A la derecha de Macri… los pibes para la reacción

En Facebook y Twitter muchos de los seguidores de Agustín Laje, Nicolás Márquez y Javier Milei se muestran fervorosos, rabiosos y virulentos ante cualquier posteo que los critique o ridiculice. Las redes son un campo de batalla en donde las reglas del diálogo no parecen ser muy marcadas, como se ve en los insultos, memes y enlaces de videos de Márquez y Laje “destrozando liberprogres” o Milei dando “clases de economía a los zurdos”. Sin embargo, en los eventos que los intelectuales mediáticos de la derecha argentina organizan junto a sus fundaciones, estos jóvenes no se muestran violentos. Van contentos, entusiasmados, con ganas de conversar entre sí y conocerse, dispuestos a escuchar a sus referentes que “ponen en palabras” lo que ellos sentían y no sabían cómo expresar. En las conferencias parece materializarse el lazo social que le da forma a la sensibilidad autoritaria, conservadora, individualista, liberal y antiestatista que los autores pregonan en sus libros, discursos e intervenciones.

Diversos grupos de adolescentes liberales, anarcocapitalistas, evangélicos y católicos provida, y representantes veteranos de las derechas tradicionales (promilitar, católica y en menor medida nacionalista) convergen y reconocen ser una multitud, que antes estaba dispersa y silenciosa, pero que gracias a Laje, Márquez y Milei y a “la ola celeste”, hoy parece tener potencial para crecer y hacerse escuchar.

¿Quiénes son los seguidores de Laje, Márquez y Milei? ¿Qué intereses tienen? ¿Qué leen? ¿Qué los conmueve? Santiago y Pamela son dos jóvenes que, al calor de un clima político propicio y una situación económica que empeora, no tienen pruritos en identificarse como de derecha, en militar en contra del aborto o del feminismo.

***

“Se ha despertado una contrarreacción. En términos de la Revolución Francesa, somos los contrarrevolucionarios, para frenar todo. Ha despertado gente que no se movilizó nunca en su vida. Han tocado la fibra tan íntima, valores tan arraigados, que salen a la calle porque no pueden más…”. Santiago tiene 23 años y explica de esa manera el momento que vive la derecha. Sigue a Agustín Laje y a Nicolás Márquez en sus conferencias, en las redes y en sus libros. Su ejemplar de El libro negro de la nueva izquierda está gastado por su uso, sus lecturas y sus anotaciones. El best seller de la derecha antifeminista que lleva vendidos 20 mil ejemplares pasó también por las manos de un amigo que comparte sus ideas y por las de una profesora de su facultad a quien se lo prestó luego de una acalorada discusión en clase sobre la violencia de género: “Ella es radical, de centroizquierda. Le dije ‘Llevate el libro y leelo’. Me lo devolvió marcado, se ve que lo leyó”. Cuenta que aunque la profesora no estaba de acuerdo con lo que el libro decía, él se sentía contento con que haya podido leer los argumentos de su postura y que por lo menos le hayan hecho “ruido”. Santiago sigue a Laje y a Márquez porque considera que su voz busca reunir a la toda la derecha, dejando de lado las diferencias existentes para enfrentarse al enemigo común en mejores condiciones. “Ellos encauzaron todo lo que yo venía haciendo por separado, todo en un mismo lugar”. El enemigo es “el marxismo cultural”. “Laje lo dice muy claro y lo explica mucho mejor que yo: es el avance contra las instituciones que sostienen el Estado, la familia, la iglesia y las FFAA. Acá en los setenta quisieron imponer un Estado socialista y no les fue bien, ahora la izquierda va más por lo cultural, por lo económico”. 

Santiago tiene una pequeña biblioteca en el monoambiente que alquila en Santa Fe y 9 de Julio. Allí ubica los libros que compra de manera frecuente. Aunque no haya un orden que pueda identificarse a simple vista, sobresalen dos temáticas principales. Por un lado, los libros religiosos y sobre el catolicismo: distintas ediciones de la Biblia, las Confesiones de San Agustín, Historia de los Papas, entre muchos otros. Por otro lado, los libros revisionistas sobre los años setenta, los que niegan el terrorismo de Estado y al mismo tiempo reivindican el accionar militar: los dos títulos de la dirigente del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (CELTYV), Victoria Villarruel Los llaman… jóvenes idealistas y Los otros muertos, coescrito con Carlos Manfroni y Mentirás tus muertos del exmilitar José D’Angelo. También tiene Circo Kirchner de la funcionaria de Cambiemos Laura Alonso y La revolución del 55 del abogado Isidoro Ruiz Moreno. Sus librerías favoritas son las católicas de Barrio Norte, como San Pablo y Claretiana.

