Ana Castellani: “La elite económica es quien siempre motoriza la corrupción”

El 8 de julio de 1989, hace exactamente 30 años, de la mano de Carlos Menem el peronismo llegaba por primera vez al poder desde la recuperación democrática. En el mes de mayor inflación de la historia argentina el peronismo iba a construir un acuerdo con los grandes empresarios e iniciaba un agresivo programa neoliberal impensado hasta ese entonces. La comparación de los 90 con estos tres años y medio de Cambiemos es habitual, pero generalmente poco profunda. Invitamos a la socióloga Ana Castellani a reflexionar sobre aquellos 90, el kirchnerismo y la etapa actual desde el estudio de las elites y su relación con las dirigencias políticas de cada etapa. Castellani, doctora en Ciencias Sociales e investigadora del CONICET, dirige además el Centro de Investigación para los Trabajadores (CITRA).

¿Ha sido suficientemente estudiada la relación de las elites con los gobiernos peronistas de la última etapa democrática, tanto la década menemista como los doce años de kirchnerismo?

En general, podemos decir que la agenda de los 90, desde las ciencias sociales, estuvo signada más por los estudios por debajo que por los de arriba. Obviamente, quienes trabajamos temas de elites y sus relaciones con el Estado vemos transformaciones que fueron novedosas, sobre todo tratándose de un gobierno peronista. Fue la primera vez que las elites confluyeron tan activamente en un gobierno de esas características. La mayoría de los trabajos académicos provenientes de las ciencias sociales sobre los 90 revisan los cambios en la estructura social y en las estrategias de reproducción de los sectores populares así como sus formas de organización social. 

Algo parecido a lo que diría Eduardo Basualdo acerca de los estudios de la dictadura, en donde la gran mayoría de los trabajos se dedicaron a estudiar qué pasó en los sectores populares y no tanto en la cúpula económica. 

Exactamente, no quiero decir que no haya habido estudios sobre la cúpula, pero estos estuvieron conducidos más por los economistas heterodoxos que por la disciplina. En una investigación de hace diez años, Mariana Heredia cuenta el arte de cómo se estudiaban a los de arriba. Las etnografías y la posibilidad de estudiar a los poderosos se complica.

¿Menem era inevitable? Las trayectorias de los gobiernos con las elites se articulan también con la percepción de lo que es posible en cada momento. En el marco de la crisis de la deuda, la derrota del sandinismo, el Consenso de Washington, los gobiernos conservadores a ambos lados del Atlántico y la caída del Muro de Berlín, ¿había otra opción?

Es difícil tener una respuesta que no sea solo hipotética, porque Menem optó directamente por una alianza con las elites desde antes de asumir la presidencia: apenas ganó las elecciones y armó el gabinete, anunció al CEO de Bunge y Born como ministro de Economía. Así todo, durante sus dos primeros años de gestión no logró resolver la situación económica. Sumado a los fenómenos internacionales, consideremos el modo del fin del gobierno de Alfonsín y lo que significó la hiperinflación en términos sociológicos. Hubo fracciones de la elite que pudieron mostrar su poder de fuego, condicionamiento y trastocamiento de la realidad social. Eso fue un cimbronazo muy grande no solo para el gobierno, sino para todo el conjunto social, al destruir la moneda y dejar en claro que el poder económico puede tener más poder de destrucción, si así lo quiere, que otros poderes.

Vimos la capacidad del poder económico de condicionar la democracia, independientemente de lograr un disciplinamiento social feroz. La gente quería orden y estabilidad. Y eso se convirtió en la prioridad. Cualquiera que pudiera garantizar una mínima certidumbre en el corto plazo iba a ser legitimado.

