¿Podemos llegar a ser Gilead? Una ficción sobre la humanidad. Acerca de The Handmaid’s Tale

Ver las dos temporadas de la serie The Handmaid’s Tale es una experiencia intensa, casi física, a veces opresiva. Es una serie por momentos difícil de continuar. Recuerdo que cuando vi la primera temporada hubo un par de episodios que me golpearon. Esos en los que se muestran cómo se llegó a lo que muestra la serie y lo que le pasa a las “traidoras de género”. La segunda temporada no afloja esa intensidad. Es una serie que a veces puede ser hasta dolorosa. Pero creo que vale la pena. Esos episodios que interpelan tienen que ver con lo que se refleja en la ficción: lo que muestra de un pasado que la humanidad no deja atrás y las similitudes con algunos procesos políticos de nuestro presente. Cuando en diferentes episodios aparecen la pérdida de derechos civiles y libertades de las mujeres, las persecuciones políticas, las torturas, los castigos, etcétera, ciertas imágenes son inevitables. Algunas son obvias: el nazismo, la dictadura argentina, por mencionar dos ejemplos. Otros son un poco más tremendos: ¿cuánto hay de nuestros miedos al giro conservador de derecha del que estamos siendo testigos?


Cuando uno ve la serie aparecen preguntas: ¿puede ocurrir esto? ¿Es una predicción? ¿O una advertencia? ¿Se puede volver a un mundo donde las mujeres comiencen a perder derechos gradualmente hasta ser sometidas en un régimen religioso, brutal y patriarcal como el de Gilead? ¿Podemos volver a un mundo donde las mujeres libres y feministas y las disidencias sean exterminadas? ¿Cuánto hay de posible y cuánto hay de advertencia? En The Handmaid’s Tale hay algo ominoso, pero no tanto por la ficción en sí misma, sino por todo lo que cuenta de los ciclos de conservadurismo y represión cis-hetero-patriarcal de la historia de la humanidad.
La serie cuenta la historia de una mujer que es utilizada como “criada” en un régimen político religioso dictatorial que se impone en los Estados Unidos y suprime libertades y derechos de las mujeres, construyendo represión fanática en torno a un grupo de elite que gobierna, los “comandantes”.


En ese mundo se articulan discursos de odio que hablan del “destino biológico” de las mujeres y lxs “traidores de género” (un eufemismo para hablar sobre aquellxs sujetxs que no hacen aquello para lo que la supuesta verdad biológica lxs trajo al mundo, el colectivo LGBTIQ).


Esa dictadura es un régimen teocrático, autoritario y religioso llamado República de Gilead. La acción transcurre en un futuro no muy lejano, en el que la tasa de natalidad es bajísima. El futuro de la humanidad es la esterilidad, pero Gilead encuentra una solución convirtiendo en esclavas de los comandantes a las mujeres fértiles. A partir de una ceremonia religiosa en la que se somete sexualmente a la “criada” (así se las llama a las víctimas de esa ceremonia, las mujeres que pueden tener hijxs) se supone que van a nacer los futuros descendientes de la elite gobernante de Gilead. La serie cuenta la historia de una de estas mujeres llamada June. En la cara de June se transmite de una forma brutal el aniquilamiento personal de cuerpo y espíritu que sufre, en parte gracias a la interpretación magistral que hace del personaje la actriz Elizabeth Moss. Pero Moss también interpreta otro rasgo de June: la ira, la ganas de resistir, de buscar salida, la resistencia, el empoderamiento en cuestiones mínimas que parecen apenas detalles.
Hay que recordar que la serie está basada en la novela del mismo nombre de la canadiense Margaret Atwood, que participa en la serie como productora (y tiene un cameo en la primera temporada). La novela de Atwood es una suerte de ficción testimonial en el que una mujer cuenta en primera persona todo lo que le ocurrió en Gilead. En la introducción escrita por Atwood en 2017 da pistas sobre el texto original que también sirven para pensar la serie. Porque así como la novela original (el texto base de la serie) tenía que ver con la guerra fría, las dictaduras, ciertos discursos de algunos feminismos (vistos con ojos críticos por Atwood), el miedo a la guerra nuclear y la crisis del VIH-Sida, todo en el contexto de los años ochenta; la serie sigue pensando en los miedos de una parte de la humanidad pero aggiornados a otro momento histórico. Si en los ochenta el monstruo era Ronald Reagan (o Bush), hoy en día la derecha fundamentalista comenzó a gobernar en diferentes lugares: Bolsonaro ganó las elecciones en Brasil. La serie popularizó la novela original y a la figura de Atwood: recordemos, por ejemplo, el tweet de Atwood a favor de la despenalización del aborto en la Argentina o las performances realizadas utilizando vestimenta similar a la de las “criadas” durante los debates en el Congreso en 2018.


La novela toma elementos de la literatura testimonial, la narración feminista, la ciencia ficción y la ficción distópica para construir un mundo no muy lejano en el que todo cambió. Algo muy parecido realiza la serie, tomando los miedos del presente y mostrando esa distopía fanática que es Gilead como un horizonte no muy lejano. Lo que impacta es justamente eso, no es un futuro lejano, no son cincuenta años en el futuro, no es otro siglo, son solo unos años, unos pocos años en los que una serie de discursos (represión de las libertades para combatir el terrorismo internacional, fundamentalismos religiosos esencialistas tomando el poder, errores de los movimientos políticos, etcétera) rápidamente hacen que Gilead sea una realidad.


La serie muestra a través de flashbacks cómo se llegó a ese presente. La destrucción gradual pero intensa de las libertades y voluntades es un reflejo de lo que ya ha pasado en la historia de la humanidad.


El reflejo con totalitarismos y dictaduras del pasado es más que evidente, basta con recordar, por ejemplo como señala Kate Millet en el clásico Sexual Politics (1970), la destrucción de los movimientos feministas y homosexuales en la década de los treinta por parte del nazismo. No fueron muchos años. Como en The Handmaid’s Tale no son muchos los años que transcurren desde ese pasado (que es el nuestro) al presente de la dictadura de Gilead en la que las mujeres son esclavizadas bajo argumentos fundamentalistas religiosos. Y cualquier disidente, sea político, sexual, feminista, termina en las colonias. En la segunda temporada se narra de una forma brutal y con imágenes que pasa en las colonias.
¿Es posible llegar a algo como Gilead? Por supuesto que la serie es una ficción. El texto de Atwood habla de una época en la que el giro conservador era una realidad (en la novela Gilead se parece mucho a la Rumania del dictador Ceaușescu). Pero la novela creada por Atwood funciona más allá del contexto y habla de giros conservadores y fundamentalismos religiosos. Y funciona muy bien en la serie producida en nuestro presente.
El libro y la serie toman nuestros miedos y muchos de los discursos de odio que nos rodean y los hacen texto e imagen audiovisual (Atwood menciona ciertos episodios históricos en los que se inspiró y uno nos toca de cerca: la apropiación de bebés en Argentina). ¿Es una predicción? ¿Podemos llegar a ser Gilead? ¿O ya lo somos? Margaret Atwood dice lo siguiente: “Mantengamos la esperanza de que no lleguemos a eso. Yo confío en que no ocurra”.
La serie nos golpea porque habla de la humanidad y nos refleja lo peor de esa humanidad de la que formamos parte. Y si Gilead es posible en la humanidad, como dice Susy Shock: “No queremos ser más esta humanidad.”

Facundo Saxe

Profesor y doctor en Letras por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. Investigador en CONICET.