Bolsonaro será presidente

Existe demasiado desconcierto y sorpresa entre los diversos actores políticos para calibrar este laboratorio político que se viene gestando.

Bolsonaro será presidente de Brasil. No se producirá una avalancha de votos ni movimientos ciudadanos que puedan detenerlo. Existe demasiado desconcierto y sorpresa entre los diversos actores políticos para calibrar este laboratorio político que se viene gestando. En Brasil la profecía democrática está desgastada y el malestar sobre la democracia es profundo.

La imagen de un progresismo potente y afincado en las promesas del Foro de Porto Alegre -que buscaban irradiarse a toda la región- se disolvió con las últimas encuestas. Aquello que surgía en los años 90 en el Sur de Brasil será contrarrestado por un Sur actual que votaría mayoritariamente por Bolsonaro.

Bolsonaro creció meteóricamente en el escenario político brasileño y logró una adhesión cultural y política intensa y militante que ha reunido a muchos y muchas jóvenes a su alrededor. Ha congregado las aspiraciones antipetistas, antiprogresistas y el desgaste de las promesas iniciadas con la recuperación democrática. A su vez, concentra en su persona un profundo reclamo de orden social y una necesidad de “venganza simbólica” con los gobiernos del PT y con lo que ellos dejaron. Una venganza que puede verse en los maltratos que el bolsonarismo realiza contra las diversidades sexuales, los dirigentes políticos progresistas y sobre la población negra. Bolsonaro es el arquetipo de vengador armado. Un terminator que soporta el formato democrático con la Biblia en la mano.

La imagen de un progresismo potente y afincado en las promesas del Foro de Porto Alegre -que buscaban irradiarse a toda la región- se disolvió con las últimas encuestas. Aquello que surgía en los años 90 en el Sur de Brasil será contrarrestado por un Sur actual que votaría mayoritariamente por Bolsonaro.

Por Sergio Langer

Sin dudas, algo se “rompió” entre el petismo y una parte de la sociedad. Parte del ascenso del exmilitar se debe a ello, a las transformaciones que introduce la globalización y a la imposibilidad de los otros partidos tradicionales de obtener el favor electoral. La corrupción y la desilusión en la política no explican todo, sólo son dimensiones que atraviesan un país que tiene más muertos que Siria y cuya violencia social y política, como el punitivismo, no se han reducido en los gobiernos progresistas. Ese dilema del PT, entre saltarse de las instituciones o hacer política en sus márgenes y posibilidades para cambiar o morigerar procesos estructurales del Brasil, fue roto por el ejercicio de fuerza de Bolsonaro. Éste ha puesto el llamado al orden social y a la vuelta a ciertas jerarquías sociales y morales como prioritario representando a un individuo paradojalmente posmoderno ajeno al mundo político y a reparaciones públicas observadas muchas veces como una intromisión estatal o un gasto superfluo del Estado. A su vez, emerge sobre la incapacidad del liberalismo político y del gobierno como posibilidad de explicación y persuasión que había introducido Fernando Henrique Cardoso.

La sociedad brasileña está polarizada. Bolsonaro es más que el regeneracionismo moral pentecostés o el antiigualitarismo propiciado por las elites. Se inscribe en tradiciones y búsquedas históricas del orden. Del orden y la fuerza. Su pasado castrense y reivindicación de la última dictadura nos habla de un país donde el mundo militar estuvo históricamente presente: el coronelismo -figura del imperio portugués que dotaba de poder militar y político a los más ricos de la región y que, con la república, éstos perdieron su capacidad militar pero no su poder político- que tuvo sus resonancias en el estilo político como el del bahiano Antonio Carlos Magalhaes, los diversos golpes y dictaduras. La recuperación democrática no realizó ajuste de cuentas con los golpistas o dictadores, ni con la cultura militar. Ello en parte se juega en esta coyuntura.

Bolsonaro es el arquetipo de vengador armado. Un terminator que soporta el formato democrático con la Biblia en la mano.

Todas las formas del orden (militar, histórica, religiosa) parecen orientarse sobre la figura del Bolsonaro. Algo interesante se configuró en el nivel de lo simbólico de esta elección polarizada. El PT se vinculó a la imagen del “obrero”, mientras que Bolsonaro al mundo castrense. Dos figuras simbólicas fuertes del siglo XX brasileño: obreros y militares. La figura del “obrero” del PT se fue desarticulando (propias de la globalización, precarización y pauperización del empleo) lo que llevó a este partido -además de la singularidad del sistema político brasileño- a vincularse a otros sectores sociales para triunfar en las elecciones. Bolsonaro recupera la última razón del orden: los militares y su capacidad de construir una salida ordenancista con neopentecostales y conservadores. Otorgar armas y Biblias constituye dos imágenes que habilitan la creación individual y colectiva del poder. Individuos y Estado contra el desorden.

La sociedad brasileña está polarizada. Bolsonaro es más que el regeneracionismo moral pentecostés o el antiigualitarismo propiciado por las elites. Se inscribe en tradiciones y búsquedas históricas del orden.

La resignificación del orden no colisiona con las posmodernidad, sino todo lo contrario: se articula con sus temores y las erosiones que le introduce al mundo político y democrático. El imaginario del individuo actual -que pide todo para sí- se observa desenganchado de los otros y del bienestar de los otros, que reclama seguridades y pocas reparaciones estatales.

Por Sergio Langer

La globalización ha puesto en apuro a democracias, a los órdenes estatales e inclusive a los textos constitucionales. Existe algo de fatiga del mundo democrático brasileño conocido hasta hoy que está emergiendo. Parece ser cierta respuesta a todo lo que reorganizó simbólicamente el PT, como las dinámicas inscriptas en el universo urbano y rural.

Bolsonaro hoy proyecta la insatisfacción democrática y del progresismo de muchos ciudadanos y ciudadanas, pero también una clave de salida cultural y normativa seductora que el optimismo político de la democracia de los años 90 había eclipsado.

¿Se viene el (neo)fascismo en Brasil? Esa categoría formulada para pensar fenómenos políticos de los años 40 puede constituir un léxico orientador de la discursividad política, pero no puede explicar la complejidad de los procesos actuales en Brasil que suponen una mirada muy aguda del lazo político y social. No encontrar una categoría in situ no debería implicar dejar de advertir el novus mundus de la vida política brasileña. Bolsonaro habilitó la violencia sobre los opositores políticos, sobre los cuerpos y sexualidades diversos y diversas, sobre los negros y negras, colocó a Lula como presidiario para condenarlo a la trama del aparato judicial y correrlo de la lucha electoral y construyó una escenografía crítica de todo aquello reparador que provenga por parte del Estado; desató una corriente política que deberá organizarse en el Estado hoy colocado en el límite democrático y, sobre todo, tendrá que hacerlo teniendo en cuenta la poca experiencia del partido de Bolsonaro en las lides de una intrincada política brasileña.