Ese camino de certidumbre no se construyó en los primeros dos años, a pesar de la apuesta por la alianza con una fracción muy importante de la elite de los grupos económicos dominantes. No se resolvió sino hasta la reestructuración de deuda con el plan Brady, a principios de los años noventa. Y se terminó de concretar en 1992, con los condicionamientos que imprimió el Consenso de Washington: para renegociar créditos y conseguir otros nuevos hizo falta realizar reformas estructurales. Todo eso recién se logró articular con la convertibilidad, algo que no pidió el establishment internacional. El tipo de cambio fijo no estaba en la agenda del FMI. Lo aceptaron por la excepcionalidad del caso argentino. Cuando produjo un rápido efecto en la estabilización de precios y en la confianza, sí se logró la legitimación completa de la estrategia. La verdad es que Menem no mostró un zigzagueo, como por ejemplo Onganía, con Salimei primero y con Krieger Vasena después. 

En otras palabras, la hiperinflación condicionó todo. 

La lectura de Menem fue pragmática: “Frente al poder económico, el nuevo tablero internacional y los condicionamientos que imprimen, voy a armar una estrategia de cooperación con ellos”. No es que al inicio intentó otra cosa, algo distinto, y que después viró. La experiencia de Alfonsín, en cambio, fue de tipo reformista, tratando de imponer un límite al sector dominante. Convergieron muchos procesos, pero en ese momento incluso los organismos de crédito internacionales tenían esa disputa. Después de la crisis de 1982, el Banco Mundial dijo: “Acá no se presta más si no se hacen las reformas de tipo estructurales”. Por el contrario, el FMI sostuvo: “Si con otro tipo de planes, más heterodoxos, logran la capacidad de repago, mientras paguen la deuda nosotros no pondremos condicionalidades duras”.

Tras los fracasos del Plan Cruzado en Brasil y del Plan Austral en la Argentina, fuimos al Consenso de Washington, que no fue ni más ni menos que la convergencia entre el FMI y el Banco Mundial: en América Latina, antes de prestar, se exigieron reformas estructurales. Todas las diferencias y disputas internas de la elite se diluyeron en los años 90. Confluyeron hacia la libertad del mercado, el neoliberalismo y la idea de privatización: apertura y desregulación como una panacea.

Más tarde, cuando todo eso se implementó, ya tampoco alcanzó para garantizar la estabilización. El Plan de Convertibilidad generó un shock de confianza muy grande que, al mismo tiempo, ató de pies y manos. El gobierno no haría más política cambiaria o monetaria. No creo que haya habido mucho más margen, incluso no nos olvidemos de que Angeloz prometía una política de ajuste fiscal. Apareció entonces un diagnóstico fuerte: el Estado genera, desde su participación, la gestión ineficiente de sus empresas. Un intenso trabajo de comunicación acerca de los tópicos centrales de la ideología neoliberal se hizo carne en los sectores de la elite económica. Y a través de sus distintos mecanismos, en el tejido social. 

De todas maneras, la encarnadura intelectual de ese contexto mundial apareció incluso antes de Menem. En 1987, encontramos a la UPAU, la organización estudiantil de la neoliberal UCEDE que se convirtió en la segunda fuerza en la FUBA, solo detrás de Franja Morada. Hoy, por ejemplo, no hay una fuerza universitaria del PRO. Sí, por el contrario, vemos un triunfo cultural que se va sedimentando y que no se explica solamente por la transformación programática del PJ ni por la integración a la nueva etapa de negocios y resignación que hace la mayoría del sindicalismo. ¿Esto fue algo mucho mayor y que, por lo tanto, acotaba el margen de maniobra?

El tema es cómo se llevaron a cabo todas estas reformas estructurales, su celeridad, además de dejarle hacer negocios escandalosos a parte de la misma elite que había sido la patria contratista de esas empresas públicas. Eso no venía en el “menú” de las obligaciones, sino que fue inventario del menemismo: decidir que el Estado se corriera y fuera capturado por completo por parte de la elite. 

El peronismo, que conocía la tradición maoísta, podría haber sido como el Partido Comunista de China: “Optamos por el neoliberalismo, pero de manera controlada por nosotros mismos, de modo tal que los actores económicos no se autonomicen”. 

