Black mirror: Foucault y un oso blanco

Todos sabemos que estamos en una sociedad del espectáculo. Otro de los capítulos de Black mirror, “Oso blanco”1, nos lleva a pensar en este proceso.

La sociedad del espectáculo no tolera lo íntimo, ni tampoco lo secreto. En lo humano, lo íntimo y el tiempo secreto se unen. Por lo que, fascinada por los secretos íntimos, la lógica del show alienta la revelación de las intimidades, la publicación de los secretos de alcoba de los famosos o las supuestas intrigas o conspiraciones descubiertas en los altos niveles del poder. La mentalidad del espectáculo odia lo que se esconde a los escenarios (que es como decir lo que se escamotea a las pantallas en las que se multiplican los espectáculos). Pero a la exhibición de la invasión de la privacidad (paparazzi mediante), se le agregan otras variantes de lo espectacular: el show de la pobreza ajena, del desamparo de los refugiados; el show de la guerra y las gentes sin techo en ciudades bombardeadas… Pero también el espectáculo se deleita en la escenificación del castigo y la crueldad. El ciberbullying de niños en escuelas, por ejemplo, o la filmación del apaleamiento de vagabundos.

Formas de linchamiento difundidas por las redes, y convertidas en un castigo que se repite, sin fin, en esa eternización del continuo presente de todo lo subido a Internet. Subido a las redes, un linchamiento que ocurrió alguna vez, se convierte en castigo eternamente repetido en un presente on line.

Presente digital que desconoce el olvido2.

El espectáculo diseñado sobre la humillación de un otro indefenso y confundido es el centro de “Oso blanco”. Una castigada, Victoria, expuesta a mirones anónimos que filman todos sus pasos con sus teléfonos móviles. Espectadores que filman y registran, desde la distancia, sin participar en lo filmado. Parodia del espectador de la sociedad del espectáculo. Una supuesta aliada ayuda a la protagonista a escapar. La que huye no sabe quién es. Pérdida de la identidad. Por momentos, un sonido agudo la aturde y la invade con imágenes confusas, desordenadas, de algo esencial que ocurrió. Un trama perdida, fragmentaria, que asoma con regresar. En un bosque, la fugitiva es capturada por lo que parecía un liberador.

La castigada, Victoria Skillane (Lenara Crichlow), fue espectadora de un homicidio; testigo cómplice de una aberración que filmó en su celular. Es culpable. Merece un castigo. Pero la forma de su condena es más importante que el crimen por el que se la castiga.

Lo decisivo en el sombrío mañana de “Oso blanco” no es castigar como acto de justicia, sino como excusa para el espectáculo del castigo cruel. La punición como show y repetición.

El castigo como montaje de un show futuro, que se impregna de lo antiguo. La condenada es expuesta, en la noche, ante decenas de espectadores furiosos que la filman, insultan, la ven pasar en un vehículo cerrado. Vehículo que la aísla como una bruja conducida en un carromato hacia su hoguera. Hacia una fogata no de fuego, sino de un dispositivo que descarga en su cerebro ondas sonoras agudas e hirientes, que la enloquecen, mientras, otra vez, debe ver su filmación de la niña que murió, cuya última posesión era un osito blanco.

El espectáculo del castigo cruel es parte de un programa de televisión que empieza y termina con un símbolo que el asesino, novio de la cómplice castigada, tenía tatuado en su nuca. Un símbolo sin significado aparente, una figura devenida ícono o logo de un programa; una marca de un estilo televisivo de castigar mediante el entretenimiento repetido de un espectáculo en un parque temático de la justicia, White bear justice park; el lugar en el que se repite la misma condena para la misma víctima. Variante de la sociedad del entretenimiento total, voraz, feroz; compuesta por las audiencias que demandan adrenalina sádica para escapar de su embotamiento inacabable; variación de la sociedad cuyos valores giran en torno a los talent shows en 15 millones de méritos. Castigo teatralizado, con actores, guión, ensayos, y la participación del público espectador, que goza con filmar lo escenificado. La pena impuesta a la condenada se degenera en el eterno retorno de un castigo cruel televisado. Eterno retorno del castigo como los imaginaron los griegos respecto a Sísifo o Tántalo; o Dante, y la repetividad eterna del tormento de los condenados en su Infierno de la Divina comedia. Lo moderno como mutación de lo premoderno. Foucault nos confirmará esa continuidad…

Podríamos imaginar que el autor de la Historia de la locura3 visita el parque de la justicia dentro de Black mirror. Se sienta detrás del auditorio en el set de televisión. Quiere observar para pensar, no para aplaudir y gritar, según lo que le pida el personal de estudio. Entonces, podría decirnos que, si pensamos que la crueldad como espectáculo en “Oso blanco” es solo propia de una sociedad de la televisión y el entretenimiento, caeríamos en un error.

