es su apego a la tierra, a su tierra, a su territorio, a sus símbolos. Las tribus son grupos con una identidad muy férrea. Son posmodernos (en el sentido de posiluministas) porque son arcaicos. El Estado-Nación, se sabe, es hijo de la Reforma protestante y del libro, el Estado de derecho es un producto específico de la era mecánica.

Todas las discusiones sobre golpe de Estado sí o no en Bolivia resultan la expresión más acabada de la desorientación de la mayor parte de los analistas políticos, por no decir todos, para comprender lo que viene sucediendo no solo en Bolivia, sino también en Chile, Estados Unidos, Brasil, Líbano, Ecuador, etc. En nuestra aldea global. Trump y Bolsonaro son líderes tribales; Cristina también: la Cámpora es una organización tribal.

Debemos prestar atención a la relación entre Bolsonaro y Alberto Fernández; entre la Argentina más alfabetizada y el Brasil más oral. Rusia y China, como Bolivia y Ecuador, son territorios tribales, por ello son comandados por Putin y Xinping, líderes tribales. Grupales, territoriales, identitarios. Puede haber tribus democráticas, quizás uno tiende a pensarlas más jerárquicas, en el sentido de una familia. Todas las tribus de derecha son patriarcales, protofascistas. Los habitantes de El Alto saben que la guerra en la que están metidos es racial; ello desborda a Evo por todos lados. Las derechas desde el fascismo y el nazismo han sido tribales. Solo ahora las izquierdas han leído a Carl Schmitt, jurista tribal. Gramsci, con su clara conciencia de la diferencia entre Oriente y Occidente, fue un pensador tribal.

La aldea global es violenta y caótica. En este sentido, es binaria, como el entorno digital en el que vivimos. Los movimientos evangélicos son tribales, por eso se extienden con éxito en todos los territorios en los que las religiones tradicionales perdieron su condición tribal.

Alberto Fernández deberá aprender muy rápido las reglas del juego de este mundo tribal en el que vivimos; pues él es un político civilizado, decimonónico. Pero es peronista y en muchísimos aspectos, casi todos, el peronismo es tribal. Por eso, es tan odiado en una porción muy importante de la población de un país que de tanto meter a los indios debajo de la tierra, sobreactúa su civilización. Así, la Argentina es una excepción, sin dudas coyuntural, a la violencia política generalizada en América Latina. Patricia Bullrich, Santiago Maldonado, Milagro Sala y Miguel Pichetto (y quizás Gerardo Morales) son los personajes claves para comprender el corto período macrista. Macri no es tribal. Quizás haya aprendido algo. Tarde. Durán Barba es ecuatoriano, país indígena por antonomasia. No es casual que la Rusia de Putin, a pesar de sus preferencias ideológicas, haya sido uno de los primeros países en reconocer al gobierno de Jeanine Áñez como efectivamente existente. La conciencia tribal es práctica, desprecia las discusiones conceptuales abstractas.

Este mundo tribalizado justifica el miedo global. Pero llegó para quedarse, y será incomprensible si no tomamos en cuenta el entorno tecnológico en el que nos movemos. Los analistas políticos nada comprenden de medios, pues son todos hijos de la civilización iluminista, viven en la abstracción. Y los medios, antes que nada, son cosas bien concretas, extensiones de nuestros sentidos, y en el caso de lo digital, extensión de nuestro sistema nervioso central. Se acabó la perspectiva, lo visual como sentido único predominante. La sinestesia, todos los sentidos integrados en lo táctil-acústico, son la única guía posible en un mundo extremadamente violento y desordenado. La aldea global es una serie abierta, estructuralmente desordenada.

La violencia es mimética y contagiosa. Evo, educado en el tribalismo, se exilió antes de convertirse en el chivo expiatorio de la crisis boliviana. Pero la violencia ya era imparable. Como en Chile: las tribus se desgranan de la multitud e incendian los símbolos de una civilización sobreimpuesta en un territorio eminentemente tribal-digital-oral.

El enemigo es siempre el doble. La duplicidad o digitalización del mundo es el anuncio de la violencia mimética. Las tribus aymaras se potencian en un entorno que nos agrede implacablemente. ¿Cómo adaptarnos y protegernos en este entorno tan extraño, tan enloquecedor, tan agresivo? “Hoy en día, la electrónica y la automatización nos obligan a todos a adaptarnos al vasto entorno global como si fuera nuestra pequeña ciudad natal”, responde McLuhan.

Inquieta a los analistas civilizados la ausencia de síntesis democrática. Quizás la “democracia” tampoco permita dar cuenta de lo real hoy. René Girard atribuye al cristianismo la conjura de la violencia mimética de los antiguos. La cristiandad, tan presente en el debate boliviano. Pero la sociedad tribal, total y simultánea puede ser más estable que la civilizada y fragmentada. Pero no es motivo de este artículo la cuestión de la estabilidad de estas sociedades “posmodernas”, en el sentido de poscivilizadas o posalfabéticas. ¿Será la futura Constitución chilena un primer ejercicio para esta estabilidad modelo siglo XXI? Atención a este proceso constituyente.

“El entorno de información y los efectos creados por la computadora son tan inaccesibles a la visión alfabetizada como lo es el mundo exterior a los ciegos”, así explicaba McLuhan en 1968 el abismo interpretativo, que hoy resulta, por haber comenzado hace más de 50 años, cada día más grave. 

Ninguna reflexión seria sobre el presente, como de cualquier pasado desde la aparición del alfabeto fonético, puede ignorar el entorno artificial en que acontece la aldea global. El dolor social ante el entorno informatizado, lleva a tribus feroces e incendiarias a buscar entornos menos agresivos y más previsibles para ellas. Nadie parece, sin embargo, proponer una re-acción a la digitalización del mundo.

Diego Gerzovich

Doctor en Ciencias Sociales (UBA). Profesor en la misma universidad y en la Universidad Nacional de Moreno de Teorías de la Comunicación e Historia de los Medios. Autor de libros y artículos sobre la Escuela de Frankfurt y la obra de Walter Benjamin. Actualmente dirige seminarios y grupos de investigación sobre temas de medios, tecnología y cambios civilizatorios en la Era de la Información.