“El esfuerzo de borrar la memoria del apoyo de muchos judíos al peronismo empieza con la Revolución Libertadora”

Entrevista a Raanan Rein, vicepresidente de la Universidad de Tel Aviv, historiador israelí, a cargo de la cátedra Elías Sourasky de historia española y latinoamericana. Es miembro en Israel de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina y fue presidente de la Latin American Jewish Studies Association. El gobierno argentino le ha concedido el título de Comendador de la Orden del Libertador San Martín por su aporte a la cultura argentina.

Vos sos un intelectual israelí que se metió con el peronismo. La Argentina tiene una fuerte comunidad judía muy vinculada a Israel y, en general, muy sionista. Sin embargo, tu trabajo derrumba algunos mitos instalados en la historiografía local y en los relatos familiares y comunitarios de la colectividad judía: el mito del Perón fascista y el de la política migratoria antisemita del primer peronismo. Son mitos que siguen teniendo una fuerte vigencia. ¿Cómo te sentís en ese papel? 

Voy a empezar con una nota personal. Cuando inicié mis estudios en la Universidad de Tel Aviv, no quería hacer nada que tuviera que ver con el Estado de Israel ni con la historia judía. Por eso, como tenemos tres departamentos distintos de Historia, ingresé al departamento de Historia universal. Allí todos los profesores trabajan sobre otro país u otra región, con otra cultura. Entonces es casi obvio y natural que uno trabaje sobre historias de otros países: yo opté por la historia española y argentina. El marco académico en el que yo me muevo no hay nada raro ni particular en el hecho de trabajar sobre la Argentina. Sin embargo, cada vez que vengo a la Argentina para dictar conferencias sobre mis temas, como por ejemplo el tema de la alianza entre Francisco Franco y Juan Domingo Perón, la gente empieza a hacer preguntas sobre la entrada de criminales de guerra nazis en la Argentina, acerca de las relaciones entre la Argentina e Israel y el supuesto antisemitismo de perón. De algún modo, me encontré en una situación que tenía que «investigar» estos temas. Así que, por un lado, seguí con mis estudios sobre distintos aspectos del primer peronismo, que no tenían nada que ver con Israel ni con los judíos, pero por otro lado profundicé en temas que sí están relacionados con Israel y los argentinos de origen judío. De allí salieron algunos libros como ¿Argentinos judíos o judíos argentinos?, o Los muchachos peronistas judíos. Entonces. como no llegó a estos temas desde la perspectiva de la historia judía, las instituciones comunitarias me interesaban menos. Y conociendo un poco la realidad de las colectividades judías en este país, en Brasil o en los Estados Unidos, quedaba bien en claro que la mayoría de los judíos en este país nunca se han afiliado a las instituciones comunitarias. La historiografía tenía su enfoque hasta hace poco en las organizaciones judías y publicaba documentos acerca de las instituciones, como la DAIA, la AMIA o Hebraica y los movimientos juveniles. Entonces yo intenté ampliar un poco y mirar también las experiencias de muchos otros judíos, por ejemplo, los judíos peronistas. Es decir, no necesariamente ese núcleo de unos miles que se asociaban a las instituciones. De esta manera se me abrió un nuevo horizonte y toda la experiencia judía en este país aparecía con más matices y como una maravillosa polifonía de voces. Así, uno no escucha solamente lo que dice el presidente de una u otra asociación, sino también al obrero judío, al sindicalista judío y al intelectual judío no afiliado con las instituciones. Ahí me encontré con muchos judíos que apoyaban al peronismo desde sus inicios. Mis estudios no se basan en la documentación oficial. Las presentaciones de mis libros no se hacen en marcos comunitarios sino en universidades. Cuando me preguntan acerca de mi relación con la comunidad judía es casi nula con la comunidad organizada, pero muy profunda con la colectividad. 

¿Cómo se construyó el mito del peronismo nazi? 