Detrás de lo que la serie proyecta hacia un futuro distópico, se esconde la continuidad del pasado. Continuidad de la barbarie. El castigo televisado dentro de la distopía de Black mirror, como continuación de estructuras atávicas.

Ya antes lo observamos: la mujer castigada hecha desfilar ante el público cual una bruja del tiempo medieval destinada al fuego de la Inquisición; o Sísifo que debe empezar su condena una y otra vez, como la castigada en la ficción.

El pensador francés de Vigilar y castigar bien podría guiarnos en la continuidad entre lo antiguo y lo actual a propósito del espectáculo del castigo cruel. En la antigüedad, la materia del espectáculo oscilaba entre el teatro, los ritos y las matanzas en los coliseos romanos. La muerte de gladiadores o esclavos incorporaba lo cruel como parte de lo espectacular en la cultura antigua. Nietzsche (preferido de Foucault en Nietzsche, la genealogía y la historia) asegura: “la crueldad constituye en alto grado la gran alegría festiva de la humanidad antigua”4. La crueldad sobre los castigados genera alegría festiva. Fiesta y espectáculo. El espectáculo festivo como bien público. “Sin la crueldad no hay fiesta, así lo enseña la más antigua, la más larga historia del hombre -y también en la pena hay muchos elementos festivos”5. La pena, la sanción de la pena, al decir del Nietzsche de La genealogía de la moral, iba acompañada de elementos festivos, derivados de su visibilidad como espectáculo público; la crueldad de la aplicación de la pena, entonces, como parte de un espectáculo festivo.

“Oso blanco” nos desliza hacia un futuro cercano, en el que se repite el cruel espectáculo del castigo sobre los cuerpos del pasado. En “El cuerpo de los condenados”, apertura de Vigilar y castigar, Michel Foucault nos otorga un ejemplo. En 1757, poco antes de la Revolución Francesa, y su paso gradual de lo monárquico hacia lo republicano, Robert François Damiens intentó asesinar al rey. Fracasó en su intento. Pero la ley, en el caso de un regicida, se descargaba con la máxima violencia. La potencia monárquica que descuartizaba el cuerpo del condenado. Descuartizar al desdichado frente a la vista de todos. Cruel espectáculo público. El condenado Damiens fue llevado a un cadalso, en la Plaza de Grève, y allí es masacrado para regocijo de la ley, el rey y el pueblo. Así tenemos en el mismo Siglo de las Luces o de la Ilustración, “un cuerpo supliciado, descuartizado, amputado… expuesto vivo o muerto, ofrecido en espectáculo”6. En Inglaterra, las ejecuciones públicas en la horca en Tyburn, se sumaban a los ejemplos modernos del atávico castigo público y normalizador7.

Bajo las reformas humanistas del jurista Beccaria, en De los delitos y las penas (1764), la pena dejará, en teoría, de tener como propósito castigar para tratar de “corregir, reformar, curar”. La supresión del suplicio del condenado en un espectáculo popular, como avance moral. El interés por moralizar el castigo como, a su manera, lo buscaba la Iglesia o los dibujos moralizadores de Hogart8.

La moralización por la pena es lo contrario a lo que la ficción “Oso blanco” sugiere, en tanto nos muestra un retorno al castigo sin el fin de “curar” al victimario, porque su propósito es someterlo a un tipo de suplicio que, en el mundo más “refinado” del futuro (inseparable de nuestro presente), es psicológico, antes que físico.

A pesar de las apariencias, el castigo en la Modernidad ilustrada y en las sociedades disciplinarias, según la terminología de Foucault, no será para corregir, sino para normalizar a los individuos e integrarlos a la dinámica “necesaria” de la sociedad. En este sentido, el castigo en “Oso Blanco” es crear continuos espectáculos que contribuyen a la normalización de las cosas en la sociedad del show insistente; así, el modo de castigar que entretiene se atiene al funcionamiento “normal” de una sociedad que exige la diversión continua.

