La caída del Muro como obstáculo epistemológico


«La baratura de las mercancías constituye la artillería pesada que arrasa todas las murallas chinas e impone la capitulación a los bárbaros de más obstinada xenofobia», decían Marx y Engels en El Manifiesto Comunista. La caída del Muro de Berlín como hecho consumado e irreversible juega en el lenguaje como evidencia incontrastable del fracaso de toda alternativa al capitalismo global. La sola alusión a la caída del Muro parece alzar instantáneamente otro Muro, una muralla epistemológica, hecha de conceptos reificados eslabonados en una falacia de falso dilema. Solo un Muro podría contener el torrente del Mercado, por eso se construyó furtivamente de la noche a la mañana. Ningún Muro puede resistir la erosión incesante del Mercado, por eso se vio rebasado en la víspera del anunciado levantamiento de restricciones. El Muro simboliza aquellas estructuras tan carentes de flexibilidad que al pretender reformarlas se desencadena el derrumbe, como la Unión Soviética ante la Perestroika y la Glásnost.

La caída vendría a manifestar que la mercantilización solo puede contenerse transitoriamente con diques predestinados a desplomarse. Más que de un Muro caído, pretérito, se habla de la caída. Se lo retiene en el instante de su caída, en ese ser fantasmagórico.

En las zonas donde antes había Muro se suele poner este tipo de placas.

El Mercado requiere de la fantasmagoría del Muro para reafirmar su fuerza torrencial. La invocación pretende ser una llamada al principio de realidad, entendido como imperativo de actualización: para bien o para mal el mundo ya no es lo que pudo haber sido, ya es irremediable casi todo, solo queda ajustarse a los tiempos que ahora corren.

El fatalismo que toma al Muro caído como prueba autoevidente de la inevitabilidad del capitalismo se basa en sobreentendidos que lejos están de ser exclusivos de las derechas. Uno de ellos es el «comunismo» como lo otro imposible del capitalismo. El significante «comunismo» opera doblemente como equivalente de Utopía y como tipo de régimen totalitario. Si lo otro del capitalismo es el comunismo y si este último es una de esas dos cosas, o mejor, una viscosa fundición de ambas, el capitalismo se reafirma como todo lo que puede existir. La idea de comunismo como futurible abierto, como una forma aún indefinida, como un simple nombre para designar un orden social poscapitalista, no puede ser invocada sin que inmediatamente se vea sobrellenada de contenidos acerca de lo que en esencia sería. La vitalidad de la idea es inmediatamente sofocada con el peso de las generaciones muertas que se le tira encima.

El concepto de socialismo «realmente existente» no se opone a la idea de Utopía-comunismo, por el contrario, opera ideológicamente completándola con el otro costado de la serie de equivalencias como comunismo-autoritarismo y comunismo-carestía. Los países llamados socialistas del pasado y del presente son usados discursivamente como testimonios de lo infructuoso o indeseable de la superación del capitalismo.

Se tiende a efectuar un uso ahistórico de las experiencias históricas, de manera trivial en los discursos de las derechas, pero también en los de las izquierdas, tanto las que reivindican como las que critican selectivamente y acuñan fórmulas que caracterizan como traiciones, burocratizaciones o degeneraciones a los procesos que no siguieron las expectativas ideológicas. El Muro como fábula insta a que se le complete el sentido con una moraleja para pontificar.

Grafitis en el Muro y el contraste con la «modernidad».

En realidad, las formas de organización económica y los regímenes políticos son producidos en procesos seculares, impersonales en la medida en que resultan de consecuencias no intencionadas de las luchas históricas. La potencia del capital ha condicionado los Estados «socialistas» no solo como fuerza exógena que los sitiaba, sino como factor constitutivo, dado su carácter de instancias unificadoras del capital en cada espacio nacional. La propiedad estatal y la planificación centralizada de la actividad económica adoptaron distintas características en cada época y país, pero las asimetrías atroces de poder, la explotación y la opresión no se vieron atenuadas más que durante algún lapso fugaz. Analizar el derrotero de China puede sugerir algunas de las características que podría haber adoptado la Unión Soviética de haber persistido, pero sobre todo el rol capitalista que un estado como el soviético efectivamente tuvo. El Muro impide ver la transfiguración del capital del otro lado del Muro.

Mientras las economías de mercado parecen tener amplia versatilidad para desenvolverse en los más variados regímenes políticos, las economías de planificación centralizada han dado lugar casi invariablemente a regímenes políticos autoritarios. Esta constatación ha reforzado las creencias sobre una inherente contraposición entre igualdad y libertad, así como la deliberada confusión entre liberalismo económico y libertades civiles-políticas. En definitiva, nunca deja de ser la idea de mercado autorregulado, de mecanismo espontáneo de funcionamiento de la economía, que solo puede contenerse con barreras y mediante la fuerza represiva, lo que prevalece en las interpretaciones sobre la construcción y caída del Muro. El Muro hace ver una conexión necesaria entre laissez-faire y democracia de este lado del Muro.