Tiene que ver con muchos factores: algunos internos y otros externos. Los Estados Unidos nunca le han perdonado a la Argentina su neutralidad en la Segunda Guerra Mundial. A principios de 1945 la única república americana en no solidarizarse con los norteamericanos es la Argentina y eso es algo que quedó muy grabado en la mente de los norteamericanos.

La neutralidad argentina se interpretó como un apoyo a los nazis. Pero esto es un malentendido, porque mientras los norteamericanos presionaban al gobierno argentino, los ingleses, que necesitaban de forma desesperada los envíos desde la Argentina, rogaban que mantuviera su neutralidad porque de esa manera podían seguir recibiendo estos envíos tan críticos, no solamente para evitar hambre sino también como un efecto psicológico y moral sobre una población sitiada y bombardeada por los alemanes.

La neutralidad de hecho había comenzado con anterioridad al gobierno de Perón. Después, está la estadía de Perón en Italia antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, cuando supuestamente es influenciado por las ideas de Mussolini y empezó a elaborar la versión criolla del fascismo. No estuvo en Roma durante su estadía, no se codeaba con los jerarcas del régimen fascista. Todos los conservadores europeos a mediados de los 30 se fascinaron con este régimen que parecía asegurar cierto desarrollo. 

El fascismo también visto como la última fortaleza contra el comunismo. 

Sin ninguna duda. Existe esta sospecha, desconfianza hacia la política económica y social de Perón cuando uno de los periódicos norteamericanos lo describen como nazi o fascista y otras veces como comunista. Cualquier tema ligado al peronismo hay que comprenderlo desde el marco del antiperonismo, de la histeria del otro bando una vez que Perón llega al poder. Ya en su campaña electoral la Unión democrática empezó a describir a Perón como nazifascista. Pocos meses después de terminada la Segunda Guerra Mundial, este es el idioma que usaban. Un militar carismático que pasaba a la neutralidad durante la Segunda Guerra Mundial era fascista: ahí empezó un mito y a lo largo de la década peronista y aún más luego de derrocarlo sigue esta propaganda, que se trataba de un fascismo y no de un régimen electo con ciertos rasgos autoritarios, sin ninguna duda, pero un régimen legítimo que mantiene el sistema político casi intacto. 

Y sobre el ingreso de los nazis a la Argentina, ¿compartís un poco la hipótesis de Leonardo Senkman de la Universidad de Jerusalem? Según él, el ingreso de refugiados nazis está en realidad más en el orden de una política de acercamiento a los Estados Unidos, y no al revés como se piensa habitualmente. Los Estados Unidos necesitaban recolocar a una cantidad de gente que no iba a ser juzgada. Por eso también van a Brasil, Chile y Bolivia. ¿O vos tenés otra mirada?

El tema de la entrada de los criminales de guerra nazis en la Argentina no se discute mucho durante la segunda mitad de los 40 sino en los 50 y aún más después del secuestro de Adolf Eichmann en mayo de 1960. 

¿Era entonces un tema que no interesaba demasiado en aquel momento?

Se menciona de vez en cuando sobre todo para demonizar a Perón pero estoy de acuerdo en que hay que adoptar una perspectiva comparativa cuando hablamos de la entrada de nazis en este país porque se han publicado tantas cosas y con tantas exageraciones, como si hubieran entrado miles de criminales de guerra. Pero no cualquier criminal que admirara al Tercer Reich entra en esta categoría.

Ingresaron demasiados, sí, pero también a los países vecinos, los Estados Unidos, la Unión Soviética, Australia, Canadá, Siria y Egipto. Aquí entran en algunos casos por presión de la Iglesia Católica, en su mayoría con documentos falsificados con otros nombres. Pero no es que al ingresar en la Argentina recibieron algún tratamiento VIP. Cuando los agentes del Mossad llegaron a la casa de Eichmann en 1960 no podían creer las condiciones precarias en las que vivía.

No era el caso de otros, igualmente. 

