26M, ¿el triunfo de la Europa mediterránea?

El pasado 26 de mayo se celebraron elecciones al parlamento europeo. Probablemente son el experimento democrático más complejo del planeta: 427 millones de europeos convocados, distribuidos en 28 países miembros. 28 países con geografías políticas tan heterogéneas como las de la Italia del ultraderechista Matteo Salvini o la Grecia del izquierdista radical Alexis Tsipras. 28 países con tiempos políticos tan disímiles como la España que inicia 4 años de estabilidad política con Pedro Sánchez (PSOE) o una Austria en la que ayer dimitía el primer ministro abocándola a unas prontas elecciones generales.

Se elige además una cámara de 751 diputados, que pasará a tener 705 tras el Brexit (modificándose por tanto las mayorías), cuyas funciones esenciales apenas tienen 9 años de vigencia, los mismos del Tratado de Lisboa. Una institución que por tanto aún no es conocida ni ha despertado el interés de unos votantes convocados a conformarla en este formato apenas por segunda vez en su historia este 26 de mayo.

No es de extrañar que en este escenario la mayoría de los medios de comunicación hagan lecturas en clave nacional de las elecciones europeas –porque así se plantean en la mayoría de países–, que la participación media apenas haya alcanzado el 50% y que, por solo poner un ejemplo, el 74% de los alemanes no conozca a su paisano Manfred Weber, líder del Partido Popular Europeo, el segundo más numeroso de la Cámara, en estas elecciones europeas.

Esta Cámara de 751 eurodiputados de los 28 países miembros de la Unión Europea es parte de un sistema de gobernanza complejo en el que el Consejo de Estado (reunión de los jefes de Estado de los 28) y la Comisión Europea (gobierno de la UE) detentan el poder ejecutivo y una buena parte de la iniciativa legislativa que acaba siendo de obligado cumplimiento en los países miembros.

Entre las funciones fundamentales del europarlamento se encuentra la presupuestaria –puede llegar a bloquear un presupuesto– y la investidura (o no) del presidente de la Comisión propuesto por el Consejo de Estado. El presidente de la Comisión es, entre otras cosas, el responsable último del presupuesto de la UE (165.800 millones de euros en 2019), el máximo representante (junto al presidente del Consejo) de la UE en sus relaciones exteriores (en la Argentina se recuerda la reciente foto el pasado noviembre cuando ambos mandatarios posaban junto a Macri en la cumbre del G20) y a la postre es responsable de préstamos, como el de 225 millones de euros que el Banco Europeo de Inversiones (BEI) concedió recientemente a la Argentina. Hasta la fecha el puesto lo ocupaba el democristiano Jean-Claude Juncker, que hace unos años se atrevía a decir que la Grecia de los recortes sanitarios y salariales, del hundimiento de las pensiones y los servicios públicos “hubiera sido un buen ejemplo para la Argentina para evitar sus problemas de suspensión de pagos”.

Será también la próxima Presidencia de la Comisión la que decida sobre un posible acuerdo de comercio Mercosur-UE y tengan por seguro que importará y mucho si está al frente un país con importante peso agrícola o por contra es la Europa industrial la que decide quién se sitúa en el trono de hierro de la UE.

No es raro, por lo tanto, constatar que quienes sí saben muy bien de la importancia de esta Cámara a la hora de legislar desde las ayudas al agro europeo, pasando por obligaciones en materia de emisiones, hasta la liberalización de sectores transcendentales como puertos o ferrocarriles, sean los mercados y bolsas europeas, que subieron aliviados el pasado lunes al despejarse la duda del papel que los eurófobos podrían llegar a tener en Estrasburgo.