El Muro es interpretado como traba, como cepo, como nudo, como inmovilización o interrupción artificial -y a la larga insostenible- de una circulación natural.

La ideología neoliberal se ha valido de este lugar común hasta el hartazgo: “Solo hay que desatar los nudos que nos tienen maniatados para poder liberar toda esa potencialidad latente en nosotros”, predicaba un presidente argentino al anunciar la profundización de reformas regresivas. Así como las políticas económicas neoliberales han conseguido legitimidad enmarcadas en la matriz discursiva de la expansión de libertades individuales, cuando se pretende aludir a las restricciones de las libertades individuales como las que imponía el régimen de la RDA, el de la URSS o el de Cuba, constituye un desafío desprenderse de un discurso impregnado por supuestos de esa matriz. El Muro induce a optar entre lenguaje neoliberal o enmudecer.

¿Qué aspectos quedan fuera de «lo decible» al tomar al Muro de Berlín ya como índice de totalitarismo, ya como emblema de utopía? Al evocarse excesivamente como lugar simbólico y en clave ideológico-política, se levanta una muralla frente a la vida cotidiana en el Este, respecto a las formas en que las personas de carne y hueso, entablando lazos sociales, producían y experimentaban sus vidas. ¿Cómo trabajaban, cómo cooperaban y competían, cómo criaban a sus hijos? ¿Qué ambiciones e ilusiones tenían, qué proyectos de vida se planteaban? ¿Pueden comprenderse sus comportamientos más allá del Muro, del desabastecimiento o de la Stasi? ¿Qué otras enseñanzas y sensibilidades pueden derivarse de estas experiencias históricas, más allá de la nostalgia o de la condena moral al régimen?

¿Qué sí nos dice el Muro de Berlín de hoy? Queda el Muro como monumento. Podemos preguntarnos por las condiciones de posibilidad de que se haya transformado ni más ni menos que en un museo al aire libre, “la mayor galería de arte al aire libre del mundo” según aparece enunciado en su sitio web, con el topónimo inglés East Side Gallery.

El Muro monumento es hoy un paseo gratis pero mercantilizado como objeto de visita turística. El sitio para la memoria histórica lo es también para el olvido, al plasmar una memoria hegemónica, respecto a la cual miles de memorias permanecen subterráneas.

Una memoria edificada sobre lo que vendría y vino después de la caída, pero no durante sus agrisados años. Los grafitis como obras de arte que recubren los restos del Muro devienen en signos de negación de ese pasado dividido pero conjunto a la vez. En la cara más norteamericana del circuito turístico, el Checkpoint Charlie, se vende la «experiencia» de transitar por una escenificación del que fuera el paso fronterizo más conocido. La museificación de los acontecimientos y los sitios para la industria del turismo puede contarse entre los obstáculos para pensar otras formas de recuperación del legado histórico no estetizadas como objetos de consumo, sin digestibilidad curatorial ni confortables guiones, sin regulación heterónoma de las experiencias.

Fragmento de la East Side Gallery, donde se retrata el beso entre dos líderes comunistas de la Guerra Fría, Leonid Ilich Brézhnev (URSS) y Erich Honecker (RDA). Miles de turistas diariamente sacan su foto en el «beso más famoso del mundo» .

“El que no añore la Unión Soviética no tiene corazón; el que crea conveniente retornar a ella no tiene cerebro”. Esta frase, atribuida a Vladimir Putin, condensa algunos de los sentidos producidos desde distintos lugares del espectro ideológico que parecen haberse sedimentado en los imaginarios colectivos en torno a las experiencias socialistas. Pensar las predisposiciones intelectuales y afectivas respecto a los intentos de construir sociedades no capitalistas puede ser una vía para reabrir debates que parecen haberse estancado en lugares comunes e interpretaciones dogmáticas, moralistas o sobreideologizadas, que provocan insensibilidad a la riqueza de las experiencias históricas y a lo que ellas pueden aportar a la imaginación política.

Federico Luis Abiuso

Sociólogo y docente de la Carrera de Sociología de la UBA. Director de la revista Unidad Sociológica.

Gonzalo Seid

Sociólogo y doctor en Ciencias Sociales. Docente en el Ciclo Básico y en la Carrera de Sociología de la UBA.

Agradecimiento a Jorge Casas por el intercambio de ideas.

Fotografías: Ayelén Álvarez, técnica en Dirección de Cine y Video (CIEVYC), licenciada en Sociología (UBA) y maestranda en Sociología Económica (IDAES-UNSAM). Actualmente participa de prensa de ATE Desarrollo Social de la Nación.