Santiago terminó la secundaria en un colegio público y decidió estudiar Ciencias Políticas en la Universidad del Salvador. Tuvo un pasaje fallido por el Instituto Joaquín V. González, donde estudió Profesorado en Ciencias Jurídicas por un año. Lo revive como una experiencia dura, entre otras cosas porque reprobó un trabajo práctico en el cual basó su argumentación en sus libros sobre los años setenta, que chocan contra cuarenta años de historiografía e investigación académica sobre el pasado reciente. En la contraposición de visiones sobre la realidad, considera a esta última como “tendenciosa” y la que sus libros aportan, como “fáctica”. Al igual que Laje, piensa que los libros que lee aportan datos, información objetiva y por ende incontrastable: “Yo cito autores, cito estadísticas. Los libros me dieron datos: ‘Muere un hombre cada tres horas’, lo dice la OMS’. Te da argumentos, me ayuda a orientar debates”. 

Va a la Facultad por la mañana y por las tardes alterna entre sus clases de catequesis, los círculos de formación del Opus Dei y la participación en las reuniones de Marcha por la Vida, una de las organizaciones que lideran la lucha en contra del aborto y la ESI. Asiste a misa casi todos los días y antes de dormir lee la Biblia. Como la mayoría de quienes asisten a las conferencias de Laje y Márquez, votó a Macri y hoy se siente desilusionado. Incluso militó en el PRO pero abandonó el partido por considerar a Cambiemos como “más de lo mismo”: “Me preocupan los temas valóricos. Cuando vi esto de las casas para los transexuales, la hormonización y todo pagado con nuestros impuestos, dije basta, eso no lo negocio. En lo económico podemos diferir, pero el tema de vida y familia no, porque es la base de la sociedad, si tocás eso se viene todo abajo. Mis compañeros me decían ‘no te vayas, pensamos como vos’, pero nadie hace nada”. Como en los cientos de años de historia del liberalismo argentino, sus argumentos de la libertad económica se llevan bien con la postura autoritaria-conservadora en el resto de los planos de la vida social: “Yo siempre tuve en claro lo que era la familia, lo que era la vida, si bien no era un militante, no me lo ponía en cuestionamiento. Ahora tenemos que explicar que la vida empieza desde la concepción, es insólito”, comenta con exasperación. 

Intenta trasladar su posición conservadora sobre la vida también a sus momentos de ocio. “He ido a boliches pocas veces, no es que no me guste, sino que es una ocasión propicia de descontrol… San Agustín decía ‘quien evita la tentación, evita el pecado’, si uno quiere tener una vida de fe seria, hay lugares que prefiero evitar”. Luego de indagar acerca de cómo le resultaba ese intento, comenta que “por ahora, bien”.  Si se junta con amigos de la parroquia, va al cine, a McDonald’s. Si está solo, le gusta ir a leer a un café. Es aficionado de las series policiales, La ley y el orden, Chicago PD, “para variar”, bromea, como si al hablar sobre sí mismo estuviera descubriendo un estereotipo de joven conservador. Su familia lo ayuda con sus gastos, pero obtiene ingresos a partir del arbitraje. Los fines de semana dirige partidos en la liga metropolitana de fútbol. Su referente en ese mundo es Javier Castrilli, “El sheriff”: “A mí me gusta el orden, he tenido algunos problemas, me han pegado. Me dicen: ‘Sos de derecha, árbitro, todo ordenadito’. Desde mi lugar, me gusta hacer más justo un deporte que es muy lindo. Pero lo traslado a la educación, a la formación. Todo lo que tiene que ver con poner en orden las cosas, me gusta”. 

Su pasión por el orden, la religión y por las ideas de derecha parece haberse salteado una generación. Sus abuelos paternos y maternos eran militares y católicos. Sus padres, en cambio, son ateos y de izquierda. Como cuando lo tuvieron eran muy jóvenes y trabajaban, Santiago pasó mucho tiempo con sus abuelos y quedó embelesado de sus historias y sus creencias. Con sus padres no habla de religión ni de política. Tampoco con su hermana, a la que califica de abortista. Santiago se define como “liberal conservador” desde muy joven: “La rebeldía de mi mamá fue por izquierda. A mí siempre me gastan con que mi rebeldía hacia mis padres fue por derecha”. Se considera valiente al hablar de la “mentira de los 30 mil”, de la defensa de la vida y de la familia. “Ya no hay indiferencia. Si algo caracteriza a la izquierda, es que coopta a las juventudes. Hay muchos que somos disidentes a eso y cada vez somos más. No vamos a seguir a la masa, vamos por aca. Ese es el pensamiento crítico”. 