Después de la privatización de las empresas públicas, no se puede dejar todos los entes regulatorios a quienes fueron los gerentes encargados de la misma privatización. En los 70 Chile también abre el mercado de capitales, pero no de la manera en que lo hizo Martínez de Hoz con la reforma financiera, sino con límites para que la salida de capitales resultara de alguna manera más controlada. Hay una lectura posible, que es haber sido cómplice de esta oportunidad de negocios. Se conocieron procesos de corrupción: la política recibió dinero de la privatización y la desregulación. Las elites económicas dicen apoyar todas las reformas, pero luego cada una va en búsqueda de protección si no le conviene, como lo hizo el sector automotriz. Todos confiaron en su capacidad de hacer lobby para proteger su nicho de los procesos de transformación más estructurales. La elite comenzó a sacar su apoyo, lo cual se notó en 1995, ante la llegada de la competencia extranjera o los riesgos del atraso cambiario que podía avecinarse después del cimbronazo del Efecto Tequila. Si bien no todos los grupos económicos tuvieron la misma estrategia, algunos rápidamente se reconvirtieron, dejaron de trabajar con el sector industrial, invirtieron en otros sectores y fugaron mucho dinero. Esa fuga también horadó la reproducción de la convertibilidad, entre otros factores.

Una crítica ausente tiene que ver con esa dirigencia de las elites, más que con la cuestión programática neoliberal. Es decir, la crítica fue moralista, apuntando hacia una dirigencia política corrupta, pero sin establecer ningún lazo con el mundo empresarial. Quizás ahí hay un déficit en términos intelectuales.

Totalmente, si bien es cierto que también eso fue empujado por la concepción de los organismos internacionales, lo cual resultó funcional. Un fenómeno que siempre está asociado a la vinculación entre elites económicas y políticas, como es la malversación de fondos públicos, queda achacado exclusivamente a la elite política.

El progresismo termina propagando la noción de impugnación moral solo sobre una fracción de la elite política sin tener en cuenta que la elite económica es quien siempre motoriza la corrupción. Y sin considerar que además es parte del proceso de reestructuración económica que imprime el capitalismo.

Se ve la foto y no la película: la foto es el funcionario que pide la coima cuando, en realidad, en la oportunidad de negocio que permite acceder a un mercado o a una excepción el gran beneficiario siempre es la elite económica. Además es el poder más estructural, el que va a permanecer más tiempo. Ese funcionario circunstancialmente va a enriquecerse per se o servirá para el financiamiento de la política, pero en la espectacularización de cuestiones de corrupción la mirada moralista de impugnación va totalmente cargada sobre la elite política. Eso llevó al discurso político del “Que se vayan todos”, cuando la elite económica había tenido una responsabilidad atroz sobre la crisis: durante ese período se tomaron 50 mil millones de dólares de deuda que se fugaron así como entraron. Sin embargo, no hay un cuestionamiento moral y eso también es muy nocivo para el desarrollo del país. En todo caso, aparece la elite política como incapaz de evitar esos males y depositaria de esa bronca. 

Hay un discurso republicano que respondería: “Nosotros votamos a nuestros representantes, pero no a las corporaciones”. Y por consiguiente exige prueba de eticidad solamente a quienes son electos. 

Eso es lógico porque la función pública tiene esa carga. Pero en un mundo donde el poder económico tiene cada vez más poder, concentra más riqueza y la distribución del ingreso es cada vez más desigual, en especial en América Latina, resulta muy ingenuo pensar que solamente el poder político, sin un involucramiento fuerte de la construcción social, pueda tener una voz potente frente a estas cuestiones.

Una mirada entiende que el menemismo y el kirchnerismo son dos opuestos sobre cómo construyen los políticos y establecen el vínculo con las elites. Pero, por otro lado, coexiste una crítica devastadora contra el kirchnerismo, cuyos exponentes son algunos de los propagandistas de importantes medios que sostienen que, a pesar del discurso progresista, fueron exactamente lo mismo. Acerca de la relación del gobierno menemista y del gobierno kirchnerista con las elites, ¿qué sintonías y qué diferencias podemos establecer?

