Ezeiza, política y poder

El de 20 de junio de 1973 se iba a realizar el mayor acto político de la historia argentina por su masividad y, por lo tanto, el más grande del propio peronismo. Pero sucedió la primera (acaso con el antecedente de Trelew) de las tragedias que la historia nos tenía preparada para esa década: en el acto más grande que pudo organizar el peronismo, Perón no estuvo y a cambio hubo armas y muertos. En ese acto que fue todo Perón, Perón no llegó nunca. Ya había sucedido una vez, la primera vez de todas: el 17 de octubre de 1945, el día que oficialmente nació el peronismo, Perón no estaba. Pero aquella vez no podía estar: lo habían encarcelado en la isla Martín García. La plaza repleta, colmada del subsuelo de la patria lo hizo volver, porque lo tenían “los otros”. En junio de 1973 no eran otros, sino “los propios” los que desencadenaron los hechos.

Perón aterrizó en medio del silencio de la Base Aérea de Morón, en la confusión y la derrota de Héctor Cámpora, quien no había podido organizar el regreso y el reencuentro de Perón con el pueblo. A esa hora todo era un desastre. Los que habían tomado el control real del acto habían logrado su cometido, aunque también hubiesen querido tener a Perón en el palco de puente 12. José López Rega, Jorge Osinde y también el sindicalismo que encabezaba José Ignacio Rucci, que en ese momento se sentían algo así como aliados, por el desplazamiento que todos habían “sufrido” por la Tendencia Revolucionaria el 25 de mayo cuando había asumido Cámpora.

Juan Domingo Perón, el hombre más presente en la historia política argentina desde 1945, se había esfumado ese día que había empezado soleado. Fueron muchos años de espera y de luchas para que Perón regresara al país, y el primer acto con su nunca concretada presencia fue un fracaso. Fue, probablemente, un anticipo de lo que le depara políticamente a la Argentina en aquel futuro inmediato. Incluso uno se aventura a pensar que luego de esa fiesta frustrada, que terminó en una noche cargada de dudas, de fantasmas, se resume todo lo que ocurriría después, hasta el fin. He escuchado a participantes de aquel día relatar con particular atención el regreso desde Ezeiza a sus casas: “silencio, pesadumbre, bronca, tristeza”. Sensaciones propias de la frustración y una imagen del futuro que se poblaba de nubes. ¿Qué otra cosa se podía percibir luego de un día que iba a marcar el comienzo de nuevos días felices, y al cabo terminaba con compañeros asesinados, sin saber exactamente por quiénes? Pocas horas después el problema no era sólo explicar qué pasó, sino procesarlo. Recuerdo haber leído una revista (no logro recordar cuál era) de la militancia peronista cuyo número dedicado a Ezeiza estaba partido en dos: en las primeras páginas celebraba el retorno de Perón a la Argentina y en las últimas denunciaba los hechos de violencia y realizaba algunas acusaciones; pero ambas situaciones parecían haber ocurrido en dos momentos y lugares distintos. Era evidente la dificultad de conectar el regreso definitivo con el asesinato de compañeros a manos de otros peronistas. No recuerdo una mejor explicación gráfica sobre lo que políticamente representó ese día. Por ello, ¿cuál era el futuro luego de esos hechos? Si el derrotado más notorio era Cámpora, el mismo Perón no quedaba en la situación que había imaginado. Si el líder volvía a la Argentina principalmente para morir aquí, quizás esa misma noche deseó que el final estuviera más cerca. Antes de que terminara el día, habló al país por cadena nacional y utilizó la expresión “infiltrados”, en las pocas alusiones que hizo a la ya bautizada masacre de Ezeiza; tal vez lo hizo movido por la facilidad de recostarse en el sector que le estaba reclamando menos esfuerzos y que le podía garantizar simplemente, morirse. La Tendencia quedó señalada. Pero el futuro no se resolvería, porque ante estos hechos, ¿qué significaba “Perón”? Un hombre que obtuvo pocos meses después el 62% de los votos para ser elegido presidente debía representar expectativas muy diferentes para distintos sectores, algo que desde luego ya se había dicho. Porque, y aquí una vuelta a esa idea: el regreso, avalado y deseado por los compañeros, lo era también por algunos de sus antiguos enemigos. Todos esperaban que el viejo pudiera encabezar un nuevo proceso político. Hasta la revista de Bernardo Neustadt, Extra, tituló: “En las manos de Perón”. En las manos. Para que la violencia nos persiga sin cesar, diez años después se descubriría que algunos trastornados mutilaron el cuerpo de Perón, amputándole esas mismas manos en las que tanto se confiaba; no sabremos nunca quiénes ni por qué lo hicieron.

La cuestión es que aquellos republicanos más bien propensos a los golpes militares, o a gobiernos civiles débiles, percibieron que no tenían otra opción que confiar en Perón, en sus manos, las únicas que podrían contener todo lo que ellos mismos habían generado en los últimos 18 años. Para el bloque político peronista, la opción era otra, y la misma a la vez, porque comprendía el proceso político de un modo muy distinto, pero al mismo tiempo, dependiendo de Perón. Ya para ese momento, aun cuando se dijese a media voz, incluso cuando tal vez ni los propios actores lo habían alcanzado a comprender, Perón no se había convertido en un punto de convergencia, sino en un centro de gravitación: todo giraba en torno de él, sólo que ejerciendo una fuerza centrífuga, todos observaban a Perón desde puntos lejanos e imposibles de conectar. Perón seguía siendo esa referencia pero lo era de un modo cada vez más lejano y confuso. Esa situación era poco probable que engendrara un mejor porvenir que el que sucedió.

La tragedia desde luego no había empezado en Ezeiza; el juego político estaba turbio desde hacía ya un tiempo. Perón ya no era solamente un hombre con el cual reunirse en Madrid para obtener, o no, bendiciones, sino alguien que empezaba a diseñar su propio juego político. Probablemente él nunca pensó que en ese juego político la conducción podría correrse de su propia persona. Y allí quizás se explique buena parte de lo que comenzó a suceder después. Rucci se fastidió cuando Perón optó por Cámpora como candidato presidencial y quizás pensó que el viejo se entregaba a la Tendencia; después de todo Perón nunca había dejado crecer demasiado a los líderes sindicales. Montoneros aceptaba la conducción de Perón, pero seguramente imaginaron que ellos habían adquirido un rol de vanguardia desde donde el General ejerciera esa conducción. ¿Se trató sólo de malos entendidos? Claro que no; implicaba muchas dimensiones, pero principalmente una disputa por la conducción política que nunca logró resolverse. Por encima de todas las lecturas que Ezeiza permite, emerge para la historia el debate sobre la resolución de la conducción política y del poder en un espacio de esas características: popular y masivo. Sólo tres años después todos estarían fuera del juego político de un modo aún más trágico; si les advertían de esa suerte quizás hubieran replanteado sus tácticas y sus estrategias. Pero no conocemos el futuro; sin embargo, en política es siempre oportuno imaginar sus posibilidades.