***

“Hoy estamos con una mujer realmente crítica (…) Es una rara avis, ella no se asume como feminista, entonces estaría faltando a su conciencia de género”. Así presenta Agustín Laje a Pamela en un video de Youtube que circula en la red. Ecuatoriana, de 33 años, bilingüe, y con una abundante cabellera ondulada de tono oscuro que domina su apariencia física, esta militante provida, “amante voraz de la libertad” como se define en Twitter, llegó a Buenos Aires a los 19 años para estudiar el Profesorado en Lengua Inglesa en la UADE. Cultiva una imagen de persona ocupada. La primera vez que pautamos el encuentro propuso el día sábado porque en la semana su agenda rebalsaba de actividades. En el video con Laje se presenta como profesora, traductora, columnista en el Panam Post, voluntaria en la Fundación Libre, cofundadora del Partido Libertario en Cuba y de la biblioteca del Instituto Mises-Mambí, una organización que promueve el “libre mercado” y los “derechos humanos” en la tierra del castrocomunismo. “Hago de todo y lo que menos hago es dormir”, resopla Pamela, en un tono que apenas disimula la jactancia de saberse y mostrarse proactiva. 

Suele alternar entre un look formal y otro más teen, acorde con el público joven que sigue a Laje, Milei y Márquez. Para el evento de marzo, en el auditorio de Belgrano, se tiñó unos mechones de celeste, vistió una pollera holgada, medias can can y una remera blanca con la cara de Laje iconizada y la consigna “No fue ley”. Pamela dice que concuerda con algunas ideas de “Agustín” y con otras no tanto. Contar con el “plus” de ser mujer la habilita a plantear ciertos temas e ir a fondo, a diferencia del referente joven de la alt right argentina, quien “se tiene que frenar, aunque no lo parezca”: “Él rescata la primera ola del feminismo. Yo no. Es una discrepancia que tenemos. Yo voy a profundizar mucho más. Por ejemplo, él plantea que el capitalismo liberó a la mujer y yo planteo que la mujer nunca fue sometida”. 

Disentir es un acto que le permite posicionarse, primero como lectora crítica y luego como columnista y escritora con ideas propias. Se sabe “más anarquista” que el presidente de la Fundación Libre porque adhiere al paleolibertarismo, una corriente del libertarismo desarrollada por los pensadores anarcocapitalistas Murray Rothbard y Lew Rockwell, que combina valores culturales conservadores con una oposición a la intervención y a la existencia del Estado.​ Los liberales clásicos con los que comulga Laje, en cambio, postulan un Estado mínimo, con normas de justicia y seguridad. “Eso -dice- va a cambiar necesariamente tu concepción del feminismo y del voto. Si quieres que el Estado esté fuera de tu vida no rescatas nada de eso”. 

Aunque ser mujer y hablar de feminismo le parece un cliché, tiene contemplado escribir un libro sobre la temática para el sello Unión, la misma editorial que lanzó al mercado El libro negro de la nueva izquierda. “Ellos me pidieron a mí”, aclara. Aún no cuenta con los bocetos pero la idea la tiene fija. Quiere demostrar que el feminismo es funcional al socialismo e incluso fantasea con un título que a primera vista despiste y pueda serle atractivo a un público de izquierda -del estilo “feminismo y socialismo, dos caminos entrelazados”-, de modo que el lector, a medida que se adentre en las páginas, descubra un contenido sustancialmente distinto al esperado.                                                                                                                              

“Somos personajes que tendemos a generar controversia”, reflexiona Pamela. El temor a ser ridiculizada en el papel tal vez explique el acompañamiento de Miguel en la entrevista, un amigo suyo de la misma edad, licenciado en Filosofía por la UBA y becario doctoral, militante libertario aunque, a diferencia de su correligionaria, crítico y distante del espacio en el que convergen Milei, Laje y Márquez. Pamela cuenta que en la penúltima edición de la Feria del Libro fue agredida por unas “feministas” que le pegaron con un consolador, que en una de las tantas marchas “provida” del 2018 le escupieron en la cara y que desde que subió a las redes una imagen suya con la remera “Yo amo el patriarcado” recibe muchas amenazas. El recuento de esos episodios parece justificar aún más la presencia de Miguel, que surfea entre un look nerd -pelada al ras, gafas de carey, porte arrogante- y una estética propia de los adeptos a la musculación -viste una remera negra de algodón ceñida al cuerpo que realza los bíceps de sus brazos y que le calza justo en su rol ocasional de “guardaespaldas”. Aunque su presencia apunta a ser un “back up” y un resguardo para la entrevistada, a medida que se desarrolla el encuentro interrumpe seguido la conversación para exhibir su punto de vista, corregir a Pamela en sus aseveraciones y marcarle -como policía del dato duro- cuáles de ellas se sustentan en “estadísticas” y “estudios empíricos” y cuáles no. 