Se relacionan de manera diferente. La elite es distinta porque el menemismo paradójicamente se caracterizó por construir la mejor relación entre un gobierno democrático y una elite económica. Se dio su mayor transformación en el largo plazo, incluso más de lo que fue la dictadura, porque las reformas tuvieron un gran impacto sobre la configuración del capital. Cuando arrancan los años 2000, la configuración de la cúpula es muy distinta a los 90. El interlocutor que enfrenta el kirchnerismo ya es otro. El contexto es diferente tras el fracaso de la alianza entre la elite y el gobierno. El kirchnerismo plantea una alianza disciplinadora no antielite, sino en el sentido de que la política recupere la autoridad presidencial y la conducción. A su vez, eso viene en parte de la mano de los casos de connivencia de corrupción público-privada circunscripta a la obra pública. Ahora bien, la corrupción en la obra pública es anterior al kirchnerismo, viene de antes, no hubo tanta mutación. Está claro que hubo una situación de corrupción importante, pero de ahí a decir que todo el kirchnerismo era una asociación ilícita para el enriquecimiento personal es un extremo que no obedece al principio de realidad, con parámetros muy concretos.

Durante el gobierno de Néstor hay entre 250 y 300 funcionarios, en el primer gabinete de Cristina la cifra va de 280 a 300 ministros y subsecretarios, y el segundo incrementa la planta sin traspasar los 300. Bien, de todos ellos, ¿cuántos están procesados? Hay que resaltar que está muy circunscrito a un área: son pocos, no llegan al 5%. Entonces, la operación en los medios fue muy exitosa por la magnitud que se le dio. Hubo corrupción pero acotarla al kirchnerismo y plantear que fue así en todas las áreas del gobierno es un disparate.

También eso abre una serie de interrogantes vinculados con el financiamiento de la política: ¿hasta qué punto se pueden buscar articulaciones con las elites? ¿Se puede articular de manera más institucionalizada? La gestión de Kicillof en el Ministerio de Economía lo da vuelta, pero a esa altura la relación con la elite era mucho más compleja. La resistencia de gran parte de la elite con el kirchnerismo tenía que ver con el avance y no con las utilidades, ya que durante el período kirchnerista hasta 2010 habían conseguido mayores beneficios que en los años 90. Ni hablar si comparamos con lo que vino después con el macrismo… La cuestión es que a partir de 2010-2011 se empezaron a tomar una serie de decisiones vinculadas a comportamientos microeconómicos de las empresas: cómo se distribuyen las ganancias y cuánto hay que reinvertir para ampliar el aparato productivo, por ejemplo.

El Estado mostró cierto nivel de eficiencia con una orientación muy poco proclive a las ideas de los empresarios, que no quieren ser regulados, excepto cuando lo necesitan. No quieren que les revisen los balances ni que les digan cómo orientar las inversiones, la distribución de utilidades o mantener los inventarios. La Ley de Abastecimiento también fue profundamente rechazada. En ese momento, durante el segundo gobierno de Cristina, todo el frente empresarial vuelve a converger para que el kirchnerismo desaparezca. Desde 1983 hasta ahora, el único momento en que hubo disciplinamiento de manera organizada, ordenada y no vinculada a la corrupción fue en la gestión de Kicillof.

Kicillof no marca diferencias solamente por sus características personales, sino que todo su equipo está cohesionado con una idea de orientación y disciplinamiento al capital. Leen las experiencias de desarrollo tardío del Sudeste asiático sin compartir el método de Guillermo Moreno, que en definitiva es funcional a las empresas. Es la propuesta de un equipo más sistemático que va consistentemente hacia una dirección y que además no es poroso al lobby empresarial. Axel había prohibido recibir cualquier regalo, todo lo que llegaba a su despacho volvía con una nota que decía: “Gracias, pero no. Yo no recibo nada”. Eso bajó a todo su equipo, cuya trayectoria daba la posibilidad incluso a que cualquier académico de esta Facultad los conociera. Lo que pasa con los empresarios es que siempre que alguien llega al Ministerio de Economía, lo conocen. Pero a partir de Kicillof, no solo la Asociación de Empresarios Argentinos ya no conoce a nadie adentro, sino que tampoco son consultados. Directamente los citan para informarles. En consecuencia, despotrican duramente contra él. Ahora, más allá de la afinidad ideológica que tienen con Cambiemos, están decepcionados con la gestión y consideran que no hay manera de convencerlos de nada y que son peores.