Es cierto. Pero una de las cosas que me molestan es que muchos argentinos tienden a culpar al peronismo de todos los males del país y de esta manera evitar una autocrítica y no asumir parte de la responsabilidad. No es que una vez que se derrocó a Perón los presidentes que lo siguieron estuvieran dispuestos a extraditar criminales de guerra nazis. Es demasiado fácil echar toda la culpa sobre Perón. Además, esta idea de una red que intentaba de forma sistemática juntar nazis y traerlos a la Argentina me parece más adecuada para una película de Hollywood que a un estudio histórico. 

¿Hubo una relación fuerte entre el peronismo y el Partido Laborista israelí? 

La Argentina de Perón tenía relaciones excelentes con Israel. Es el primer país latinoamericano en establecer una embajada en Israel adonde enviaron un embajador de origen argentino judío. En los Estados Unidos en aquellos años ni lo hubieran considerado.

Hubo relaciones entre la CGT y la Histadrut (Central Obrera israelí), se tradujo al hebreo el texto de Jerónimo Remorino sobre la legislación laboral argentina, pero yo no exageraría en la importancia de estos lazos. 

En relación con las pasiones antikirchneristas, ¿observás un cierto ‘revival’ de antiperonismo apasionado en la comunidad a partir del Tratado con Irán y la muerte del fiscal Nisman? ¿Qué pensás del encolumnamiento de gran parte de la comunidad judía tras la candidatura de Macri? 

Se trata de una revisión de ciertos mitos, tipos o conceptos de la segunda mitad de los 50, porque cuando uno lee los periódicos judíos de 1953 y 1954 hay muchos elogios a Perón y sus políticas, así como a las relaciones entre la Argentina e Israel. Hay muchos artículos con elogios en la prensa comunitaria. El esfuerzo de borrar de la memoria el apoyo de muchos judíos al peronismo empieza con la Revolución Libertadora de 1955 y logra un éxito mayor que en otras colectividades étnicas y sectores sociales.

Lo que vemos en la retórica y en la propaganda de hoy en día nos recuerda a la segunda mitad de los años 50, pero el mundo es distinto y el país, también. Por lo tanto no se da de la misma manera. Tiene que ver también con el conflicto árabe-israelí y con el impresionante éxito de la integración judía en la sociedad argentina. Es decir, la dirigencia judía comunitaria se permite hacer y decir ciertas cosas que no se permitía en los años 40 y 50. En este tiempo pusieron siempre las prioridades étnicas sobre las de clase social de la dirigencia. Al estar la comunidad tan bien integrada, pueden permitirse el lujo de poner énfasis en sus intereses sociales y dejar de lado intereses más amplios de la colectividad en su conjunto. Parece paradójico. 

Sara Rus, que hoy tiene 92 años, es una sobreviviente de Auschwitz que llegó a la Argentina después de la guerra. Su historia es conocida porque en la última dictadura, en 1977, su hijo, que era físico, fue secuestrado. Hoy sigue desaparecido. Ella cuenta que junto con un grupo de sobrevivientes habían intentado entrar a la Argentina por Formosa pero desde Paraguay, debido a las dificultades del ingreso por ser judía. La gendarmería los apresó. Y como ella había escuchado hablar de Eva Perón, que ayudaba a los humildes, le mandó una carta en polaco. Eva ordenó traducirla y, luego, la liberación de todos. 

Las restricciones de la política migratoria contra el judaísmo empezaron en la Argentina mucho antes que el peronismo. Los documentos vienen de los años 30. Lo que vemos en 1945 y 1946 es una continuidad del período preperonista antes que un reflejo de las políticas migratorias de Perón. Al terminar la Segunda Guerra Mundial, Santiago Peralta está al frente de la Dirección de Migraciones, pero como es antisemita y hace todo lo posible para poner obstáculos en la entrada de judíos al país, no dura mucho tiempo en su cargo.

