Elecciones en Israel. Entre la derecha… y un paso más a la derecha

El 9 de abril se realizarán las elecciones adelantadas de la Knésset, Parlamento de Israel, a partir de las cuales se elegirá al Primer Ministro. Los principales candidatos son el actual jefe de gobierno, Benjamín Netanyahu, del partido Likud, y una alianza entre el exministro de Finanzas, Yair Lapid, y el exjefe del Estado Mayor, Benny Gantz.
Lapid, del partido Yesh Atid (Hay futuro), y Gantz, de Hosen LeIsrael (Resiliencia para Israel), formaron recientemente la coalición Kajol Laván (Azul y blanco), y parecen mejor posicionados como oposición que el tradicional Partido Laborista de Yithak Hertzog.
Más allá de quién obtenga más votos directos, según el sistema electoral israelí, el Primer Ministro será elegido por la alianza parlamentaria que pueda reunir por lo menos 61 de los 120 miembros de la Knésset, tarea en la que parecería ser el favorito el actual Primer Ministro. La nueva alianza, para lograrlo, debería obtener el apoyo del viejo Laborismo y del partido de izquierda sionista, Méretz, si éste supera el 3,25 % de los votos necesarios para ingresar a la Knésset (de hecho, se calcula que menos de la mitad de los cuarenta partidos que se presenten tendrán representación parlamentaria).


Las encuestas asignan alrededor de 30 escaños para los dos primeros partidos (Kajol Laván y Likud), 6 para Méretz, y 6 para Zehut, del ex Likud Moshé Feiglin. Los partidos ortodoxos mantendrían unas veinte bancas, y Haiamin Hajadash (la Nueva Derecha) de los exministros Naftali Bennet y Ayelet Shaked, otros 6. La alianza comunista-árabe Hadash-Ta’al, 7 bancas, y la alianza árabe Ra’am-Balad, 4.
Pero, como suele ocurrir, los partidos de derecha son más proclives a cerrar alianzas entre sí para lograr un nuevo gobierno, mientras que los partidos de izquierda, lo son para mantener su tendencia a cerrarse puertas mutuamente.
Así, según las últimas encuestas, aun siendo el segundo partido en cantidad de votos, el Likud tiene más posibilidades de lograr una alianza gracias al apoyo de los partidos religiosos. Por eso es que se considera que aun el empate técnico que auguran las encuestas favorece al actual Primer Ministro.
De acuerdo con los resultados esperados, no es imposible una alianza entre los principales partidos que hoy se enfrentan, Likud y Kajol Laván. Una alianza de este tipo, que ya existió en Israel, podría parecer sólida (al exhibir una fuerza de casi 90 diputados, de los 120 totales), pero impediría cualquier paso, en cualquier dirección, dificultando un cambio de statu quo. Sin embargo, una alianza reducida, de 61 a 65 diputados, que podría obtener Netanyahu, también tiene poco margen de acción, dado el poder que tendrían los partidos menores de imponer sus demandas para mantenerse en la coalición.


Una vez más en Israel los dos principales temas de la campaña son la economía y la seguridad. Este último tema enfrenta a la debilitada izquierda sionista, que busca retomar las negociaciones con los palestinos, y a la derecha, que impulsa profundizar el poblamiento de los territorios palestinos ocupados en 1967, asegurando de hecho la imposibilidad de cualquier restitución o retirada.


Netanyahu, en el poder desde hace diez años, se beneficia de una época en la que la seguridad no está cuestionada, se exhiben buenas relaciones con el gobierno de Trump, no se disimulan los vínculos con los gobiernos del Golfo, enfrentados junto a Israel a Irán, y se vive una situación económica más que aceptable. Al mismo tiempo, las perspectivas de nuevas negociaciones con los palestinos refieren más a la nostalgia de ilusiones pasadas que a una real situación presente, por lo que las perspectivas de grandes cambios son reducidas.
En el terreno de la economía, a pesar de que los grandes números sitúan a Israel en el estatus de potencia económica, la inequidad, la pobreza y el costo de la canasta básica y de las propiedades siguen siendo problemas. Si el regreso a las grandes políticas del viejo Estado benefactor israelí no están en el horizonte de ninguno de los principales candidatos, el enorme gasto que generan los asentamientos en los territorios palestinos y el subsidio a las instituciones ortodoxas (cuyos partidos pueden ser decisivos a la hora de lograr alianzas parlamentarias) sí permite plantear la posibilidad de redirigir las inversiones del Estado hacia otros caminos.
En cuanto al eje de la seguridad, si bien Israel no parece tener comprometida su supervivencia, siempre se trata de un tema sensible en el electorado. Netanyahu no tuvo problema en acusar a la alianza Kajol Laván de pretender una coalición con los partidos árabes, y de ser una opción de “izquierda”, que atentaría contra los intereses del país, obligando a esa agrupación a asegurar que no incluirá árabes en el gobierno. Azul y blanco, por su parte, cuenta también con el apoyo de otros dos exjefes del Estado mayor, Moshé Yaalon y Gabi Ashkenazi, lo cual supone que el estilo bravucón de Netanyahu puede ser amenazado por otros candidatos que exhiben solvencia e imagen militar.
Si bien Netanyahu enfrenta escándalos de corrupción, parecería que esas acusaciones, más allá de ser titulares en diarios internacionales, influyen en las elecciones mucho menos que una oleada de cohetes de Hamás lanzados desde la Franja de Gaza.
Por otro lado, tanto la promesa de Kajol Laván de no incorporar árabes al gobierno y su exhibición del apoyo de exmilitares de renombre, como los anuncios de Netanyahu acerca de una eventual alianza con partidos como Otzmá Iehudit (potencia judía), acusados de racismo violento, de anexar tras su victoria territorios de Cisjordania, o su declaración de que Israel no es un Estado de todos sus ciudadanos (sino sólo de los judíos), demuestran que la disputa de las principales fuerzas es para captar a los votantes de derecha.


Kajol Laván se muestra crítico de la ley de ciudadanía aprobada en julio de 2018 que, al establecer el carácter judío del Estado y el hebreo como lengua oficial, profundizó la discusión entre quienes enfatizan el carácter democrático e igualitario del país, y quienes privilegian un discurso nacionalista judío. Sin embargo, alguno de sus potenciales aliados en un gobierno alternativo a Netanyahu, como Méretz, no se conforman con esas críticas, sino que exigen su anulación y siguen defendiendo el carácter democrático de Israel y la retirada de los territorios ocupados para lograr la “solución de dos Estados”.
Mientras la nueva alianza intenta arrebatar al Likud votantes de derecha, Netanyahu sigue contando con el apoyo del gobierno de Estados Unidos, que continúa prometiendo el impulso del “acuerdo del siglo” (que nadie conoce), anunciando el traslado de su embajada de Tel Aviv a Jerusalén, y acaba de reconocer la soberanía israelí sobre el Golán, abandonando definitivamente su pretensión de ser un “mediador imparcial” ante los palestinos.
Así, las perspectivas para el martes 9 son la de la continuidad de un gobierno de derecha, o su reemplazo por una nueva alianza, que deberá demostrar, rápidamente, a pesar de las acusaciones de simpatías con los árabes o el eventual apoyo de partidos de centroizquierda, que también lo es.

Enrique Herszkowich

Profesor de Historia (UBA) y magíster en Ciencias Sociales (UNQ). Docente de Sociología de Medio Oriente en la Facultad de Ciencias Sociales, UBA.