La segunda etapa de Cristina, tan criticada, es tal vez el primer intento serio en la etapa democrática de disciplinamiento empresarial, sin porosidad con la corrupción. Ahora bien, en la fórmula presidencial de cara a octubre se volvería atrás porque para ampliar el piso de votos se impone un relato que circula en parte de la sociedad: “Néstor sí, Cristina no”. Uno de los aspectos del nestorismo fue la conciliación con los sectores políticos y empresarios, que no sería la característica de, por lo menos, el último gobierno de CFK. Entonces, ¿la única grieta que saldaríamos sería la grieta con las elites?

El intento del equipo de Axel llegó tarde aunque estuvo bien, porque al cristinismo de 2011 se le cuestionó la construcción hegemónica, que no leyó la situación de fuerza que se quebró en 2008. Se detuvo en un antagonismo que podría haberse hecho de otra forma, si hubieran sabido que el campo nunca es uniforme. Entonces, si no podés ver la demanda de sectores medios que ya no avalan este tipo de avances ni que el escenario se fue moviendo… Hoy se reivindica el escenario de Néstor, se habla de apertura y diálogo. Ahí te das cuenta de cuáles son los límites del “Vamos por todo”, que es una lógica que yo no defiendo. Lo de 2011 es un error ya desde el mismo momento en que se enuncia, porque es una disputa clara entre capital intelectual y capital político. El 54% de los votos no significa que tenés derecho a ir por todo, porque así como lo conseguiste, a los dos días ya no está más: no era un núcleo duro. Lo paradójico es que eso se dio durante la mejor gestión del Ministerio de Economía en términos de cómo plantear la relación con las elites, pero en un contexto infinitamente más adverso. En 2014 tienen que hacer malabares con la restricción externa, que fue feroz, y el crecimiento del consumo energético. Cuando alinearon la cuestión económica, ya era tarde.

¿La fórmula Alberto-Cristina es un intento por demostrar una actitud más friendly con las elites y las corporaciones?

Las elites y las corporaciones se van a redefinir siempre en función de los momentos. Las elites no van a atacar de entrada al gobierno, aunque creo que evidentemente la figura de Cristina les resulta más irritante que la de Alberto Fernández. Me parece que es una apertura al diálogo más hacia otros sectores que no son las elites. Axel no era confrontativo, el disciplinamiento no es confrontación. Disciplinamiento es decir: “Señores, el Estado los va a consultar, pero nosotros vamos a dar a cambio de que se establezcan ciertas metas, vamos a monitorear que efectivamente esas metas se están realizando, vamos a sancionar si no se cumplen y no nos vamos a dejar cooptar”. Uno esperaría que un Estado, un gobierno, tenga ese tipo de autonomía con respecto a las elites para que la decisión pública esté realmente en manos de aquellos que fueron elegidos para decidir y, a la vez, que no estén aislados en una campana de cristal. Eso se aprendió. Insisto: a Kicillof no se lo cuestionaba por sus modos, sobre todo en un gobierno que ellos intuían que estaba de salida porque Cristina no podía ser reelecta y se pensaba que, de última, iría Scioli. 

¿Hay decepción empresaria con este gobierno?

Sí, pero la primera pregunta a develar es si los empresarios que están tan decepcionados con este gobierno lo están porque consideran que ha sido incapaz, ineficiente e inepto para gestionar la cosa pública; o si entendieron que ese horizonte es imposible en la sociedad argentina. Lamentablemente, al igual que una parte del electorado decepcionado con Cambiemos, creo que el enojo pasa por la incapacidad y no tiene que ver con la idea. El empresariado sigue creyendo que hay que hacer las reformas laboral y jubilatoria.

¿Espert sería un vocero de esa decepción? 

Sí, en el extremo. Los grandes empresarios en la Argentina son personas que no tienen tiempo para leer. Van a la charla de Melconián, que habla de horizontes que requieren una sociedad que no existe, para la cual tendríamos que eliminar a todos aquellos con capacidad de resistencia.