Una de las punzadas más perversas es que la castigada ignora que actúa dentro de un show televisivo. Situación semejante a la de Truman Burbank (Jim Carrey) en The Truman show. Con guión de Andrew Niccol (también autor de El señor de la guerra y Gattaca), y dirigida por Peter Weir, esta ficción gira en torno a un programa de televisión de reality. Desde su nacimiento, Truman Burbank es captado por las cámaras. Pero sin saberlo. Su vida es filmada mediante miles de cámaras ocultas, las 24 horas. El devenir de sus días y noches es transmitido en vivo a todo el mundo. El director del programa, Christof, convierte a Truman en su objeto de estudio; sus emociones y reacciones en distintas situaciones son el material por el que se televisa el comportamiento humano en las condiciones “reales” de la existencia diaria. Truman vive en una ciudad, Seahaven. Seahaven es un decorado inmenso que incluye una cúpula celeste de la que pende un sol, y que incluye la cercanía de un mar artificial. El set es transitado por actores y personal del equipo. Todo es así un montaje. Un espectáculo cuidadosamente preparado. Desde el entorno urbano hasta el paisaje. Lo único espontáneo es Truman. Y su espontaneidad depende de su no saber que es el centro de una invasión televisiva total9.

Estar atrapado en un mundo irreal, montado, e ignorar esa situación. Concepto que desde The Truman Show y “Oso blanco” puede remontarse hasta Ragle Gumm, en Tiempo desarticulado (Time out of Joint), novela de Philip K. Dick, de 1959, en la que Gumm vive en un mundo fingido, hasta que descubre esta situación10.

Vivir atrapado en un mundo falso, artificial, sin conciencia de ello. O cuando se descubre esta situación, no poder hacer nada para que el montaje cese. La castigada a la que, una y otra vez, le es revelado que todo es falso, pero para luego sumirla, nuevamente, en el olvido, de modo que viva la nueva escenificación de su espanto como si fuera la primera vez. La filmación de su persecución, captura y tortura dentro del show pretende justicia como castigo a su actitud de haber filmando el sufrimiento y muerte de la niña del osito blanco, sin haber hecho nada para evitarlo. Su castigo se legitima en términos de una ley de Talión, otro rasgo de lo antiguo que se repite en lo moderno. El ojo por ojo, diente por diente11. Si Victoria filmó la tragedia de la niña como mero espectador, merece que su propio tormento sea filmado a su vez por espectadores impasibles. La condenada, entonces, es sometida a la misma aberración. A quien filmó el homicidio de una niña se la castiga con la filmación, una y otra vez, del sufrimiento de su condena; pero ese castigo vela el deseo de ver de nuevo el padecimiento de la condenada; de ser espectador de un castigo contaminado por la repetición sádica, dentro de una sociedad donde casi todos son espectadores.

La escenificación del castigo repetido de una cómplice de asesinato, ocurre dentro de un Parque de la Justicia. Un parque temático consagrado a la repetición de la pena de la criminal. El espectáculo de la reiteración de la pena dentro de un proceso de disneyficación de la administración de la justicia12. Sociedad en la que la equidad del castigo encubre la liberación de instintos de furia y destrucción; actitud que contradice la imagen de un mundo que se pretende “civilizado”.

Crítica a una desmadrada sociedad del espectáculo, pero también a la pretensión de civilización que, tras su aparente sofisticación, camufla su sed de bestialidad y el goce de lo cruel. Ferocidad que no se ciñe a la repetición eterna de la pena, sino también a su dimensión de tortura.

La reiteración de la pena hace de la castigada la víctima de una tortura. Un tormento que excede a la justicia de la pena. Tortura como goce ante el máximo de indefensión y humillación de la sometida al circo televisivo del castigo incesante. No solo teatralización de la condena sino también la tortura como centro de la locura de un espectáculo desaforado. Contrapunto de la crueldad que tortura y la civilización; como otra contraposición que Foucault gusta recordar: la paz como disfraz de la guerra continua13.

Y si la castigada, enloquecida por su tormento, alguna vez lograra escapar del Parque de la Justicia, su fuga sería otra variante del show, que los espectadores aplaudirían, mientras encenderían de nuevo sus cámaras. Para filmar la persecución. La alegría de la nueva distracción.