“Les voy a demostrar que ella no les sirve, que ella no es de derecha”, afirma Miguel en relación con Pamela, mientras desenfunda un cuestionario de preguntas que escribió en el anotador de su celular. “¿Estás a favor de liberalizar por completo el consumo de drogas?”. “Sí” -contesta Pamela. “¿Estás a favor de legalizar el juego, la prostitución y el proxenetismo?”. “No”. “¿Estás a favor de liberar unilateralmente el comercio?”. “Sí”. “¿Estás a favor, si no de liberar por completo las fronteras, de permitir un aumento muy significativo de la movilidad de personas respecto de lo que hoy existe?”. “No”. “¿Estás a favor de que Estados Unidos cierre las 700 bases que tiene alrededor del mundo, haga volver a todas sus tropas y reduzca el gasto militar?”. “Sí”. “¿Estás a favor de desnacionalizar el dinero?”. “Sí”. “¿A quién consideras el principal agresor en el conflicto palestino-israelí?”. “A Israel”. “Listo, respondiste que sí a la mayor parte, no sos de derecha”, concluye Miguel de modo resolutivo. 

Para Pamela, en cambio, se trata de alcanzar una síntesis entre las diversas tendencias. “Un amigo me dijo el otro día… yo pensé que iba a decirme que estaba muy conservadora últimamente, pero me dijo: ‘vos sos liberal, sos más liberal que los liberales’. ‘¿Por qué?’, le pregunté yo. ‘Porque vos tolerás a los conservadores’”. La apelación a una ética de la tolerancia entre doctrinas reemerge en varios momentos de la conversación. Le gustaron las últimas palabras de Márquez en el auditorio de Belgrano referidas a este aspecto y desde entonces las hizo suyas: «Me pareció muy valioso cuando dijo que el nacionalismo vuelque su amor por la patria y la libere del Estado, que sea por la nación y no por el Estado. Al conservador que abrace el progreso, y al libertario que valore la vida como primer derecho. Entonces tomar las líneas en común y capacitar al otro en lo que está débil. A mí eso me pareció constructivo”. Con esa tónica, escribió un ensayo donde ella, libertaria, propone pensar a la familia como “base de la sociedad libre” porque es la mayor garantía de la seguridad social y, sobre todo, porque le quita al Estado su razón de ser. “En principio, hay mucha información empírica que te acompaña”, agrega Miguel, convalidando la posición de su amiga con el infaltable dato duro. 

La amalgama de valores liberales, nacional-católicos y conservadores demanda una serie de flexibilidades y esfuerzos que van más allá de las lecturas, de la pluma y el papel. Impele a asumir comportamientos y prácticas en la vida cotidiana, en una suerte de praxis donde el trabajo y la militancia en las ideas deben revalidarse y retroalimentarse de actividades y compromisos en el llano.

Desde el año pasado, cuando se involucró en la campaña “provida” y ganó en exposición pública, comenzó a frecuentar círculos de socialización religiosa a pesar de no tener un pasado ligado a la fe. Según dice, la moral cristiana le aporta un marco de valores, un “contenido valórico” que deviene compatible con su filiación libertaria, al promover redes de solidaridad en la esfera privada y disputarle al Estado la hegemonía moral para determinar lo que está bien y lo que está mal. Una vez al mes recorre hospitales públicos con un grupo de evangelistas, porque ser provida y “solo querer que el chico nazca” es muy fácil: “Esas son las acusaciones que nos hacen, ¡que solamente nazca!”. También hace caridad con un movimiento católico, aunque eso no la cohíbe de criticar la aletargada reacción que tuvo la Iglesia para movilizar a sus fieles en la causa “provida”. Entre risas, recuerda la vez que logró ingresar a un espacio católico por intermedio de un conocido: “Fue chistoso porque me presentó como ‘una amiga muy católica’ y pensé ‘¿yo, muy católica?’. Ni siquiera me confirmé, ni siquiera sé qué responder ante los ritos. ¡Y encima hicieron un video de lo que fue la gesta provida y aparezco yo! (se ríe) ¡Salgo con un rosario y al lado de un fraile! (se ríe). No es que lo reniego, simplemente no soy la representante de… o sea, en mi caso no fue mi fe lo que me llevó al movimiento provida sino el movimiento provida lo que me llevó a la fe”. 

Analía Goldentul
Licenciada en Sociología y maestranda en Estudios Sociales Latinoamericanos (FSOC-UBA). Es investigadora del Grupo de Estudios de Sociología Histórica de América Latina (GESHAL). Desde 2015 es becaria doctoral del CONICET.

Ezequiel Saferstein
Doctor en Ciencias Sociales (FSOC-UBA), magíster en Sociología de la Cultura y el Análisis Cultural (IDAES-UNSAM) y licenciado en Sociología (UBA). Docente e investigador asistente CONICET con sede en el CeDInCI/UNSAM.