¿Las elites tienen un programa para la Argentina?

Las elites argentinas no tienen un programa posible. No tienen un modelo de desarrollo viable. Cambiemos le habla a una sociedad que no existe y se enoja con la sociedad a la que gobierna como si el problema fuera la sociedad. Vos tenés que gobernar para esta sociedad, con las características que tiene, con sindicatos, con capacidad de resistencia.

Eso es lo que traducen con “70 años de herencia”. 

“El peronismo vino a hacerles creer que se puede distribuir antes de crecer”, eso va tanto para el primer peronismo como para el kirchnerismo. “Nadie quiere sacrificio”. Bien, gran parte de estas empresas crecieron y se expandieron gracias a esas políticas expansivas.

¿Es un tema de dogmatismo o de ignorancia?

No es ignorancia, sino una cuestión ideológica profunda que se fue construyendo con el tiempo. Nosotros estamos colaborando con algunos indicadores en estudios de elite empíricos. Cuando del total de los presidentes de las grandes empresas argentinas casi el 45% de quienes tienen estudios de grado se formaron en universidades privadas, un dato muy novedoso, sabemos que lo que leyeron fueron los manuales de macro y microeconomía cuya verdad es el libre mercado. 

¿El sector más dogmático es la elite empresarial? 

Venimos realizando este tipo de estudios tomando como punto de partida el período que se inicia en 1976. En la dictadura muchos de los presidentes de estas empresas provenían de sectores medios y quienes se habían formado lo habían hecho en universidades públicas. Se debatía incluso sobre el industrialismo. En los 90, la conversión neoliberal se amoldó como ideología de la elite: Franco Macri era el tipo que estaba más a la izquierda dentro de aquella elite, cuya mirada podía llegar a ser la más pragmática. 

Tu grupo de investigación planteó que la penetración de todos esos sectores en el gobierno de Cambiemos era prácticamente única, porque ellos mismos estudiaron en universidades privadas. No es un gobierno que intenta representar a una elite, sino que es un gobierno conformado por la propia elite. En ese sentido, ¿en qué radicaría el fracaso de Cambiemos? 

En la incapacidad de esos actores para jugar políticamente. El cuestionamiento es que Cambiemos no supo abrir políticamente y muchos fueron ineptos en el ejercicio de la cuestión pública. Fracasaron en la línea dialoguista de Frigerio, que para la mirada de los empresarios no funcionó, y también en la línea dura del ajuste. Melconián fue el primero que lo señaló.

Cuando las empresas que apuntan al mercado interno piden protección al Estado, también erosionan esa propuesta. O sea, ese mundo dogmático se corresponde con la pura ideología, pero a su vez la dinamita si es necesario. 

Durante el menemismo la elite económica se la pasó respaldando públicamente al gobierno, pero ya en el segundo mandato vendieron las empresas y se llevaron la plata afuera como si nada. No veían ninguna contradicción. Si no, habría que asignar una racionalidad a las elites económicas que no tienen. Son complejas y juegan otros factores que tienen que ver con cuestiones quizás más ideológicas, sentimentales o emotivas. Hay una discrepancia entre lo que es la acción política y la acción empresarial.

La acción política del empresariado en este país se ha caracterizado siempre por dirigirse hacia el Estado para obtener una ventaja. Las posibilidades de pensar un proyecto de país en el que sean protagonistas y que implique que ellos también hagan una apuesta fuerte no se dan, y yo creo que no se van a dar. Argumentan que se trata de una sociedad que no se deja domar y siguen una lógica depredatoria, de aprovechar el momento.

Esto, dicho en líneas generales, porque en realidad hay sectores que ganan permanentemente: el sector bancario y financiero no perdió nunca, al contrario, siempre encuentra las vueltas para hacer negocios, lo cual tiene que ver con las tendencias más globales del capitalismo. Insisto con una pregunta, que es la misma que se le hace al desencantado o a cualquiera del sector medio bajo con respecto a Cambiemos: ¿hasta qué punto la decepción responde a la promesa? ¿O se debe a la incapacidad de cumplir con esa promesa?