Notas

1 “Oso blanco” (“White Bear”), segundo capítulo de la segunda temporada de Black mirror, emitido el 18 de febrero de 2013, con dirección de Carl Tibbetts y guión de Charlie Brooker.

2 El linchamiento es castigo cruel convertido en espectáculo público; esa agresión puede repetirse como linchamiento virtual. La intensidad de la humillación y la crueldad se acrecienta por la presencia de los espectadores, que ahora no son solo los espectadores físicos, sino también los virtuales. Pehlu Khan, un lechero de 55 años, del estado de Rajastán, en la India. Un musulmán, acusado de contrabandear vacas en el país en que estos animales son sagrados. Los “justicieros de vacas”, hombres jóvenes, lo rodean. Lo golpean con cinturones y palos. El hombre indefenso cae, se toma el estómago. Comienza su martirio. Su linchamiento convertido en espectáculo viralizado por las redes. “Una multitud con cámaras y smartphones lo rodea. En una pantalla dentro de otra, vemos cómo Khan es brutalmente golpeado por los justicieros a plena vista de todos. Murió tres días después”. Los intereses y costumbres de la India obstruyen la justicia. Los culpables no son alcanzados por la ley. El atavismo de las costumbres eleva a las vacas a un sitial mayor que la vida humana. No solo los espectadores físicos presentes, sino acaso millones de internautas ven el castigo por las redes, en un video que, en el presente continuo del on line, puede ser visto una y otra vez. El show del castigo así, nunca se detendrá, nunca pasará al olvido. Siempre estará allí como parte de un espectáculo sin fin. Fuente: Aatish Tasser, “Anatomía de un linchamiento”, en New York Times, 6 de mayo de 2017.

3 Ver Michel Foucault, Historia de la locura en la época clásica, en dos volúmenes, F.C.E., un fascinante recorrido desde el Renacimiento hasta el siglo XIX respecto a las formas y mutaciones del paradigma de la locura como efecto de formaciones discursivas (los discursos respecto al ser loco desde el arte, la medicina, la psiquiatría, la filosofía de las diversas épocas).

4 Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral, Madrid, Alianza, p. 75.

5 Ibid., p. 76.

6 Michel Foucault, Vigilar y castigar, p.16. A Damiens le debían ser “atenaceadas las tetillas, brazos, muslos y pantorrillas, y su mano derecha, asido a ésta el cuchillo con que cometió dicho parricidio, quemada con fuego de azufre, y sobre las partes atenaceadas se le verterá plomo derretido, aceite hirviendo, pez resina ardiente, cera, y azufre fundidos justamente y a continuación, su cuerpo estirado y desmembrado por cuatro caballos y sus miembros y troncos consumidos en el fuego, reducidos a cenizas, y sus cenizas arrojadas al viento”.

7 En Tyburn, pequeña aldea en el condado de Middlesex, hoy parte de Londres, hasta el siglo XVIII se realizaban muchas ejecuciones públicas que comenzaban con una procesión de los prisioneros desde la cárcel de Newgate, pasando por la calle Oxford. Por otro lado, el 19 de junio de 1890, en Madrid, Higinia de Balaguer Ostalé, una sirvienta de 28 años, acusada del asesinato de su empleadora, la viuda doña Luciana Borcino, es ajusticiada por el garrote vil. Su ejecución pública fue presenciada por cerca de veinte mil personas. El castigo como espectáculo público involucró, también, la quema en las hogueras de los acusados de herejía por la Inquisición más en tiempos modernos, del siglo XVI o XVII, que de la Edad Media. Como se ve, los ejemplos de castigar como parte de una puesta en escena pública y espectacular no tienen ninguna novedad.

