Netanyahu, ¿ya fue?

Yoel Schvartz

Las elecciones del 17 de septiembre aparentan haber sido una bisagra en la historia política israelí, cuando el “hombre fuerte” que ha cautivado a la derecha israelí en los últimos veinticinco años, Benjamin Netanyahu, no ha conseguido, por segunda vez consecutiva, el número de bancas que requiere el sistema parlamentario israelí (61 diputados) para formar una coalición de gobierno. Una serie de errores tácticos y acaso el desgaste de una década de gobierno durante la cual Netanyahu ha ido cerrándose cada vez más en un entorno de aduladores y devotos, a la par que ha ido adoptando una política de desafío a todo el aparato institucional israelí, probablemente se hayan condensado en este momento. 

El Likud de Netanyahu ha obtenido 31 bancas, habiendo perdido cuatro desde las anteriores elecciones en abril, y muchas más si se tiene en cuenta que en los últimos meses había absorbido a los partidos Kulanu (de centro derecha) y Zehut (un engendro libertario-mesiánico que predica la liberación del cannabis, el cierre del Seguro Social y la reconstrucción del Tercer Templo, con los mismos niveles de furia).

Cajol Laban (Azul y Blanco), un frente integrado por varios partidos de centro y que lleva como primer candidato al excomandante en Jefe del Ejército israelí, Benny Gantz, ha obtenido 33 bancas, transformándose en el partido más grande, y tal vez el que mayor posibilidades tiene de formar gobierno. A pesar de que la propaganda del Likud y de sus aliados de la derecha radical se han esforzado en presentar a Gantz y su partido como “izquierdistas” (el peor insulto que Netanyahu ha conseguido naturalizar en la sociedad israelí en una década de insistente crispación), la plataforma y las figuras que conforman Cajol Lavan lo acercan mucho más a las posturas de una derecha moderada y respetuosa de las instituciones. En los temas que hacen a la ocupación de Cisjordania o al bloqueo de Gaza no parece haber demasiadas diferencias entre Gantz y Netanyahu. 

Hace algunos meses y a propósito de las elecciones de abril, un cronista sostenía que lo que se dirimía en ese momento en Israel, entre Cajol Lavan y el Likud, eran las primarias de la derecha: entre una corriente institucionalista y democrática y una corriente radical que coqueteaba con el fascismo. En gran medida, en estos días la sociedad israelí parece haber optado por la primera. 

Uno de los errores tácticos de Netanyahu consistió en apelar a un truco que ya le dio resultado en el pasado: maximizar la amenaza de un ‘enemigo interno’, los árabes ciudadanos de Israel, a quienes acusaba de conspirar para derrotarlo en las urnas, instalando la idea del fraude en las poblaciones árabes y proponiendo, a días de las elecciones, la instalación de cámaras de seguridad en las urnas. De esta manera Bibi se proponía sacar a sus votantes a la calle, a la vez que intimidar a los votantes árabes para reducir al mínimo su participación. Esta vez la presión hizo el efecto contrario y los árabes israelíes salieron a votar masivamente (en un país en el que el voto no es obligatorio y en el que tradicionalmente han preferido mantenerse al margen). Netanyahu no consiguió repetir la campaña del miedo entre sus votantes, pero consiguió transformarse en el adversario de los árabes israelíes que se unieron para derrotarlo en las urnas. El principal beneficiario de este proceso fue la Lista Árabe Unida, coalición de tres partidos encabezados por el joven abogado comunista Ayman Hude. Históricamente, los partidos árabes en el Parlamento Israelí han colocado como primer punto de su agenda el problema palestino y la solución de dos Estados soberanos. Sin embargo, en los últimos años hay una creciente ola de descontento en la sociedad civil árabe israelí que siente que sus demandas son postergadas tanto por los sucesivos gobiernos como por los propios partidos árabes. Para estas elecciones y en forma novedosa, Hude presentó un pliego de reclamos que tienen que ver con esas demandas cotidianas, en lo que hace a temas como el combate a la proliferación de armas y a la violencia de género (verdaderos flagelos entre los árabes israelíes), el problema de la vivienda y del desarrollo urbano de la sociedad árabe en Israel. 

Esta agenda ‘civil’ ha implicado una verdadera revolución en la política israelí, ya que por primera vez desde el gobierno de Itzjak Rabin en 1992 los representantes políticos de la sociedad palestino-israelí buscan ser actores centrales en el juego político. Esto, en gran medida, como respuesta a la campaña del miedo azuzada por Netanyahu y sus socios. 

Es desde esta perspectiva que debe entenderse la importancia que tiene para la sociedad israelí la decisión de la Lista Árabe Unida de recomendar a Gantz para el cargo de primer ministro, en la rueda de consultas que realiza el presidente Rivlin en el marco del sistema parlamentario israelí. Como ha declarado el mismo Hude al salir del encuentro con Rivlin: ‘Nosotros no somos la solución, pero no hay solución sin nosotros’. Esta decisión reconfigura el lugar de los palestinos israelíes dentro del mapa político y social y viene a plasmar en el Parlamento un proceso de integración que ya se da en Israel en la vida cotidiana mal que le pese al Likud y sus ‘socios naturales’. 