Creo que hay muchos votantes de Cambiemos que están decepcionados porque este gobierno no fue capaz de cumplir la promesa meritocrática. Es decir, no están desilusionados porque la organización de las jerarquías sociales o la reconstitución de un horizonte ligado al mérito se revelan ahora como una estafa. En consecuencia, ese voto no va a ninguna otra fracción progresista.

Pero la fracción dura, meritocrática, no suma el 51%, así como aquel 54% no representaba el núcleo duro del kirchnerismo. Es un porcentaje importante, pero bastante menor.

Ni tampoco lo va a conseguir en caso de que un día se aplique. Ese criterio meritocrático solo puede ser celebrado por el decil más alto, pero no derrama mucho más allá del diez por ciento que tiene los mayores ingresos. La persona que habla del mérito y que plantea que hay “chorros que viven de sus impuestos” es la misma que luego no paga los impuestos o se anota en una categoría del monotributo más baja y arregla con su contador para que se lo dibuje. No se vive en lo más mínimo como una contradicción. Su racionalidad es: “No voy a pagar impuestos para que luego cobren los planeros”. Una cosa de locos. 

¿Cuál sería la perspectiva de un desarrollo con inclusión?

Primero, tiene que haber un gobierno capaz de conducir mínimamente a la elite por algún estrecho definido, con incentivo y con disciplinamiento. Acá no se va a hacer el socialismo bolivariano, no hay ninguna posibilidad. El próximo gobierno, sea cual sea, va a tener que ocuparse de problemas muy urgentes y a la vez pensar en un horizonte de desarrollo más estable. La contradicción principal es el modelo de país que nos propone Cambiemos, que es en gran medida imposible porque está pensado para una sociedad que no existe y que implicaría una transformación social que no ha tenido consenso ni capacidad para hacer.

El desafío es cómo construir una nueva mayoría que permita articular hacia otra dirección, tratando de reparar los grandes costos que ha dejado el macrismo y a la vez sosteniendo algunas pocas cosas de este gobierno como, por ejemplo, todo lo que tiene que ver con restaurar la confianza en las estadísticas públicas. Eso no puede volverse a poner en riesgo. Cualquier proyecto nacional y popular debe tener como principal bandera que el termómetro que mide los logros y alerta problemas funcione bien, sin manipulación.

Hay una idea sobre las necesidades de «procesos de modernización de la gestión pública», algo que ellos ni siquiera hacen bien, pero que hay que considerar. Lo podemos hacer de otra manera, claro, pero estas cuestiones deben formar parte de nuestra agenda. Todo lo que hagamos para que el Estado funcione mejor, precisamente en un modelo que requiere mucha acción estatal, es fundamental. Lo mismo con el discurso y la práctica de la seguridad. Si el proyecto nacional y popular sigue pensando que el problema de la inseguridad es exclusivamente un tema de política social va a chocar contra una pared. No solo va a perder votos. Es una problemática que requiere múltiples abordajes: lo social es una pata, también necesitás a la justicia y a las fuerzas de seguridad, a las cuales hay que enseñar a trabajar garantizando que no haya connivencia con el nivel político. Creo que hay temas que puso en agenda este gobierno que nosotros no podemos dejárselos.

El tema de la corrupción no podemos dejárselo a la derecha. Nosotros tenemos que cambiarle el horizonte de significado e introducir a la elite económica en la cuestión. La discusión sobre quién ocupa el Estado y cómo lo hace también hay que darla.

Si no, luego llega un gobierno popular que termina loteando el organigrama estatal para los dirigentes de las diferentes agrupaciones que sustentan el proyecto. Y eso es pegarse un tiro en el pie. Es el desafío que tiene cualquier gobierno que crea en la intervención estatal para la conducción de los procesos económicos. Se necesita un Estado que tenga un conjunto de atributos. No hay que llenarlo de empresarios como lo hizo Cambiemos, ni tampoco de militantes como creció el kirchnerismo. Debe haber un sistema que forme, reclute, garantice y observe, esto es, un control institucionalizado que no dependa de la calidad de una persona. 

Entrevista: Guillermo Levy y Esteban De Gori