Lo curioso es que quien lo reemplaza es Pablo Diana, quien tampoco dura mucho tiempo, no por restringir la entrada de judíos, sino por restringir la de árabes. Al peronismo hay que verlo como un movimiento en permanente construcción, es un error tomar una medida o un discurso del 44 o del 45 y hablar del peronismo a lo largo de las dos presidencias que terminan en el 55. Es cierto que cuando perón asume la presidencia todavía mantiene esta visión de la argentina como una nación católica y tiene discursos que dicen “todos hemos nacido bajo la cruz, todos hemos aprendido el catecismo”. Toma una medida que, para mí, es sorprendente cuando intenta bautizar a todos los japoneses para supuestamente facilitar su integración en la sociedad argentina. Pero las cosas empiezan a cambiar en relativamente poco tiempo.

Perón y el peronismo a partir del 49, a más tardar, ya tienen otras políticas y otros discursos que sí dan legitimidad por vez primera a las identidades híbridas, que no ven ninguna contradicción entre ser argentino o un patriota y también alguien que mantiene lazos emocionales, culturales y religiosos con su madre patria. Es legítimo ser un buen argentino de origen japonés y mantener las tradiciones de Japón. Es legítimo ser un buen argentino y ser sionista y apoyar al Estado de Israel. Lo mismo con árabes y otros colectivos étnicos. Perón y el peronismo de fines de los 40 y principios de los 50 habla en términos de una doble identidad no como algo problemático o peyorativo; al contrario, con el bagaje que tienen pueden ayudar aun más al desarrollo argentino. Es inédito este reconocimiento que intentó desafiar al tradicional mito liberal del crisol de razas, concepto según el cual los inmigrantes debían dejar de lado su bagaje cultural, idiomático y religioso para hacerse argentinos. 

¿En otras palabras, la mirada de integración argentina del peronismo es mucho más progresista que la del crisol de razas? 

Sin ninguna duda. 

La historia del rabino ortodoxo Amra Blum, funcionario de Perón, ¿la considerás una excepción?

Él es un ejemplo excepcional, sobre todo por la visibilidad que intentaba establecer, no tanto por su apoyo al peronismo, sino por su protagonismo en distintos actos y ceremonias que molestó a muchos judíos. No era el único ortodoxo que apoyaba al peronismo, pero su caída tuvo que ver en parte por su personalidad y con rivalidades y luchas internas en la colectividad. Representaba algo poco común en muchos sentidos, pero sin ninguna duda era uno de los judíos que apoyaban al peronismo y tuvo que pagar un precio muy alto por ello.

¿Tenés alguna mirada sobre el próximo gobierno de Alberto Fernández? 

Cuando hablo de peronismo sigo empleando el concepto de populismo, no en el sentido común de los medios de comunicación, que lo usan como algo peyorativo, sino como un concepto que sirve para entender las dinámicas dentro del peronismo y que nos ayuda también a comparar a este movimiento con Perú o con el segundo período de Vargas. Si usamos este concepto de populismo podemos hablar de varias etapas: un populismo temprano en el caso argentino representado por Yrigoyen; un populismo clásico, que es el peronismo de los 40 y 50; un neopopulismo de corte neoliberal en los años noventa con Carlos Saúl Menem; y un populismo de izquierda o radical en los años 2000, con los Kirchner. Ahora seguramente es temprano para emitir juicio, pero parece que el presidente electo intenta de algún modo volver a las raíces, es decir, un populismo reformista y no revolucionario, que intenta sumar y no restar, que intenta elaborar coaliciones o alianzas y no encerrarse en un círculo de los incondicionales y fieles. Parece un populismo pragmático que habla de la soberanía nacional y del nacionalismo, pero que entiende muy bien la necesidad de recomponer las relaciones con los Estados Unidos. Por lo menos, por lo que se ve ahora, es un intento de volver al populismo clásico, el peronismo de los 40 y 50.

Entrevista: Guillermo Levy