8 William Hogarth (1697-1764), gran artista británico, grabador, ilustrador, pintor satírico. Pionero de la historieta. Su excelencia artística se reparte desde el retrato realista hasta pinturas llamadas “costumbres morales modernas”, que prefiguran el estilo de los cómics. Maestro de la sátira social y política, con conexiones con la literatura de Henry Fielding y Jonathan Swift. Las cuatro etapas de la crueldad (The Four Stages of Cruelty) es su serie de cuatro grabados de 1751, en los que la representación de la crueldad adquiere una intención moralizadora. Los dibujos representan las distintas etapas en la vida del personaje ficticio Tom Nero. Nero sigue un camino de generación de crueldades sobre otros: perros, caballos, hombres, incluyendo robo; hasta que es ejecutado en la horca, y su cadáver, finalmente, se convierte en el centro del espectáculo de la autopsia por los cirujanos en un anfiteatro anatómico. La representación de la crueldad y el castigo son todavía parte de una intención moralizadora. Castigar para enseñar el mejor camino en la vida. Pero en “Oso blanco”, el castigo se divorcia del deseo de una educación moral. La crueldad del castigo, y el placer que provoca, son el fin en sí mismo.

9 El delirio de El show de Truman, o síndrome de Truman, es una forma de delirio persecutorio en el que el paciente cree que su vida transcurre dentro de una escena teatral o de un reality show. El término, nacido en 2008, procede de los hermanos Joel e Ian Gold, un psiquiatra y un neurofilósofo, respectivamente, luego del estreno de The Truman Show, en 1998. Esta posibilidad de “trastorno delirante de tipo persecutorio” es informal; no está incorporada en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Victoria, en “Oso blanco”, no podría adquirir este trastorno delirante y distorsivo, porque su realidad, de hecho, existe dentro de la farsa de un programa televisivo.

10 Ver Tiempo desarticulado (Time out of Joint), novela de Philip K. Dick, de 1959, en la que Gumm vive en un mundo fingido, hasta que descubre esta situación. Vive en una ciudad falsa que en parte le es impuesta por el gobierno de la Tierra, y en parte es producto de sus propios sueños. En la ciudad falsa, vivida como real, unos voluntarios se hacen pasar como su “familia” y sus “vecinos”.

11 El pasaje bíblico del «ojo por ojo, diente por diente» ilustra la Ley del Talión, que responde al principio jurídico de justicia retributiva por el que el castigo debe ser proporcional al crimen cometido, obteniéndose así la reciprocidad. El término “talión”, de hecho, procede de la palabra latina talis o tale que es «idéntico» o «semejante» (de donde viene la palabra castellana “tal”). El ejemplo más antiguo de la Ley del Talión es el Código de Hammurabi (Babilonia, siglo XVIII a. C.). Tal como Victoria filmó el sufrimiento de la niña del osito blanco, su propio sufrimiento será filmando otra vez. Ojo por ojo, filmación por filmación.

12 El término disneyficación procede de Sharon Zukin, y su The Cultures of Cities (1996); pero adquiere mayor consolidación a través de Alan Bryman y su The Disneyization of Society. En principio, la disneyficación supone la transformación del ámbito social en espacios que buscan asemejarse a los parques temáticos de Walt Disney; es decir, la conversión de los espacios urbanos, y en particular de los lugares culturales de atractivo turístico, en centro de propuestas diversas de consumo. Es la tendencia en los museos, o en La Sagrada Familia de Gaudí, por caso; una fuerte presencia de una mercadotécnica que convierte sitios culturales en centros de una intensa actividad comercial. En “Oso blanco”, en sentido amplio, la disneyficación se vincula con la noción de parque temático de la justifica, no con la degradación turística de un lugar henchido de significación cultural; aunque bien podríamos imaginar que el parque de “Oso blanco” podría ser un lugar de atractivo para turistas curiosos atraídos por el castigo-espectáculo.

13 Foucault entiende a la paz como disfraz que oculta las relaciones de fuerza entre los cuerpos; la guerra como campo constante de acción de un poder aplicado sobre los cuerpos construidos como “cuerpos dóciles”, en la sociedad moderna panóptica y disciplinaria del castigo generalizado. El castigo generalizado en “Oso blanco” se muta en la repetición de un mismo castigo sobre una misma persona. Eterno retorno del castigo como un modo de estar dentro de una guerra continua bajo la apariencia de un Estado que asegura la paz y la justicia. Ver Michel Foucault, “Los cuerpos dóciles”, en Vigilar y castigar, ed. Siglo XXI.

Esteban Ierardo
Filósofo y escritor. Profesor de Filosofía y Principales corrientes del pensamiento contemporáneo en las Carreras de Sociología y Ciencias de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales, UBA. Publicó Sociedad Pantalla: Black Mirror y la tecnodependencia (Buenos Aires, Ediciones Continente).