50 años de Stonewall. La bandera arcoíris cubre la raza

La bandera arcoíris cubre la ciudad de New York preparada para conmemorar los 50 años del levantamiento de Stonewall y celebrar el Pride, el Orgullo. Todo es muy Pride. Muchos se saludan con un “Happy Pride” o brindan por él. La fábrica de sentimientos funciona a todo vapor. Constantemente emergen palabras e imágenes que celebran lo que un día se reprimió, lo que aún se reprime. Los grandes bancos incorporan el arcoíris a su logotipo, las delegaciones policiales, iglesias evangélicas, restaurantes, verdulerías, supermercaditos y zapaterías tienen una bandera. En la mítica esquina de Christopher St con la 7° Avenida, la senda peatonal se hace rainbow. No veo banderas en iglesias católicas, en el edificio del Ejército de Salvación ni en empresas de la marca Trump. 

Me siento dentro de las fauces de una bestia con dientes muy limpios y cuidados. Las calles del West Village, donde todo comenzó según los festejos, no lucen la oscuridad, el desparpajo y la miseria de antaño. Entre las políticas inmobiliarias de la New York University (NYU), la transformación de los embarcaderos o pier sobre el río Hudson en parques públicos y tantas otras historias produjo una fuerte gentrificación del barrio. “Ahora es un área tranquila”, me comenta el camarero de un bar sobre la calle Christopher, algo así como la espina dorsal de la vida nocturna gay del lugar. “Ya no se ve lo que se veía antes”, continúa marcando. En ese otro tiempo había más sexo callejero, más agresiones y más acosos policiales. Ahora todo eso está cool

La clientela principal de este bar, en funcionamiento desde los años 70, está formada por varones, generalmente blancos y mayores de cuarenta años. La primera noche conozco a Rico, Robert, Isaac y Eric, cuatro amigos que solían encontrarse en este lugar. Rico es el único afroamericano del lugar y todos rondan o pasan holgadamente los sesenta años. 

Isaac me cuenta cómo en la época de la revuelta de Stonewall quedó maravillado con las fotos que aparecían en los diarios y los relatos que leía. Él ya tenía relaciones sexuales con otros varones pero no sabía que también se podía bailar en pareja. Eso, me dice, le cambió la vida. 

Abandonó las afueras donde vivía con su familia, se vino al Village y probó suerte. Hace unos años volvió a su tierra de origen.

La música que suena, acompañada por videos que se ven en los televisores del bar, incluye grandes éxitos de Kiss, David Bowie, Blondie, Bruce Springsteen, Cher y toda otra larga lista de artistas blancos. No se escucha black music ni ritmos latinos. Esos sonidos se encuentran en el bar de enfrente. Según Timothy, un veinteañero blanco que aspira a ser diseñador de moda masculina y que por ahora trabaja de barman los fines de semana, “con tan solo cruzar la calle se ingresa en otra burbuja”. 

En este otro bar, Hangar, fundado en los años 90, la población es mayoritariamente negra y en general son mayores de 30 años. En la barra predomina una iluminación escenográfica y los tonos plateados. Sobre las paredes hay pinturas que representan musculosos cuerpos varoniles desnudos y en movimiento. Toda la estética del lugar es mucho más contemporánea que la del otro bar. En Ty’s predominan los colores tierra y la madera, una iluminación más homogénea y el cultivo de un estilo visual como el de antes. “A los parroquianos les gusta”, me dice el barman. 

Los cielorrasos también son diferentes. Mientras del techo de Hangar cuelgan globos plateados en forma de estrellas, en Ty’s penden pequeñas banderas de papel de diferentes naciones que se mueven agitadas por el aire acondicionado. Al parecer, estas decoraciones cambian regularmente y, en el caso de Ty’s sirven para mantener conversaciones que habilitan contactos corporales. Rico me pregunta cuál era la bandera argentina. Para que pueda mostrársela, toma mi mano y hace que dirija su dedo índice hacía la insignia que Belgrano nos legó. Allí en el medio del salón flamea junto a la de Somalía y otra que ni él ni yo conocemos.  

Más que la edad y la clase, son las diferencias raciales y las estéticas las dimensiones que distinguen a estos espacios neurálgicos en la vida nocturna del West Village. Para mi sorpresa, muchas de las conversaciones giran en torno a la cuestión racial y las clasificaciones en función de fenotipos y formas corporales.

Otra noche, en otro bar, alguien me pregunta “What are you?”. En un principio, mi inglés oxidado cruje y pienso: éste me está preguntando qué soy. Mi cara de extrañeza hace que se explaye con un “White, Muslim, Latino?”. Ok, me digo. Es una pregunta acerca de mi composición étnica. Entonces le cuento que soy español por parte de padre y en la familia de mi madre hay toda una línea de gitanos de Granada. Aprovecho para encajarle un “and you?”. “Only Scotish”. Como un whisky, le contesto, y brindamos con un “Happy Pride!”. Él me chamuya sobre el misterio de los ojos de los gitanos y me acaricia la cabeza. La raza, como las banderas nacionales, son buenos recursos para el inicio de la conquista erótica. 

En este ambiente de bares se hace toda una fiesta y celebración que no necesariamente se relaciona con las otras formas en que se hace presente el Orgullo en la ciudad. Algunos museos ofrecen muestras alusivas: el Guggenheim presenta una exhibición de Mapplethorpe y en el Museo de la New York Historical Society, por 21 dólares, se puede ver Stonewall 50, una exposición que traza una línea de tiempo que va desde las primeras organizaciones por los derechos de homosexuales en la ciudad de New York en 1965 hasta el presente. Como parte de esa exhibición también se dan a conocer materiales de los Lesbian Herstory Archives, que cuentan la fuerte participación de lesbianas en los cambios sociales recientes y una historia de la vida nocturna en el West Village antes y después de Stonewall. En el Met, tan blanco como siempre, que según me cuentan no acepta como benefactores a negros ricos, se lava toda la revuelta en una muestra sobre el camp, donde la figura de Susan Sontag o de los grandes diseñadores ocupan más espacio que las producciones populares y la cultura del voguing originada en los ball queer del Harlem de los años 60. 

Definitivamente la raza está cubierta por la bandera arcoíris.

Gustavo Blázquez

Doctor en Antropología, master en Antropología Social (Universidad Federal de Río de Janeiro), master en Investigaciones Educativas, licenciado en Psicología y médico cirujano (Universidad Nacional de Córdoba). Investigador adjunto del CONICET con sede en el Instituto de Humanidades de la UNC.