A la derecha de Netanyahu suelen ubicarse sus socios ‘naturales’, los partidos ultraortodoxos que en estas elecciones mantuvieron y aun ampliaron relativamente sus bancas, y la derecha radical impulsada por los colonos de Cisjordania. Estas fuerzas políticas pregonan abiertamente la anexión de los territorios de Judea y Samaria, proponiendo en la práctica la perpetuación de un régimen de segregación de la población palestina. Para eso impulsan una transformación radical del régimen jurídico israelí que limite la autoridad de la Corte Suprema de Justicia para inhabilitar leyes y decretos gubernamentales. A pesar del apoyo que han obtenido de los sucesivos gobiernos del Likud y de haber colocado al frente de su agrupación una candidata popular, la exministra de Justicia Ayelet Shaked, el resultado en las urnas ha sido magro (siete bancas).

A la derecha de Netanyahu se suele ubicar también a Avigdor Liberman, líder de ‘Israel Beiteinu’. Ultranacionalista y defensor del discurso de la ‘gobernabilidad’, este impulsor de medidas de seguridad durísimas contra la población árabe y opositor a cualquier forma de compromiso territorial representa sin embargo una derecha laica, que no se siente a gusto en una coalición en la que los principales socios prohíben la apertura de comercios en sábado, mantienen escuelas en las que no se enseñan matemáticas o inglés, y no aceptan que sus hijos se enrollen en el ejército en una proporción igualitaria al resto de la población. Este tema fue el que desató el conflicto entre Liberman y Netanyahu, o al menos sirvió de excusa para que el primero se negara a integrar la coalición del segundo, provocando el llamado apresurado a elecciones hace tres meses. Electoralmente Liberman se vio beneficiado con la jugada, duplicando sus bancas en el actual Parlamento. Aunque resulta difícil imaginar a Liberman participando del mismo bloque con sus archienemigo de la Lista Árabe Unida.

Para constituir un bloque parlamentario que elija a Gantz como primer ministro, Cajol Lavan necesita los votos de Liberman o de algún partido religioso, de la Lista Árabe Unida, y de los partidos tradicionales de la Izquierda. El Laborismo israelí, el partido histórico que fundó el Estado y lo lideró durante 27 años, se encuentra en su peor momento electoral. Una buena parte de su electorado eligió apostar a lo seguro con Cajol Lavan y una pequeña parte se volcó más hacia la izquierda apostando al partido Meretz. En estas elecciones el Laborismo propuso una plataforma volcada a sus raíces socialdemócratas, con mucho énfasis en el rechazo a las políticas neoliberales de Netanyahu, buscando captar un público de la periferia tradicionalmente votante del Likud. Los resultados de esta apuesta han sido magros (6 bancas) aunque es posible que esa pequeña contribución haya sido decisiva para golpear a Netanyahu en el corazón de su electorado. 

Por el lado de Meretz, el partido de la izquierda sionista que más abiertamente defiende la solución de dos Estados en paralelo a una profundización de la democracia en Israel, también ha sufrido la deserción de su electorado a Cajol Lavan y en menor proporción a la Lista Árabe Unida. Especulando con una unión general de la Izquierda contra Netanyahu (que no se concretó), Meretz se unió con el exprimer ministro Ehud Barak (figura altamente controvertida en la izquierda israelí). Juntos obtuvieron cinco bancas. 

Mirando el panorama que dejan estas elecciones, una primera conclusión sería que si bien la Derecha ha perdido su mayoría automática, estamos muy lejos de un triunfo electoral de la Izquierda.

Es más, no sería sorprendente que por alguna triquiñuela del sistema parlamentario israelí Netanyahu pueda volver a ocupar el puesto de primer ministro en algún modelo de gobierno de Unidad Nacional con Cajol Lavan, e inclusive en rotación con Gantz (posibilidad que Gantz ha negado rotundamente, pero que aparece como la más factible para el Likud e inclusive ha sido sugerida por Liberman).

No tendría sentido entonces afirmar que ‘Netanyahu ya fue…’, porque ese ‘irse’ no es de ninguna manera rotundo. Sin embargo, está claro al término de estas elecciones que la legitimidad en la que Netanyahu basó su política durante una década se ha roto. De ahora en más, en el mejor de los casos, desde su perspectiva, deberá compartir el poder y olvidarse del sueño de leyes de autoamnistía y reforma del sistema judicial. El historiador Daniel Gutwein denomina al proyecto político que impulsó Netanyahu en la última década un ‘régimen de lealtad’, que buscaba reemplazar el otrora poderoso Estado de bienestar israelí por un régimen neoliberal, compensando a los ‘leales’ por la pérdida de derechos universales y marginalizando a todos los demás como ‘traidores’ (izquierdistas débiles, como dice Netanyahu). Y bien, más allá de cuál coalición gobierne Israel en los próximos años, ese proceso parece haberse detenido. Esto no implica el fin de la ocupación, ni siquiera el inicio de conversaciones con la Autoridad Nacional Palestina. Ni mucho menos una revolución en el Estado judío. Pero, acaso, implique (y en esta región del mundo eso no es menor) un tibio rayo de esperanza. 

Yoel Schvartz
Sociólogo e historiador. Disertante en la Escuela Internacional de Enseñanza del Holocausto de Yad Vashem en Jerusalén.