Y es que el escenario que arrojó el 26M permite sacar algunas conclusiones:

  1. La ola dextropopulista y eurófoba no alcanza al corazón de la Unión Europea. Quienes temían que con un tercio de la cámara pudieran bloquear decisiones esenciales en materia de defensa de los derechos humanos o admoniciones ante desviaciones de los principios democráticos de la Unión pueden respirar tranquilos. A pesar de que la extrema derecha o la eurofobia es primera fuerza en Francia, Italia y Polonia (segundo, tercero y quinto país en peso demográfico) sin contar el Reino Unido, su peso relativo se reduce al EFD (de la ultraderecha alemana AfD y el británico UKIP con 54 curules), al ECR (de los extremistas polacos) y el ENF (del Frente Nacional Francés y la Liga Italiana, con 58).
  2. Las familias socialdemócrata (S&D) y popular (PPE), que construyeron la UE y se alternaron hegemónicamente en sus países miembros compartiendo la gobernanza de las estructuras comunitarias, no alcanzan por primera vez en la historia la mayoría necesaria para gobernar con sus 146 y 180 eurodiputados respectivamente (lejos de la mayoría de 353 que se dará tras el Brexit).
  3. En la Europa norte se afianza el avance de los verdes, que pasan a ser el cuarto grupo europeo, con 69 eurodiputados frente a los 52 de 2014, prácticamente los mismos que retrocede la izquierda clásica del Grupo de la Izquierda Europea (de Podemos y Syriza), que pierde 13 posiciones de sus 52 miembros en 2014 a 39 en 2019.
  4. El gran ganador relativo son los liberales de ALDE que pasan de 68 a 109 escaños y que sobre todo se vuelven indispensables para tejer alianzas con otras familias europeas para la composición de la Comisión.

Con este complejo escenario sobre la mesa, ¿está en agenda una alianza de amplio espectro desde los liberales a la izquierda pasando por verdes y socialdemócratas que con 363 eurodiputados dispute la todopoderosa presidencia de la Comisión al Partido Popular Europeo?

Con el liderazgo del PPE debilitado por el anuncio de despedida de Merkel al frente de su partido más fuerte, la CDU alemana, a los populares solo les quedaría reclamar el consuetudinario derecho del spitzenkandidat, la regla no escrita que exige la Presidencia de la Comisión para el candidato del partido más votado, ¿rige esta regla cuando dicho partido solo cuenta con el 24% de los curules?

Pero no nos engañemos, en el juego de tronos europeo está en liza mucho más que eso.

No se trata solo de socialdemócratas y liberales frente a democristianos, no se dilucida exclusivamente en estos días el futuro camino de la Unión en términos de recuperación de agenda social y fin de las políticas de austeridad. En una Europa sin el peso estabilizador del siempre independiente Reino Unido, las cancillerías y jefaturas de Estado no permanecen ajenas a la recomposición de los grandes ejes de alianza estratégica.

La cena entre Pedro Sánchez, presidente español (y con la agenda electoral despejada) y líder del partido con más miembros del grupo socialdemócrata europeo, y Emmanuel Macron, presidente francés y líder del partido con más miembros del grupo liberal europeo, en el Elíseo nos pone ante la posible recuperación de un viejo eje europeo, el francoespañol. Una Francia siempre bipolar entre su corazón mediterráneo y su cabeza centroeuropea podría querer escoger una mirada pragmática al sur frente al siempre incierto y subordinado eje francoalemán.

Ante una relativa distancia emocional de sus ciudadanos y mediada por un procedimiento democrático de baja intensidad, el paquidérmico constructo que es la UE se dispone a recobrar el paso. Está por verse si se impone finalmente un rumbo progresista, ecologista, feminista, renovador y apegado a su genética lógica del Estado social y de derecho o por el contrario se amohína en un pacto del gran centro para consolidar una Europa de los mercados y no de los pueblos. Lo seguro es que, suceda lo que suceda, será crucial para definir el futuro del continente, la reencarnación o no de reforzados dextropopulismos o la constitución definitiva de una referencia universal de democracia e igualdad. Y reconozcámoslo, con su futuro Europa, por pura irradiación, marcará parte del futuro del resto del mundo.

Sergio Pascual
Exdiputado en la XI y XII Legislatura y presidente de la Comisión de Fomento del Congreso en España. Actualmente es colaborador de CELAG, Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica.