Números redondos, a treinta años del menemtinellismo

Me convoca la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA a escribir un breve texto al cumplirse, conjuntamente, treinta años de la llegada al gobierno de Menem y de la aparición de Tinelli en la televisión, un fenómeno mundial de duración y repercusión mediática. Pensé que sería una buena oportunidad de poner a prueba unas observaciones que la misma Facultad, para un Boletín de 1999, me solicitó en relación a los diez años del menemtinellismo. Un ejercicio que no estaría de más extender a las producciones académicas, más allá del apremio administrativista de nuestra actividad institucional cotidiana. El objetivo es confrontar los núcleos de aquella reseña con las continuidades y cambios que se fueron produciendo en estos veinte años. Primero aquel texto, al final, algunas observaciones.

Menemismo fase superior del mediatismo financiero

Durante todos estos años, tanto desde el periodismo sociológico como de la sociología periodística se intentó caracterizar al menemismo en el contexto de la crisis económica nacional, los condicionamientos externos de la globalización y el vuelco programático del peronismo, sin embargo, el menemismo resulta, por una parte, una resolución «creativa» del capitalismo argentino a sus problemas estructurales y en el caso de los medios de comunicación y de la industria cultural aparece como el apogeo del mediatismo financiero y, por la otra, es la continuidad de un ciclo de salvajes “modernizaciones económicas” que en el plano mediático (estructural e ideológico) pueden vincularse con otras etapas bastante familiares, como fueron el onganiato y la dictadura del 76. Si bien las privatizaciones de los canales de televisión tuvieron los rasgos específicos de la opacidad menemista, siguieron el objetivo de «compartir» negocios con un empresariado mediático que, apenas esbozó cierta autonomía frente a los cambios, se plegó, a partir del 91, a la defensa casi incondicional del modelo y del sistema. Una ideología de poderosos, ganadores y eficaces (significados fuertes de los multimedias) acentuaba una tendencia histórica de los medios argentinos, sobre todo la televisión y la radio de mayor audiencia, que a la concentración de la propiedad sumaba la acumulación de tareas en manos de un «star system» que intercambiaba figuritas entre el cine, la radio, el teatro comercial y la televisión. Lo que anualmente para la tapa de Gente era una oportunista y arbitraria selección de personajes se fue convirtiendo en una «casta» farandulesca que previamente había mostrado sus Caras (y casas) y permanentemente componía los elencos estables de la banalidad televisiva.

Como una continuidad de la época dictatorial, la década menemista consolidó la presencia de la información oficiosa, el trabajo mediático de los servicios, el chisme, el rumor y el chantaje público con lo privado, hasta convertirlo en plusvalía televisiva y en una agenda social tóxica.

De la misma manera en que la economía se convertía en el espacio privilegiado de los negocios financieros (flujos especulativos de inversiones extranjeras, fondos de inversión locales, fusiones y trasnacionalización, etcétera) en donde predominaba el «puro presente», el menemismo aparece como la fase final del apogeo del significante: el slogan, el look, la cultura del «pelotazo» económico, las relaciones públicas, las construcciones de prensa. Desde ya es la conjunción objetiva de un capitalismo financista que se inscribe en las tradiciones de ganancias absolutas de nuestro país y que sobredimensiona la inversión publicitaria, los sueldos de grandes estrellas en el marco de oligopolios poco asediados que lo permiten.

En el plano de las ideologías y de los imaginarios presentes en los medios por todos estos años, se podría afirmar que existe un cruce entre el neopopulismo de mercado, potenciado por el nuevo estatuto legitimador del beneficio empresario y una industria cultural de crecimiento exponencial, y la tradición más conocida del populismo oligárquico que explica cierta alianza social de la primera etapa del menemismo y que se refleja de alguna manera en la televisión.

Pasados los dos primeros años de «caos» menemista (su olvidada etapa hiperinflancionaria) se consolidaron macro ofertas televisivas que se pueden sintetizar en fútbol, bailantas y comedias blancas por una parte y una suerte de Ti(ne)llinguismo por la otra.

El humor fue un espacio de lucha durante la década, por un lado, a pesar de algunos intentos de oponer un humor más sofisticado, el paradigma se fue imponiendo de tal manera que actualmente poco queda (y si queda es por poco tiempo) por fuera del machismo populista y de los aspectos más reaccionarios de la «cultura popular». Debe advertirse a modo de ejemplo la propia evolución del Canal 13 para reconocer las influencias mencionadas.

La contracara y sobre todo a partir de la reelección de Menem fue el desarrollo de una militancia cívica en el humor conjugado con la consolidación de un periodismo de investigación que resultó el contrapeso de la impunidad gubernamental y económica. Una suerte de compensación simbólico-mediática frente a los negocios privados y públicos que el poder llevaba a cabo.

Las cíclicas crisis económicas hicieron lo suyo para que los medios descubrieran el «negocio» de la crítica al modelo aunque mantuvieron una fidelidad casi absoluta con el sistema.

Quizás no haya antecedente en la historia argentina de mayor «libertad» de prensa (no de expresión), de tanta cantidad de trabajos de investigación sobre corrupción y negociados y de tanta “visibilidad» mediática del privilegio y de la injusticia, sin embargo, la obscenidad del menemismo mediático financiero se construye sobre una sociedad flexibilizada social, económica e ideológicamente, flexibilización que incluso condiciona en parte la crítica a un sistema de medios con gran capacidad de cooptación de sus propios intelectuales «orgánicos».

La tendencia de las “modernizaciones salvajes” en los medios acentuó su carácter laboralmente precarizador con el monotributismo televisivo, la hegemonía del panelismo y de la polución publicitaria no tradicional.

La concentración empresarial y laboral del star system se profundizó con una grilla dominada por el megagénero del magazine televisivo y con la rotación de un elenco estable de panelistas y opinólogos (todo un reflejo del fracaso del que “se vayan todos” en la política).

La influencia de las operaciones mediático-políticas, a través de las promiscuas relaciones entre periodismo, servicios de inteligencia, intereses financieros y políticos, llegaron a su paroxismo en los últimos años. El contrapeso a la videopolítica de la investigación periodística se subordinó al oportunismo político, al mismo tiempo que se generaba una religitimación política, mediática (por vía de la pauta publicitaria) y, sorprendentemente, académica, de los casos investigados (gobernaciones vitalicias, barones del conurbano, burocracia sindical).

La emocionalidad melodramática de los medios se consolidó en la política en alianza con un discurso de autoayuda que se fue convirtiendo en el sentido común hegemónico. Las ambiciones políticas del tinellismo representan más la fase superior de la farandulización política que el descubrimiento de un compromiso existencial de los socialmente exitosos.

Tal vez, para sintetizarlo en tan breve espacio, algunas de las rupturas se pueden encontrar en la aparición de un debate público sobre el papel de los medios de comunicación (bastante frustrado y ya atravesado por el desarrollo de múltiples pantallas y redes sociales), la movilización y organización sindical de los trabajadores de medios y periodistas y, sobre todo, en el creciente condicionamiento temático y formal que tienen los medios bajo los efectos sociales, políticos y culturales de la marea verde y feminista.

Hoy la televisión es bastante más tinellista que antes y la política “habló” (y habla) muchos años “menemismo” sin, en el mejor de los casos, saberlo.

Carlos Mangone

Profesor de la Carrera de Ciencias de la Comunicación (FSOC-UBA). Editó la revista Causas y Azares y los Cuadernos Críticos de Comunicación y Cultura.